18/3/07

EL AÑO HISTÓRICO DE 1968 (PARTE 6ª)

Diez acontecimientos que cambiaron el mundo
(Parte VI)
Ricardo Ribera 01-01-2007 / El Faro

6.- Las protestas por Vietnam, el movimiento hippie y el festival de Woodstock
La derrota de Estados Unidos fue obra del pueblo vietnamita, que pagó un precio muy elevado: cerca de un millón de muertos. Pero, sin duda, resultó determinante también el vuelco de la opinión pública norteamericana contra la continuación de esa guerra. Se cobró 58 mil vidas de jóvenes estadounidenses y destrozó el futuro de unos 300 mil que fueron heridos o mutilados. A la altura de 1968, tras ocho años de intervención, los Estados Unidos habían perdido su imagen de potencia anticolonialista y pacifista. Aparecían ahora a los ojos del mundo y de buena parte de su propia población como una potencia imperialista y agresiva. Su política exterior había entrado en una crisis de legitimidad. Era uno de los efectos del “síndrome de Vietnam”.

A ello contribuyó enormemente la difusión de fotos, artículos periodísticos y reportajes televisivos que daban cuenta de atrocidades cometidas por sus propias tropas o las de sus aliados. La foto de una niña vietnamita de nueve años, que corre desnuda con el cuerpo en llamas mientras huye de un bombardeo con napalm, estremeció a la opinión pública. O la ejecución sumaria de un guerrillero recién capturado, en plena calle y con toda frialdad, por el jefe de la policía de Saigón, filmada y transmitida por la televisión norteamericana. Asimismo la matanza de los pobladores de la aldea Mi Lay, en su mayoría ancianos, mujeres y niños, que protagonizó una unidad de infantes de marina, cubierta por corresponsales de guerra occidentales y ampliamente documentada. Las autoridades militares de Estados Unidos insistían en que se trataba de actos aislados, que los responsables fueron juzgados y condenados. De nada servía. Los periodistas iban tras la noticia y, obviamente, no lo era si una patrulla operaba sin incidentes y siguiendo las normas. Se trataba de la primera guerra televisada en directo y el alto mando no había medido el impacto de las noticias de Vietnam sobre su retaguardia. Los esfuerzos oficiales por ocultar las bajas propias o los abusos que ocasionalmente cometían sus tropas estaban condenados al fracaso. Un periodista lo resumió con ironía: “El objetivo del presidente Johnson, al parecer, era: cómo hacer la guerra sin que el New York Times lo notase”. La opinión pública se volcó contra la guerra.

Una gigantesca manifestación contra la guerra de Vietnam tuvo lugar en Washington, frente al Pentágono, en 1967. Otras 200 mil personas repetirían la demostración el año 1969. En estas protestas jóvenes en edad militar, en un acto de desobediencia civil, quemaban públicamente sus cartillas de reclutamiento. La impopularidad del sistema de reclutamiento se debía también a que los jóvenes de clase media y alta eludían fácilmente ir a Vietnam. Allá eran enviados mayoritariamente los pobres y los miembros de las minorías raciales. Los afroamericanos que representaban el 11% de la población total, en cambio suponían el 31% de las tropas destacadas en Vietnam. Por otra parte, nadie quería ir a morir en una guerra que parecía absurda, a miles de kilómetros, en las selvas de un país desconocido, por motivos tan abstractos como “la defensa de la libertad”.

No es de extrañar, por tanto, que creciera la influencia de corrientes contraculturales y pacifistas. La más importante en la época era sin duda el movimiento hippie. Nacido a inicios de la década, inspirado por aventureros nómadas como Jack Keruac y por las influencias de filosofías orientales, era un movimiento juvenil que vivía en comunas al margen de la sociedad consumista. Su lema “amor y paz” cobraría sentido concreto ante la evolución de la guerra de Vietnam y se transformaría en el conocido eslogan contestatario “haz el amor y no la guerra”. Aunque los hippies auténticos eran una pequeña minoría, no dejaban de ser admirados e imitados por una generación entera de jóvenes. Era una revolución en los valores: amor libre, espontaneidad, rechazo a las normas sociales, pacifismo, respeto a la naturaleza, drogas y creación artística.

En los laboratorios de la Universidad de Berkeley, en San Francisco, había nacido el LSD, droga sintética alucinógena que inspiró la nueva corriente del arte psicodélico. La marihuana y otras drogas relativamente suaves se pusieron de moda entre la juventud y su uso era considerado en la época como un signo de rebeldía. Eran consumidas de manera ostentosa por la mayoría de las estrellas de la música rock, verdaderos líderes juveniles en los sesenta. Todo ello formaba parte de la “contracultura” o “underground” que contradecía los valores y la hipocresía imperantes en la sociedad, por ejemplo, la existencia de drogas permitidas, como el alcohol y el tabaco, tildadas de más nocivas que algunas de las ilegales. Igualmente ocurría con el tema de la sexualidad.

En este ambiente surgió la convocatoria a un festival musical de tres días en Woodstock, en la costa este, en el verano de 1969. La concurrencia masiva sorprendió a los propios organizadores y desbordó la infraestructura prevista. Más de 200 mil personas de todo el país se congregaron en el enorme descampado haciendo colapsar toda previsión de instalaciones sanitarias, alimentos, etc. Al público asistente no pareció importarle. Las escenas de jóvenes bañándose desnudos, haciendo el amor o drogándose en público, escandalizaron a una parte del país pero seducían a otra. Los mismos residentes de la zona, humildes granjeros, reaccionaron con opiniones divididas. Para unos los jóvenes eran un escándalo y una molestia intolerables, para otros una expresión de la libertad y del amor a la vida, además de una fuente de ingresos inesperados.

Músicos consagrados como Janis Joplin o Jimi Hendrix participaron en el festival; otros grupos desconocidos se hicieron famosos gracias a él. El tema de Vietnam y su crítica no podían faltar y algunas actuaciones galvanizaron las protestas contra la guerra. Fue el festival de Woodstock el momento culminante de una época que ya iba camino a ser superada. Pero en su momento marcó una señal inequívoca de que la juventud estaba en Estados Unidos desconectándose de sus autoridades y de los valores socialmente aceptados. Aunque menos politizados que sus compañeros europeos, los jóvenes estadounidenses sin duda coincidían en un caldo generacional común.

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