Aparentemente, sería conveniente decir “Nada nuevo en el frente oriental”. El presidente Chen Shui-bian presiona para que Taiwán obtenga la independiencia (de la mano del reconocimiento oficial de la comunidad internacional); Hu Jintao contraataca alegando que la isla es indiscutiblemente china, y está dispuesto a demostrarlo 'a cualquier precio'; por otro lado, Washington pide el mantenimiento del status quo. Sin embargo existen algunos pequeños detalles que muestran cuáles son los cambios que se están produciendo.
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Luca Alfieri
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Taipei: el uso de los símbolos
La participación activa del pueblo en la vida política de un país es uno de los elementos característicos de la democracia. Un instrumento clave para esta participación directa es el referéndum: los ciudadanos son llamados para expresar su opinión, a menudo vinculante, sobre un determinado tema. El uso del referéndum convierte al pueblo en soberano de su propio territorio.
Esto es válido para los países democráticos reconocidos internacionalmente, pero la cosa cambia cuando quien impulsa un referéndum es el líder de un país 'en potencia', que a nivel internacional es reconocido como territorio perteneciente a otro estado.En Taipei muchos no están de acuerdo con ser considerados parte de la República Popular China. Chen Shui-bian, presidente saliente de la isla y líder carismático del Partido Democrático Progresista (PDP), quiere organizar un referéndum sobre el ingreso de Taiwán en los principales organismos internacionales (como la ONU) en calidad de miembro y bajo el nombre oficial de 'Taiwán'.El referéndum tendría que realizarse en los primeros meses de 2008, coincidiendo con las elecciones presidenciales, en las que se enfrentarán el candidato del PDP Frank Hsieh y el líder carismático del Kuomintang (KMT) Ma Jing-jeou. Una coincidencia que este otoño calentará el ambiente en la isla de Taiwán. Además de la citada discusión sobre el papel de Taipei en el contexto internacional, también habrá una tensa campaña electoral entre dos adversarios (y dos posiciones) que discrepan en varios aspectos, entre los que destacan las relaciones entre la isla y la China continental: mientras que desde las filas del PDP se pide a voces la independencia, desde el KMT prevalece el deseo de mantener el statu quo.
Volviendo al referéndum, se puede decir que su posible alcance es considerable. Dejando de un lado por un momento el aspecto inherente al debate interno sobre la factibilidad y la influencia que puede tener y que tendrá en la campaña electoral, lo que tendría que tenerse más en cuenta es su poder simbólico.Chen, en la práctica, pide la intervención de la población de la isla para legitimar sus posiciones y aumentar la importancia de su petición, usando la carta de la democracia y del derecho a la autodeterminación de los pueblos y jugándola en la mesa de los regímenes occidentales como el de Estados Unidos, y en un segundo plano, el de la Unión Europea. Según los independentistas, quienes consideren importantes estos conceptos, no deben ignorar las demandas de Chen y de muchos de sus ministros, entre ellos Shieh Jhy-wey, responsable de información y actualmente concentrado en la difusión de una campaña destinada a sensibilizar a la opinión pública interna y sobre todo internacional.
El segundo y más importante punto clave de la batalla de Chen es el uso del nombre de Taiwán en vez de República de China (ROC). La petición de entrar en las Naciones Unidas no es una novedad; tal petición ya ha sido llevada a cabo, y sistemáticamente rechazada, año tras año, desde mediados de los años noventa. El uso explícito de la palabra 'Taiwán' quiere dar una última y definitiva demostración de cuánto desea Taipei distanciarse de todo lo que tenga que ver con China. Si de hecho el término 'República de China' trae consigo el fantasma de la guerra civil que enfrentó a Mao Zedong y Chiang Kai-shek y el deseo de éste último de conseguir el control de todo el territorio chino, la nomenclatura 'Taiwán' pretende diferenciar totalmente a la isla de la China continental y alejar cualquier ambigüedad que el pasado pudiera traer de vuelta.
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Luca Alfieri
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Taipei: el uso de los símbolos
La participación activa del pueblo en la vida política de un país es uno de los elementos característicos de la democracia. Un instrumento clave para esta participación directa es el referéndum: los ciudadanos son llamados para expresar su opinión, a menudo vinculante, sobre un determinado tema. El uso del referéndum convierte al pueblo en soberano de su propio territorio.
Esto es válido para los países democráticos reconocidos internacionalmente, pero la cosa cambia cuando quien impulsa un referéndum es el líder de un país 'en potencia', que a nivel internacional es reconocido como territorio perteneciente a otro estado.En Taipei muchos no están de acuerdo con ser considerados parte de la República Popular China. Chen Shui-bian, presidente saliente de la isla y líder carismático del Partido Democrático Progresista (PDP), quiere organizar un referéndum sobre el ingreso de Taiwán en los principales organismos internacionales (como la ONU) en calidad de miembro y bajo el nombre oficial de 'Taiwán'.El referéndum tendría que realizarse en los primeros meses de 2008, coincidiendo con las elecciones presidenciales, en las que se enfrentarán el candidato del PDP Frank Hsieh y el líder carismático del Kuomintang (KMT) Ma Jing-jeou. Una coincidencia que este otoño calentará el ambiente en la isla de Taiwán. Además de la citada discusión sobre el papel de Taipei en el contexto internacional, también habrá una tensa campaña electoral entre dos adversarios (y dos posiciones) que discrepan en varios aspectos, entre los que destacan las relaciones entre la isla y la China continental: mientras que desde las filas del PDP se pide a voces la independencia, desde el KMT prevalece el deseo de mantener el statu quo.
Volviendo al referéndum, se puede decir que su posible alcance es considerable. Dejando de un lado por un momento el aspecto inherente al debate interno sobre la factibilidad y la influencia que puede tener y que tendrá en la campaña electoral, lo que tendría que tenerse más en cuenta es su poder simbólico.Chen, en la práctica, pide la intervención de la población de la isla para legitimar sus posiciones y aumentar la importancia de su petición, usando la carta de la democracia y del derecho a la autodeterminación de los pueblos y jugándola en la mesa de los regímenes occidentales como el de Estados Unidos, y en un segundo plano, el de la Unión Europea. Según los independentistas, quienes consideren importantes estos conceptos, no deben ignorar las demandas de Chen y de muchos de sus ministros, entre ellos Shieh Jhy-wey, responsable de información y actualmente concentrado en la difusión de una campaña destinada a sensibilizar a la opinión pública interna y sobre todo internacional.
El segundo y más importante punto clave de la batalla de Chen es el uso del nombre de Taiwán en vez de República de China (ROC). La petición de entrar en las Naciones Unidas no es una novedad; tal petición ya ha sido llevada a cabo, y sistemáticamente rechazada, año tras año, desde mediados de los años noventa. El uso explícito de la palabra 'Taiwán' quiere dar una última y definitiva demostración de cuánto desea Taipei distanciarse de todo lo que tenga que ver con China. Si de hecho el término 'República de China' trae consigo el fantasma de la guerra civil que enfrentó a Mao Zedong y Chiang Kai-shek y el deseo de éste último de conseguir el control de todo el territorio chino, la nomenclatura 'Taiwán' pretende diferenciar totalmente a la isla de la China continental y alejar cualquier ambigüedad que el pasado pudiera traer de vuelta.
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Pekín: chinos, a cualquier precio
En la Ciudad Prohibida las modificaciones y las correcciones, ya sean simbólicas o no, parecen no interesar. Taiwán es considerado territorio chino. La resolución 2.758 de la ONU de 1971 es el documento oficial en el que la República Popular basa su propia determinación de considerar a Taiwán como una provincia china.Sin embargo, no es sólo la histórica resolución de las Naciones Unidas a la que alude la República Popular China; también la 'Política de una China Unitaria', en cuanto es aceptada por todos los gobiernos del mundo, refuerza las teorías chinas sobre la pertenencia de la isla a la soberanía de Pekín, a excepción de poco más de una veintena de países poco influyentes en la escena internacional, que todavía persisten en el reconocimiento oficial de Taipei.
Sin embargo, son estos pequeños países los que representan el principal escollo para el gobierno chino. Después de un rápido intercambio de cartas en julio entre Chen Shui-bian y el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, otra carta destinada a Ban proveniente de cuatro gobiernos (Islas Salomón, Palau, El Salvador y San Vicente y Granadinas) en la primera quincena del mes de agosto, ha hecho, literalmente, enfurecer a Pekín.La carta de Chen y la de sus cuatro oponentes internacionales son sustancialmente parecidas, ambas se centran en la petición de admisión de la isla entre los miembros de Naciones Unidas con el nombre de Taiwán; petición que, a grandes rasgos, se repite en cada sesión de la Asamblea General desde 1993 y que sistemáticamente no es incluida en la agenda de trabajo de la Asamblea. Pero si la carta del presidente Chen fue calificada como acto inoportuno por las autoridades chinas (tranquilizadas por la rápida respuesta de Ban Ki-moon, que rechazó la petición de admitir a Taiwán entre los estados miembros de la ONU basándose en la ya citada resolución 2.758), la segunda carta ha tenido como resultado notables protestas oficiales por parte de China: Wang Guangya, embajador chino en el Palacio de Cristal, escribió inmediatamente una carta de protesta a Ban Ki-moon, acusando sin matices a las 'Islas Salomón y otros pocos países' de ceder ante las 'instigaciones' provenientes de Taiwán. A través de su carta, Wang remarcó todas las motivaciones que para China justifican el considerar a Taiwán como una 'inalienable parte del territorio chino'; motivaciones que son históricas, geográficas y sobre todo jurídicas: la isla de Taiwán no está reconocida internacionalmente como estado soberano, por tanto no puede formar parte de las Naciones Unidas, cualquiera que sea el nombre que quiera utilizar, ya que 'sólo los estados soberanos tienen derecho a pedir su ingreso en la ONU'.La carta de Wang es la enésima confirmación de la voluntad de Pekín de cerrar cuentas con el pasado (abiertos a finales de la Segunda Guerra Mundial). El mismo presidente Hu Jintao no cesa de recalcar el concepto: antes o después la isla deberá unirse a la China continental y, para ello, Pekín está dispuesta a utilizar cualquier medio, incluidos los militares, aunque remarca su voluntad de conseguir la unidad pacíficamente.
Por lo tanto, la vía del referéndum propuesta por el presidente Chen ha sido tomada por Pekín como un movimiento cuanto menos inoportuno, ya que 'haría peligrar la vida de millones de taiwaneses'; en la peor de las hipótesis, la ley anti-secesión promulgada por la Asamblea Nacional del Pueblo el 14 de marzo de 2005 (es decir, en el momento en que Taipei declare unilateralmente la propia independencia 'de iure' de Pekín, ésta última intervendrá militarmente para contrarrestar dicho acto) podría ser aplicada por la República Popular China.
Pekín: chinos, a cualquier precio
En la Ciudad Prohibida las modificaciones y las correcciones, ya sean simbólicas o no, parecen no interesar. Taiwán es considerado territorio chino. La resolución 2.758 de la ONU de 1971 es el documento oficial en el que la República Popular basa su propia determinación de considerar a Taiwán como una provincia china.Sin embargo, no es sólo la histórica resolución de las Naciones Unidas a la que alude la República Popular China; también la 'Política de una China Unitaria', en cuanto es aceptada por todos los gobiernos del mundo, refuerza las teorías chinas sobre la pertenencia de la isla a la soberanía de Pekín, a excepción de poco más de una veintena de países poco influyentes en la escena internacional, que todavía persisten en el reconocimiento oficial de Taipei.
Sin embargo, son estos pequeños países los que representan el principal escollo para el gobierno chino. Después de un rápido intercambio de cartas en julio entre Chen Shui-bian y el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, otra carta destinada a Ban proveniente de cuatro gobiernos (Islas Salomón, Palau, El Salvador y San Vicente y Granadinas) en la primera quincena del mes de agosto, ha hecho, literalmente, enfurecer a Pekín.La carta de Chen y la de sus cuatro oponentes internacionales son sustancialmente parecidas, ambas se centran en la petición de admisión de la isla entre los miembros de Naciones Unidas con el nombre de Taiwán; petición que, a grandes rasgos, se repite en cada sesión de la Asamblea General desde 1993 y que sistemáticamente no es incluida en la agenda de trabajo de la Asamblea. Pero si la carta del presidente Chen fue calificada como acto inoportuno por las autoridades chinas (tranquilizadas por la rápida respuesta de Ban Ki-moon, que rechazó la petición de admitir a Taiwán entre los estados miembros de la ONU basándose en la ya citada resolución 2.758), la segunda carta ha tenido como resultado notables protestas oficiales por parte de China: Wang Guangya, embajador chino en el Palacio de Cristal, escribió inmediatamente una carta de protesta a Ban Ki-moon, acusando sin matices a las 'Islas Salomón y otros pocos países' de ceder ante las 'instigaciones' provenientes de Taiwán. A través de su carta, Wang remarcó todas las motivaciones que para China justifican el considerar a Taiwán como una 'inalienable parte del territorio chino'; motivaciones que son históricas, geográficas y sobre todo jurídicas: la isla de Taiwán no está reconocida internacionalmente como estado soberano, por tanto no puede formar parte de las Naciones Unidas, cualquiera que sea el nombre que quiera utilizar, ya que 'sólo los estados soberanos tienen derecho a pedir su ingreso en la ONU'.La carta de Wang es la enésima confirmación de la voluntad de Pekín de cerrar cuentas con el pasado (abiertos a finales de la Segunda Guerra Mundial). El mismo presidente Hu Jintao no cesa de recalcar el concepto: antes o después la isla deberá unirse a la China continental y, para ello, Pekín está dispuesta a utilizar cualquier medio, incluidos los militares, aunque remarca su voluntad de conseguir la unidad pacíficamente.
Por lo tanto, la vía del referéndum propuesta por el presidente Chen ha sido tomada por Pekín como un movimiento cuanto menos inoportuno, ya que 'haría peligrar la vida de millones de taiwaneses'; en la peor de las hipótesis, la ley anti-secesión promulgada por la Asamblea Nacional del Pueblo el 14 de marzo de 2005 (es decir, en el momento en que Taipei declare unilateralmente la propia independencia 'de iure' de Pekín, ésta última intervendrá militarmente para contrarrestar dicho acto) podría ser aplicada por la República Popular China.
La postura de Washington
Los Estados Unidos vienen jugando desde el principio un papel fundamental en toda la trama. En la reunión de líderes de países miembros de la APEC del primer fin de semana de septiembre en Australia, el presidente George W. Bush ha confirmado a Hu Jintao el compromiso de Washington con la política de la China Única, alejando de este modo posibles dudas sobre el papel americano respecto a la propuesta de Taipei de entrar en las Naciones Unidas.Sin embargo, ésta no es la novedad, en cuanto los Estados Unidos siempre han optado por mantener el statu quo. La verdadera novedad consiste en las advertencias provenientes de la casa Blanca a Chen Shui-bian por su 'exceso de celo'. Si hasta ahora Washington había mantenido un comportamiento cuanto menos ambiguo respecto a este tema, por un lado inclinándose a la 'One China Policy' y por otro elogiando el sistema taiwanés como modelo para la China continental y para Asia en su conjunto, ahora la orilla opuesta del Pacífico está enviando una reprimenda a los políticos de la isla.
Después de que en junio el Departamento de Estado norteamericano exhortara a Chen a no mantener la vía del referéndum para evitar inoportunas complicaciones y tensiones inútiles en la zona del estrecho, a finales de agosto el vicesecretario John Negroponte concedió una entrevista emblemática a la televisión de Hong Kong, Phoenix TV, donde se declaró contrario una acción que pondría a Taiwán en el camino de declarar unilateralmente la independencia. Lo que, en el contexto actual, no representaría 'una opción constructiva' para los intereses reales de la isla. Por supuesto, Negroponte afirmó en la entrevista que los Estados Unidos eran los mejores amigos de Taiwán y que, sobre la base del 'Taiwan Relations Act', estarían preparados para desembarcar y defender la isla. Pero sobra decir que esta posturapodría cambiar en el momento en que la isla asumiera comportamientos 'provocadores'. Ése sería el caso del referéndum, que según remarcó el vicesecretario, los Estados Unidos consideran un error. Es cierto que, alentado por el periodista, Negroponte hizo alusión al tema militar ('son cuestiones hipotéticas difíciles de sopesar antes de que se pueda presentar una situación específica'), demostrando una vez más la ambigüedad americana; sin embargo, parece claro que el mensaje que Estados Unidos quiere hacer llegar a Taiwán es: 'si obligan a Pekín a actuar, nosotros no podremos defenderles'.
¿Qué pasará en el futuro?
De toda esta cuestión, lo que es cierto, por varias razones, es que ni China ni Estados Unidos están hoy preparados y dispuestos a enfrentarse cara a cara por el futuro de la isla. Confrontación que, en el peor de los casos, podría llevar también al uso de la fuerza militar.Pekín no está preparada para mantener un conflicto con Washington en breve y, en caso de ser así, haría peligrar su notable crecimiento económico, necesario para sostener el fuerte desequilibrio social interno.Al mismo tiempo Estados Unidos, después de seis años de guerra en Afganistán y cuatro en Irak, tendría la gran dificultad de llevar al país a otro conflicto armado, y además con una potencia como China y con unas elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina.
Por ello ambos prefieren dejar pasar el tiempo, en detrimento de Taipei que espera, por el contrario, una rápida solución a un 'problema' que acarrea desde hace sesenta años.Es una batalla de tensiones a tres bandas la que se está llevando a cabo en el estrecho de Taiwán. Es difícil prever con certeza la evolución futura de los equilibrios locales, si bien es posible que en el arco un año se pueda tener una respuesta más precisa en cuanto este tema. En primer lugar, en otoño tendrá lugar la reorganización de la clase política china. Con el XVII Congreso del Partido Comunista en octubre, Hu Jintao podrá finalmente apartar del poder a los últimos hombres que quedan de los tiempos de Jiang y dejar espacio a los suyos, para poder aspirar a su 'sociedad armoniosa', justo en el año de los preparativos de la llegada del evento más esperado de las últimas décadas en China: los Juegos Olímpicos de Pekín. En segundo lugar, en marzo se celebrarán las elecciones presidenciales taiwanesas, donde se encontrarán Frank Hsieh, candidato del partido independentista PDP, y Ma Ying-jeou, líder carismático de un KMT más tolerante en relación a Pekín. El tema de la 'independencia' (incluyendo el referéndum) será por lo tanto, el más usado durante los últimos seis meses de presidencia Chen, decidido a situar a su partido durante cuatro años más al frente del país.
Por último, será el turno de las elecciones en EE.UU. La importancia de China en la agenda política y económica americana es evidente y, en consecuencia, durante la campaña electoral será imposible obviar la discusión sobre Taiwán. Si la nueva sociedad armoniosa de Hu tuviera que hacer frente a la victoria de la consulta popular de Chen en marzo, los candidatos a la Casa Blanca tendrían la obligación de explicar sus propias intenciones de futuro, mientras que George W. Bush se topará de frente con la pregunta '¿qué América dejo en Extremo Oriente?'La coincidencia de estos tres importantísimos factores podrá, por lo tanto, ser determinante para el futuro del Estrecho de Taiwán.
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Equilibri.net - Italy/19/09/2007
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