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El cine, sobre todo en los años ochenta, llevó una importante batalla contra el régimen racista sudafricano. En algunas películas, el héroe era el preso político más famoso del mundo, Nelson Mandela, un “terrorista” según el imperio mediático. En una segunda parte hablaremos de títulos más recientes.
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Pepe Gutiérrez-Álvarez
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En la larga lucha por la libertad en Sudáfrica, el cine ha jugado un papel de primera importancia. Desde principios del siglo XX, Sudáfrica contó con el mayor porcentaje de salas del continente....Sin embargo, hasta muy recientemente, estas salas eran ante todo para los blancos de las ciudades donde (como había ocurrido en el sur de los Estados Unidos), la mayoría nativa tenía reservado en gallinero aparte de algunas salas en los villorrios. Por otro lado, el "poder blanco" ejercía una estricta censura en el ámbito de lo político, y sobre todo en lo racial de manera que, por ejemplo, todos los alegatos antirracistas producidos en Hollywood desde finales de los años cuarenta con la intervención de actores como Sidney Poitier, Canada Lee, Harry Belafonte o Dorothy Dandridge, fueron prohibidas cuando no manipuladas.
Auténticas excepciones en el Hollywood de la época que se había "quitado de encima" al cantante y actor Paul Robenson por sus ideas comunistas, estos actores no dudaron en tomar parte en todas las tentativas de abordar la temática antiracista en la propia Sudáfrica. Así, Harry Belafonte sería un destacado activista en este aspecto (su nombre figura como productor en numerosos documentales contra el apartheid). Por su parte, Sidney Poitier y Canadá Lee (que fue una de las víctimas de MacCarthy), formaron el támden protagonista de la primera adaptación de la célebre novela de Alan Paton, Cry the Beloved Country (de la que existe una reciente traducción en Ediciones B., de Barcelona). Dicha adaptación datada en 1952 fue, sorprendentemente, realizada por Zoltan Korda, un cineasta "africanista" que había realizado dos de sus películas más famosas (Bosambo, Las cuatro plumas) al servicio del Imperio Británico.
Se trata --políticamente hablando--, de un trabajo situado claramente a “contra corriente” ya que se trata de una película francamente “maldita”, que apenas si consiguió ser distribuida, y que aquí únicamente ha podido ser recuperada por los pases por la pequeña pantalla con el título de más mesiánico de Tierra prometida. Narrada con buen oficio, Tierra prometida sigue el curso de la novela de Paton reproduciendo con una voz en "off" parte del texto, de manera que la película suena a veces como un sermón en el que la ingenuidad y la buena de Kumalo se acaba imponiendo, contra el terrateniente Jarvis (Charles Carlson) que pasará de negar la mano a los negros a reconocer la verdad a través del hermoso testamento de su hijo, pero también contra el radicalismo comprensible de Simako (Sidney Poitier), el cura joven e impaciente. Éste le replica que, aunque sus espaldas sean tan grandes como el cielo, sus bolsillos estén repletos de oro, y su piedad sea infinita, nada se podrá hacer sin cambiar las estructura sociales, algo que trataran de hacer los africanistas. Korda es enteramente fiel al discurso –pretendidamente-- superador de Paton. El escritor liberal creía firmemente en la posibilidad de un encuentro entre blancos y negros gracias a la tierra amada, a la Iglesia comprometida con el mensaje de Cristo, aunque al final a la pregunta sobre cuando "despertaremos del miedo a la esclavitud y de la esclavitud del miedo", la respuesta es: "eso nunca se sabrá". Escrita en unos tonos elegíacos y con acentos bíblicos, la novela se convirtió en uno de los primeros estandartes de las campañas internacionales contra el apartheid, algo que sin duda pretendió también Korda, pero no se lo permitieron.
También correspondió a Sidney Poitier en su doble faceta de productor y de actor representar un émulo de Nelson Mandela en su fase de "Pimpinela Negra" en otra película en color y cinemascope, La conspiración (The Wilby Conspiracy, USA, 1975) que sería, quince años más tarde, la primera la primera producción comercial norteamericana digna de mención en la que el apartheid era denunciado sin embages. Se trataba de otra adaptación literaria, esta vez de una obra mucho menos densa y escrita por Peter Driscoll, que tuvo una cierta resonancia en lengua inglesa. Fue dirigida por Ralph Nelson, un autor relativamente prometedor al principio de los sesenta, fecha de la que datan sus mejores películas; su nombre sin embargo está básicamente asociado a un ambicioso «western» y controvertido de denuncia del exterminio de las tribus indias, Soldado azul (1970. Concebida como una película de acción con trasfondo político, cuenta la fuga de un líder del movimiento de liberación negra Wilby (Poitier), perseguido ceñudamente por la policía sudafricana y ayudado por un escéptico personaje, un británico que se encuentra con una novia comprometida, y por la cual acaba convirténdose en un "subversivo", interpretado voluntariosamente por Michael Caine. Complementa el reparto la verdadera novia de Caine en el momento, la modelo Persis Khambatta, y un joven Rugert Hauer como el policía que les anda pisando los talones. Pasó desapercibida completamente, y recibió varapalos de toda la crítica, en tanto que la denuncia antiapartheid --con su toque interracial-- no caló entre la gente, aunque no deja de resultar significativa ya que, al final, se hace una apología de la lucha armada contra el régimen de Pretoria que es representado por un policía fascista repulsivo (Nicol Willanson):
Sidney Poitier insistió en su identificación con Nelson Mandela dos décadas más tarde a pesar de que por su edad (había nacido en 1924), resultaba difícilmente convincente para representarlo desde los tiempos de juventud. Esto ocurrió en Mandela y Klerk (Mandela and the De Klerk, USA., 1997), una ambiciosa miniserie de TV, dirigida por el eficiente Joseph Sargent, autor de algunas películas estimables, y muy reconocido en el medio televisivo donde ha ganado diversos premios, siendo especialmente reconocidos sus alegatos antinazis, y junto con Poitier se encontraba de nuevo Michael Caine. Aunque sea involuntariamente, ambas películas marcan un cierto arco en la apreciación de la situación sudafricana. En la primera, Michael Caine era un británico que se envuelto en un conflicto con la policía obligado por una contingencia imprevista derivada de la actitud compremetida de su novía, una abogada liberal que defiende a un activista negro, Shack Twala (Sidney Poitier) que ya había estado prisionero en Robbe Island, y que, resulta deliberadmente libre de los cargos que pesan contra él como parte de una maniobra policiaca animada por un policía tan inteligente como repulsivo (Nicol Willianson, el atribulado agente de El factor humano, la adptación que Otto Preminguer efectuó de la famosa novela de Graham Green y en la que también se apunta contra el corazón del régimen racista de Pretoria), y cuya finalidad es "cazar" a Wilby, un anciano a lo Luthuli que es presentado como el "cerebro" de la resistencia. Aunque se muestra molesto por verse liado en una durísima persecución polícíaca, y no desaprovecha la ocasión para mostrar sus escasas simpatías por el idealismo de su compañero impuesto, al final, sera él mismo el que dispare a bocajarro contra el policía, haciéndole un agujero en la frente, un gesto que le permite a Twala, afirmar que, finalmente ha comprendido.
Se trata pues de una resolución radical, y claramente favorable a la violencia contra los verdugos representantes del "apartheid", una orientación casi opuesta a la de este biopic conjunto en el que, si bien se trata de exaltar el sacrificio de Mandela (cuyas principales vicisitudes militantes desfilan sintéticamente por la pantalla con un punto culminante en el proceso de Rivonia donde Poitier se enfatiza la admiración de Mandela por la constitución norteamericana). En la segunda se ofrece una visión bastante idealizada de todo el proceso que va desde la caída del "halcón" Botha hasta el ascenso de la "paloma" De Klerk. A este se le exonera de todas las vinculaciones, y su opción aparece como un propósito de enmienda personal. Se trata por lo tanto de una miniserie "oportuna", producida al calor del Premio Nobel compartido. Se nota que dicha oportunidad tuvo más peso que los demás detalles, de manera que Mandela y De Klerk más bien parece un docudrama en el que se intercalan fragmentos de noticiarios. Se nos dice que todo lo que aparece en la pantalla es la verdad histórica, pero resulta evidente que cuanto menos dicha realidad resulta mucho más grande, y que buena parte de ella ha permanece en la sombra ya que se trata de exaltar el acuerdo y no de ofrecer un análisis riguroso del como y el porqué. Viene a ser como la escenificación con actores famosos de una historia enfocada de una manera muy similar a como la han ofrecido los medios informativos convencionales.
Durante muchos años, la resistencia contra el apartheid se manifestó sobre todo en el terreno del documental. Alberto Elena hace notar que: «Cineastas extranjeros como Lionel Rogosin o Henning Carlsen habían rodado importantes filmes clandestinos a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, pero su impacto en el interior país fueron mínimo. Igual sucede con Vukani Awake (!Despierta, bantú¡, 1964), realizado por Lionel Ngakane, un miembro del Consejo Nacional Africano a la sazón exiliado en Londres, que se convierte así en el primer cineasta negro sudafricano. Posteriormente Nana Mahomo, también exiliado en Londres, rueda clandestinamente dos importantes mediometrajes sobre el «apartheid», que lógicamente tienen más difusión en el extranjero que en Sudáfrica: Phela Ndaba (El fin del diálogo, 1970) y Last Grave at Dimbaza (1974).... También serán numerosos los documentales, en su mayor parte producidos por gobiernos con vocación anticolonialistas como Argelia o Cuba, o por entidades humanistas que han contrainformado sobre la trágica realidad sudafricana, aunque en su mayor parte resultan inasequibles, o han pasado más o menos furtivamente por los espacios documentales televisivos, sin que se faciliten sus datos de producción. Entre los más antiguos cabe mencionar La derniére tombe à Dimbaza (1972), de firma desconocida que muestra las horribles imágenes del cementerio de Dimbaza lleno de niños muertos por desnutrición en un país donde la otra cara del oro de los blancos era la miseria de los negros.
Este punto suele ser citado en los diálogos de las películas sobre Sudáfrica, y al argumento de que en otros países los nativos estaban mucho peor, la resistencia respondía que ellos formaban parte de Sudáfrica y no de otro lugar, y que eran los que creaban las riquezas con su esfuerzo. Otro título importante es «!Africa del Sur nos pertenece», documental rodado en 1980 clandestinamente por tres reporteros alemanes (de la República Democrática). De la misma fecha data Retrato de Nelson Mandela de Frank Diamond, un alegato en defensa de la libertad del famoso líder de la resistencia que por estas fechas era todavía un ilustre desconocido en Occidente. En 1984, el programa «Documentos TV» emitió Testigos del apartheid una crónica de la periodista norteamericana Sharon I. Shoper sobre las dificultades de supervivencia de la comunidad negra bajo el régimen racista del «reformista» Pieter Botha. En todos estos documentales sin excepción, se ofrece un subrayado en las actividades y en personalidad de Mandela.
El mismo programa dió a conocer, «Apartheid: una historia», un espacio documental producido por Granada TV que a través de cuatro capítulos plantea la incapacidad de un país con una de las mayores riquezas potenciales del globo, para adoptar un sistema social más justo, y se interroga sobre una viabilidad que un sistema entonces plenamente apoyado de manera «militante» por la Internacional neoconservadora (Reagan, Thatcher, Kohl, incluso Manuel Fraga escribió un par de artículos «reformistas» en el diario El País, con ocasión de una visita que fue muy bien recibida; por las mismas fechas algunos famosos españoles como Severiano Ballesteros, Julio Iglesias o Manuel Santana hacían caso omiso a las campañas internacionales y declaraban que ellos «no habían visto el racismo» por ninguna parte). El documental sigue las pautas del periodismo de investigación serio, sin concesiones al sensacionalismo, remontándose a Los orígenes, 1652-1948, para explicar las bases históricas del conflicto. Este capítulo describe las condiciones de vida de los primeros pobladores, la colonización británica y los primeros balbuceos del ANC. En el segundo, Un nuevo orden, 1948-1964, se reconstruye los inicios del «apartheid» (con fragmentos de películas antiguas sobre las «guerras kaffirs») y sus repercusiones sociales. En el tercero, División, 1965-1977, se incide sobre los primeros síntomas del resquebrajamiento del sistema segregacionista, mientras que en el último, Adaptarse o morir, 1977-1986, se cuenta las expectativas del «reformismo» («Se reforma lo que se quiere mantener», había declarado Arias Navarro al presidir el último gobierno de Franco).
El trabajo recopilatorio de archivos es impresionante, y la labor de entrevistas se desarrolla horizontalmente, siguiendo las pautas de la forma «neutra, no partidaria», que por sí misma clama contra la injusticia. Su productor ejecutivo, Brian Lapping, aprovechó el material para editar un libro con el mismo título, tuvo muy en cuenta su experiencia anterior con otro documental, End of Empire (Granada TV), sobre el declive de la hegemonía imperial británica en el mundo y la rebelión de sus antiguas colonias. Lapping declaró a la prensa que «los blancos sudafricanos se equivocaron con la política del «apartheid» no únicamente por razones de maldad, racismo o autoritarismo. Se equivocaron porque la experiencia de 300 años atrás les había llevado a una situación de frustrado y enfurecido fervor nacionalista que necesitaba desesperadamente un escape». La serie Siglo XX (emitida por el Canal 33 en Cataluña), ha ofrecido en dos partes otra visión documental de conjunto rodada en 1992 en la que se trata de explicar el «apartheid» desde dentro, o sea desde la especifidad bóers o «afrikaners», o sea de unos colonizadores que se impusieron sin tener ninguna potencia colonial detrás, y que establecieron su dominio de una manera muy diferente de los colonialismo más o menos clásicos. En la primera parte se recompone su historia como grupo de campesinos holandeses, disidentes religiosos que combinando la guerra constante contra los nativos. Sobre la opresión de estos se crearon las bases de un “compromiso histórico” con los británicos, y se acabó imponiendo un proyecto de segregación racial justo cuando una experiencia de este tipo acababa de ser derrotada en la IIª Guerra Mundial, y la segregación racial en Norteamérica comenzaba su mayor crisis.
Pero a pesar de este contexto –y con el apoyo decidido de potencias como la propia Norteamérica e Israel--, el apartheid vivió su edad dorada hasta que en los años ochenta la mayoría negra, animada por la las victorias de las cercanas colonias portuguesas, y del movimiento de liberación en Rodhesia, y por el ascenso de nuevas generaciones que ya no soportaban más las cadenas, acabaron haciéndole la vida imposible a pesar del apoyo que gozaba de las potencias occidentales, por no hablar -paradójicamente- del Israel sionista. Otra producción reciente producida y dirigida por un equipo en el que tomó parte el inquieto Jonatham Demme (emitida en Documentos TV a principios de 1999, y titulada Free Nelson Mandela, viene a ser como un epílogo de una historia que ya se cuenta desde la perspectiva biográfica del líder nacionalista. El documental comienza con una visita a la prisión de Robbe Island, lugar obligado de peregrinación de reyes y dignatarios que en muy pocas ocasiones mostraron el menor interés por la resistencia, y acaba con la imagen de un niño, el propio Nelson Mandela, que se dispone a comenzar una nueva historia. A lo largo de dos horas, se oye la voz en «off» de Mandela que va aclarando su versión de cada acontecimiento histórico.
En espera del estreno del retrato que sobre Mandela con el rostro de Morgan Freeman (cuya "opera prima" como director fue Bopha, una de las películas más duras realizadas contra el apartheid) ha preparado Hollywood con el título de Long Walk to Freedom, la aproximación fímica más veraz que se haya hecho sobre Mandela (y Winnie) es Mandela (1987) es una serie de la BBC producida por Richard Bamber de 1987, fue emitida por TV1 en horas puntas a finales de la década, y que incluso aquí conoció una distribución en los vídeo-clubs donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo. Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Rodhesia en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista.
Su director fue Philip Saville, era el conocido autor de algunos telefilmes con un sello claramente comprometido y de cierta notoriedad, tal son los casos de Compañeros de viaje (Fellaw Treveller, 1990), con Ron Silver en el papel de un guionista norteamericano amenazado por el maccarthysmo, o también Max y Helen (Max and Helen, USA, 1990), adaptación de una novela de Simon Wiesenthal (Martin Landau), famoso judío cazador de nazis quien, después de muchos esfuerzos consiguió el testimonio del Dr. Rosenberg (Treat Willians) contra el comandante Schultze, jefe de un campo de concentración. En ambos casos, la realización resulta tan bienintencionada como plana. A pesar de ser un telefilme más bien discursivo, Mandela fue un éxito notable en los EE.UU. Estrenada en plena restauración conservadora, fue objeto de una campaña en contra de la prensa neoconservadora que consideraba a Mandela como un terrorista, no en vano la CIA colaboraba estrechamente con el régimen racista y el presidente Reagan que, junto con Margaret Thatcher y Helmutl Kolh lo justificaban y lo apoyaban) especialmente entre la comunidad afronorteamericana, fuertemente comprometida en movilizaciones contra el «apartheid» y presente a través de sus principales actores protagonistas que ponen todo su oficio y un alto poder de convicción. En dos largos capítulos, la serie cuenta la trayectoria de Nelson Mandela (Danny Glover) desde que instaló el primer despacho de abogados negros junto con Oliver Tambo, su compañero inseparable que le sustituyó en la secretaria general del CNA.
En uno de los anuncios en su edición en video de Mandela se proclama: «Ponga un líder carismático en prisión y el movimiento puede convertirse en una cruzada». Una frase extraída de la serie, que también acaba con otra muy oportuna de Sören Kierkegaad que dice que mientras el tirano acaba su reinado con la muerte, el mártir lo inicia entonces. Los 147 minutos del telefilm son fieles al texto propagandístico en el que se puede leer que Mandela «está actualmente en una celda de la tercera planta del ala de máxima seguridad de la prisión de Pallsmoor, 10 millas al sur de Ciudad del Cabo. Su espíritu se cierne dramáticamente sobre el conflicto racial que en 1986, costó más de mil vidas y que, en el actual, lleva camino de duplicarse por lo menos. Para la mayoría del mundo exterior, la mujer de Mandela, Winnie (Alfre Woodard), de cincuenta y dos años, se ha convertido en su sustituta y un símbolo de la lucha contra el movimiento antiapartheid y todo su desarrollo, matizado con tintes sangrientos, hasta nuestros días». En otro anuncio se insiste: «Desde su juventud, este hombre de color ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos humanos, tratando de conseguir la igualdad para los negros en su país, gobernado por la minoría blanca. En principio, Mandela intentó conseguirlo en base a poner de manifiesto el abuso del poder, no utilizando la violencia al pedir sus reivindicaciones en manifestaciones pacíficas, pero no logró su objetivo, aunque si consiguiera concienciar la opinión pública mundial (...) Mandela, poco a poco, se convirtió en todo un símbolo para su pueblo, lo que le supuso convertirse en un peligro a los ojos del gobierno, siendo condenado en 1963 a cadena perpetua, junto con sus más alegados colaboradores (...) Ha recibido diversas ofertas de su gobierno para concederle la libertad, pero este hombre siempre ha realizado la misma declaración: «Mientras mi pueblo siga como está, yo no puedo abandonar la causa por la que murieron muchas personas»... Por lo tanto, no hay duda que se trata de un trabajo propagandístico.
Mandela fue un encargo efectuado desde la coalición de entidades activistas contra el apartheid anglosajonas. Estas cuidaron su distribución, hasta sus más mínimos detalles ya que no es habitual este tipo de comentario en un medio no demasiado idóneo para «arte y ensayo» ni para mensajes humanistas (ni siquiera para el cine en blanco y negro). La película se corresponde estrictamente a dicho objetivo. Informa detalladamente de las vicisitudes personales de Mandela, haciendo un especial hincapié en sus actividades centrales, en sus elocuciones programáticas durante sus intervenciones procesales, sobre todo en Rivonia. También se subraya su relación con Winnie que sabe que vivir con él será vivir sin él, y que sufre un impecable cerco policial, amén de un encierro infernal. Menor papel tienen los otros dirigentes del CNA, exceptuando quizás a Walter Sisulu, presente en casi todas su actividades y compañero de noviazgo y de prisión. Igualmente se ha cuidado la «corrección política» de sus discursos, dejando bien claro que ni Mandela ni el CNA son «comunistas», y que esta cuestión se deriva ante todo de la voluntad del gobierno racista de homologar -a la manera de Franco- toda oposición con el comunismo, algo que aún siendo cierto, no quita, primero, que el partido comunista tuviera una gran importancia en el interior del CNA, y segundo, que tanto en la Carta de la Libertad: una verdadera propuesta constitucional que proclamaba Sudáfrica como una nación de todos, y abogaba por todas las libertas y por un nuevo reparto de las riquezas. Durante años, los discursos de Mandela persistirán en unas fuertes concepciones antiimperialistas y socialistas. Se le hace un retrato en siguiendo el modelo liberal de izquierdas, de manera que en la reconstrucción de sus famosas elocuciones durante el juicio de Rivonia, se subrayan las partes en la que Mandela enfatiza su admiración por el Estado de Derecho, y más concretamente por la Constitución norteamericana, dejando a un lado sus referencias socialistas e igualitarias.
Por supuesto, también se evitan otros aspectos polémicos como la adopción de la lucha armada, presentada desde el ángulo más oficialista, escamoteando sus conflictos con la izquierda panafricanista o la discusión sobre hasta donde llegaría el alcance disuatorio, y se ofrece el respaldo del patriarcal Albert Luthuli, presente en la primera quema del «pase» (una especie de «pasaporte» que convertía a los nativos en extranjeros en su propia tierra). Se trata pues de una biografía en la que, de un lado está el poder opresor representado por una política que, desde las primeras imágenes, se presentan como de terror para la mayoría africana. No hay titubeo al mostrar un gobierno brutal, una policía cruel e ignorante, aunque se busca dejar clara la presencia de blancos, indios y mestizos en las actividades opositoras. Y del otro, se presenta la resistencia negra personificada casi integralmente por Mandela. Sin dejar de ser esto lícito, y básicamente cierto, no lo es menos que la historia del CNA también tiene sus problemas, y está atravesada por numerosos debates y conflictos que no siempre se solucionaron con claridad, por ejemplo, en el caso de la lucha armada, suscitada a continuación de la célebre matanza de Shaperville. En este momento, Mandela es influenciado también por experiencias como la de la revolución argelina que coexiste con la gandhiana originaria. Ni que decir tiene que no se hace ningún apunte crítico hacia la persona Winnie Mandela a la que se había descrito como «la madre del pueblo negro de Sudáfrica...la encarnación del espíritu negro», entre otras cosas porque su parte turbia afloró justamente cuando Mandela fue liberado de sus cadenas como consecuencia de una crisis social sin precedentes en Sudáfrica, y una campaña de solidaridad internacional igualmente sin precedente, que culminó en el célebre concierto de Londres, que batió todos los récords de público.
Auténticas excepciones en el Hollywood de la época que se había "quitado de encima" al cantante y actor Paul Robenson por sus ideas comunistas, estos actores no dudaron en tomar parte en todas las tentativas de abordar la temática antiracista en la propia Sudáfrica. Así, Harry Belafonte sería un destacado activista en este aspecto (su nombre figura como productor en numerosos documentales contra el apartheid). Por su parte, Sidney Poitier y Canadá Lee (que fue una de las víctimas de MacCarthy), formaron el támden protagonista de la primera adaptación de la célebre novela de Alan Paton, Cry the Beloved Country (de la que existe una reciente traducción en Ediciones B., de Barcelona). Dicha adaptación datada en 1952 fue, sorprendentemente, realizada por Zoltan Korda, un cineasta "africanista" que había realizado dos de sus películas más famosas (Bosambo, Las cuatro plumas) al servicio del Imperio Británico.
Se trata --políticamente hablando--, de un trabajo situado claramente a “contra corriente” ya que se trata de una película francamente “maldita”, que apenas si consiguió ser distribuida, y que aquí únicamente ha podido ser recuperada por los pases por la pequeña pantalla con el título de más mesiánico de Tierra prometida. Narrada con buen oficio, Tierra prometida sigue el curso de la novela de Paton reproduciendo con una voz en "off" parte del texto, de manera que la película suena a veces como un sermón en el que la ingenuidad y la buena de Kumalo se acaba imponiendo, contra el terrateniente Jarvis (Charles Carlson) que pasará de negar la mano a los negros a reconocer la verdad a través del hermoso testamento de su hijo, pero también contra el radicalismo comprensible de Simako (Sidney Poitier), el cura joven e impaciente. Éste le replica que, aunque sus espaldas sean tan grandes como el cielo, sus bolsillos estén repletos de oro, y su piedad sea infinita, nada se podrá hacer sin cambiar las estructura sociales, algo que trataran de hacer los africanistas. Korda es enteramente fiel al discurso –pretendidamente-- superador de Paton. El escritor liberal creía firmemente en la posibilidad de un encuentro entre blancos y negros gracias a la tierra amada, a la Iglesia comprometida con el mensaje de Cristo, aunque al final a la pregunta sobre cuando "despertaremos del miedo a la esclavitud y de la esclavitud del miedo", la respuesta es: "eso nunca se sabrá". Escrita en unos tonos elegíacos y con acentos bíblicos, la novela se convirtió en uno de los primeros estandartes de las campañas internacionales contra el apartheid, algo que sin duda pretendió también Korda, pero no se lo permitieron.
También correspondió a Sidney Poitier en su doble faceta de productor y de actor representar un émulo de Nelson Mandela en su fase de "Pimpinela Negra" en otra película en color y cinemascope, La conspiración (The Wilby Conspiracy, USA, 1975) que sería, quince años más tarde, la primera la primera producción comercial norteamericana digna de mención en la que el apartheid era denunciado sin embages. Se trataba de otra adaptación literaria, esta vez de una obra mucho menos densa y escrita por Peter Driscoll, que tuvo una cierta resonancia en lengua inglesa. Fue dirigida por Ralph Nelson, un autor relativamente prometedor al principio de los sesenta, fecha de la que datan sus mejores películas; su nombre sin embargo está básicamente asociado a un ambicioso «western» y controvertido de denuncia del exterminio de las tribus indias, Soldado azul (1970. Concebida como una película de acción con trasfondo político, cuenta la fuga de un líder del movimiento de liberación negra Wilby (Poitier), perseguido ceñudamente por la policía sudafricana y ayudado por un escéptico personaje, un británico que se encuentra con una novia comprometida, y por la cual acaba convirténdose en un "subversivo", interpretado voluntariosamente por Michael Caine. Complementa el reparto la verdadera novia de Caine en el momento, la modelo Persis Khambatta, y un joven Rugert Hauer como el policía que les anda pisando los talones. Pasó desapercibida completamente, y recibió varapalos de toda la crítica, en tanto que la denuncia antiapartheid --con su toque interracial-- no caló entre la gente, aunque no deja de resultar significativa ya que, al final, se hace una apología de la lucha armada contra el régimen de Pretoria que es representado por un policía fascista repulsivo (Nicol Willanson):
Sidney Poitier insistió en su identificación con Nelson Mandela dos décadas más tarde a pesar de que por su edad (había nacido en 1924), resultaba difícilmente convincente para representarlo desde los tiempos de juventud. Esto ocurrió en Mandela y Klerk (Mandela and the De Klerk, USA., 1997), una ambiciosa miniserie de TV, dirigida por el eficiente Joseph Sargent, autor de algunas películas estimables, y muy reconocido en el medio televisivo donde ha ganado diversos premios, siendo especialmente reconocidos sus alegatos antinazis, y junto con Poitier se encontraba de nuevo Michael Caine. Aunque sea involuntariamente, ambas películas marcan un cierto arco en la apreciación de la situación sudafricana. En la primera, Michael Caine era un británico que se envuelto en un conflicto con la policía obligado por una contingencia imprevista derivada de la actitud compremetida de su novía, una abogada liberal que defiende a un activista negro, Shack Twala (Sidney Poitier) que ya había estado prisionero en Robbe Island, y que, resulta deliberadmente libre de los cargos que pesan contra él como parte de una maniobra policiaca animada por un policía tan inteligente como repulsivo (Nicol Willianson, el atribulado agente de El factor humano, la adptación que Otto Preminguer efectuó de la famosa novela de Graham Green y en la que también se apunta contra el corazón del régimen racista de Pretoria), y cuya finalidad es "cazar" a Wilby, un anciano a lo Luthuli que es presentado como el "cerebro" de la resistencia. Aunque se muestra molesto por verse liado en una durísima persecución polícíaca, y no desaprovecha la ocasión para mostrar sus escasas simpatías por el idealismo de su compañero impuesto, al final, sera él mismo el que dispare a bocajarro contra el policía, haciéndole un agujero en la frente, un gesto que le permite a Twala, afirmar que, finalmente ha comprendido.
Se trata pues de una resolución radical, y claramente favorable a la violencia contra los verdugos representantes del "apartheid", una orientación casi opuesta a la de este biopic conjunto en el que, si bien se trata de exaltar el sacrificio de Mandela (cuyas principales vicisitudes militantes desfilan sintéticamente por la pantalla con un punto culminante en el proceso de Rivonia donde Poitier se enfatiza la admiración de Mandela por la constitución norteamericana). En la segunda se ofrece una visión bastante idealizada de todo el proceso que va desde la caída del "halcón" Botha hasta el ascenso de la "paloma" De Klerk. A este se le exonera de todas las vinculaciones, y su opción aparece como un propósito de enmienda personal. Se trata por lo tanto de una miniserie "oportuna", producida al calor del Premio Nobel compartido. Se nota que dicha oportunidad tuvo más peso que los demás detalles, de manera que Mandela y De Klerk más bien parece un docudrama en el que se intercalan fragmentos de noticiarios. Se nos dice que todo lo que aparece en la pantalla es la verdad histórica, pero resulta evidente que cuanto menos dicha realidad resulta mucho más grande, y que buena parte de ella ha permanece en la sombra ya que se trata de exaltar el acuerdo y no de ofrecer un análisis riguroso del como y el porqué. Viene a ser como la escenificación con actores famosos de una historia enfocada de una manera muy similar a como la han ofrecido los medios informativos convencionales.
Durante muchos años, la resistencia contra el apartheid se manifestó sobre todo en el terreno del documental. Alberto Elena hace notar que: «Cineastas extranjeros como Lionel Rogosin o Henning Carlsen habían rodado importantes filmes clandestinos a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, pero su impacto en el interior país fueron mínimo. Igual sucede con Vukani Awake (!Despierta, bantú¡, 1964), realizado por Lionel Ngakane, un miembro del Consejo Nacional Africano a la sazón exiliado en Londres, que se convierte así en el primer cineasta negro sudafricano. Posteriormente Nana Mahomo, también exiliado en Londres, rueda clandestinamente dos importantes mediometrajes sobre el «apartheid», que lógicamente tienen más difusión en el extranjero que en Sudáfrica: Phela Ndaba (El fin del diálogo, 1970) y Last Grave at Dimbaza (1974).... También serán numerosos los documentales, en su mayor parte producidos por gobiernos con vocación anticolonialistas como Argelia o Cuba, o por entidades humanistas que han contrainformado sobre la trágica realidad sudafricana, aunque en su mayor parte resultan inasequibles, o han pasado más o menos furtivamente por los espacios documentales televisivos, sin que se faciliten sus datos de producción. Entre los más antiguos cabe mencionar La derniére tombe à Dimbaza (1972), de firma desconocida que muestra las horribles imágenes del cementerio de Dimbaza lleno de niños muertos por desnutrición en un país donde la otra cara del oro de los blancos era la miseria de los negros.
Este punto suele ser citado en los diálogos de las películas sobre Sudáfrica, y al argumento de que en otros países los nativos estaban mucho peor, la resistencia respondía que ellos formaban parte de Sudáfrica y no de otro lugar, y que eran los que creaban las riquezas con su esfuerzo. Otro título importante es «!Africa del Sur nos pertenece», documental rodado en 1980 clandestinamente por tres reporteros alemanes (de la República Democrática). De la misma fecha data Retrato de Nelson Mandela de Frank Diamond, un alegato en defensa de la libertad del famoso líder de la resistencia que por estas fechas era todavía un ilustre desconocido en Occidente. En 1984, el programa «Documentos TV» emitió Testigos del apartheid una crónica de la periodista norteamericana Sharon I. Shoper sobre las dificultades de supervivencia de la comunidad negra bajo el régimen racista del «reformista» Pieter Botha. En todos estos documentales sin excepción, se ofrece un subrayado en las actividades y en personalidad de Mandela.
El mismo programa dió a conocer, «Apartheid: una historia», un espacio documental producido por Granada TV que a través de cuatro capítulos plantea la incapacidad de un país con una de las mayores riquezas potenciales del globo, para adoptar un sistema social más justo, y se interroga sobre una viabilidad que un sistema entonces plenamente apoyado de manera «militante» por la Internacional neoconservadora (Reagan, Thatcher, Kohl, incluso Manuel Fraga escribió un par de artículos «reformistas» en el diario El País, con ocasión de una visita que fue muy bien recibida; por las mismas fechas algunos famosos españoles como Severiano Ballesteros, Julio Iglesias o Manuel Santana hacían caso omiso a las campañas internacionales y declaraban que ellos «no habían visto el racismo» por ninguna parte). El documental sigue las pautas del periodismo de investigación serio, sin concesiones al sensacionalismo, remontándose a Los orígenes, 1652-1948, para explicar las bases históricas del conflicto. Este capítulo describe las condiciones de vida de los primeros pobladores, la colonización británica y los primeros balbuceos del ANC. En el segundo, Un nuevo orden, 1948-1964, se reconstruye los inicios del «apartheid» (con fragmentos de películas antiguas sobre las «guerras kaffirs») y sus repercusiones sociales. En el tercero, División, 1965-1977, se incide sobre los primeros síntomas del resquebrajamiento del sistema segregacionista, mientras que en el último, Adaptarse o morir, 1977-1986, se cuenta las expectativas del «reformismo» («Se reforma lo que se quiere mantener», había declarado Arias Navarro al presidir el último gobierno de Franco).
El trabajo recopilatorio de archivos es impresionante, y la labor de entrevistas se desarrolla horizontalmente, siguiendo las pautas de la forma «neutra, no partidaria», que por sí misma clama contra la injusticia. Su productor ejecutivo, Brian Lapping, aprovechó el material para editar un libro con el mismo título, tuvo muy en cuenta su experiencia anterior con otro documental, End of Empire (Granada TV), sobre el declive de la hegemonía imperial británica en el mundo y la rebelión de sus antiguas colonias. Lapping declaró a la prensa que «los blancos sudafricanos se equivocaron con la política del «apartheid» no únicamente por razones de maldad, racismo o autoritarismo. Se equivocaron porque la experiencia de 300 años atrás les había llevado a una situación de frustrado y enfurecido fervor nacionalista que necesitaba desesperadamente un escape». La serie Siglo XX (emitida por el Canal 33 en Cataluña), ha ofrecido en dos partes otra visión documental de conjunto rodada en 1992 en la que se trata de explicar el «apartheid» desde dentro, o sea desde la especifidad bóers o «afrikaners», o sea de unos colonizadores que se impusieron sin tener ninguna potencia colonial detrás, y que establecieron su dominio de una manera muy diferente de los colonialismo más o menos clásicos. En la primera parte se recompone su historia como grupo de campesinos holandeses, disidentes religiosos que combinando la guerra constante contra los nativos. Sobre la opresión de estos se crearon las bases de un “compromiso histórico” con los británicos, y se acabó imponiendo un proyecto de segregación racial justo cuando una experiencia de este tipo acababa de ser derrotada en la IIª Guerra Mundial, y la segregación racial en Norteamérica comenzaba su mayor crisis.
Pero a pesar de este contexto –y con el apoyo decidido de potencias como la propia Norteamérica e Israel--, el apartheid vivió su edad dorada hasta que en los años ochenta la mayoría negra, animada por la las victorias de las cercanas colonias portuguesas, y del movimiento de liberación en Rodhesia, y por el ascenso de nuevas generaciones que ya no soportaban más las cadenas, acabaron haciéndole la vida imposible a pesar del apoyo que gozaba de las potencias occidentales, por no hablar -paradójicamente- del Israel sionista. Otra producción reciente producida y dirigida por un equipo en el que tomó parte el inquieto Jonatham Demme (emitida en Documentos TV a principios de 1999, y titulada Free Nelson Mandela, viene a ser como un epílogo de una historia que ya se cuenta desde la perspectiva biográfica del líder nacionalista. El documental comienza con una visita a la prisión de Robbe Island, lugar obligado de peregrinación de reyes y dignatarios que en muy pocas ocasiones mostraron el menor interés por la resistencia, y acaba con la imagen de un niño, el propio Nelson Mandela, que se dispone a comenzar una nueva historia. A lo largo de dos horas, se oye la voz en «off» de Mandela que va aclarando su versión de cada acontecimiento histórico.
En espera del estreno del retrato que sobre Mandela con el rostro de Morgan Freeman (cuya "opera prima" como director fue Bopha, una de las películas más duras realizadas contra el apartheid) ha preparado Hollywood con el título de Long Walk to Freedom, la aproximación fímica más veraz que se haya hecho sobre Mandela (y Winnie) es Mandela (1987) es una serie de la BBC producida por Richard Bamber de 1987, fue emitida por TV1 en horas puntas a finales de la década, y que incluso aquí conoció una distribución en los vídeo-clubs donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo. Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Rodhesia en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista.
Su director fue Philip Saville, era el conocido autor de algunos telefilmes con un sello claramente comprometido y de cierta notoriedad, tal son los casos de Compañeros de viaje (Fellaw Treveller, 1990), con Ron Silver en el papel de un guionista norteamericano amenazado por el maccarthysmo, o también Max y Helen (Max and Helen, USA, 1990), adaptación de una novela de Simon Wiesenthal (Martin Landau), famoso judío cazador de nazis quien, después de muchos esfuerzos consiguió el testimonio del Dr. Rosenberg (Treat Willians) contra el comandante Schultze, jefe de un campo de concentración. En ambos casos, la realización resulta tan bienintencionada como plana. A pesar de ser un telefilme más bien discursivo, Mandela fue un éxito notable en los EE.UU. Estrenada en plena restauración conservadora, fue objeto de una campaña en contra de la prensa neoconservadora que consideraba a Mandela como un terrorista, no en vano la CIA colaboraba estrechamente con el régimen racista y el presidente Reagan que, junto con Margaret Thatcher y Helmutl Kolh lo justificaban y lo apoyaban) especialmente entre la comunidad afronorteamericana, fuertemente comprometida en movilizaciones contra el «apartheid» y presente a través de sus principales actores protagonistas que ponen todo su oficio y un alto poder de convicción. En dos largos capítulos, la serie cuenta la trayectoria de Nelson Mandela (Danny Glover) desde que instaló el primer despacho de abogados negros junto con Oliver Tambo, su compañero inseparable que le sustituyó en la secretaria general del CNA.
En uno de los anuncios en su edición en video de Mandela se proclama: «Ponga un líder carismático en prisión y el movimiento puede convertirse en una cruzada». Una frase extraída de la serie, que también acaba con otra muy oportuna de Sören Kierkegaad que dice que mientras el tirano acaba su reinado con la muerte, el mártir lo inicia entonces. Los 147 minutos del telefilm son fieles al texto propagandístico en el que se puede leer que Mandela «está actualmente en una celda de la tercera planta del ala de máxima seguridad de la prisión de Pallsmoor, 10 millas al sur de Ciudad del Cabo. Su espíritu se cierne dramáticamente sobre el conflicto racial que en 1986, costó más de mil vidas y que, en el actual, lleva camino de duplicarse por lo menos. Para la mayoría del mundo exterior, la mujer de Mandela, Winnie (Alfre Woodard), de cincuenta y dos años, se ha convertido en su sustituta y un símbolo de la lucha contra el movimiento antiapartheid y todo su desarrollo, matizado con tintes sangrientos, hasta nuestros días». En otro anuncio se insiste: «Desde su juventud, este hombre de color ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos humanos, tratando de conseguir la igualdad para los negros en su país, gobernado por la minoría blanca. En principio, Mandela intentó conseguirlo en base a poner de manifiesto el abuso del poder, no utilizando la violencia al pedir sus reivindicaciones en manifestaciones pacíficas, pero no logró su objetivo, aunque si consiguiera concienciar la opinión pública mundial (...) Mandela, poco a poco, se convirtió en todo un símbolo para su pueblo, lo que le supuso convertirse en un peligro a los ojos del gobierno, siendo condenado en 1963 a cadena perpetua, junto con sus más alegados colaboradores (...) Ha recibido diversas ofertas de su gobierno para concederle la libertad, pero este hombre siempre ha realizado la misma declaración: «Mientras mi pueblo siga como está, yo no puedo abandonar la causa por la que murieron muchas personas»... Por lo tanto, no hay duda que se trata de un trabajo propagandístico.
Mandela fue un encargo efectuado desde la coalición de entidades activistas contra el apartheid anglosajonas. Estas cuidaron su distribución, hasta sus más mínimos detalles ya que no es habitual este tipo de comentario en un medio no demasiado idóneo para «arte y ensayo» ni para mensajes humanistas (ni siquiera para el cine en blanco y negro). La película se corresponde estrictamente a dicho objetivo. Informa detalladamente de las vicisitudes personales de Mandela, haciendo un especial hincapié en sus actividades centrales, en sus elocuciones programáticas durante sus intervenciones procesales, sobre todo en Rivonia. También se subraya su relación con Winnie que sabe que vivir con él será vivir sin él, y que sufre un impecable cerco policial, amén de un encierro infernal. Menor papel tienen los otros dirigentes del CNA, exceptuando quizás a Walter Sisulu, presente en casi todas su actividades y compañero de noviazgo y de prisión. Igualmente se ha cuidado la «corrección política» de sus discursos, dejando bien claro que ni Mandela ni el CNA son «comunistas», y que esta cuestión se deriva ante todo de la voluntad del gobierno racista de homologar -a la manera de Franco- toda oposición con el comunismo, algo que aún siendo cierto, no quita, primero, que el partido comunista tuviera una gran importancia en el interior del CNA, y segundo, que tanto en la Carta de la Libertad: una verdadera propuesta constitucional que proclamaba Sudáfrica como una nación de todos, y abogaba por todas las libertas y por un nuevo reparto de las riquezas. Durante años, los discursos de Mandela persistirán en unas fuertes concepciones antiimperialistas y socialistas. Se le hace un retrato en siguiendo el modelo liberal de izquierdas, de manera que en la reconstrucción de sus famosas elocuciones durante el juicio de Rivonia, se subrayan las partes en la que Mandela enfatiza su admiración por el Estado de Derecho, y más concretamente por la Constitución norteamericana, dejando a un lado sus referencias socialistas e igualitarias.
Por supuesto, también se evitan otros aspectos polémicos como la adopción de la lucha armada, presentada desde el ángulo más oficialista, escamoteando sus conflictos con la izquierda panafricanista o la discusión sobre hasta donde llegaría el alcance disuatorio, y se ofrece el respaldo del patriarcal Albert Luthuli, presente en la primera quema del «pase» (una especie de «pasaporte» que convertía a los nativos en extranjeros en su propia tierra). Se trata pues de una biografía en la que, de un lado está el poder opresor representado por una política que, desde las primeras imágenes, se presentan como de terror para la mayoría africana. No hay titubeo al mostrar un gobierno brutal, una policía cruel e ignorante, aunque se busca dejar clara la presencia de blancos, indios y mestizos en las actividades opositoras. Y del otro, se presenta la resistencia negra personificada casi integralmente por Mandela. Sin dejar de ser esto lícito, y básicamente cierto, no lo es menos que la historia del CNA también tiene sus problemas, y está atravesada por numerosos debates y conflictos que no siempre se solucionaron con claridad, por ejemplo, en el caso de la lucha armada, suscitada a continuación de la célebre matanza de Shaperville. En este momento, Mandela es influenciado también por experiencias como la de la revolución argelina que coexiste con la gandhiana originaria. Ni que decir tiene que no se hace ningún apunte crítico hacia la persona Winnie Mandela a la que se había descrito como «la madre del pueblo negro de Sudáfrica...la encarnación del espíritu negro», entre otras cosas porque su parte turbia afloró justamente cuando Mandela fue liberado de sus cadenas como consecuencia de una crisis social sin precedentes en Sudáfrica, y una campaña de solidaridad internacional igualmente sin precedente, que culminó en el célebre concierto de Londres, que batió todos los récords de público.
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kaosenlared.net - España/06/09/2007
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