Por Ángeles Caso
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Creo en la democracia. O mejor digamos que considero que es el menos malo de los sistemas de gobierno que las sociedades humanas han sido capaces de desarrollar. Sin embargo, los problemas que plantea su funcionamiento del día a día son muchos. Uno de los más difíciles de resolver es la necesidad de que exista un gran número de personas preparadas para ejercer las responsabilidades que los ciudadanos depositan en ellas. Preparadas, es decir, con conocimiento suficiente de los asuntos de los que van a tener que ocuparse. Con capacidad de reflexión y criterio personal. Con humildad para saber escuchar las opiniones ajenas. Y con una firmeza ética que los aleje de las innumerables tentaciones que acompañan el ejercicio del poder: el abuso, la atracción por los oropeles y el dispendio y, sobre todo, la facilidad para dejarse corromper.
Supongo que no es fácil encontrar muchos individuos que gocen de todas esas cualidades y estén dispuestos a ponerlas al servicio de los asuntos públicos. Pero es mucho más difícil aún dentro del complejo marco de los partidos políticos, esos viejos armatostes decimonónicos que huelen a naftalina y arrastran oxidados engranajes de funcionamiento. Para moverse ahí dentro, imagino, hace falta ser muy ambicioso y muy astuto. Saber arrimarse al sol que más calienta. Obedecer ciegamente a los de arriba y conseguir hacerse obedecer por los de abajo. Ganarse apoyos a base de todas las estrategias imaginables. Cerrar los ojos ante los comportamientos ajenos cuando conviene. No sentir ninguna compasión ni permitirse un momento de debilidad. Olvidarse de la propia moral. Etc., etc.
El resultado es el que vemos: hombres y mujeres que, en buena medida, han llegado a las alturas de los partidos sin que nada los avale, sin profundidad intelectual, sin discurso, sin ideas, sin imaginación, sin generosidad. Políticos mezquinos y burdos que sólo parecen preocupados por instalarse o mantenerse en el poder, a costa de lo que sea, y no por mejorar las condiciones de vida del país. Por no hablar de los que sólo piensan en su propio bolsillo. No dudo de que los otros existen. Pero lo cierto es que cada vez se les ve menos. Y que el panorama general da pena.
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Público - España/12/08/2009
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Creo en la democracia. O mejor digamos que considero que es el menos malo de los sistemas de gobierno que las sociedades humanas han sido capaces de desarrollar. Sin embargo, los problemas que plantea su funcionamiento del día a día son muchos. Uno de los más difíciles de resolver es la necesidad de que exista un gran número de personas preparadas para ejercer las responsabilidades que los ciudadanos depositan en ellas. Preparadas, es decir, con conocimiento suficiente de los asuntos de los que van a tener que ocuparse. Con capacidad de reflexión y criterio personal. Con humildad para saber escuchar las opiniones ajenas. Y con una firmeza ética que los aleje de las innumerables tentaciones que acompañan el ejercicio del poder: el abuso, la atracción por los oropeles y el dispendio y, sobre todo, la facilidad para dejarse corromper.
Supongo que no es fácil encontrar muchos individuos que gocen de todas esas cualidades y estén dispuestos a ponerlas al servicio de los asuntos públicos. Pero es mucho más difícil aún dentro del complejo marco de los partidos políticos, esos viejos armatostes decimonónicos que huelen a naftalina y arrastran oxidados engranajes de funcionamiento. Para moverse ahí dentro, imagino, hace falta ser muy ambicioso y muy astuto. Saber arrimarse al sol que más calienta. Obedecer ciegamente a los de arriba y conseguir hacerse obedecer por los de abajo. Ganarse apoyos a base de todas las estrategias imaginables. Cerrar los ojos ante los comportamientos ajenos cuando conviene. No sentir ninguna compasión ni permitirse un momento de debilidad. Olvidarse de la propia moral. Etc., etc.
El resultado es el que vemos: hombres y mujeres que, en buena medida, han llegado a las alturas de los partidos sin que nada los avale, sin profundidad intelectual, sin discurso, sin ideas, sin imaginación, sin generosidad. Políticos mezquinos y burdos que sólo parecen preocupados por instalarse o mantenerse en el poder, a costa de lo que sea, y no por mejorar las condiciones de vida del país. Por no hablar de los que sólo piensan en su propio bolsillo. No dudo de que los otros existen. Pero lo cierto es que cada vez se les ve menos. Y que el panorama general da pena.
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Público - España/12/08/2009
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