Las relaciones geopolíticas entre Japón y China están atravesando un período de mejora general, acompañado por una ligera moderación de algunas de sus divergencias históricas. Sin embargo, no disminuye la atmósfera de nerviosismo y desconfianza que ha caracterizado siempre las relaciones entre los dos países, agudizada ahora por la la difícil reestructuración del cuadro de seguridad asiática, por la crisis política interna japonesa y por la imparable ascensión china en la región.
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Elisabetta Pesenti
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Los conflictos internos entre ambos países
Desde el punto de vista de la política interna, China y Japón se encuentran en un momento de distensión política y de declaraciones de amistad. Los dos últimos años han constituido un auténtico punto de inflexión en las relaciones diplomáticas entre Pekín y Tokio, marcado por el desarrollo de dos encuentros diplomáticos simbólicos, aunque muy importantes: el primero de ellos tuvo lugar durante la visita del ex Primer Ministro japonés Shinzo Abe a China, y el segundo durante la visita a Tokio del ministro de Defensa chino, un acontecimiento que no se repetía desde hacía nueve años. En ambas ocasiones, los dos países expresaron su voluntad conjunta de retomar las relaciones bilaterales, enfatizando esta nueva línea común con acciones de gran impacto mediático, como la comparecencia de ambos líderes a un partido juvenil de baseball que fue retransmitido por las televisiones internacionales.Las relaciones diplomáticas chino-japonesas se retomaron en 1972, aunque los conflictos internos han impedido que terminen de normalizarse. Además, estas relaciones se han visto siempre obstaculizadas por desavenencias políticas, disputas territoriales y rencores históricos sin resolver. Entre todos los problemas que desde hace décadas dividen a ambos países, destaca la reconstrucción de la verdad histórica, algo que, aunque parezca sorprendente, en más de una ocasión ha provocado desencuentros e incidentes diplomáticos entre ambos países. En este sentido, China y Japón se muestran inflexibles a la hora de imponer su propia versión del pasado. De hecho, desde la segunda posguerra Asia no ha sido capaz de tomar verdadera conciencia de su pasado, ni mucho menos de acompañar esta toma de conciencia de acciones políticas. Durante todos estos años, el resentimiento ha prevalecido por encima de la reconciliación. En este contexto se enmarca la iniciativa de crear un Comité formado por más de veinte expertos chinos y japoneses, que durante el año 2008 deberá realizar una revisión de los principales acontecimientos históricos ocurridos en los últimos dos mil años. Aunque se trata de una iniciativa importante ya que el Comité se encargará de elaborar la historia que estudiarán las nuevas generaciones, no es probable que sirva para que se superen las rencillas y los rencores seculares: será necesario que transcurra aún mucho tiempo para la población pueda aceptar de forma sincera su propio pasado y asumir sus propias responsabilidades históricas. Esta lentitud asiática a la hora de asumir la propia historia se debe en buena medida a la arraigada tradición de transmisión oral.Desde el punto de vista de las relaciones económicas entre los dos países y según apuntan algunos marcadores objetivos, la situación es prometedora. Los intercambios aumentan constantemente, siendo China el primer socio comercial de Japón y viceversa. Todo parece indicar que existe una “alianza” comercial muy estable marcada por la dependencia de Japón del inmenso mercado chino y por la necesidad de Pekín de las inversiones extranjeras y de las instalaciones ecológicas que Tokio le proporciona. Sin embargo, la situación interna japonesa no termina de arrancar, y ello a pesar de que desde la segunda guerra mundial ha tenido lugar un crecimiento económico ininterrumpido. Pese a que los informes del Gobierno muestran a un Japón que se encuentra en constante crecimiento, queda ya muy lejos la etapa del famoso boom Izanagi que llevó al país a convertirse, en tan sólo cinco años, en la segunda potencia económica del mundo. En cualquier caso, la tasa de crecimiento del PIB en Japón es bastante alentadora. Entre 1965 y 1970, la tasa de crecimiento fue del 11,5%, un dato que hace palidecer incluso a las cifras actuales del crecimiento chino. Japón ve con recelo y desconfianza el crecimiento económico y político constante de su vecino chino, que no hace más que erosionar su propia posición dentro el contexto asiático. Por otra parte, China ha sufrido un súbito recalentamiento de su economía y necesita urgentemente solucionar su inadecuada política monetaria. Debe afrontar además las críticas de la UE por mantener artificialmente bajo el valor de cambio de su moneda (asegurándose falsas ventajas en el comercio). Japón, a pesar de haber utilizado en el pasado decenio la misma estrategia monetaria, no desperdicia la ocasión de unirse a las críticas y llamar al orden a China, alimentando de esta forma la discordia entre los dos países.
Elisabetta Pesenti
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Los conflictos internos entre ambos países
Desde el punto de vista de la política interna, China y Japón se encuentran en un momento de distensión política y de declaraciones de amistad. Los dos últimos años han constituido un auténtico punto de inflexión en las relaciones diplomáticas entre Pekín y Tokio, marcado por el desarrollo de dos encuentros diplomáticos simbólicos, aunque muy importantes: el primero de ellos tuvo lugar durante la visita del ex Primer Ministro japonés Shinzo Abe a China, y el segundo durante la visita a Tokio del ministro de Defensa chino, un acontecimiento que no se repetía desde hacía nueve años. En ambas ocasiones, los dos países expresaron su voluntad conjunta de retomar las relaciones bilaterales, enfatizando esta nueva línea común con acciones de gran impacto mediático, como la comparecencia de ambos líderes a un partido juvenil de baseball que fue retransmitido por las televisiones internacionales.Las relaciones diplomáticas chino-japonesas se retomaron en 1972, aunque los conflictos internos han impedido que terminen de normalizarse. Además, estas relaciones se han visto siempre obstaculizadas por desavenencias políticas, disputas territoriales y rencores históricos sin resolver. Entre todos los problemas que desde hace décadas dividen a ambos países, destaca la reconstrucción de la verdad histórica, algo que, aunque parezca sorprendente, en más de una ocasión ha provocado desencuentros e incidentes diplomáticos entre ambos países. En este sentido, China y Japón se muestran inflexibles a la hora de imponer su propia versión del pasado. De hecho, desde la segunda posguerra Asia no ha sido capaz de tomar verdadera conciencia de su pasado, ni mucho menos de acompañar esta toma de conciencia de acciones políticas. Durante todos estos años, el resentimiento ha prevalecido por encima de la reconciliación. En este contexto se enmarca la iniciativa de crear un Comité formado por más de veinte expertos chinos y japoneses, que durante el año 2008 deberá realizar una revisión de los principales acontecimientos históricos ocurridos en los últimos dos mil años. Aunque se trata de una iniciativa importante ya que el Comité se encargará de elaborar la historia que estudiarán las nuevas generaciones, no es probable que sirva para que se superen las rencillas y los rencores seculares: será necesario que transcurra aún mucho tiempo para la población pueda aceptar de forma sincera su propio pasado y asumir sus propias responsabilidades históricas. Esta lentitud asiática a la hora de asumir la propia historia se debe en buena medida a la arraigada tradición de transmisión oral.Desde el punto de vista de las relaciones económicas entre los dos países y según apuntan algunos marcadores objetivos, la situación es prometedora. Los intercambios aumentan constantemente, siendo China el primer socio comercial de Japón y viceversa. Todo parece indicar que existe una “alianza” comercial muy estable marcada por la dependencia de Japón del inmenso mercado chino y por la necesidad de Pekín de las inversiones extranjeras y de las instalaciones ecológicas que Tokio le proporciona. Sin embargo, la situación interna japonesa no termina de arrancar, y ello a pesar de que desde la segunda guerra mundial ha tenido lugar un crecimiento económico ininterrumpido. Pese a que los informes del Gobierno muestran a un Japón que se encuentra en constante crecimiento, queda ya muy lejos la etapa del famoso boom Izanagi que llevó al país a convertirse, en tan sólo cinco años, en la segunda potencia económica del mundo. En cualquier caso, la tasa de crecimiento del PIB en Japón es bastante alentadora. Entre 1965 y 1970, la tasa de crecimiento fue del 11,5%, un dato que hace palidecer incluso a las cifras actuales del crecimiento chino. Japón ve con recelo y desconfianza el crecimiento económico y político constante de su vecino chino, que no hace más que erosionar su propia posición dentro el contexto asiático. Por otra parte, China ha sufrido un súbito recalentamiento de su economía y necesita urgentemente solucionar su inadecuada política monetaria. Debe afrontar además las críticas de la UE por mantener artificialmente bajo el valor de cambio de su moneda (asegurándose falsas ventajas en el comercio). Japón, a pesar de haber utilizado en el pasado decenio la misma estrategia monetaria, no desperdicia la ocasión de unirse a las críticas y llamar al orden a China, alimentando de esta forma la discordia entre los dos países.
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La presencia de Estados Unidos en la zona: ¿intrusos o aliados?
Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, un mes después de la elección de Yasuo Fukuda como nuevo Primer Ministro del Partido Liberal-Democrático en sustitución de Shinzu Abe, Japón se presenta como un país dinámico y deseoso de cambiar su imagen en la escena mundial. Al margen de los escándalos que caracterizaron el breve y caótico gobierno de Abe, el nuevo Japón mira al futuro, buscando por un lado reforzar las relaciones bilaterales con su tradicional aliado americano, y por otro esforzándose por conseguir unas relaciones cordiales con China. Tras la declaración de paz entre las dos Coreas y el desmantelamiento de todos los arsenales atómicosde Pyongyang, Fukuda se muestra partidario a una mayor apertura hacia Corea del Norte. China, por su parte, no vacila en demostrar su deseo de lograr un papel de mayor relevancia a nivel internacional. Para ello no duda en defenderse con todos los medios diplomáticos a su alcance. En estas últimas semanas ha surgido una polémica con Estados Unidos, causada por el encuentro entre el presidente Bush y el Dalai Lama, líder del pueblo tibetano y Premio Nobel de la paz, que fue premiado por el presidente americano con la medalla de oro del Congreso, máximo reconocimiento civil norteamericano. Pekín intenta evitar por todos los medios que otras potencias se inmiscuyan en lo que considera “asuntos internos” dentro de su área de influencia, en este caso el Tíbet. Además, utiliza su peso geopolítico para adoptar posturas tendentes a desestabilizar el orden internacional: como consecuencia de ello, en esta semana el Imperio del Sol Naciente ha convocado al embajador americano en Pekín y se ha retirado de una cumbre internacional centrada en la crisis iraní. Tal vez no son más que acciones simbólicas, pero pueden desencadenar consecuencias concretas. La presencia americana en la región choca con la actitud china en política exterior, que se radicaliza en cuanto ésta siente que hay intrusos en su propio “jardín”. Tal y como está sucediendo en los últimos días, Pekín no duda en utilizar su gran poder para amenazar o tomar posiciones en sus relaciones con Estados Unidos, fácilmente considerados como “intrusos” en la región. Los americanos tienen en Tokio a un gran aliado, tanto por la cantidad de intercambios comerciales como por su función de muro de contención frente a China. En relación a este propósito, se ha hablado de la hipótesis de un eje 'antichino' que incluiría no sólo a Estados Unidos y a Japón, sino también a India y a Australia. Sin embargo, aunque la utilidad de la cercanía americana pueda ser reconocida en Japón, esta alianza no estará libre de problemas: la política interna japonesa se ha visto puesta recientemente a prueba por el apoyo a las tropas norteamericanas en Afganistán, en la misión en el Océano Índico. La ley, relativa al apoyo a Estados Unidos y que caducará a finales de octubre, ya ha provocado tensiones entre el gobierno y la oposición; la oposición, que ha visto cómo aumentaba su poder tras su victoria en las elecciones del pasado julio, dados los precedentes y la actual fragilidad del gobierno japonés, podría aprovecharse de la situación y reclamar el fin anticipado de la actual legislatura. Finalmente, ambos países forman parte del plan de desarme nuclear de Corea del Norte, aunque también en este punto existen importantes divergencias en sus posiciones: Estados Unidos y Japón se niegan a conceder a Corea del Norte el permiso para poner en marcha un plan de desarrollo de energía atómica, mientras que China (junto a Corea del Sur y Rusia) aboga por la concesión de esta posibilidad bajo estrechos controles internacionales. China criticó a su aliado tras las pruebas nucleares efectuadas por Pyongyang el 9 de octubre de 2006, solicitando al gobierno que suspendiera permanentemente los programas nucleares. Más allá de los diferentes puntos de vista, este acuerdo rediseña el orden geopolítico en las relaciones asiáticas, abre nuevos márgenes de iniciativa para las potencias de la región y, sobre todo, invita a la cautela, dada la poca fiabilidad de los países en cuestión y las numerosas promesas incumplidas en el pasado.
La presencia de Estados Unidos en la zona: ¿intrusos o aliados?
Desde el punto de vista de las relaciones exteriores, un mes después de la elección de Yasuo Fukuda como nuevo Primer Ministro del Partido Liberal-Democrático en sustitución de Shinzu Abe, Japón se presenta como un país dinámico y deseoso de cambiar su imagen en la escena mundial. Al margen de los escándalos que caracterizaron el breve y caótico gobierno de Abe, el nuevo Japón mira al futuro, buscando por un lado reforzar las relaciones bilaterales con su tradicional aliado americano, y por otro esforzándose por conseguir unas relaciones cordiales con China. Tras la declaración de paz entre las dos Coreas y el desmantelamiento de todos los arsenales atómicosde Pyongyang, Fukuda se muestra partidario a una mayor apertura hacia Corea del Norte. China, por su parte, no vacila en demostrar su deseo de lograr un papel de mayor relevancia a nivel internacional. Para ello no duda en defenderse con todos los medios diplomáticos a su alcance. En estas últimas semanas ha surgido una polémica con Estados Unidos, causada por el encuentro entre el presidente Bush y el Dalai Lama, líder del pueblo tibetano y Premio Nobel de la paz, que fue premiado por el presidente americano con la medalla de oro del Congreso, máximo reconocimiento civil norteamericano. Pekín intenta evitar por todos los medios que otras potencias se inmiscuyan en lo que considera “asuntos internos” dentro de su área de influencia, en este caso el Tíbet. Además, utiliza su peso geopolítico para adoptar posturas tendentes a desestabilizar el orden internacional: como consecuencia de ello, en esta semana el Imperio del Sol Naciente ha convocado al embajador americano en Pekín y se ha retirado de una cumbre internacional centrada en la crisis iraní. Tal vez no son más que acciones simbólicas, pero pueden desencadenar consecuencias concretas. La presencia americana en la región choca con la actitud china en política exterior, que se radicaliza en cuanto ésta siente que hay intrusos en su propio “jardín”. Tal y como está sucediendo en los últimos días, Pekín no duda en utilizar su gran poder para amenazar o tomar posiciones en sus relaciones con Estados Unidos, fácilmente considerados como “intrusos” en la región. Los americanos tienen en Tokio a un gran aliado, tanto por la cantidad de intercambios comerciales como por su función de muro de contención frente a China. En relación a este propósito, se ha hablado de la hipótesis de un eje 'antichino' que incluiría no sólo a Estados Unidos y a Japón, sino también a India y a Australia. Sin embargo, aunque la utilidad de la cercanía americana pueda ser reconocida en Japón, esta alianza no estará libre de problemas: la política interna japonesa se ha visto puesta recientemente a prueba por el apoyo a las tropas norteamericanas en Afganistán, en la misión en el Océano Índico. La ley, relativa al apoyo a Estados Unidos y que caducará a finales de octubre, ya ha provocado tensiones entre el gobierno y la oposición; la oposición, que ha visto cómo aumentaba su poder tras su victoria en las elecciones del pasado julio, dados los precedentes y la actual fragilidad del gobierno japonés, podría aprovecharse de la situación y reclamar el fin anticipado de la actual legislatura. Finalmente, ambos países forman parte del plan de desarme nuclear de Corea del Norte, aunque también en este punto existen importantes divergencias en sus posiciones: Estados Unidos y Japón se niegan a conceder a Corea del Norte el permiso para poner en marcha un plan de desarrollo de energía atómica, mientras que China (junto a Corea del Sur y Rusia) aboga por la concesión de esta posibilidad bajo estrechos controles internacionales. China criticó a su aliado tras las pruebas nucleares efectuadas por Pyongyang el 9 de octubre de 2006, solicitando al gobierno que suspendiera permanentemente los programas nucleares. Más allá de los diferentes puntos de vista, este acuerdo rediseña el orden geopolítico en las relaciones asiáticas, abre nuevos márgenes de iniciativa para las potencias de la región y, sobre todo, invita a la cautela, dada la poca fiabilidad de los países en cuestión y las numerosas promesas incumplidas en el pasado.
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Conclusiones
La impresión general es que realmente se está produciendo un acercamiento entre China y Japón, aunque con un cierto matiz artificioso, forzado y prefabricado. Se puede organizar un Comité histórico ad hoc, se puede alcanzar la cordialidad diplomática gracias al esfuerzo conjunto de ambos países e incluso se puede crear una sólida relación. Pero para ello se necesita sobre todo la confianza de los dos países, cosa que ni China ni Japón parecen estar dispuestos a proporcionar. Es cierto que China quiere asegurarse la hegemonía en la región, eliminando a sus eventuales adversarios para convertirlos en simples “vecinos”; para ello es necesaria la buena voluntad de Fukuda, porque mientras Japón se mantenga sólidamente unido a Washington en contra de China, las posibilidades de ésta se reducen de manera considerable. Del mismo modo, más allá de un punto de vista económico, es realmente interesante para todas las partes que las relaciones diplomáticas, políticas y económicas aumenten ya que Pekín representa una gran oportunidad para Tokio y para sus empresas nacionales, gracias a su papel relevante en los intercambios internacionales y a sus continuas inversiones.
Conclusiones
La impresión general es que realmente se está produciendo un acercamiento entre China y Japón, aunque con un cierto matiz artificioso, forzado y prefabricado. Se puede organizar un Comité histórico ad hoc, se puede alcanzar la cordialidad diplomática gracias al esfuerzo conjunto de ambos países e incluso se puede crear una sólida relación. Pero para ello se necesita sobre todo la confianza de los dos países, cosa que ni China ni Japón parecen estar dispuestos a proporcionar. Es cierto que China quiere asegurarse la hegemonía en la región, eliminando a sus eventuales adversarios para convertirlos en simples “vecinos”; para ello es necesaria la buena voluntad de Fukuda, porque mientras Japón se mantenga sólidamente unido a Washington en contra de China, las posibilidades de ésta se reducen de manera considerable. Del mismo modo, más allá de un punto de vista económico, es realmente interesante para todas las partes que las relaciones diplomáticas, políticas y económicas aumenten ya que Pekín representa una gran oportunidad para Tokio y para sus empresas nacionales, gracias a su papel relevante en los intercambios internacionales y a sus continuas inversiones.
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Traducido por Diana Quintero Rodríguez
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Equilibri.net - Italy/06/11/2007
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