El tamaño no importa
Países como Estados Unidos, Japón, Inglaterra o incluso ahora China utilizan su poder demográfico para defender sus intereses.
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Sobre la cuestión complejísima de la riqueza o de la pobreza de las naciones se han escrito muchos libros, algunos de ellos muy buenos y otros no tanto. Sin embargo el tema que en muy escasas ocasiones se ha abordado en la literatura sobre el bienestar material de las naciones es el tema del tamaño. Y resulta curioso e incluso frustante para el lector interesado en este asunto darse una vuelta por cualquier librería económica o política y no encontrar ningún volumen que trate con detalle el tema de la influencia del tamaño de los países en su desarrollo posterior. Resulta curioso también, teniendo en cuenta que la mayoría de las encrucijadas políticas o militares de nuestro viejo mundo son consecuencia del concepto de nación que nadie hasta ahora ha sabido definir con precisión. En España por ejemplo, la identidad del pueblo y la lengua son utilizadas por los vascos y por los catalanes para definir lo que ellos conciben como una nación distinta a la de la nación española. Pero el ejemplo español no es el único. En la antigua Yugoslavia el idioma no era la única variable para compartimentar el territorio, motivos étnicos y religiosos se añadían a la causa nacional con el fin de expulsar al extranjero. En Córcega, el idioma y un sentimiento de pertenencia a un colectivo distinto al de los franceses, muy arraigado en algunas capas sociales y justificado mediante la Historia – hecho muy común a todos los nacionalismos – también genera aún tensiones con el resto del país. Este último ejemplo resulta muy revelador, puesto que en España, por ejemplo, la transferencia de las competencias de Educación a las comunidades periféricas ha degradado mucho - con claros fines políticos por parte de los nuevos directores de enseñanza- la relación con el resto del país. Sin embargo en la centralizadora Francia, esta transferencia es impensable y ningún gobierno sería capaz de llevarla a cabo. Así que los corsos, a pesar de que se han debido integrar en un país en el que las diferencias regionales se mitigan por motivos históricos y con un objetivo de estabilidad, han mantenido este sentimiento colectivo de pertenecer a una nación distinta.
El problema que me gustaría plantear aquí es si, desde un punto de vista racional, estos países tienen interés en separarse de la nación que actualmente les engloba. La respuesta es tan variada como países en esta situación existen en el mundo. Sin embargo, esta pregunta retoma la cuestión planteada en el inicio de este artículo, en el que se buscaba una influencia del tamaño de un país a su bienestar y progreso porque, en definitiva, lo que queremos todos es que nuestra sanidad funcione correctamente, nuestros hijos puedan ir a una escuela de calidad y nuestros impuestos no se malgasten ni se pierdan por el camino en corrupciones. Partiendo de la premisa de que la necesidad de crear una nueva nación distinta porque sí está, en el hombre racional, más abajo en la escala de prioridades que el vivir correctamente como acabo de definir, ¿cuál es el tamaño crítico de un país? O mejor dicho, ¿a partir de que tamaño se destruye valor?, preguntas muy comunes en el estudio de las empresas y siempre presentes en los consejos de administración, y en consecuencia ¿cuál es el tamaño óptimo?
Este problema se reduce de manera muy sencilla y desde un punto de vista económico, a un problema de capacidad (a partir de qué tamaño mi producción se vuelve más compleja) y a uno de economías de escala (cuáles son los beneficios de producir más). A estas dos variables medibles, se le añade la eterna cuestión de la redistribución de la riqueza. Porque un gran país es como una empresa operando en distintos sectores. La gran empresa tiene tendencia a desprenderse de las actividades que no son rentables y a centrarse en las que sí lo son. Luego desde un punto de vista empresarial podríamos considerar que una subnación rica tiene interés en separarse del resto de la nación, menos acomodada que ella. Sin embargo en esta concepción puramente empresarial de un país no se ha tenido en cuenta factores tan decisivos como la defensa o el poder de decisión y de influencia en un mundo globalizado entre otros. Lógicamente España como país tiene más poder en Europa y por tanto en el mundo, y puede defender mejor sus intereses que Cataluña sola.
Cuando observamos empíricamente si los países grandes tienen mayores probabilidades de éxito, es decir si las economías de escala que generan compensan los problemas de capacidad (dispersión del territorio que dificulta la construcción de nuevas infrastructuras por ejemplo), y cuando tratamos de aislar el tamaño de todas las variables que intervienen en el bienestar de una nación, el resultado es desesperanzador. Países como Estados Unidos, Japón, Inglaterra o incluso ahora China utilizan su poder demográfico para defender sus intereses, países por cierto con densidades de población muy distintas, y esto probablemente redunde en el bienestar del conjunto, o renta por cápita. Sin embargo contraejemplos como el de Pakistán, con sus 80 millones de habitantes, el de Rusia con un país gigantesco pero miserable en su gran mayoría, o el de países llamados pequeños, como Irlanda, Luxemburgo, Suiza o los países escandinavos llaman la atención. Es justo constatar que la mayoría de la población finlandesa o sueca vive mejor que determinadas regiones de Francia por ejemplo que contribuyen positivamente a la balanza fiscal. También es justo indicar que la redistribución de la riqueza es una variable que está presente en casi la mayoría de las actividades económicas y a todas las escalas. Cuando un alcalde construye un nuevo centro comercial, los edificios colindantes se benefician (el centro económico de la ciudad se desplaza). Cuando un país establece relaciones comerciales con otro, determinado núcleos de la población se ven afectados positivamente y otros negativamente, y así podríamos citar una infinidad de ejemplos.
En definitiva, y a modo de conclusión, el tamaño, en el bienestar de los países, no importa. Otros factores mucho más importantes como la educación de sus habitantes, su situación geográfica, su reputación en el mundo (peso cultural y científico por ejemplo), o su organización política y geográfica tienen muchísima más influencia en el destino de una nación.
Sobre la cuestión complejísima de la riqueza o de la pobreza de las naciones se han escrito muchos libros, algunos de ellos muy buenos y otros no tanto. Sin embargo el tema que en muy escasas ocasiones se ha abordado en la literatura sobre el bienestar material de las naciones es el tema del tamaño. Y resulta curioso e incluso frustante para el lector interesado en este asunto darse una vuelta por cualquier librería económica o política y no encontrar ningún volumen que trate con detalle el tema de la influencia del tamaño de los países en su desarrollo posterior. Resulta curioso también, teniendo en cuenta que la mayoría de las encrucijadas políticas o militares de nuestro viejo mundo son consecuencia del concepto de nación que nadie hasta ahora ha sabido definir con precisión. En España por ejemplo, la identidad del pueblo y la lengua son utilizadas por los vascos y por los catalanes para definir lo que ellos conciben como una nación distinta a la de la nación española. Pero el ejemplo español no es el único. En la antigua Yugoslavia el idioma no era la única variable para compartimentar el territorio, motivos étnicos y religiosos se añadían a la causa nacional con el fin de expulsar al extranjero. En Córcega, el idioma y un sentimiento de pertenencia a un colectivo distinto al de los franceses, muy arraigado en algunas capas sociales y justificado mediante la Historia – hecho muy común a todos los nacionalismos – también genera aún tensiones con el resto del país. Este último ejemplo resulta muy revelador, puesto que en España, por ejemplo, la transferencia de las competencias de Educación a las comunidades periféricas ha degradado mucho - con claros fines políticos por parte de los nuevos directores de enseñanza- la relación con el resto del país. Sin embargo en la centralizadora Francia, esta transferencia es impensable y ningún gobierno sería capaz de llevarla a cabo. Así que los corsos, a pesar de que se han debido integrar en un país en el que las diferencias regionales se mitigan por motivos históricos y con un objetivo de estabilidad, han mantenido este sentimiento colectivo de pertenecer a una nación distinta.
El problema que me gustaría plantear aquí es si, desde un punto de vista racional, estos países tienen interés en separarse de la nación que actualmente les engloba. La respuesta es tan variada como países en esta situación existen en el mundo. Sin embargo, esta pregunta retoma la cuestión planteada en el inicio de este artículo, en el que se buscaba una influencia del tamaño de un país a su bienestar y progreso porque, en definitiva, lo que queremos todos es que nuestra sanidad funcione correctamente, nuestros hijos puedan ir a una escuela de calidad y nuestros impuestos no se malgasten ni se pierdan por el camino en corrupciones. Partiendo de la premisa de que la necesidad de crear una nueva nación distinta porque sí está, en el hombre racional, más abajo en la escala de prioridades que el vivir correctamente como acabo de definir, ¿cuál es el tamaño crítico de un país? O mejor dicho, ¿a partir de que tamaño se destruye valor?, preguntas muy comunes en el estudio de las empresas y siempre presentes en los consejos de administración, y en consecuencia ¿cuál es el tamaño óptimo?
Este problema se reduce de manera muy sencilla y desde un punto de vista económico, a un problema de capacidad (a partir de qué tamaño mi producción se vuelve más compleja) y a uno de economías de escala (cuáles son los beneficios de producir más). A estas dos variables medibles, se le añade la eterna cuestión de la redistribución de la riqueza. Porque un gran país es como una empresa operando en distintos sectores. La gran empresa tiene tendencia a desprenderse de las actividades que no son rentables y a centrarse en las que sí lo son. Luego desde un punto de vista empresarial podríamos considerar que una subnación rica tiene interés en separarse del resto de la nación, menos acomodada que ella. Sin embargo en esta concepción puramente empresarial de un país no se ha tenido en cuenta factores tan decisivos como la defensa o el poder de decisión y de influencia en un mundo globalizado entre otros. Lógicamente España como país tiene más poder en Europa y por tanto en el mundo, y puede defender mejor sus intereses que Cataluña sola.
Cuando observamos empíricamente si los países grandes tienen mayores probabilidades de éxito, es decir si las economías de escala que generan compensan los problemas de capacidad (dispersión del territorio que dificulta la construcción de nuevas infrastructuras por ejemplo), y cuando tratamos de aislar el tamaño de todas las variables que intervienen en el bienestar de una nación, el resultado es desesperanzador. Países como Estados Unidos, Japón, Inglaterra o incluso ahora China utilizan su poder demográfico para defender sus intereses, países por cierto con densidades de población muy distintas, y esto probablemente redunde en el bienestar del conjunto, o renta por cápita. Sin embargo contraejemplos como el de Pakistán, con sus 80 millones de habitantes, el de Rusia con un país gigantesco pero miserable en su gran mayoría, o el de países llamados pequeños, como Irlanda, Luxemburgo, Suiza o los países escandinavos llaman la atención. Es justo constatar que la mayoría de la población finlandesa o sueca vive mejor que determinadas regiones de Francia por ejemplo que contribuyen positivamente a la balanza fiscal. También es justo indicar que la redistribución de la riqueza es una variable que está presente en casi la mayoría de las actividades económicas y a todas las escalas. Cuando un alcalde construye un nuevo centro comercial, los edificios colindantes se benefician (el centro económico de la ciudad se desplaza). Cuando un país establece relaciones comerciales con otro, determinado núcleos de la población se ven afectados positivamente y otros negativamente, y así podríamos citar una infinidad de ejemplos.
En definitiva, y a modo de conclusión, el tamaño, en el bienestar de los países, no importa. Otros factores mucho más importantes como la educación de sus habitantes, su situación geográfica, su reputación en el mundo (peso cultural y científico por ejemplo), o su organización política y geográfica tienen muchísima más influencia en el destino de una nación.
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Diario de América - USA/21/01/2008
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