FÉLIX POBLACIÓN*
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El lector recordará quizá la noticia por lo fortuito de las circunstancias que la estamparon en los periódicos. Un memorioso ciudadano residente en Barcelona se reencontró con su imagen de adolescente en una de las 3.000 fotografías inéditas de Robert Capa que sobre la Guerra de España se descubrieron en México en enero de 2008. Sólo tenía Xavier Camps 15 años cuando se encaramó a la carlinga de un avión alemán abatido en los Jardinets de Gràcia. Le acompañan en la foto sus amigos de aquel mes de enero de 1939, cuando la capital catalana vivía los dramáticos estertores del conflicto.
El rescate de esa imagen perdida en la que se identificó su protagonista me recordó la imposibilidad de rememoración que tuvieron los abuelos y padres republicanos durante el franquismo. Entonces sólo cabía la versión única del bando vencedor y con esa falsa perspectiva histórica crecieron y fueron adoctrinadas varias generaciones de españoles, hasta que, con la agonía de la dictadura primero y durante la transición democrática después, pudimos elegir otras interpretaciones, unas más objetivas que otras, que permitieron un mayor y mejor conocimiento del conflicto, así como de la Segunda República y el régimen de Franco.
Es sabido que la llamada Guerra Civil española configura uno de los episodios que más bibliografía ha reportado como materia de estudio de cuantos se han sucedido a lo largo de la Historia. En los últimos años, además de una permanente continuidad en la elaboración de libros por parte de nuevos y meritorios autores, hemos asistido en nuestro país a una floración de seudo-historiadores revisionistas, apegados a una derecha mediática revanchista, que pretenden rescatar y hacer valer las razones del Movimiento Nacional para auspiciar el Golpe de Estado fascista que acabó con la Segunda República, llegando al punto de sostener como la más delirante impostura que aquel periodo histórico fue justo y necesario para desembocar en la actual monarquía constitucional y democrática.
Sin embargo, por profusa y creciente que sea la bibliografía en torno a nuestros años treinta del pasado siglo, su calado didáctico efectivo en nuestros planes de enseñanza es precario, con todo lo que implica eso de inconsciencia e irresponsabilidad, pues al pasar por alto ese pasado se corre más riesgo de que sus trágicas y traumáticas consecuencias puedan repetirse en el futuro. Es muy revelador en sentido contrario lo que comentaba en un artículo el escritor Jordi Soler a propósito de una gira por los liceos franceses para hablar de alguna de sus novelas sobre el exilio republicano en México. En lugar de un desconocimiento distante por parte de los escolares, propio del que se da en el país que fue escenario del conflicto, a Soler le sorprendieron el avisado discernimiento e interés de los alumnos, fruto sin duda de la dedicación que sus profesores han concedido a un hecho histórico clave para el entendimiento histórico del siglo XX en Europa.
Desde que fue aprobada nuestra Constitución, hace más de 30 años, hemos dejado morir a cualificados protagonistas de esa convulsa historia, cuya aportación directa como cronistas de lo vivido, a la par que la bibliografía existente, podrían haber sustentado una base consistente de memoria en contra del olvido o la ignorancia en la que hoy discurren las más jóvenes generaciones. Hablando de esto con un par de adolescentes, y luego de que les diera unas superficiales nociones de lo que significó la Segunda República y el Golpe de Estado del general Franco, ambos coincidieron en afirmar que esa información, de la que apenas tenían referencia, debería formar parte de la teoría que se les imparte en la asignatura Educación para la Ciudadanía. Puede que no les faltara razón, sobre todo al tratarse de una materia que promueve su formación democrática, en la que tanto hincapié se hizo durante el periodo republicano. “Algo no funciona cuando un alumno de lycée en Francia estudia la Guerra Civil, y un alumno español no”, apuntaba Jordi Soler en su artículo; “tampoco anima la perspectiva de que el tema de la Guerra, a fuerza de no enseñarlo, se vaya diluyendo, porque se trata de un conocimiento imprescindible para la construcción del porvenir de España; no puede proyectarse con tino sin saber con precisión lo que ha pasado y, por otra parte, saber los detalles de este episodio capital puede ayudarnos a evitar caer en viejos y catastróficos errores”.
Gracias a la nítida capacidad de recordación de Camps, ese anciano barcelonés de 84 años ha sabido reconocerse en una de las fotografías de Capa recuperadas en unos maletines arrumbados en un trastero de la ciudad de México. España no se puede permitir el olvido de lo que se dirimía en la contienda de 1936. Debe reconocerlo con sus antecedentes y consecuencias. Si durante casi 40 años la dictadura impuso una versión interesada y falsa de ese periodo histórico –siguiendo el diseño tergiversador adelantado por el cuartel general de Franco al duque de Alba en Londres entre 1936 y 1940 (“Las mentiras de Mister Franco”, Público, 6 y 7-3-09)–, resulta obvio que en nuestro vigente régimen democrático las nuevas generaciones deberían tener un conocimiento objetivo de los hechos que interrumpieron y postergaron la democracia en España.
Sólo así, a través de fuentes de investigación y estudio privadas de revisionismos o resentimientos sectarios, se puede aspirar a un porvenir que no repita aquella incivil masacre, ni la inclemente dictadura que la siguió. “Al final –concluía el artículo de Soler– lo que no podemos permitir es que, más allá de quién ganó y quién ha perdido, nos acabe derrotando a todos la ignorancia”. Repárese en que, como dijo Benedetti, el olvido está lleno de memoria.
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*Félix Población es escritor y periodista del Centro Documental de la Memoria Histórica.
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Ilustración de Iker Ayestarán
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Público - España/13/06/2009
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El lector recordará quizá la noticia por lo fortuito de las circunstancias que la estamparon en los periódicos. Un memorioso ciudadano residente en Barcelona se reencontró con su imagen de adolescente en una de las 3.000 fotografías inéditas de Robert Capa que sobre la Guerra de España se descubrieron en México en enero de 2008. Sólo tenía Xavier Camps 15 años cuando se encaramó a la carlinga de un avión alemán abatido en los Jardinets de Gràcia. Le acompañan en la foto sus amigos de aquel mes de enero de 1939, cuando la capital catalana vivía los dramáticos estertores del conflicto.
El rescate de esa imagen perdida en la que se identificó su protagonista me recordó la imposibilidad de rememoración que tuvieron los abuelos y padres republicanos durante el franquismo. Entonces sólo cabía la versión única del bando vencedor y con esa falsa perspectiva histórica crecieron y fueron adoctrinadas varias generaciones de españoles, hasta que, con la agonía de la dictadura primero y durante la transición democrática después, pudimos elegir otras interpretaciones, unas más objetivas que otras, que permitieron un mayor y mejor conocimiento del conflicto, así como de la Segunda República y el régimen de Franco.
Es sabido que la llamada Guerra Civil española configura uno de los episodios que más bibliografía ha reportado como materia de estudio de cuantos se han sucedido a lo largo de la Historia. En los últimos años, además de una permanente continuidad en la elaboración de libros por parte de nuevos y meritorios autores, hemos asistido en nuestro país a una floración de seudo-historiadores revisionistas, apegados a una derecha mediática revanchista, que pretenden rescatar y hacer valer las razones del Movimiento Nacional para auspiciar el Golpe de Estado fascista que acabó con la Segunda República, llegando al punto de sostener como la más delirante impostura que aquel periodo histórico fue justo y necesario para desembocar en la actual monarquía constitucional y democrática.
Sin embargo, por profusa y creciente que sea la bibliografía en torno a nuestros años treinta del pasado siglo, su calado didáctico efectivo en nuestros planes de enseñanza es precario, con todo lo que implica eso de inconsciencia e irresponsabilidad, pues al pasar por alto ese pasado se corre más riesgo de que sus trágicas y traumáticas consecuencias puedan repetirse en el futuro. Es muy revelador en sentido contrario lo que comentaba en un artículo el escritor Jordi Soler a propósito de una gira por los liceos franceses para hablar de alguna de sus novelas sobre el exilio republicano en México. En lugar de un desconocimiento distante por parte de los escolares, propio del que se da en el país que fue escenario del conflicto, a Soler le sorprendieron el avisado discernimiento e interés de los alumnos, fruto sin duda de la dedicación que sus profesores han concedido a un hecho histórico clave para el entendimiento histórico del siglo XX en Europa.
Desde que fue aprobada nuestra Constitución, hace más de 30 años, hemos dejado morir a cualificados protagonistas de esa convulsa historia, cuya aportación directa como cronistas de lo vivido, a la par que la bibliografía existente, podrían haber sustentado una base consistente de memoria en contra del olvido o la ignorancia en la que hoy discurren las más jóvenes generaciones. Hablando de esto con un par de adolescentes, y luego de que les diera unas superficiales nociones de lo que significó la Segunda República y el Golpe de Estado del general Franco, ambos coincidieron en afirmar que esa información, de la que apenas tenían referencia, debería formar parte de la teoría que se les imparte en la asignatura Educación para la Ciudadanía. Puede que no les faltara razón, sobre todo al tratarse de una materia que promueve su formación democrática, en la que tanto hincapié se hizo durante el periodo republicano. “Algo no funciona cuando un alumno de lycée en Francia estudia la Guerra Civil, y un alumno español no”, apuntaba Jordi Soler en su artículo; “tampoco anima la perspectiva de que el tema de la Guerra, a fuerza de no enseñarlo, se vaya diluyendo, porque se trata de un conocimiento imprescindible para la construcción del porvenir de España; no puede proyectarse con tino sin saber con precisión lo que ha pasado y, por otra parte, saber los detalles de este episodio capital puede ayudarnos a evitar caer en viejos y catastróficos errores”.
Gracias a la nítida capacidad de recordación de Camps, ese anciano barcelonés de 84 años ha sabido reconocerse en una de las fotografías de Capa recuperadas en unos maletines arrumbados en un trastero de la ciudad de México. España no se puede permitir el olvido de lo que se dirimía en la contienda de 1936. Debe reconocerlo con sus antecedentes y consecuencias. Si durante casi 40 años la dictadura impuso una versión interesada y falsa de ese periodo histórico –siguiendo el diseño tergiversador adelantado por el cuartel general de Franco al duque de Alba en Londres entre 1936 y 1940 (“Las mentiras de Mister Franco”, Público, 6 y 7-3-09)–, resulta obvio que en nuestro vigente régimen democrático las nuevas generaciones deberían tener un conocimiento objetivo de los hechos que interrumpieron y postergaron la democracia en España.
Sólo así, a través de fuentes de investigación y estudio privadas de revisionismos o resentimientos sectarios, se puede aspirar a un porvenir que no repita aquella incivil masacre, ni la inclemente dictadura que la siguió. “Al final –concluía el artículo de Soler– lo que no podemos permitir es que, más allá de quién ganó y quién ha perdido, nos acabe derrotando a todos la ignorancia”. Repárese en que, como dijo Benedetti, el olvido está lleno de memoria.
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*Félix Población es escritor y periodista del Centro Documental de la Memoria Histórica.
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Ilustración de Iker Ayestarán
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Público - España/13/06/2009
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