22/11/07

¿Qué nos hace caer una y otra vez en la trampa que nos pone el sindicalismo?

x Eutsi.org
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Toda la experiencia de Naval Gijón, y en general de toda lucha proletaria contra los despidos y cierres, nos muestra el nivel que puede alcanzar la alienación. Las consignas «astilleros solución», «defensa del trabajo», «defensa de la viabilidad de la empresa», «defensa de la industria»… son las formas en que se concretan nuestras debilidades
¿Cuáles son las razones que hacen caer una y otra vez a nuestra clase en la trampa que nos pone el sindicalismo?

Hay dos aspectos indisolublemente unidos que son fundamentales. Primero, la potencia de la ideología dominante que se infiltra hasta la médula en los conflictos manifestándose como conciencia enajenada; segundo, la incapacidad/ debilidad de las minorías revolucionarias que desarrolla nuestra clase, así como la comunidad de lucha contra el capital en general, de impulsar la ruptura revolucionaria.

«La ideología dominante es la de la clase dominante», decía Marx. En cada conflicto, en cada batalla de clase, lo comprobamos. A pesar de que el proletariado manifieste en actos sus intereses de clase y luche por ellos, existen un conjunto de mediaciones que se le presentan como necesarias y que terminan por transformar esa lucha en lo contrario: la defensa de la economía, de la empresa, del trabajo. Es cierto que siempre se deben diferenciar en todo enfrentamiento de clases las banderas y consignas que flotan sobre el movimiento, de la lucha y práctica real que se despliega, pero hay que comprender que estas banderas implican una debilidad casi siempre mortal.

Así, a los explotados se les presenta como natural el hecho de no poder disponer de los medios de vida que necesitan, y algo tan natural como apoderarse de estos para satisfacer sus necesidades como seres humanos, se ve antinatura. En la separación brutal entre los medios de vida y el ser humano, en esta separación bestial y sanguinaria, se aprecia algo natural. Esta naturalización de la apropiación mercantil es el producto de siglos de explotación y la transmisión, de generación a generación, de la ideología de la propiedad privada.

Con la misma naturalidad social con la que se asimila esta separación, el dinero se acepta como mediación indispensable; es decir, de la misma manera que se presenta natural al ser humano no poder utilizar los medios de vida de los que tiene necesidad, producidos por él y al alcance de sus manos, se considera natural que para disfrutar de ellos sea necesario disponer de dinero para comprarlos. La mistificación es total. En la medida en que el dinero parece indispensable para obtener los medios de vida, aparece entonces como el símbolo de todos los objetos de la vida, y de la propia vida.

Sin embargo la cuestión no se acaba aquí ya que, si el dinero representa para el proletario una mediación necesaria, éste no lo posee. Y cualquier explotado sabe que, para obtenerlo, no tiene otro remedio que ir a trabajar (sin tener en cuenta el ataque general o particular a la propiedad privada). Esto implica el hecho de estar dispuesto a vender su mercancía fuerza de trabajo constantemente (por otra parte cientos de millones de explotados no encuentran compradores). No sólo considera natural no apropiarse de lo que tiene necesidad y es su propia creación, no sólo considera el dinero naturalmente necesario, sino que ahora hasta su trabajo, la tortura, que lo separa de su actividad humana, aparece como algo indispensable, inherente a la realización de su vida.

La enajenación de su vida, la venta de sí mismo y de su humanidad, pasa a ser a partir de entonces desde el punto de vista de la conciencia enajenada un acto de libertad, de libertad de vender su fuerza de trabajo. Los sindicalistas no hacen otra cosa que concretar en bonitas consignas esta conciencia alienada: «defendamos el trabajo», «defendamos la economía»…

Pero en muchos casos, la conciencia enajenada va aún más lejos. Para vivir, es necesario consumir; para consumir, es necesario poder comprar; para poder comprar, es necesario disponer de dinero; para disponer de dinero, es necesario trabajar; para trabajar, es necesario competir con otros obreros, entrevistarse con un patrón... pero la continuidad del trabajo depende de la rentabilidad de la empresa, del buen funcionamiento de la economía nacional, de ser un buen trabajador, ser competitivo...

Por ello a todas sus mediaciones se añaden otras que terminan por hacer del esclavo asalariado el más servil partidario, no solamente de la esclavitud en general («¡viva el trabajo!», «¡defendámoslo y que no nos falte!») y por lo tanto, de los intereses históricos de la burguesía (la perpetuación del sistema de esclavitud asalariada), sino también de los intereses inmediatos de su enemigo directo, su patrón, la fracción del Capital que lo explota: «defendamos la rentabilidad de la empresa», «cuidemos el equipo», «no nos pasemos, no vaya ser que la empresa cierre», «sacrifiquémonos por la empresa y por la economía», «seamos responsables», «seamos más competitivos». Siglos y siglos de desarrollo de alienación hacen de cada una de estas mediaciones algo tan natural como el encuentro del espermatozoide y el óvulo que permite la reproducción del ser humano, implicando la existencia de hombres y mujeres.

Ideología reproducida para nuestra propia alienación

Toda la experiencia de Naval Gijón, y en general de toda lucha proletaria contra los despidos y cierres, nos muestra el nivel que puede alcanzar la alienación. Las consignas «astilleros solución», «defensa del trabajo», «defensa de la viabilidad de la empresa», «defensa de la industria»… son las formas en que se concretan todas estas debilidades y que acaban dirigiendo la lucha hacia la defensa de las empresas, de las condiciones de explotación, de la economía, del capitalismo. ¡¡¡Reproducimos la ideología para nuestra propia dominación y explotación!!!

Cuando el sindicalismo consigue, potenciando estas debilidades, asentarlas, reafirmarlas y apoyarse en ellas para dirigir todo movimiento de la lucha, no queda nada de la confrontación de clases, sólo queda una puja entre compradores y vendedores de mercancía (de fuerza de trabajo), entre proyectos y gestiones capitalistas (más o menos subvenciones, propuestas de inversiones diferentes, cierre o medidas de competitividad, recolocaciones, prejubilaciones…), y todo esto muy a pesar de que sigan existiendo acciones más o menos «radicales».

En cuanto a las minorías revolucionarias que participaron en las luchas en torno a Naval Gijón, se constató su incapacidad de impulsar la lucha, para asumir sus intereses reales y llevarla a la ruptura con el sindicalismo y todas sus consecuencias. Aunque desarrollaron prácticas para revertir el proceso de canalización de las luchas (acciones, volantes, consignas…), a pesar de que se pusieron sobre el tapete las necesidades e intereses de nuestra clase, no se consiguió articular y coordinar esas prácticas desde la comunidad de lucha contra el capital. No fue posible reagrupar esa comunidad de lucha formada por numerosos proletarios combativos, que independientemente de su ideología (léase falsa conciencia) luchan de forma intransigente por nuestros intereses de clase sin ningún miramiento hacia la economía ni la legalidad. No fue posible romper el aislamiento y favorecer la constitución en fuerza autónoma, en clase revolucionaria, de toda esa comunidad.

El aislamiento, ésta es una de las grandes dificultades que hoy todas las minorías revolucionarias, como en general cualquier proletario, tienen que vencer. La superación de este escollo no pasa, ni mucho menos, por la creación de «plataformas», de «frentes populares», ni por la unidad en base a un programa mínimo de coincidencias ideológicas. Pasa ineludiblemente por la coordinación de la práctica que ya desarrollamos, por su estructuración, su centralización. Sólo así se crea un espacio real, un marco válido para articular una práctica de clase en donde se podrán resolver las grandes debilidades que todos tenemos.
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Capítulo del libro 'Sobre la lucha en Naval Xixon', de Ediciones La Lumbre,
lalumbrexx@yahoo.es
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La Haine/22/11/2007

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