29/8/07

Teodoro Herzl, el rey sin corona

29/08/2007
Opinión
Eliéser Rotkopf
Nuevo Mundo Israelita
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Herzl atravesó el tiempo como un relámpago, para penetrar con su bandera blanca y azul en la inmortalidad. Tenía cuarenta y cuatro años cuando la eternidad lo reclamó, y cuarenta y cuatro años después, en mayo de 1948, Ben Gurión proclamaba el Estado de Israel, dando nacimiento a la profecía herzliana. Fue el corto período de su vida lo que necesitó para que cristalizara el renacimiento de Israel y nueve años de relevante y activa vida sionista.Fue el genio de Herzl lo que vio que “hay un pueblo sin país, los judíos y un país sin pueblo, Israel”. El diagnóstico se reiteraba, había que sembrar el camino de retorno del pueblo sin hogar al país sin pueblo, y Herzl dio el paso determinante. Con la entereza y confianza que su visión le otorgaba, comenzó su periplo internacional para obtener el respaldo de los gobiernos que facilitarían el retorno de los judíos a su patria ancestral.Herzl no había sido afectado personalmente por el antisemitismo y su cultura judía no era exuberante, preponderando en él una amplia cultura universal. Fue su sentido de justicia y los principios de la defensa del hombre íntegro, custodio de la verdad, lo que motivó su lucha por la patria judía. El proceso Dreyfus sacudió las fibras más íntimas de Herzl, haciendo despertar con fuerza de huracán su descansado judaísmo, al ver como la traición, perfidia y envidia pueden trastocar la realidad. Pero en este caso la justicia triunfó con sacrificio y dolor.En Francia, el país del siglo de las luces, el de la libertad, igualdad y fraternidad, había surgido uno de los actos más infames. El edicto de la Gran Revolución había recibido una estocada. Pero otro francés, Émile Zola logró expurgar la ignominia y maldad, pudiendo defender la verdad y el derecho. Su Yo acuso fue un latigazo en el corazón de la conciencia francesa, que finalmente logró sacar a luz a los verdaderos culpables. Querían denigrar, en el Capitán Dreyfus, a la comunidad judía. Pero se denigraron los mediocres oficiales propulsores de la traición, que culparon a Dreyfus de haber robado documentos militares secretos de Francia y haberlos entregado al gobierno alemán.Herzl decidió recorrer mundo para atraer al Pueblo Judío hacia su idea de un Estado judío y contactar a los gobernantes para que lo respaldasen. Archivó la nostalgia de los libros de tradición de su pasado, pleno de grandeza, transformándolo en una fuerza de lucha por el futuro, transplantando su brillante idea de palabras y frases a la gloria pragmática de hechos y realizaciones. Y surgió el hombre del sombrero de copa y frac, porque “la gente tiene que acostumbrarse a ver el Primer Congreso Sionista del Pueblo Judío como el espectáculo supremo más festivo que existe”. Y la dirigencia vino de frac. Era el 29 de agosto de 1897, y el Congreso contaba con la participación de doscientos cuatro delegados en Basilea. Fue la primera asamblea nacional desde que hubiese perdido la independencia -hacía más de mil setecientos años- y renació el aliento de un nuevo vivir en un pueblo que parecía adormecido y sin ánimo de lucha.En Londres se encontró con seguidores incondicionales, quienes habían organizado en su honor un mitin multitudinario en el barrio judío. El Gran Rabino sefaradí de Londres, Moisés Gaster, presidió el mitin. En su emocionado discurso comparó a Herzl con Moisés y Cristóbal Colón. El apoyo popular lo estimuló en su misión visionaria, prescindiendo de los caudillos de la época. El Barón de Rothschild y el Barón de Hirsh no compartían en un principio los conceptos herzlianos, y fue por ello que Herzl se dirigió a las masas populares.El fuego que encendió su ascendente carrera política fue el Primer Congreso Sionista. Se cumplirán este fin de mes ciento diez años de su realización. Nadie es lo bastante poderoso o rico, como para transportar un pueblo de un país a otro. Esto sólo lo puede un ideal, la fe y una bandera. Los judíos no han cesado de soñar, ese sueño único a través de las noches y días. El año que viene en Jerusalén. Había que demostrar que ese sueño se puede convertir en realidad y, como una tromba, Herzl esparció la idea blanco y azul por el mundo político, llevando la palabra de la genialidad y la fiel creencia de que sólo Israel era la solución para el Pueblo Judío.Moisés, el profeta y legislador, abrió surcos de esperanza siendo el líder y conductor de su pueblo, aunque no logró entrar en la Tierra Prometida para vivir su gloria. Herzl tampoco logró ver el memorable comienzo de la nueva era por la que tanto luchó. Dos monumentos en la Historia, que esculpieron con letra de oro principios humanos, no pudieron ver su obra finalizada, la cual había cristalizado con éxito.En el arduo fragor por lograr una solución al problema judío, fueron muchas las opciones que se presentaron. En 1905, el Vll Congreso Sionista rechazó el proyecto de África Oriental Británica, llamada erróneamente Uganda; en realidad, era Kenya. Rechazó también la proposición del gobierno soviético, que otorgaba la Región Judía Autónoma de Birobidjan, en Siberia. Otorgamiento de autonomía en la Guayana y en Surinam. La fundación de la ciudad refugio Ararat por M. Noah en la isla Grand Island; la concentración en Ucrania y en Asia Menor, Alaska, China, Rodesia del Norte.Pero nada prosperó y no iba a prosperar, porque el corazón, el alma y el espíritu palpitaban siguiendo a las estrellas que brillaban camino a Israel y porque los judíos, en sus oraciones diarias, se dirigen tres veces al día invocando a Jerusalén. “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, olvidada sea mi diestra”. Moisés, el profeta, y Herzl, el visionario, están allí, sosteniendo a Israel, así como Atlas debe sostener el mundo por la eternidad.

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