Lucía Luna
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MÉXICO/D.F. - Al caer asesinada el pasado 27 de diciembre en Rawalpindi, Benazir Bhutto no sólo dejó tres hijos adolescentes huérfanos, sino en la orfandad política a todo un país. Ese es el costo para una sociedad cuya única veta democrática fue construida sobre la base de una dinastía familiar que ha generado las ventajas y desventajas que se derivan del ejercicio prolongado del poder.Desde su nacimiento a la vida independiente, Paquistán ha vivido una agitada alternancia de gobiernos militares y civiles, sin que su sistema político logre estabilizarse. La violencia, la corrupción, el militarismo, el doble juego y, más recientemente, el terrorismo y el fanatismo religioso han impedido que se asiente en ese país asiático una cultura democrática, por lo menos, en términos occidentales. La familia Bhutto no ha sido ajena a estos vaivenes:Shanawaz, el abuelo, fue dirigente de la Liga Islámica, que ayudó a Paquistán a alcanzar su independencia, no así a crear un régimen estable ni a solventar sus conflictos limítrofes con la India, lo que derivó en tres guerras entre ambos países y un régimen militar de quince años.Fue su hijo, Zulfíkar Alí Bhutto, fundador del Partido Popular de Paquistán (PPP), quien a la cabeza del único movimiento social masivo que aglutinó a estudiantes, obreros y campesinos, luchó para derrocar, hasta finales de los años sesenta, a Yahya Khan, el primer dictador militar. Elegido en comicios abiertos, fiel a su plataforma electoral Alí Bhutto hizo una redistribución de tierra entre el campesinado, nacionalizó las industrias de bienes básicos y garantizó a los obreros estabilidad laboral. Acorde con los vientos que soplaban en la región, se distanció además de la Comunidad Británica y se acercó a los países árabes islámicos, al tiempo que promovía las causas del Tercer Mundo y buscaba su incorporación al Movimiento de Países No Alineados.Nada de esto agradó a Washington, pero lo que realmente lo molestó, fue el anuncio de que Paquistán abandonaría el pacto militar que ambos integraban junto con Irán y Turquía, además de un ambicioso acuerdo atómico firmado con Francia. No pasó mucho tiempo para que una ola de agitación en los sectores religiosos y militares duros abriera el paso, en 1977, a un golpe militar. Alí Bhutto siempre denunció que fue orquestado por la CIA.Su sucesor, el general Zia Ul Haq, trató de cubrir el expediente ofreciendo nuevos comicios; pero ante la evidencia de que el PPP recuperaría fácilmente el poder, los fue posponiendo. Luego optó por deshacerse definitivamente de Alí Bhutto, condenándolo a la horca por el supuesto asesinato de un líder opositor. Sobra decir que Zia dio marcha atrás a todas las políticas sociales de su antecesor e hizo todo lo necesario para desarticular al movimiento popular. A nivel externo, paradójicamente, mantuvo las políticas que irritaron al gobierno estadunidense: se desvinculó del pacto militar regional y se sumó a los No Alineados, además de mantener el proyecto nuclear. Pero, a cambio, el general golpista dio otros servicios a Washington.Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán, Paquistán “prestó” su territorio para el entrenamiento de los mujaidines patrocinados por la CIA, entre los que, como hoy se sabe, estaba Osama Bin Laden. Esta coyuntura, combinada con la revolución chiita en el vecino Irán, selló la radicalización religiosa en suelo paquistaní. Fue la época, también, en que más de tres mil millones de dólares en armamento fluyeron desde Washington para reforzar a Islamabad; sin duda, una combinación peligrosa.En ese decenio también se definió la continuidad de la dinastía Bhutto. Primero Nusrat, la esposa de Zulfíkar y legisladora por el PPP tomó las riendas del partido; pero después Benazir, su hija mayor y predilecta, más carismática y aguerrida que su madre, se hizo del liderazgo de éste. Y fue ella la que, once años después, a través de las urnas, logró desplazar del poder al verdugo de su padre.Dos veces Benazir Bhutto fue elegida como primera ministra (1988 y 1993) y dos veces destituida (1990 y 1996) por cargos similares de corrupción, nepotismo y abuso de poder, que ella siempre aseveró eran fabricaciones de sus opositores. La tercera vez ya no llegó. Vuelta a Pakistán después de nueve años de autoexilio, se libró de un primer atentado, pero no de un segundo, en el que sus asesinos se aseguraron de rematarla con balas. Primera mujer en llegar por vía electoral al máximo cargo gubernamental en un país islámico, polémica por antonomasia, tantos tenían motivos para amarla como para odiarla. Hija de madre chiita y padre sunita, educada lo mismo en la tradición oriental que occidental, rodeada de lujos, pero de vocación socialista como su padre; brillante, hermosa y distinguida, Benazir captó a sus 34 años los reflectores del mundo, cautivando a Occidente y despertando en su pueblo las esperanzas de un nuevo horizonte. Pero éste no llegó.Ya sea por defenderse de sus enemigos, por pragmatismo o por convicción propia, sin abandonar nunca el discurso en pro de la democracia y los valores universales, Benazir fue transformándose en una autócrata poco respetuosa de los derechos ajenos. Su vocación socialista también fue mermando en aras de las exigencias de la economía de mercado y su distancia con Estados Unidos, el país que ayudó a derrocar a su padre, se achicó con el argumento de que se trataba de “otros tiempos”. Esto minó considerablemente la base social del PPP, creó movimientos disidentes y generó fisuras al interior del propio clan Bhutto. La madre de Benazir nunca volvió a aparecer en política y sus dos hermanos se quedaron en el camino. Shanawaz, el menor, quien creó un partido de oposición en Francia, murió ahí en 1980, en circunstancias no aclaradas; y Murtaza, el mayor, cayó en una balacera con policías en Karachi, cuando su hermana ya era primera ministra. Ghinwa, la esposa de éste, y su hija Fátima siempre responsabilizaron a Benazir de esta muerte.Pese a ello, en la actual coyuntura tanto Washington como buena parte de la sociedad paquistaní volvieron a ver en Benazir la única posibilidad de restablecer el equilibrio en un país que se debate entre un militarismo inepto, o cómplice, y un radicalismo religioso que se traduce en violencia interna y terrorismo externo. Ninguno de estos dos bandos tendría por qué desear su regreso. La gran interrogante es ¿por qué ella se prestó a esta maniobra política, a sabiendas de que se jugaba la vida en ella?En términos objetivos, en las jerárquicas sociedades de Asia donde la democracia no ha logrado arraigarse, las figuras destacadas, sus familiares y colaboradores, han creado grupos de poder o dinastías que suplen las estructuras de partido. Y la gente, más que por una plataforma, vota por un nombre o un símbolo. Esto llega a tal grado, que paradójicamente en esta región donde la mujer todavía se encuentra relegada por tradición, cinco, además de Benazir, han llegado al máximo cargo gubernamental en aras de su apellido.En 1960, Sirimavo Bandaranaike sustituyó en la primera magistratura de Sri Lanka a su marido, asesinado por los separatistas tamiles. Sin ninguna experiencia política previa, gobernó dos veces, ambas elegida abrumadoramente por vía electoral, y se demostró como una mujer hábil y hasta de mano dura: rompió los últimos lazos coloniales con Gran Bretaña y proclamó la República; controló los focos de insurrección y nacionalizó las plantaciones de té, principal producto de exportación del país. Sus excesos represivos, la corrupción y el nepotismo acabaron por arrojarla del poder en 1977.Más recientemente en Indonesia, Megawati Sukarnoputri volvió al cargo que ocupó su padre 35 años antes. Tan pronto como el régimen militar que lo derrocó abrió un espacio político (1986), los seguidores de Sukarno fundaron un nuevo partido y convencieron a su hija, que había llevado una discreta vida doméstica, de que buscara una legislatura. La consiguió y seis años después se convirtió en dirigente del partido. Caído Suharto en 1999, Megawati ganó las elecciones; impugnada sin embargo por el conservadurismo religioso, cedió su puesto a un renombrado clérigo y se quedó con la vicepresidencia. Tres años después asumió como presidenta, cargo que desempeñó con poco brillo y que la llevó a perder la reelección.En funciones todavía como presidenta en Filipinas está Gloria Macapagal Arroyo, hija de Diosdado Macapagal, quien fuera diputado, vicepresidente y presidente del mismo país en los decenios de 1950 y 1960. Decidido anticomunista y partidario de la colaboración con Estados Unidos, su hija, economista formada en la Universidad de Georgetown, en Washington, ha seguido sus mismos pasos. Y no hay que olvidar tampoco a Corazón Aquino, quien sustitituyó a su marido Benigno, asesinado a su retorno a Manila, en el movimiento para sacar a Ferdinand Marcos del poder y a quien, luego, ella reemplazó en la presidencia.Pero, sin duda, la saga que más se parece a la de los Bhutto, es la de los Gandhi, en la India. Después de fungir como primera dama durante los últimos años del gobierno de su padre (1947-1966), el respetado Jawaharlal Nehru, Indira Gandhi pasó a encabezar el Partido del Congreso y con él gobernó un total de 15 años, hasta que en 1984 fue asesinada por uno de sus propios guardaespaldas, de la minoría sij, a la que ella había reprimido en forma inclemente.Hábil política, pero dura y ambiciosa, Indira sufrió otros atentados previos y fue acusada de nepotismo y abuso de poder, lo que inclusive la llevó a la cárcel. Preparó a su hijo menor, Sanjay, para la política, pero al morir éste en un accidente aéreo, jaló al mayor, Rajiv, para que la sucediera. Esto ocurrió cuando ella murió, pero él también cayó abatido siete años después, por militantes tamiles, en plena campaña para su reelección.Durante más de diez años el apellido Gandhi desapareció del primer plano político. Sin embargo su peso sigue siendo tan grande, que en 2004 Sonia, la viuda de origen italiano de Rajiv, fue solicitada por el Partido del Congreso para que volviera a llevarlo al triunfo, lo que efectivamente logró. Convencida por sus hijos Rahul y Priyanka de que fundamentalistas hindúes la matarían igual que a su padre, delegó empero la magistratura en un político indio de nacimiento.Sin duda, lo mismo se buscó con el regreso de Benazir a Paquistán. Sin embargo, ella no representaba a nadie más que a sí misma y, por lo tanto, tampoco iba a hacerse a un lado en el casi seguro caso de ganar. De eso se encargaron antes quienes la mataron. Y no hay quien la sustituya. Su hijo Bilawal es demasiado joven e inexperto, y su marido goza de una mala reputación. Tal vez sería el momento de que el PPP dejara de descansar en una sola familia y se convirtiera en un verdadero partido.
MÉXICO/D.F. - Al caer asesinada el pasado 27 de diciembre en Rawalpindi, Benazir Bhutto no sólo dejó tres hijos adolescentes huérfanos, sino en la orfandad política a todo un país. Ese es el costo para una sociedad cuya única veta democrática fue construida sobre la base de una dinastía familiar que ha generado las ventajas y desventajas que se derivan del ejercicio prolongado del poder.Desde su nacimiento a la vida independiente, Paquistán ha vivido una agitada alternancia de gobiernos militares y civiles, sin que su sistema político logre estabilizarse. La violencia, la corrupción, el militarismo, el doble juego y, más recientemente, el terrorismo y el fanatismo religioso han impedido que se asiente en ese país asiático una cultura democrática, por lo menos, en términos occidentales. La familia Bhutto no ha sido ajena a estos vaivenes:Shanawaz, el abuelo, fue dirigente de la Liga Islámica, que ayudó a Paquistán a alcanzar su independencia, no así a crear un régimen estable ni a solventar sus conflictos limítrofes con la India, lo que derivó en tres guerras entre ambos países y un régimen militar de quince años.Fue su hijo, Zulfíkar Alí Bhutto, fundador del Partido Popular de Paquistán (PPP), quien a la cabeza del único movimiento social masivo que aglutinó a estudiantes, obreros y campesinos, luchó para derrocar, hasta finales de los años sesenta, a Yahya Khan, el primer dictador militar. Elegido en comicios abiertos, fiel a su plataforma electoral Alí Bhutto hizo una redistribución de tierra entre el campesinado, nacionalizó las industrias de bienes básicos y garantizó a los obreros estabilidad laboral. Acorde con los vientos que soplaban en la región, se distanció además de la Comunidad Británica y se acercó a los países árabes islámicos, al tiempo que promovía las causas del Tercer Mundo y buscaba su incorporación al Movimiento de Países No Alineados.Nada de esto agradó a Washington, pero lo que realmente lo molestó, fue el anuncio de que Paquistán abandonaría el pacto militar que ambos integraban junto con Irán y Turquía, además de un ambicioso acuerdo atómico firmado con Francia. No pasó mucho tiempo para que una ola de agitación en los sectores religiosos y militares duros abriera el paso, en 1977, a un golpe militar. Alí Bhutto siempre denunció que fue orquestado por la CIA.Su sucesor, el general Zia Ul Haq, trató de cubrir el expediente ofreciendo nuevos comicios; pero ante la evidencia de que el PPP recuperaría fácilmente el poder, los fue posponiendo. Luego optó por deshacerse definitivamente de Alí Bhutto, condenándolo a la horca por el supuesto asesinato de un líder opositor. Sobra decir que Zia dio marcha atrás a todas las políticas sociales de su antecesor e hizo todo lo necesario para desarticular al movimiento popular. A nivel externo, paradójicamente, mantuvo las políticas que irritaron al gobierno estadunidense: se desvinculó del pacto militar regional y se sumó a los No Alineados, además de mantener el proyecto nuclear. Pero, a cambio, el general golpista dio otros servicios a Washington.Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán, Paquistán “prestó” su territorio para el entrenamiento de los mujaidines patrocinados por la CIA, entre los que, como hoy se sabe, estaba Osama Bin Laden. Esta coyuntura, combinada con la revolución chiita en el vecino Irán, selló la radicalización religiosa en suelo paquistaní. Fue la época, también, en que más de tres mil millones de dólares en armamento fluyeron desde Washington para reforzar a Islamabad; sin duda, una combinación peligrosa.En ese decenio también se definió la continuidad de la dinastía Bhutto. Primero Nusrat, la esposa de Zulfíkar y legisladora por el PPP tomó las riendas del partido; pero después Benazir, su hija mayor y predilecta, más carismática y aguerrida que su madre, se hizo del liderazgo de éste. Y fue ella la que, once años después, a través de las urnas, logró desplazar del poder al verdugo de su padre.Dos veces Benazir Bhutto fue elegida como primera ministra (1988 y 1993) y dos veces destituida (1990 y 1996) por cargos similares de corrupción, nepotismo y abuso de poder, que ella siempre aseveró eran fabricaciones de sus opositores. La tercera vez ya no llegó. Vuelta a Pakistán después de nueve años de autoexilio, se libró de un primer atentado, pero no de un segundo, en el que sus asesinos se aseguraron de rematarla con balas. Primera mujer en llegar por vía electoral al máximo cargo gubernamental en un país islámico, polémica por antonomasia, tantos tenían motivos para amarla como para odiarla. Hija de madre chiita y padre sunita, educada lo mismo en la tradición oriental que occidental, rodeada de lujos, pero de vocación socialista como su padre; brillante, hermosa y distinguida, Benazir captó a sus 34 años los reflectores del mundo, cautivando a Occidente y despertando en su pueblo las esperanzas de un nuevo horizonte. Pero éste no llegó.Ya sea por defenderse de sus enemigos, por pragmatismo o por convicción propia, sin abandonar nunca el discurso en pro de la democracia y los valores universales, Benazir fue transformándose en una autócrata poco respetuosa de los derechos ajenos. Su vocación socialista también fue mermando en aras de las exigencias de la economía de mercado y su distancia con Estados Unidos, el país que ayudó a derrocar a su padre, se achicó con el argumento de que se trataba de “otros tiempos”. Esto minó considerablemente la base social del PPP, creó movimientos disidentes y generó fisuras al interior del propio clan Bhutto. La madre de Benazir nunca volvió a aparecer en política y sus dos hermanos se quedaron en el camino. Shanawaz, el menor, quien creó un partido de oposición en Francia, murió ahí en 1980, en circunstancias no aclaradas; y Murtaza, el mayor, cayó en una balacera con policías en Karachi, cuando su hermana ya era primera ministra. Ghinwa, la esposa de éste, y su hija Fátima siempre responsabilizaron a Benazir de esta muerte.Pese a ello, en la actual coyuntura tanto Washington como buena parte de la sociedad paquistaní volvieron a ver en Benazir la única posibilidad de restablecer el equilibrio en un país que se debate entre un militarismo inepto, o cómplice, y un radicalismo religioso que se traduce en violencia interna y terrorismo externo. Ninguno de estos dos bandos tendría por qué desear su regreso. La gran interrogante es ¿por qué ella se prestó a esta maniobra política, a sabiendas de que se jugaba la vida en ella?En términos objetivos, en las jerárquicas sociedades de Asia donde la democracia no ha logrado arraigarse, las figuras destacadas, sus familiares y colaboradores, han creado grupos de poder o dinastías que suplen las estructuras de partido. Y la gente, más que por una plataforma, vota por un nombre o un símbolo. Esto llega a tal grado, que paradójicamente en esta región donde la mujer todavía se encuentra relegada por tradición, cinco, además de Benazir, han llegado al máximo cargo gubernamental en aras de su apellido.En 1960, Sirimavo Bandaranaike sustituyó en la primera magistratura de Sri Lanka a su marido, asesinado por los separatistas tamiles. Sin ninguna experiencia política previa, gobernó dos veces, ambas elegida abrumadoramente por vía electoral, y se demostró como una mujer hábil y hasta de mano dura: rompió los últimos lazos coloniales con Gran Bretaña y proclamó la República; controló los focos de insurrección y nacionalizó las plantaciones de té, principal producto de exportación del país. Sus excesos represivos, la corrupción y el nepotismo acabaron por arrojarla del poder en 1977.Más recientemente en Indonesia, Megawati Sukarnoputri volvió al cargo que ocupó su padre 35 años antes. Tan pronto como el régimen militar que lo derrocó abrió un espacio político (1986), los seguidores de Sukarno fundaron un nuevo partido y convencieron a su hija, que había llevado una discreta vida doméstica, de que buscara una legislatura. La consiguió y seis años después se convirtió en dirigente del partido. Caído Suharto en 1999, Megawati ganó las elecciones; impugnada sin embargo por el conservadurismo religioso, cedió su puesto a un renombrado clérigo y se quedó con la vicepresidencia. Tres años después asumió como presidenta, cargo que desempeñó con poco brillo y que la llevó a perder la reelección.En funciones todavía como presidenta en Filipinas está Gloria Macapagal Arroyo, hija de Diosdado Macapagal, quien fuera diputado, vicepresidente y presidente del mismo país en los decenios de 1950 y 1960. Decidido anticomunista y partidario de la colaboración con Estados Unidos, su hija, economista formada en la Universidad de Georgetown, en Washington, ha seguido sus mismos pasos. Y no hay que olvidar tampoco a Corazón Aquino, quien sustitituyó a su marido Benigno, asesinado a su retorno a Manila, en el movimiento para sacar a Ferdinand Marcos del poder y a quien, luego, ella reemplazó en la presidencia.Pero, sin duda, la saga que más se parece a la de los Bhutto, es la de los Gandhi, en la India. Después de fungir como primera dama durante los últimos años del gobierno de su padre (1947-1966), el respetado Jawaharlal Nehru, Indira Gandhi pasó a encabezar el Partido del Congreso y con él gobernó un total de 15 años, hasta que en 1984 fue asesinada por uno de sus propios guardaespaldas, de la minoría sij, a la que ella había reprimido en forma inclemente.Hábil política, pero dura y ambiciosa, Indira sufrió otros atentados previos y fue acusada de nepotismo y abuso de poder, lo que inclusive la llevó a la cárcel. Preparó a su hijo menor, Sanjay, para la política, pero al morir éste en un accidente aéreo, jaló al mayor, Rajiv, para que la sucediera. Esto ocurrió cuando ella murió, pero él también cayó abatido siete años después, por militantes tamiles, en plena campaña para su reelección.Durante más de diez años el apellido Gandhi desapareció del primer plano político. Sin embargo su peso sigue siendo tan grande, que en 2004 Sonia, la viuda de origen italiano de Rajiv, fue solicitada por el Partido del Congreso para que volviera a llevarlo al triunfo, lo que efectivamente logró. Convencida por sus hijos Rahul y Priyanka de que fundamentalistas hindúes la matarían igual que a su padre, delegó empero la magistratura en un político indio de nacimiento.Sin duda, lo mismo se buscó con el regreso de Benazir a Paquistán. Sin embargo, ella no representaba a nadie más que a sí misma y, por lo tanto, tampoco iba a hacerse a un lado en el casi seguro caso de ganar. De eso se encargaron antes quienes la mataron. Y no hay quien la sustituya. Su hijo Bilawal es demasiado joven e inexperto, y su marido goza de una mala reputación. Tal vez sería el momento de que el PPP dejara de descansar en una sola familia y se convirtiera en un verdadero partido.
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Proceso - Mexico/05/01/2008
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