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Hemos comprendido que los mercados no terminan en nuestro país. Lo refleja el amplio apoyo nacional a los TLC. Pero se ha asumido menos que nosotros mismos sólo podemos vivir hoy como nación asumiéndonos con una óptica global.
Poco tiempo atrás estuvo en nuestro país Parag Saxena, cabeza de una enorme ONG que agrupa a 12 mil empresarios hindúes radicados en 10 países desarrollados. Vino a participar en un seminario de Fundación Chile sobre el rol de las redes de nacionales en el mundo. Esa red de hindúes emigrantes es parte de la fuerza de su país, sus ojos y oídos, en donde se fragua el grueso de las innovaciones tecnológicas del planeta, así como un puente hacia el mundo.
Poco después, pude oír a la canciller de México afirmando que su emigración es parte de la política exterior mexicana. Tiene razón, no sólo por sus remesas de divisas, sino por su rol en la extensión de la cultura mexicana y latina en EE.UU. En tanto, hace pocos días se realizó en Santiago una reunión de la Young Arab Leaders (YAL) buscando integrar la migración árabe en América Latina para trabajar en “un nuevo paradigma para el desarrollo del Mundo Arabe”. En dicha reunión, el representante de Brasil informó cómo contribuyó la comunidad brasileña de origen árabe —10 millones de brasileños— a triplicar en 5 años las exportaciones de ese país a sus naciones originarias.
En contraste, aún es opinión extendida en Chile que profesional emigrado es profesional perdido, que empresario invirtiendo fuera es un desperdicio, que las emigraciones no serían tan chilenas como quienes vivimos dentro de nuestro territorio, a juzgar por la resistencia a reconocerles derecho a voto. Esas concepciones son miopes.
Ojalá haya muchos chilenos competentes y conectados en lugares claves del mundo, porque serán parte privilegiada de las redes planetarias de Chile. No son una pérdida sino canal de iniciativas y oportunidades. Desde hace tres años, por ejemplo, existe la red «Chile Global», con compatriotas exitosos en el exterior en el ámbito de la empresa, de las ciencias y de la tecnología. Son aún pocos, pero su impulso ha creado empresas de punta en Chile, canaliza pasantías temporales de universitarios chilenos en sus empresas en EE.UU., viabiliza investigaciones en red sobre biotecnología para frutas y vinos con centros tecnológicos de países desarrollados. No hay sólo razones políticas y éticas que justifican la preocupación por los chilenos en el exterior. Son valiosos para el país. Eso es mucho más que su derecho a voto. Más aún, quizás existan quienes no quieren votar por sentir que su interés político está más ligado al país en que residen; pero no reniegan sus pertenencias y así sus aportes, el de sus familias y sus relaciones, son parte del conocimiento y la inteligencia global de Chile, superando con creces lo electoral. Tenemos comunidades numerosas y de alto nivel educacional en muchos países claves, como EE.UU., Canadá, Suecia, España, etc., que significan una presencia nacional potente en ellos, de múltiples conexiones.
En India hay seis religiones importantes, 13 idiomas oficialmente reconocidos y más de 1.700 dialectos. Sin embargo, han sido capaces de crear una eficaz red global. En proporción a la población de cada uno, tenemos más connacionales en el exterior que India: ellos un 2% (20 millones), nosotros alrededor de un 5% (800 mil chilenos). Si esa nación culturalmente tan diversa es capaz de aglutinarse, ¿cómo no podríamos hacerlo los chilenos, que compartimos un mismo idioma —el segundo más importante de EE.UU. y el tercero del mundo en número de hablantes, después del inglés y el mandarín— así como muchos otros contenidos culturales? Miremos aún más allá, a los 350 millones de hispanohablantes cuya cultura gravita fuertemente en EE.UU.
La emigración es fuente de oportunidades para un país de gente sabia. No sigamos viendo a esos chilenos del mundo con el ensimismamiento del cálculo político menor. Son una riqueza para su país, si asumimos la responsabilidad de crear lazos sólidos y permanentes con ellos.
Poco tiempo atrás estuvo en nuestro país Parag Saxena, cabeza de una enorme ONG que agrupa a 12 mil empresarios hindúes radicados en 10 países desarrollados. Vino a participar en un seminario de Fundación Chile sobre el rol de las redes de nacionales en el mundo. Esa red de hindúes emigrantes es parte de la fuerza de su país, sus ojos y oídos, en donde se fragua el grueso de las innovaciones tecnológicas del planeta, así como un puente hacia el mundo.
Poco después, pude oír a la canciller de México afirmando que su emigración es parte de la política exterior mexicana. Tiene razón, no sólo por sus remesas de divisas, sino por su rol en la extensión de la cultura mexicana y latina en EE.UU. En tanto, hace pocos días se realizó en Santiago una reunión de la Young Arab Leaders (YAL) buscando integrar la migración árabe en América Latina para trabajar en “un nuevo paradigma para el desarrollo del Mundo Arabe”. En dicha reunión, el representante de Brasil informó cómo contribuyó la comunidad brasileña de origen árabe —10 millones de brasileños— a triplicar en 5 años las exportaciones de ese país a sus naciones originarias.
En contraste, aún es opinión extendida en Chile que profesional emigrado es profesional perdido, que empresario invirtiendo fuera es un desperdicio, que las emigraciones no serían tan chilenas como quienes vivimos dentro de nuestro territorio, a juzgar por la resistencia a reconocerles derecho a voto. Esas concepciones son miopes.
Ojalá haya muchos chilenos competentes y conectados en lugares claves del mundo, porque serán parte privilegiada de las redes planetarias de Chile. No son una pérdida sino canal de iniciativas y oportunidades. Desde hace tres años, por ejemplo, existe la red «Chile Global», con compatriotas exitosos en el exterior en el ámbito de la empresa, de las ciencias y de la tecnología. Son aún pocos, pero su impulso ha creado empresas de punta en Chile, canaliza pasantías temporales de universitarios chilenos en sus empresas en EE.UU., viabiliza investigaciones en red sobre biotecnología para frutas y vinos con centros tecnológicos de países desarrollados. No hay sólo razones políticas y éticas que justifican la preocupación por los chilenos en el exterior. Son valiosos para el país. Eso es mucho más que su derecho a voto. Más aún, quizás existan quienes no quieren votar por sentir que su interés político está más ligado al país en que residen; pero no reniegan sus pertenencias y así sus aportes, el de sus familias y sus relaciones, son parte del conocimiento y la inteligencia global de Chile, superando con creces lo electoral. Tenemos comunidades numerosas y de alto nivel educacional en muchos países claves, como EE.UU., Canadá, Suecia, España, etc., que significan una presencia nacional potente en ellos, de múltiples conexiones.
En India hay seis religiones importantes, 13 idiomas oficialmente reconocidos y más de 1.700 dialectos. Sin embargo, han sido capaces de crear una eficaz red global. En proporción a la población de cada uno, tenemos más connacionales en el exterior que India: ellos un 2% (20 millones), nosotros alrededor de un 5% (800 mil chilenos). Si esa nación culturalmente tan diversa es capaz de aglutinarse, ¿cómo no podríamos hacerlo los chilenos, que compartimos un mismo idioma —el segundo más importante de EE.UU. y el tercero del mundo en número de hablantes, después del inglés y el mandarín— así como muchos otros contenidos culturales? Miremos aún más allá, a los 350 millones de hispanohablantes cuya cultura gravita fuertemente en EE.UU.
La emigración es fuente de oportunidades para un país de gente sabia. No sigamos viendo a esos chilenos del mundo con el ensimismamiento del cálculo político menor. Son una riqueza para su país, si asumimos la responsabilidad de crear lazos sólidos y permanentes con ellos.
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La Segunda - Chile/06/11/2007
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