Diez acontecimientos que cambiaron el mundo
(Parte VII)
Ricardo Ribera 08-01-2007 / El Faro
7.- La matanza de Tlatelolco
Los acontecimientos de 1968 en la capital mexicana iban a demostrar el dramatismo que las luchas sociales podían alcanzar en los países periféricos. Eran los estudiantes universitarios, también ahí, los grandes protagonistas. Pero en América Latina una protesta pacífica podía terminar en una masacre. Hubiera sido de esperar tal represión violenta por parte de alguna de las dictaduras militares que asolaban el continente, pero no en México, que junto con Chile y Costa Rica, era de los pocos países latinoamericanos con larga tradición democrática. Ciertamente, el Partido Revolucionario Institucional, PRI, ejercía una suerte de monopolio del poder político de varias décadas pero, heredero de la revolución mexicana, era considerado como una fuerza progresista en todo el mundo. Pero en el plano nacional venía mostrando una tendencia al autoritarismo que se exacerbó en la coyuntura del 68.
En la gigantesca Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, los estudiantes iniciaron en el verano de ese año una serie de asambleas para demandar una reforma universitaria. La situación se fue politizando ante la intransigencia gubernamental y las reivindicaciones empezaron a abarcar aspectos de crítica a la política nacional. Pocas semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, previstos a realizarse en septiembre en el Distrito Federal, los jóvenes decidieron tomarse la Plaza de las Tres Culturas, también llamada plaza Tlatelolco, para presionar al gobierno en momentos en que México atraería la atención mundial. Las autoridades habían invertido grandes sumas en los Juegos, de los que esperaban un efecto propagandístico positivo sobre la imagen del país y la atracción de inversiones. La toma de una céntrica plaza por el movimiento estudiantil estorbaba dichos planes. Para los manifestantes era la mejor ocasión de presionar por una negociación con el gobierno. Mas éste prefirió adoptar otra línea de acción.
Investigaciones posteriores comprobaron que la policía había logrado infiltrar, incluso a nivel de la dirigencia, al movimiento estudiantil. De hecho, uno de los oradores en la plaza resultó ser oficial de inteligencia que había penetrado en la organización. De tal modo, el movimiento fue manipulado para provocar una radicalización que justificase la operación de represión que ya estaba diseñada y decidida con antelación. Tropas combinadas de la policía y el ejército irrumpieron en la plaza Tlatelolco desde diversos puntos provocando la encerrona de los más de 4 mil manifestantes. Comenzaron los disparos y - en legítima defensa, según las autoridades - las fuerzas del orden abrieron fuego sobre la multitud. Oficialmente el gobierno reconoció 28 muertos y alrededor de doscientos heridos. Pero fuentes independientes y testigos oculares aseguran que los muertos fueron más de doscientos. Se capturó a centenares de personas y la mayoría fue objeto de golpizas y malos tratos. Hubo también varias decenas de desaparecidos, los que se supone fueron asesinados un tiempo después de su captura.
Filmaciones de vecinos y periodistas mostraron la existencia de agentes de civil que se hallaban mezclados entre los manifestantes y que fueron ellos quienes iniciaron los tiroteos. Un guante blanco en su mano derecha, que se colocaron al momento de iniciar el ataque, era la contraseña acordada para evitar ser baleados o apresados por los efectivos gubernamentales. Dichos elementos del Batallón Olimpia se encargaron de generar el caos inicial y posteriormente de balear o capturar a determinados líderes estudiantiles. Se trataba de una verdadera maniobra de conspiración gubernamental a fin de golpear al incipiente movimiento opositor, ensañándose con la cara más visible del mismo, que era el movimiento estudiantil. Los investigadores señalan la participación de miembros de la estación local de la CIA en la planeación y ejecución de la matanza. Una película documental realizada en años posteriores muestra imágenes de archivo y entrevista a víctimas y testigos, con una convincente argumentación sobre la responsabilidad del gobierno de la época y del papel de los agentes de inteligencia estadounidenses.
Los trágicos acontecimientos en la Plaza de las Tres Culturas, frente a centenares de testigos que los presenciaron impotentes desde las ventanas de sus casas, derribaron las esperanzas de una posible democratización mientras se mantuviera la hegemonía política del PRI. México mostró una realidad próxima a la vertiente más sombría del autoritarismo latinoamericano. Un vuelco hacia la línea que propugnaban los Estados Unidos según la doctrina de seguridad nacional y de terrorismo de estado, semejante a la seguida por dictaduras militares en el continente, parecía estarse concretando en el país azteca. México, pese a su tradición de asilo y refugio a perseguidos políticos de otras latitudes, aparecía ahora más lejos de París o de Berlín, que de Guatemala o San Salvador. No tanto por geografía, como por la política que estaban adoptando sus autoridades.
Más tarde vendrá la ruptura de un ala izquierda del PRI con el partido oficial, que se constituirá en Partido Revolucionario Democrático, PRD. Después, su derrota a manos de la oposición neoliberal del PAN. Son ecos lejanos del desencanto que el priísmo empezó a generar en 1968. Más de treinta años después de los sangrientos hechos de Tlatelolco y apartado el PRI del poder, se ha podido por fin abrir proceso judicial al ex-presidente Echeverría, ministro de gobernación en esa época, y a otros altos cargos del gobierno. La impunidad del genocidio de Tlatelolco puede que finalmente sea superada
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