Alan Greenspan ha perdido mucha influencia porque él estuvo en la Reserva Federal cuando se incubaba la crisis financiera estadounidense, que explotó en el mundo, y queda la duda si o no comprendió que estaba ocurriendo o subestimó el fenómeno. El autor contrasta a Greenspan con Paul Krugman, flamante premio Nobel de Economía.
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POR RICARDO BECERRA
CIUDAD DE MÉXICO, DF (La Crónica de Hoy). Si existe un libro útil que nos hace comprender el crack universal desplegado ante nuestras narices ese es El Retorno a la Economía de la Depresión, y no La Era de las Turbulencias.POR RICARDO BECERRA
El primero fue escrito hace 10 años por el premio Nobel recién galardonado, Paul Krugman; el 2do., vio el mercado este mismo año, de la pluma de Alan Greenspan. A pesar de la posición privilegiada que durante 18 años y medio gozó el ex jefe de la Reserva Federal (acceso a casi toda información económica, asesores de alta competencia, roce y relación con los actores centrales del drama financiero internacional) y a pesar de la contigüidad temporal de su libro y la crisis (el desplome hipotecario ya había cobrado sus primeras víctimas, 6 meses antes de la publicación), la verdad es que el poder explicativo de lo que sucede habita en las páginas escritas por Krugman.
Y no es que Greenspan sea un tonto, en absoluto; lo que ocurre es que sus mofletudas anteojeras intelectuales no le permiten reconocer esas zonas de la realidad que no se dejan domesticar por su doctrina.
En La Era de las Turbulencias abundan frases como éstas:
> “Lo que está pasando es que millones de agentes de todo el mundo buscan comprar activos infravalorados y vender aquellos que parecen sobrepreciados”; > “…lejos de la caracterización de especulación que hacen de él los críticos populistas, son factor de primer orden para el crecimiento de la productividad…”; > “…la incesante búsqueda de ventajas entre los agentes financieros reequilibra en todo momento la oferta y la demanda a un ritmo demasiado rápido para la comprensión humana”;
> “el poder para supervisar las transacciones se está evaporando”;
> “el fracaso del mercado es una rara excepción”;
> “la vigilancia del sector público ya no está a la altura de la tarea”, y, en loa final de la ingeniería financiera, Greenspan sentencia:
> “los derivados y otros productos complejos —como las subprimes, apunto yo— pueden distribuir el riesgo a lo largo y ancho de los productos financieros, la geografía y el tiempo” (pp. 10, 472 y 554).
Ese sistema de creencias asaltó la razón económica desde hace casi tres décadas y durante 18 años de esos años, Greenspan se instituyó como el máximo oráculo del absolutismo liberal.
Ahora que el crack precipita casi todo (ahorros, bancos, crédito, empresas, precios del petróleo, crecimiento, ingresos, empleos, etcétera), y que todo el mundo reclama intervenciones gubernamentales multimillonarias, que se ingenian nuevas regulaciones planetarias, nacionalizaciones y hasta redadas policiales en Wall Street, sus ditirambos suenan extravagantes cuando no francamente estúpidos.
Y es que Greenspan fue el icono administrativo de un pensamiento económico que se volvió dominante, no por su capacidad de interpretación o por sus demostraciones empíricas, sino por una extraña mezcla de circunstancias históricas —incluida la implosión de la Unión Soviética— que parecían expulsar la acción del Estado en la economía.
Pero lo que debía ser una crítica puntual, la extracción puntual de las lecciones históricas, se convirtió en una escuela fanática, sin matices (conocida como monetarismo) y que apenas y puede esconder los grandes intereses que defiende.
Y, mientras Greenspan, con sus decisiones en la Reserva Federal fabricaba una burbuja tras otra (la puntocom, la inmobiliaria), Krugman insistía por todos los medios a su alcance, en regresar a las evidencias, los hechos y las fórmulas demostradas por la ciencia económica que nunca recomiendan visiones ni medidas extremas, sino evaluación concreta, buen juicio y pragmatismo.
Desde su primer libro de divulgación La Era de las Expectativas Limitadas, y Vendiendo la Prosperidad, Krugman ha explicado que el muchas veces sepultado pensamiento keynesiano sigue teniendo razón en un montón de cosas fundamentales, por ejemplo, los límites fatales de la política monetaria, la forma como los gobiernos deben gestionar el ciclo económico echando mano de varios instrumentos al mismo tiempo y cómo deben actuar en casos de pánico y de crack.
Pero el trabajo de Krugman es mucho más que una vivificación de Keynes: es la rigurosa construcción de una teoría de la globalización y del comercio internacional opuesta a las versiones que cómodamente, se sientan y exclaman “el Estado ya es un impotente”.
Todos los textos de Krugman están llenos de recomendaciones prácticas y de dilemas presentísimos: la actuación de los bancos centrales en las crisis cambiarias (lectura obligada para Banxico en estos días); la política industrial factible en economías abiertas; la coordinación de políticas entre estados que conforman un solo mercado; la naturaleza de la expansión financiera y cómo domarla, etcétera.
O sea: Krugman no es el experto de voz délfica cuyo papel es “mandar señales” a los mercados, sino el economista práctico que sabe hacer el diagnóstico de una situación concreta y puede, caso por caso, hacer recomendaciones distintas: privatizar o nacionalizar, devaluar o establecer controles, regular o liberalizar, sin miedos atávicos ni remordimientos ideológicos.
Krugman: el mejor ejemplo del economista pragmático en nuestro tiempo.
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Capitalismo popular
La Vanguardia - España
¿Por qué Krugman y no Greenspan?
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Urgente 24 - Argentina/23/10/2008
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