30/11/07

El regalo de Bush a la historia de la ciencia

La semana pasada, Shinya Yamanaka (de Japón) y él anunciaban uno de los grandes avances científicos desde el descubrimiento del ADN: una manera de producir células madre genéticamente idénticas sin embriones. Pocas veces un Presidente - tan difamado por una postura moral - se ha visto tan exhaustivamente justificado.
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Por Charles Krauthammer
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"Si la investigación con células madre de embriones humanos no le hace sentir al menos un poco incómodo, es que no ha pensado en ello lo suficiente".
-- James A. Thomson
Hace una década, Thomson fue el primero en aislar células madre de embriones humanos. La semana pasada, Shinya Yamanaka (de Japón) y él anunciaban uno de los grandes avances científicos desde el descubrimiento del ADN: una manera de producir células madre genéticamente idénticas sin embriones.

Hasta un científico que no le preocupe ni remotamente la moralidad de la destrucción de embriones adoptaría esta técnica porque es muy simple y poderosa. El debate de las células madre de embriones ha terminado.

Lo cual permite algo de reflexión acerca de la tormenta que viene arreciando desde el anuncio de agosto de 2001 de la política de células madre del Presidente Bush. El veredicto está claro: pocas veces un Presidente -- tan difamado por una postura moral -- se ha visto tan exhaustivamente justificado.

¿Por qué? Precisamente por adoptar una postura moral. Precisamente porque, en palabras de Thomson, Bush se vio "un poco incomodado" por las implicaciones de la experimentación con embriones. Precisamente por decidir por tanto que tenía que trazarse alguna frontera moral.

Al hacer eso, invitó a la implacable demagogia de la Trinidad profana de políticos Demócratas, científicos e investigadores y pacientes defensores, que insistían en que cualquiera que pusiera alguna restricción a la destrucción de embriones humanos solamente podía estar actuando por motivos de política cínica enraizada en la religiosidad dogmática -- "un ayatolá moral", como dijo tan burlonamente el Senador Tom Harkin.

Bush lo entendió. No porque trazase necesariamente de la frontera en el lugar adecuado. Vengo sosteniendo desde hace tiempo que se podría haber trazado una frontera mejor -- entre utilizar embriones desechados y sentenciados procedentes de clínicas de fertilidad destinados originariamente para la reproducción (permitido) y utilizar embriones creados únicamente para ser desmembrados por sus partes, como en la clonación terapéutica (prohibido). Pero lo que Bush pilló bien fue insistir, frente a enorme oposición popular y científica, en trazar alguna frontera de algún tipo, en exigir que el imperativo científico se viera equilibrado por consideraciones morales.

La historia verá el discurso de 2001 de Bush y se sorprenderá de lo equilibrado y comedido que era, cuánto respeto mostró a la otra parte. Léalo. En esto hubo un pronunciamiento político presidencial que zanjaba el caso tan precisa y justamente para ambas partes que hasta los minutos finales de su discurso, nadie tuvo idea de dónde acabaría la política.

Bush acabó finalmente no haciendo nada por obstaculizar la investigación privada sobre células madre de embriones y prometiendo fondos federales para apoyar el estudio de las líneas de investigación con células madre existentes -- pero rechazando la concesión de fondos federales para investigación en líneas de células madre extraídas a partir de embriones recién destruidos.

La política del presidente reconocía que podría dar problemas. Las líneas existentes podrían agotarse, demostrar ser inadecuadas o corromperse. Bush designaba así un Consejo Presidencial de Bioética para supervisar la investigación con células madre en curso y evaluar cómo estaban afectando sus restricciones a la investigación y qué medios se podían descubrir para evitar los obstáculos éticos.

Más vilipendio. Los medios de referencia y el estamento científico vieron esto como una cortina de humo para ocultar sus tendencias fundamentalistas, oscurantistas, anti-científicas -- la lista de adjetivos fue interminable. "Algunos observadores", escribía Rick Weiss, del Washington Post, "afirman que el Consejo del presidente está políticamente escorado".

Yo ocupé un puesto del Consejo durante cinco años. Fue una de las comisiones de bioética más equilibradas ideológicamente de la historia de este país. Comprendía científicos, especialistas en ética, teólogos, filósofos, médicos -- y otros (James Q. Wilson, Francis Fukuyama y yo entre ellos) de tendencia secular no comprometidos con una corriente u otra.

El equilibrio de la composición quedaba plasmado en el equilibrio de los informes presentados por el Consejo -- documentos de sofisticación y matización que reflejaban las divisiones tanto dentro del Consejo como dentro de la nación de una manera que presentaba respetuosamente las opiniones de todas las partes. Una recomendación fue apoyar la investigación que pudiera producir células madre a través de la "retro-diferenciación" de las células adultas, prescindiendo así de la creación de embriones humanos.

Ese Santo Grial ha sido logrado hoy. En gran medida a causa de los genios de Thomson y Yamanaka. Y también debido a la sorprendente buena suerte de que la naturaleza solamente exige cuatro genes inoculados para convertir una célula epidérmica adulta ordinaria en una mágica célula madre que puede convertirse en ósea o nerviosa o cardiaca o biliar.

Pero también por un motivo. A causa de que la inquietud moral que sintió siempre Thomson -- y que George Bush obligó al país a afrontar -- le condujo a él y a otros a descubrir alguna manera éticamente neutral de fabricar células madre. La Providencia dictaminó entonces que la técnica fuera tan elegante y bella que la razón científica por sí sola ahora inclinará hasta a los investigadores más voluntariosos a abandonar por completo el embrión humano.
/© 2007, The Washington Post Writers Group
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Diario de América - USA/30/11/2007

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