La globalización ha incrementado la interacción entre la política interior, la exterior y la económica. Un cambio en cualquiera de ellas, requiere también de una modificación en las otras dos, a fin de lograr tanto coherencia como credibilidad.
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Por Rosendo Fraga
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Es en este contexto en el cual debe analizarse la estrategia de Cristina Kirchner para seducir al establishment económico, la que algún opositor bien puede denominar versión post moderna de la vieja consigna de la marcha peronista de “combatiendo al capital”. Comenzando por la política interna, lo que necesita la senadora y candidata a presidente, es ser percibida como que ejercerá un primer mandato y no un segundo. La historia muestra que, por lo general, un segundo período de un mismo presidente tiene más desgaste, la sociedad está más impaciente y crítica y tanto la opinión pública como los medios de comunicación no le otorgan el período de gracia o de luna de miel que tiene normalmente un primer mandato. Ello explica aquellas primeras consignas de su publicidad, planteando que el cambio recién comenzaba, lo que llevó al Presidente a afirmar que era necesario profundizar el cambio. Que la posible presidencia de Cristina sea percibida como el primer período de gobierno, no sólo es importante en términos socio-políticos, sino que también lo es para los agentes económicos. Kirchner siempre fue crítico y severo frente a ellos, mostrándose en más de un caso peor de lo que era en los hechos. Esta estrategia puede haber funcionado hasta ahora, pero la combinación de déficit energético, inflación volatilidad de los mercados mundiales, obligan a un cambio, que Cristina Kirchner parece entender como necesario. No será fácil para ella lograr ser percibida como el primer mandato y no como el segundo. Primero, porque es la candidata del oficialismo, segundo porque es la esposa del presidente, y tercero, porque lleva su mismo nombre político. Además, porque ella no podrá echarle la culpa al gobierno anterior y menos aún reconocer que muchas de las cifras económicas y sociales con las cuales Kirchner cierra su mandato, en realidad son consecuencia de la manipulación del INDEC y, por ende, no son reales. En la política exterior, el problema a resolver concretamente es la escasa relevancia internacional de la Argentina. En marzo, el presidente de EE.UU. visitó América del Sur, quien estuvo en Brasil, Colombia y Uruguay; el mismo mes lo hizo el presidente de Alemania, quien visitó los dos primeros y Paraguay; casi simultáneamente, estuvo el mandatario de Italia, quien limitó su gira a Brasil y Chile; en julio, la gira sudamericana del primer ministro de Canadá se redujo a Chile y Colombia; el mismo mes vino a la región el Secretario del Tesoro de EE.UU., visitando Uruguay, Brasil y Chile; y en agosto el Secretario de Educación estadounidense limitó su viaje a los dos últimos países mencionados. De esta forma, ninguna de las seis giras de personalidades relevantes de los países del G7 que estuvieron en América del Sur, pasó por la Argentina, aunque el país es el segundo PBI de la región después de Brasil. Cristina Kirchner parece tener en claro el problema a resolver, que es volver a conectar a la Argentina con los países del mundo desarrollado. Por ello se explican sus viajes y su anuncio de que la Argentina pagaría la deuda con el Club de París -integrado por los países del mundo desarrollado- aunque manteniendo la continuidad con su esposo al exigir que se haga sin intervención del FMI. La senadora anticipa un drástico giro de estilo diplomático respecto a su marido, quien deja la presidencia sin haber recibido ninguna carta credencial de embajadores extranjeros en los últimos cuatro años, para no perder el tiempo como lo hacen los jefes de Estado de los países más importantes del mundo. Ello, sin embargo, resulta vital para recuperar la debilitada confianza de los inversores extranjeros que, cuando ya habían comenzaban a olvidar los efectos del default del 2001, se encuentran con que tienen que asumir el semi-default que para los bonos significa la manipulación de los datos del INDEC, así como también señales inquietantes, como el pedido de detención del Presidente de Shell Argentina. El estilo diplomático cambiará con Cristina en la Presidencia, pero la diplomacia es un instrumento no menor de la política exterior, pero no la sustituye ni reemplaza. El gran test con el cual el mundo mirará la política exterior de Cristina será la relación con Chávez. No será fácil para ella alejarse del presidente venezolano, ya que su marido deja un tejido de bonos, importación de gas oil y negocios cruzados, que genera una trama que no se podrá romper en el corto plazo. Una posición activa contra Irán en el marco de la causa AMIA será la política con la cual Cristina -continuando en ello a Kirchner- usará como compensación frente a la alianza regional con Chávez, a quien ha defendido públicamente en el exterior en más de una oportunidad. En la política económica, el eje será el pacto social. En el discurso en IDEA, ella confirmó por tercera vez que el pacto social será el eje de su gestión de gobierno. Ya lo había dicho en julio en su discurso en el lanzamiento en La Plata y en agosto al hablar en la reunión del Council de las Américas. El pacto, en palabras de la candidata oficialista, es el acuerdo tripartito entre el gobierno, los sindicatos y los empresarios. La CGT es el interlocutor sindical, y la UIA y la Cámara de Comercio son los empresarios en principio. Temas como el aumento salarial, la lucha antiinflacionaria y los aumentos de tarifas, surgirán de este acuerdo tripartito. Ello confirma que el futuro gobierno tiene un enfoque gradualista para enfrentar los problemas y en consecuencia, Kirchner no adoptará después de la elección medidas que tengan costo político, para aliviar la gestión de su esposa. A la vez, ella tampoco inaugurará su gestión con medidas enérgicas, sino que se irán adoptando en los primeros meses de 2008, en el marco de los acuerdos tripartitos. En parte, esta estrategia permite al gobierno compartir el costo de las medidas necesarias y postergadas, con los sindicatos y el empresariado. La gran prueba del pacto social tendrá lugar rápidamente en el primer trimestre del año próximo, con la negociación salarial. ES que el titular de la CGT (Moyano) anticipó públicamente que tendrá un piso de 30%. Ello explica porqué desde el oficialismo parece alentarse a los sectores que dentro de la CGT (Barrionuevo y los Gordos) buscan el desplazamiento del dirigente camionero de la Secretaría General de la central obrera. Para los optimistas del establishment económico, se trata de una prometedora versión argentina de los pactos de la Moncloa, de España, que dieron el marco político necesario para la entrada del país en la modernidad, tanto política como económica. En el caso de los escépticos, se trataría en cambio, de una reedición del pacto social de Gelbard de 1973 y 1974, que tenía el mismo nombre del actual. Desde el punto de vista conceptual, el español fue un pacto político, firmado por todos los partidos con representación parlamentaria, mientras que el de Gelbard fue un acuerdo corporativo y por esta razón, el de Cristina se parece más a este último y genera más de un interrogante en el establishment empresario. En conclusión, frente a Cristina el establishment económico se divide entre los optimistas y los escépticos, no hay ni entusiastas ni opositores y serán los hechos concretos los que irán definiendo las posiciones y para ella la gran cuestión será cómo mantener al mismo tiempo, el equilibrio entre la inevitable continuidad y el necesario cambio.
*Publicado en Nuevamayoria.com
El autor es miembro del Consejo Asesor de Carta Política
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Periodismo de Verdad - Argentina/07/10/2007
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