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Por “subprime“ se entienden en EEUU los créditos hipotecarios que nunca deberían haberse concedido. Pues los ingresos de los prestatarios eran y son demasiado bajos para poder servir el crédito a largo plazo, sobre todo si los intereses suben. Sin embargo, los créditos subprime llegaron a alcanzar un volumen cercano al billón trescientos mil dólares. Había mucho dinero que ganar en ese mercado. Así describió Marx el origen de las burbujas especulativas: “Comparecen esos caballeros que trabajan sin reservas de capital, o aun sin capital alguno, dispuestos por eso mismo a operar solamente con dinero a crédito...”.
Los “caballeros” del siglo XIX son hoy los hedge funds y los grandes bancos, así como las sociedades instrumentales (conduits) por ellos creadas con propósitos de especulación inmobiliaria, que irrumpen todos en el mercado hipotecario a la “caza de rentabilidad”.
De las seguridades con orden se ocupaba por de pronto el mecanismo crediticio mismo: mientras los constructores americanos de vivienda tomaban créditos hipotecarios, había demanda bastante en el mercado como para que siguieran aumentando los valores inmobiliarios. La agencias de rating confirmaban eso, a menudo sin una comprobación precisa de los riesgos de desvalorización. Eso ofrecía grandes ventajas para el propietario de vivienda y para la coyuntura económica norteamericana. Obtenían fácilmente nuevos créditos, respaldados por inmuebles cada vez más valorados. Con eso podían pagar gastos crecientes de consumo, lo que venía bien a la clase media estadounidense.
También el extranjero se beneficiaba de eso: las importaciones procedentes de China y Japón, de América Latina y de Alemania llegaron a la cima. Consecuencia: los déficit del balance por cuenta corriente norteamericano rebasaron en 2007 los 800 mil millones de dólares, lo que se reflejaba en elevados excedentes alemanes de exportación. Eso compensaba la baja demanda interna debida al estancamiento de los salarios reales, lo que venía bien a la economía exportadora alemana.
Algunos países –sobre todo, China y Japón— han acumulado entretanto enormes reservas de divisas, con las que ahora se aprestan a comprar empresas en EEUU y en otros sitios y a sacar de apuros a los bancos estadounidenses. El Citygrup, por ejemplo, recibió una ayuda de liquidez china de 14 mil millones de dólares. Lo que despertó en los nacionalistas económicos, como en Alemania el ya muy endeudado Roland Koch, la idea de un plan que debería proteger a la economía alemana frente a los “fondos estatales extranjeros”.
Sea ello como fuere, lo cierto es que el negocio de las hipotecas subprime descarriló en 2007, cuando cayeron los precios inmobiliarios y los créditos nuevos se hicieron más caros. En agosto de 2007, un 16% de los créditos hipotecarios norteamericanos estaban en situación de morosidad. Habrá más en 2008, porque los tipos de interés variable para los créditos hipotecarios de los años 2005 y 2006 tienen que subir. Eso podría llevar al abismo a muchos deudores inmobiliarios, que correrían el peligro de ver embargadas sus casas, lo que haría que los precios inmobiliarios se desplomaran todavía más que en 2007 (un 21%). El patrimonio inmobiliario, estimado en más de 20 billones de dólares (el PIB estadounidense monta unos 13,5 billones) tendría que adelgazar más de cuatro billones de dólares. Una oportunidad para codiciosos del estilo de ”gurú inmobiliario Donald Trump“ (Süddeutsche Zeitung), que se lanzan en masa de cabeza sobre las subastas forzadas.
Por “subprime“ se entienden en EEUU los créditos hipotecarios que nunca deberían haberse concedido. Pues los ingresos de los prestatarios eran y son demasiado bajos para poder servir el crédito a largo plazo, sobre todo si los intereses suben. Sin embargo, los créditos subprime llegaron a alcanzar un volumen cercano al billón trescientos mil dólares. Había mucho dinero que ganar en ese mercado. Así describió Marx el origen de las burbujas especulativas: “Comparecen esos caballeros que trabajan sin reservas de capital, o aun sin capital alguno, dispuestos por eso mismo a operar solamente con dinero a crédito...”.
Los “caballeros” del siglo XIX son hoy los hedge funds y los grandes bancos, así como las sociedades instrumentales (conduits) por ellos creadas con propósitos de especulación inmobiliaria, que irrumpen todos en el mercado hipotecario a la “caza de rentabilidad”.
De las seguridades con orden se ocupaba por de pronto el mecanismo crediticio mismo: mientras los constructores americanos de vivienda tomaban créditos hipotecarios, había demanda bastante en el mercado como para que siguieran aumentando los valores inmobiliarios. La agencias de rating confirmaban eso, a menudo sin una comprobación precisa de los riesgos de desvalorización. Eso ofrecía grandes ventajas para el propietario de vivienda y para la coyuntura económica norteamericana. Obtenían fácilmente nuevos créditos, respaldados por inmuebles cada vez más valorados. Con eso podían pagar gastos crecientes de consumo, lo que venía bien a la clase media estadounidense.
También el extranjero se beneficiaba de eso: las importaciones procedentes de China y Japón, de América Latina y de Alemania llegaron a la cima. Consecuencia: los déficit del balance por cuenta corriente norteamericano rebasaron en 2007 los 800 mil millones de dólares, lo que se reflejaba en elevados excedentes alemanes de exportación. Eso compensaba la baja demanda interna debida al estancamiento de los salarios reales, lo que venía bien a la economía exportadora alemana.
Algunos países –sobre todo, China y Japón— han acumulado entretanto enormes reservas de divisas, con las que ahora se aprestan a comprar empresas en EEUU y en otros sitios y a sacar de apuros a los bancos estadounidenses. El Citygrup, por ejemplo, recibió una ayuda de liquidez china de 14 mil millones de dólares. Lo que despertó en los nacionalistas económicos, como en Alemania el ya muy endeudado Roland Koch, la idea de un plan que debería proteger a la economía alemana frente a los “fondos estatales extranjeros”.
Sea ello como fuere, lo cierto es que el negocio de las hipotecas subprime descarriló en 2007, cuando cayeron los precios inmobiliarios y los créditos nuevos se hicieron más caros. En agosto de 2007, un 16% de los créditos hipotecarios norteamericanos estaban en situación de morosidad. Habrá más en 2008, porque los tipos de interés variable para los créditos hipotecarios de los años 2005 y 2006 tienen que subir. Eso podría llevar al abismo a muchos deudores inmobiliarios, que correrían el peligro de ver embargadas sus casas, lo que haría que los precios inmobiliarios se desplomaran todavía más que en 2007 (un 21%). El patrimonio inmobiliario, estimado en más de 20 billones de dólares (el PIB estadounidense monta unos 13,5 billones) tendría que adelgazar más de cuatro billones de dólares. Una oportunidad para codiciosos del estilo de ”gurú inmobiliario Donald Trump“ (Süddeutsche Zeitung), que se lanzan en masa de cabeza sobre las subastas forzadas.
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Juego de bolsa de los bancócratas
En estas circunstancias, los bancos no pueden dejar de computar pérdidas de decenas de millardos, lo que les fuerza reflejar en sus libros de cuentas los riesgos hasta ahora eludidos de la salvaje caza de rentabilidades e hipotecas subprime. Ben Bernanke, jefe del Banco central norteamericano, advirtió de eso repetidamente, mientras el gobierno Bush trataba de evitar lo peor con una frenada de los tipos.
El modelo de negocios CEV ha dejado de funcionar: la “C” de créditos creados, la “E” de empaquetados y la “V” de vendidos. Antes –así fantasea Bernanke sobre los viejos buenos tiempos—, los bancos hipotecarios inscribían los préstamos en sus libros de balance. Hoy, en cambio, lo que han hecho es juntar créditos hipotecarios de los más diversos grados de calidad y seguridad, expidiendo entonces “papeles estructurados” (“vehículos” empaquetados), cuya calidad venía certificada por las agencias de rating –el ITV de los vehículos especulativos—. Quien ha adquirido y empaquetado demasiado, como en Alemania IKB y el Banco regional de Sajonia, está ahora en riesgo de sucumbir ante un “Tsunami de pagos fallidos” (Instituto Alemán de Economía).
Esto no es ya un “juego de bolsa de bancócratas“ (Marx); es un alud expropiador que resuena en todo el valle. De lo que se trata ahora fundamentalmente para los bancos y los fondos es de deshacerse de las pérdidas y socializarlas. Los métodos para librarse de las pérdidas son desde luego numerosos, tienen desde el comienzo alcance planetario y van mucho más allá del sector financiero; tocan a la economía y a la sociedad reales.
Por eso el Foro Económico Mundial (FEM) que habrá de celebrarse en Davos el próximo 23 de enero ha puesto en el primer plano de su agenda la “inseguridad económica” que en el mundo globalizado se deriva de la “fusión del núcleo” del mercado estadounidense de hipotecas de alto riesgo. Mucho que ofrecer no tiene, por supuesto, el FEM, salvo una serie de preguntas que los observadores críticos de la globalización hace muchos años que vienen planteando y que en parte han respondido ya.
La “cuestión abierta“ en el catálogo de Davos sobre el papel de los bancos centrales en “mercados con muchos actores no regulados de mercado” la han contestado ya los grandes bancos centrales. Luego de que, uno tras otro, los institutos financieros privados cerraran la espita de los créditos, saltaron al ruedo tanto el Banco Central estadounidense como el europeo, inyectando liquidez en el sistema. El Banco Central europeo soltó el pasado 19 de diciembre de 2007 348,6 mil millones de euros: lenitivo del stress, no remedio de la causa de la crisis.
Porque el colapso subprime no es una crisis de liquidez, sino una crisis bancaria. Muchos bancos no tienen el menor problema de caja, y sin embargo, no están dispuestos a soltar dinero. Desconfían unos de otros, porque no saben qué riesgos andan agazapados en los libros de contabilidad. De aquí que incluso empresas que nada tienen que ver con el sector inmobiliario tengan dificultades crediticias: la crisis bancaria golpea, a través del sistema crediticio, a la economía real.
En EEUU, las pérdidas conjuntas de propietarios inmobiliarios y bancos podrían llevar a una caída del consumo cercana a los 200 mil millones de dólares. Una caída de la demanda que empiezan a notar los exportadores asiáticos, pero también europeos.
Juego de bolsa de los bancócratas
En estas circunstancias, los bancos no pueden dejar de computar pérdidas de decenas de millardos, lo que les fuerza reflejar en sus libros de cuentas los riesgos hasta ahora eludidos de la salvaje caza de rentabilidades e hipotecas subprime. Ben Bernanke, jefe del Banco central norteamericano, advirtió de eso repetidamente, mientras el gobierno Bush trataba de evitar lo peor con una frenada de los tipos.
El modelo de negocios CEV ha dejado de funcionar: la “C” de créditos creados, la “E” de empaquetados y la “V” de vendidos. Antes –así fantasea Bernanke sobre los viejos buenos tiempos—, los bancos hipotecarios inscribían los préstamos en sus libros de balance. Hoy, en cambio, lo que han hecho es juntar créditos hipotecarios de los más diversos grados de calidad y seguridad, expidiendo entonces “papeles estructurados” (“vehículos” empaquetados), cuya calidad venía certificada por las agencias de rating –el ITV de los vehículos especulativos—. Quien ha adquirido y empaquetado demasiado, como en Alemania IKB y el Banco regional de Sajonia, está ahora en riesgo de sucumbir ante un “Tsunami de pagos fallidos” (Instituto Alemán de Economía).
Esto no es ya un “juego de bolsa de bancócratas“ (Marx); es un alud expropiador que resuena en todo el valle. De lo que se trata ahora fundamentalmente para los bancos y los fondos es de deshacerse de las pérdidas y socializarlas. Los métodos para librarse de las pérdidas son desde luego numerosos, tienen desde el comienzo alcance planetario y van mucho más allá del sector financiero; tocan a la economía y a la sociedad reales.
Por eso el Foro Económico Mundial (FEM) que habrá de celebrarse en Davos el próximo 23 de enero ha puesto en el primer plano de su agenda la “inseguridad económica” que en el mundo globalizado se deriva de la “fusión del núcleo” del mercado estadounidense de hipotecas de alto riesgo. Mucho que ofrecer no tiene, por supuesto, el FEM, salvo una serie de preguntas que los observadores críticos de la globalización hace muchos años que vienen planteando y que en parte han respondido ya.
La “cuestión abierta“ en el catálogo de Davos sobre el papel de los bancos centrales en “mercados con muchos actores no regulados de mercado” la han contestado ya los grandes bancos centrales. Luego de que, uno tras otro, los institutos financieros privados cerraran la espita de los créditos, saltaron al ruedo tanto el Banco Central estadounidense como el europeo, inyectando liquidez en el sistema. El Banco Central europeo soltó el pasado 19 de diciembre de 2007 348,6 mil millones de euros: lenitivo del stress, no remedio de la causa de la crisis.
Porque el colapso subprime no es una crisis de liquidez, sino una crisis bancaria. Muchos bancos no tienen el menor problema de caja, y sin embargo, no están dispuestos a soltar dinero. Desconfían unos de otros, porque no saben qué riesgos andan agazapados en los libros de contabilidad. De aquí que incluso empresas que nada tienen que ver con el sector inmobiliario tengan dificultades crediticias: la crisis bancaria golpea, a través del sistema crediticio, a la economía real.
En EEUU, las pérdidas conjuntas de propietarios inmobiliarios y bancos podrían llevar a una caída del consumo cercana a los 200 mil millones de dólares. Una caída de la demanda que empiezan a notar los exportadores asiáticos, pero también europeos.
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El BCE, entre tronco y corteza
Mientras el Banco Central norteamericano, de consuno con el gobierno Bush, seguía una política de bajada de los tipos de interés, el BCE mantiene los tipos altos. Ese desfase acelera la devaluación del dólar frente al euro y otras monedas, de manera que EEUU incrementa sus exportaciones y limita sus importaciones, porque son más caras. A no ser que los exportadores de otros países mantengan el dólar estable bajando costes y reduciendo los márgenes de beneficio (o que empiecen a lanzar su moneda por el despeñadero del dólar, en una carrera devaluadora de consecuencias desastrosas).
El BCE opera en eso entre tronco y corteza. Los tipos bajos y mucha liquidez estabilizan a corto plazo al sistema financiero. Por eso ha dado el BCE antes de Navidad de 2007 la mencionada inyección de liquidez de 350 mil millones de euros. El capital lo agradeció con una subida de bolsa, a pesar de la crisis subprime en ciernes, del elevado precio del petróleo y del oro y de las deterioradas expectativas exportadoras hacia EEUU. Los tipos, huelga decirlo, no fueron aumentados, aun si la inyección de liquidez ha estimulado la inflación que el BCE dice combatir. La estabilidad de precios es importante, pero la estabilidad del sistema bancario es más importante. El BCE se reserva más bien el alza de los tipos para el caso en que los incrementos de los precios energéticos y alimentarios pudieran inducir a acuerdos salariales al alza. Eso es lo que quiere impedir como sea en las negociaciones colectivas en Alemania el jefe del BCE, Jean-Claude Trichet. La estabilidad del sistema financiero –es decir, de las rentabilidades de los actores financieros— tiene primacía sobre la estabilidad de los ingresos de las masas. En las negociaciones salariales, los sindicatos no sólo se las verán con los empresarios y con una opinión pública dócil a la propaganda de mundo económico, sino también con los duros reveses que el BCE prepara a los asalariados.
En otras palabras: la crisis subprime ha irrumpido ya en nuestras negociaciones salariales. Y todavía hay quien dice que la globalización es sobre todo ideología y nada tiene que ver con la realidad.
El BCE, entre tronco y corteza
Mientras el Banco Central norteamericano, de consuno con el gobierno Bush, seguía una política de bajada de los tipos de interés, el BCE mantiene los tipos altos. Ese desfase acelera la devaluación del dólar frente al euro y otras monedas, de manera que EEUU incrementa sus exportaciones y limita sus importaciones, porque son más caras. A no ser que los exportadores de otros países mantengan el dólar estable bajando costes y reduciendo los márgenes de beneficio (o que empiecen a lanzar su moneda por el despeñadero del dólar, en una carrera devaluadora de consecuencias desastrosas).
El BCE opera en eso entre tronco y corteza. Los tipos bajos y mucha liquidez estabilizan a corto plazo al sistema financiero. Por eso ha dado el BCE antes de Navidad de 2007 la mencionada inyección de liquidez de 350 mil millones de euros. El capital lo agradeció con una subida de bolsa, a pesar de la crisis subprime en ciernes, del elevado precio del petróleo y del oro y de las deterioradas expectativas exportadoras hacia EEUU. Los tipos, huelga decirlo, no fueron aumentados, aun si la inyección de liquidez ha estimulado la inflación que el BCE dice combatir. La estabilidad de precios es importante, pero la estabilidad del sistema bancario es más importante. El BCE se reserva más bien el alza de los tipos para el caso en que los incrementos de los precios energéticos y alimentarios pudieran inducir a acuerdos salariales al alza. Eso es lo que quiere impedir como sea en las negociaciones colectivas en Alemania el jefe del BCE, Jean-Claude Trichet. La estabilidad del sistema financiero –es decir, de las rentabilidades de los actores financieros— tiene primacía sobre la estabilidad de los ingresos de las masas. En las negociaciones salariales, los sindicatos no sólo se las verán con los empresarios y con una opinión pública dócil a la propaganda de mundo económico, sino también con los duros reveses que el BCE prepara a los asalariados.
En otras palabras: la crisis subprime ha irrumpido ya en nuestras negociaciones salariales. Y todavía hay quien dice que la globalización es sobre todo ideología y nada tiene que ver con la realidad.
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* Elmar Altvater, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesor emérito de Ciencia Política en el Instituto Otto-Suhr de la Universidad Libre de Berlín. Perteneció entre 1999 y 2002 a la Comisión de Investigación sobre Globalización de la Economía Mundial del Parlamento federal alemán (Bundestag) y es miembro del Consejo Científico de attac.
* Elmar Altvater, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesor emérito de Ciencia Política en el Instituto Otto-Suhr de la Universidad Libre de Berlín. Perteneció entre 1999 y 2002 a la Comisión de Investigación sobre Globalización de la Economía Mundial del Parlamento federal alemán (Bundestag) y es miembro del Consejo Científico de attac.
Su último libro traducido al castellano: E. Altvater y B. Mahnkopf, Las Limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo XXI editores, México, D.F., 2002.
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Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
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