Juan Carlos Echeverry
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Muchas economías latinoamericanas se han beneficiado de la coyuntura de altos precios internacionales de materias primas. Sin embargo, la inflación mundial, los indicios de fuerte desaceleración en Estados Unidos y Asia, los consecutivos descubrimientos de pérdidas en los grandes bancos mundiales y la incesante crisis hipotecaria norteamericana presentan grandes nubes negras. Los bancos centrales han reaccionado con su instrumento estrella, subiendo las tasas de interés, y con otros menos usados, como encajes, para restringir el crédito y la demanda, y con controles de capitales para combatir la apreciación de la moneda local.
Es ilusorio pretender que una economía pequeña y abierta como la colombiana puede blindarse. Se debe sopesar cuidadosamente la coyuntura y separar los fines alcanzables de los imaginarios.
Si se quiere combatir la inflación, para defender el ingreso de los trabajadores y empleados, los perdedores serán miles de empleos y sectores exportadores que se hallan al límite (flores y calzado, por ejemplo). Si se quiere mantener a toda costa el empleo y defender a sectores que compiten con el exterior, el sacrificado será el ingreso real de los pobladores, que se contraerá al ritmo de la inflación. Esta última estrategia enfrenta, además, el problema de sostenibilidad en el tiempo. Pues a la vuelta de seis meses, la inflación podría estar en dos dígitos, como les ha sucedido a Venezuela y Argentina, los dos países que se han aventurado por esta vía. Con lo cual, en ese momento habría que reorientar todas las baterías contra la inflación y se revelaría como ilusorio haber desconocido su prioridad como objetivo de la política económica.
En estas circunstancias, un análisis desapasionado indica que solo se puede posponer la lucha contra la inflación a costa de la propia coherencia de la política. Los críticos dirán que cuando la inflación es de alimentos y combustibles, la tasa de interés es ineficaz.
Realmente la discusión es diferente. Si un hogar cuenta con 100 de ingreso y gasta 30 en alimentos y 10 en transporte (como en Colombia), y los precios de estos dos bienes aumentan 50 por ciento, quedan dos opciones. Seguir comprando las mismas cantidades de esos bienes, y ocupar 45 en alimentos y 15 en combustible y, en consecuencia, solamente 40 del ingreso en todo lo demás (salud, servicios públicos, vivienda, etc.). O recomponer todo su gasto de manera que su canasta de consumo se ajuste a las nuevas realidades.
Las autoridades económicas y algunos economistas nos sugieren que puede haber una salida "virtuosa", en la que solo hay cosas buenas y se evitan las decisiones difíciles. En la cual, a pesar de que han subido tanto los precios de alimentos, combustibles y transporte, podemos seguir como si nada. Esa solución se llama inflación, y solo quiere decir que por un breve lapso nos hacen vivir en la ilusión de salarios que también crecen al 20 por ciento, para que "alcancen" a comprar todo lo que sube; es decir, subir el ingreso a 120, sin revelar que a raíz de ello también empiezan a subir a ritmo de dos dígitos el precio de la salud, los servicios públicos, la vivienda, etc. A la postre, no se sabrá quién ganó, pero sí se sabrá quién perdió: los asalariados en su conjunto y los más pobres.
La situación difícil que se avecina es, pues, la escogencia de luchar contra la inflación o dejarla salir de madre, con la ilusión de que vendría acompañada de devaluación. Creemos, y esperamos, que prontamente el Banco Central nos hará saber que sigue siendo independiente y serio en su lucha antiinflacionaria. Con ello contribuirá a que la sociedad como un todo pague el menor costo posible frente a la actual coyuntura. Costo que, sin embargo, ya es alto, dado que los precios de bienes esenciales han crecido mundialmente de manera alarmante.
Es ilusorio pretender que una economía pequeña y abierta como la colombiana puede blindarse. Se debe sopesar cuidadosamente la coyuntura y separar los fines alcanzables de los imaginarios.
Si se quiere combatir la inflación, para defender el ingreso de los trabajadores y empleados, los perdedores serán miles de empleos y sectores exportadores que se hallan al límite (flores y calzado, por ejemplo). Si se quiere mantener a toda costa el empleo y defender a sectores que compiten con el exterior, el sacrificado será el ingreso real de los pobladores, que se contraerá al ritmo de la inflación. Esta última estrategia enfrenta, además, el problema de sostenibilidad en el tiempo. Pues a la vuelta de seis meses, la inflación podría estar en dos dígitos, como les ha sucedido a Venezuela y Argentina, los dos países que se han aventurado por esta vía. Con lo cual, en ese momento habría que reorientar todas las baterías contra la inflación y se revelaría como ilusorio haber desconocido su prioridad como objetivo de la política económica.
En estas circunstancias, un análisis desapasionado indica que solo se puede posponer la lucha contra la inflación a costa de la propia coherencia de la política. Los críticos dirán que cuando la inflación es de alimentos y combustibles, la tasa de interés es ineficaz.
Realmente la discusión es diferente. Si un hogar cuenta con 100 de ingreso y gasta 30 en alimentos y 10 en transporte (como en Colombia), y los precios de estos dos bienes aumentan 50 por ciento, quedan dos opciones. Seguir comprando las mismas cantidades de esos bienes, y ocupar 45 en alimentos y 15 en combustible y, en consecuencia, solamente 40 del ingreso en todo lo demás (salud, servicios públicos, vivienda, etc.). O recomponer todo su gasto de manera que su canasta de consumo se ajuste a las nuevas realidades.
Las autoridades económicas y algunos economistas nos sugieren que puede haber una salida "virtuosa", en la que solo hay cosas buenas y se evitan las decisiones difíciles. En la cual, a pesar de que han subido tanto los precios de alimentos, combustibles y transporte, podemos seguir como si nada. Esa solución se llama inflación, y solo quiere decir que por un breve lapso nos hacen vivir en la ilusión de salarios que también crecen al 20 por ciento, para que "alcancen" a comprar todo lo que sube; es decir, subir el ingreso a 120, sin revelar que a raíz de ello también empiezan a subir a ritmo de dos dígitos el precio de la salud, los servicios públicos, la vivienda, etc. A la postre, no se sabrá quién ganó, pero sí se sabrá quién perdió: los asalariados en su conjunto y los más pobres.
La situación difícil que se avecina es, pues, la escogencia de luchar contra la inflación o dejarla salir de madre, con la ilusión de que vendría acompañada de devaluación. Creemos, y esperamos, que prontamente el Banco Central nos hará saber que sigue siendo independiente y serio en su lucha antiinflacionaria. Con ello contribuirá a que la sociedad como un todo pague el menor costo posible frente a la actual coyuntura. Costo que, sin embargo, ya es alto, dado que los precios de bienes esenciales han crecido mundialmente de manera alarmante.
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El Tiempo - Colombia/24/07/2008
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