Entrevista Hugo Moreno
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Jorge del Campo García
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“Evo Morales enfrenta una oposición fuerte, encabezada por la vieja oligarquía, con el apoyo de Estados Unidos. Hay que tener en cuenta que Bolivia es un país al borde de la guerra civil. La tentativa de secesión de la región de Santa Cruz y la denuncia de Morales sobre preparativos de un golpe militar tienen fundamento”.
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P. Sobre América Latina, o mejor dicho del sur, usted sostiene que la región es escenario de reacciones populares, de revueltas contra el neoliberalismo y las oligarquías tradicionales. ¿Cómo definiría entonces lo que está sucediendo en Bolivia, Ecuador y Venezuela?
R. Hay efectivamente reacciones contra el orden establecido, en una región que sufrió y sufre la tremenda ofensiva neoliberal, que comenzó con el ciclo de las dictaduras militares y prosiguió con el restablecimiento de los regímenes democráticos, para llamarlos de alguna manera. En el período precedente, las luchas sociales tenían como objetivo el cambio del régimen político, pero también la transformación de las estructuras económicas. Se buscaba cambiar el poder, digamos, desde fuera del Estado. Actualmente, el proceso toma formas inéditas y variadas, aunque todas se insertan en una dinámica de cambio social. Algunas, por ejemplo, son muy avanzadas como el caso de Bolivia desde la insurreccion indígena y campesina de septiembre-octubre 2003. Ahí estamos en presencia de un nueva irrupción de las masas oprimidas, fuente luego de la victoria electoral de Evo Morales. Recordemos que Bolivia fue una de las grandes revoluciones latinoamericanas, la de 1952, aunque ésta quedara trunca. En la memoria histórica del pueblo boliviano está siempre presente. En el otro caso, el venezolano, hay un proceso revolucionario que viene desde arriba, decidido por Hugo Chávez y su equipo, que tiene un gran apoyo popular. Sus sucesivas victorias electorales son incontestables. Es un fenómeno inédito de una riqueza particular. El general norteamericano James Hill había advertido hace pocos años sobre “una amenaza emergente caracterizada como populismo radical”. No se equivocaba seguramente, en cuanto amenaza a los intereses imperiales de Estados Unidos. La “revolución bolivariana” está en la mira del Pentágono. En Ecuador, por último, proceso más reciente con la elección de Rafael Correa, también aparece un proceso de cambio evidente. Es prematuro opinar sobre el mismo, pero incontestable su importancia. Además, desde los años 1980 asistimos a una relativa estabilidad institucional, donde los mecanismos democráticos, aún frágiles, funcionan. No quiere decir que los que detienen el poder, el dinero y las armas, no estén al acecho. Pero no tienen la iniciativa, al menos por ahora. En su conjunto, es lo que llamo los “aires frescos del sur”.
P. ¿Y estos “aires frescos” incluyen la situación que vive Argentina? Hay un nuevo gobierno encabezado por Cristina Fernández, la esposa del todavía presidente Néstor Kirchner. Siendo usted un argentino exiliado en Francia desde la época de la dictadura, me gustaría conocer su opinión.
R. Lo que está sucediendo en Argentina es la emergencia de un proyecto de tipo centrista, capitalista, pero progresista en muchos aspectos – en particular en lo que concierne los derechos humanos - frente a los dinosaurios políticos y los grandes grupos económicos, esos mismos que apoyaron la terrible dictadura militar de 1976-1983, y que continuaron acumulando riquezas y poder con el neoliberalismo. El proyecto de Kirchner, por cierto, no tiene nada de revolucionario - ¿y porqué habría de tenerlo?- pero llena el vacío dejado por la profunda crisis social y política, la crisis de representatividad. Y también, en cierto sentido, por la ausencia de otra alternativa, agravada por la casi inexistencia de una izquierda, que es solo grupuscular.Valga recordar que, salvo excepciones, ésta no comprendió nunca el peronismo, soñando siempre con la “desperonización” de las masas desde 1945. ¡Y ahí está Cristina Fernandez de Kirchner que obtuvo más del 45 por ciento de los votos! El mejor candidato de un centro izquierda, el director de cine “Pino” Solanas, sacó apenas un (honroso) 1,9 por ciento. Es una diferencia brutal. Kirchner fue el producto de la gran movilización de diciembre de 2001, esa revuelta popular y de las clases medias, que derrocó a Fernando de la Rúa y a cuatro presidentes en 15 días. Sin ser una revolución ni mucho menos, este levantamiento ciudadano, que costó la vida a 36 personas, puso en cuestión al sistema político. Ese fue el contenido del famoso “¡Que se vayan todos, que no quede ninguno!” (aunque después volvieron). Kirchner, gobernador de Santa Cruz, apadrinado por Eduardo Duhalde, el caudillo del Partido Justicialista de Buenos Aires (y también efímero presidente), obtuvo en el 2003 apenas 22 por ciento de los votos, aunque seguramente hubiera logrado, en la segunda vuelta, un muy buen resultado contra Carlos Menem. Como sea, se abrió así una nueva etapa. El gobierno de Kirchner fue marcado por la voluntad de romper con el pasado político de la era Menem, asumiendo la reivindicación de los Derechos Humanos como una bandera central. Pero en lo esencial, me parece, no hay un cambio radical de modelo económico, a diferencia de los casos de Bolivia o Venezuela. Kirchner hace una política distinta a la del neoliberalismo que aplicó con ferocidad Carlos Menem, destruyendo el país. Pero sin salirse del marco de un capitalismo reformado y con la ilusión de recomponer una “burguesía nacional”. Por otra parte, además de los cambios políticos, hay una coyuntura económica favorable, con una tasa de crecimiento del 8 o 9 %, favorecida por la situación del mercado mundial. Esto ha permitido una recuperación importante del empleo y una disminución del nivel de la pobreza, aunque ésta siga siendo muy grande y el crecimiento no vaya acompañado por una real redistribución de la riqueza.
Cristina Fernández se presenta como una continuidad del gobierno de su esposo. Con el excelente resultado obtenido, ella tiene una legitimidad y legalidad superior. Legalidad y legitimidad popular, cuestión fundamental de todo poder político. Hay un sector muy importante de la población que apuesta por este proyecto, aunque hubo una abstención importante, rara en Argentina donde la participación electoral ronda el 85 por ciento, mientras que en las últimas fue del 75 por ciento.
Es difícil predecir el curso que tomará la situación. Mucho depende de lo que pase también en el resto de América Latina, en particular en Brasil, convertido en una potencia, a pesar de todas sus contradicciones. En un país como éste, Lula ganó nuevamente las elecciones con gran apoyo popular, ha hecho cambios importantes y hace, me parece, lo que puede hacer. No se trata de juzgar, sino de constatar la realidad. Me distingo en ese sentido de los que desde la izquierda lo consideran un “traidor”. Lula nunca dijo que era socialista, ni menos que ese fuera su proyecto. Sin contar que llega al gobierno condicionado, pues el poder real sigue en manos de las clases dominantes, cuyos partidos además tienen mayoría parlamentaria y controlan los principales Estados de Brasil. Por lo tanto, su poder es muy limitado. Lo cual no quiere decir que tuvo una ocasión, quizá perdida, para protagonizar un gran cambio. Las desigualdades, la injusticia, la explotación, son inmensas en Brasil, como en México, como en toda América Latina. Quizá peor aun en Brasil donde una ínfima minoría privilegiada acapara gran parte de la riqueza nacional. Esperemos que las bases sindicales, el Movimiento de los Sin Tierra, y otros que existen en diversos sectores, puedan tener una nueva ocasión.
La situación en América Latina plantea la necesidad de una revigorización del pensamiento crítico, una batalla cultural, ideológica y política. Comprender, entre otras cosas, la aparición de los nuevos movimientos sociales, sus formas inéditas, el papel protagónico del movimiento indígena, en particular en la región andina, las nuevas formas que toma la cuestión nacional. Eso explica personajes como Evo Morales, un sindicalista indio elegido presidente en Bolivia; Lula, un obrero metalúrgico sindicalista, luchador contra la dictadura y fundador del Partido de los Trabajadores, algo único en América Latina; Kirchner, que viene del peronismo, vinculado al aparato del movimiento, que rompe con la política precedente y toma iniciativas como la abolición de las leyes de amnistía a los militares responsables de la represión, limpia la Corte Suprema, pasa a retiro una generación de oficiales; hace de la siniestra ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, un Museo de la Memoria, homenaje a los 30 mil desaparecidos.
P. Sin embargo, los procesos políticos liderados por Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, se han esforzado en catalizar esos cambios, que ellos llaman revolucionarios, a través de Reforma Constitucional.
R. Sí, esto es muy importante porque se da una situación de transición. En Bolivia, con grandes dificultades. Evo Morales enfrenta una oposición fuerte, encabezada por la vieja oligarquía, con el apoyo de Estados Unidos. Hay que tener en cuenta que Bolivia es un país al borde de la guerra civil. La tentativa de secesión de la región de Santa Cruz y la denuncia de Morales sobre preparativos de un golpe militar, tienen fundamento. No es fácil, pues Morales cuenta con un aval popular decisivo, pero los que sienten afectados sus intereses económicos y sociales, no se van a quedar con las manos quietas. Es difícil evaluar si es más complicado que en Ecuador o Venezuela. En Venezuela hay una situación particularmente interesante y donde Chavez se define como socialista. Las definiciones son símbolos que no hay que minimizar, pues estructuran ideas y sentimientos, afirman convicciones. Pero las nacionalizaciones, la estatización de sectores de la economía, la distribución de tierras y de parte de la riqueza, medidas progresistas incontestables, no conducen en sí mismas al socialismo. Esa es otra cuestión. No hay socialismo “desde arriba”, no hay revolución que marche en América Latina, o en el mundo entero, sino existen los medios democráticos para que la gente piense, actúe, decida por sí misma. La historia de todas las revoluciones del siglo XX así lo confirma, con sus éxitos extraordinarios y sus fracasos no menos estrepitosos y trágicos. Este es un gran desafío, sin duda alguna.
P. ¿Y en qué podría desembocar eso que usted comenta?
R. Podría desembocar en una sustitución del movimiento de masas. En Venezuela se están haciendo cosas muy importantes: han nacionalizado casi 200 empresas; han abierto un proceso de reforma agraria, siendo éste muy difícil de realizar en un país muy urbano. El peso del campesinado es relativamente limitado. Se puede decir "vamos a expropiar 30 millones de hectáreas y se las damos a los campesinos", pero los campesinos se han ido a vivir a Caracas y otras ciudades, y cuando uno vive en la ciudad y tiene electricidad, médico, escuelas, etc., difícil se quiera volver al campo. Además, se puede formar un obrero en seis meses, pero un campesino se forma en generaciones de trabajo y tradiciones. Nada fácil, pues. Por ahora, el principal apoyo popular de Chávez viene de su política favorable a los sectores más pobres de la población, ayudado por la coyuntura favorable y la renta petrolera.
Volviendo a Argentina, hay un cambio importante. Hasta hace 5 ó 6 años una parte de la sociedad estaba muy golpeada. Un 50 por ciento de la población se encontraba en la pobreza, un tercio bajo el nivel de la pobreza. Esta continúa a ser muy grande, pero en disminución, así como el desempleo. El problema es la ausencia de una perspectiva de izquierda, en el sentido de un cambio social radical. Ese vacío lo llena lo que se puede denominar el “centro izquierda”, criterio por cierto bastante nebuloso. En todo caso, hay una nueva generación que se pregunta el por qué del fracaso del movimiento obrero, de sus fuerzas políticas y sociales revolucionarias, cualquiera fueran sus errores y equivocaciones, que protagonizaron los años 1960 y comienzos de 1970. Es extraordinario, en ese sentido, constatar la curiosidad intelectual de chicos y chicas de 20 años: “Pero ¿qué pasó entonces?” Y esta interrogación lleva o puede llevar a construir una voluntad de cambio cultural, político, social. En 1945, valga recordarlo, el vacío dejado por la izquierda comunista y socialista, en una coyuntura de ascenso del movimiento de masas, lo llenó Perón y el peronismo. En todas partes, además, pasó igual : las masas se fueron con el nacionalismo. A eso me refiero también con el “viento fresco”. Esperemos que se recree la esperanza, que aparezcan nuevas formas de hacer política y que germine una nueva cultura republicana y socialista. Eso es lo que hay que construir, cualquiera sea el nombre que adopte, pues lo que cuenta es el contenido. En todo caso, la dinámica que se afirma en el Cono Sur va en el sentido de revitalizar el viejo proyecto de la necesaria unidad latinoamericana. Que los oprimidos y explotados se apropien del espacio público, sin esperar del Estado ni de los dirigentes, es una condición. Leer o releer, entre otros, José Carlos Mariátegui, también...
P. ¿Y siendo usted un argentino que vive en París, qué podría decir sobre el gobierno de Nicolas Sarkozy? ¿También su nuevo gobierno forma parte de los “vientos frescos”?
R. No, por cierto que no. Pero la llegada de Sarkozy al poder, representa un cambio fundamental. Es el fin de un ciclo histórico tanto para la derecha como para la izquierda: el fin del gaullismo y de la izquierda tradicional socialista y comunista. De Gaulle, un conservador con antecedentes de extrema derecha, fue el hombre del NO en 1940, se puso al frente de la resistencia contra la ocupación y el gobierno colaboracionista del Mariscal Petain; reconstruyó el Estado – era su objetivo – con reformas capitalistas, pero incorporando a comunistas y socialistas – él, que era visceralmente anticomunista -, defendió una actitud de independencia nacional respecto a Estados Unidos. Ahora, todo es muy distinto. En ese sentido, hay una verdadera “ruptura”. Esta es la Francia de “Sarko, el Americano”. Estamos lejos hasta del gobierno conservador de Jacques Chirac que se opuso a la guerra contra Irak. Sarkozy rompe con esta tradición y suplanta a Tony Blair. Coloca así a Francia a remolque de la política guerrera de Estados Unidos, cuando el imperialismo continúa la atroz guerra en Irak y en Afganistan, mientras prepara eventualmente un ataque contra Irán. Además, el gobierno Sarkozy está desmantelando el Estado de Bienestar, la seguridad social, el código del trabajo, los servicios públicos, las conquistas de varias generaciones. Es la alineación total al neoliberalismo reaccionario, un retroceso en todos los planos, volviendo a un capitalismo del siglo XIX, valga la metáfora. Contra todo eso se hizo la huelga del 18 de octubre, seguida por las que están en curso, cuyos resultados son imprevisibles.
En cuanto a la izquierda francesa, en particular el Partido Socialista que es su fuerza mayoritaria (al menos electoralmente), ha conocido una transformación en el sentido del social-liberalismo, o sea, hasta el abandono de un proyecto reformista. Es una crisis muy profunda, en la cual la izquierda socialista tiene muy poco espacio. El PCF, por su parte, sigue en un proceso permanente de crisis, habiendo perdido las referencias ideológicas y políticas, buenas o malas, que le dieron razón de existir. Hoy el PCF es una fuerza minoritaria, reducida a algunos bastiones de municipalidades y lo que queda del otrora poderoso aparato partidario. Sus militantes “renovadores” también tienen muy reducidos sus espacios de acción. Finalmente, la extrema izquierda, en particular la LCR y otros grupos trotskistas, no logra salir de una contestacion grupuscular. Sin embargo, es en ese amplio espectro, en los sindicatos y los movimientos sociales, donde existen las potencialidades para enfrentar la ofensiva reaccionaria de Sarkozy y su gobierno. Es de esperar que las luchas en curso puedan jugar un rol estimulante y decisivo en ese sentido. Francia fue siempre un ejemplo clásico de la lucha de clases, pero también de los fracasos para encontrar salidas políticas. En la Francia actual, donde algo huele a podrido, como en el viejo reino de Dinamarca, un poco de “aire fresco”, como el que sopla en el sur, vendría muy bien. Ese viene siempre de abajo, de los trabajadores, pobres, subalternos, explotados, o como quiera que se les llame, o sea, de los “condenados de la tierra”, como diría Franz Fanon.
P. Sobre América Latina, o mejor dicho del sur, usted sostiene que la región es escenario de reacciones populares, de revueltas contra el neoliberalismo y las oligarquías tradicionales. ¿Cómo definiría entonces lo que está sucediendo en Bolivia, Ecuador y Venezuela?
R. Hay efectivamente reacciones contra el orden establecido, en una región que sufrió y sufre la tremenda ofensiva neoliberal, que comenzó con el ciclo de las dictaduras militares y prosiguió con el restablecimiento de los regímenes democráticos, para llamarlos de alguna manera. En el período precedente, las luchas sociales tenían como objetivo el cambio del régimen político, pero también la transformación de las estructuras económicas. Se buscaba cambiar el poder, digamos, desde fuera del Estado. Actualmente, el proceso toma formas inéditas y variadas, aunque todas se insertan en una dinámica de cambio social. Algunas, por ejemplo, son muy avanzadas como el caso de Bolivia desde la insurreccion indígena y campesina de septiembre-octubre 2003. Ahí estamos en presencia de un nueva irrupción de las masas oprimidas, fuente luego de la victoria electoral de Evo Morales. Recordemos que Bolivia fue una de las grandes revoluciones latinoamericanas, la de 1952, aunque ésta quedara trunca. En la memoria histórica del pueblo boliviano está siempre presente. En el otro caso, el venezolano, hay un proceso revolucionario que viene desde arriba, decidido por Hugo Chávez y su equipo, que tiene un gran apoyo popular. Sus sucesivas victorias electorales son incontestables. Es un fenómeno inédito de una riqueza particular. El general norteamericano James Hill había advertido hace pocos años sobre “una amenaza emergente caracterizada como populismo radical”. No se equivocaba seguramente, en cuanto amenaza a los intereses imperiales de Estados Unidos. La “revolución bolivariana” está en la mira del Pentágono. En Ecuador, por último, proceso más reciente con la elección de Rafael Correa, también aparece un proceso de cambio evidente. Es prematuro opinar sobre el mismo, pero incontestable su importancia. Además, desde los años 1980 asistimos a una relativa estabilidad institucional, donde los mecanismos democráticos, aún frágiles, funcionan. No quiere decir que los que detienen el poder, el dinero y las armas, no estén al acecho. Pero no tienen la iniciativa, al menos por ahora. En su conjunto, es lo que llamo los “aires frescos del sur”.
P. ¿Y estos “aires frescos” incluyen la situación que vive Argentina? Hay un nuevo gobierno encabezado por Cristina Fernández, la esposa del todavía presidente Néstor Kirchner. Siendo usted un argentino exiliado en Francia desde la época de la dictadura, me gustaría conocer su opinión.
R. Lo que está sucediendo en Argentina es la emergencia de un proyecto de tipo centrista, capitalista, pero progresista en muchos aspectos – en particular en lo que concierne los derechos humanos - frente a los dinosaurios políticos y los grandes grupos económicos, esos mismos que apoyaron la terrible dictadura militar de 1976-1983, y que continuaron acumulando riquezas y poder con el neoliberalismo. El proyecto de Kirchner, por cierto, no tiene nada de revolucionario - ¿y porqué habría de tenerlo?- pero llena el vacío dejado por la profunda crisis social y política, la crisis de representatividad. Y también, en cierto sentido, por la ausencia de otra alternativa, agravada por la casi inexistencia de una izquierda, que es solo grupuscular.Valga recordar que, salvo excepciones, ésta no comprendió nunca el peronismo, soñando siempre con la “desperonización” de las masas desde 1945. ¡Y ahí está Cristina Fernandez de Kirchner que obtuvo más del 45 por ciento de los votos! El mejor candidato de un centro izquierda, el director de cine “Pino” Solanas, sacó apenas un (honroso) 1,9 por ciento. Es una diferencia brutal. Kirchner fue el producto de la gran movilización de diciembre de 2001, esa revuelta popular y de las clases medias, que derrocó a Fernando de la Rúa y a cuatro presidentes en 15 días. Sin ser una revolución ni mucho menos, este levantamiento ciudadano, que costó la vida a 36 personas, puso en cuestión al sistema político. Ese fue el contenido del famoso “¡Que se vayan todos, que no quede ninguno!” (aunque después volvieron). Kirchner, gobernador de Santa Cruz, apadrinado por Eduardo Duhalde, el caudillo del Partido Justicialista de Buenos Aires (y también efímero presidente), obtuvo en el 2003 apenas 22 por ciento de los votos, aunque seguramente hubiera logrado, en la segunda vuelta, un muy buen resultado contra Carlos Menem. Como sea, se abrió así una nueva etapa. El gobierno de Kirchner fue marcado por la voluntad de romper con el pasado político de la era Menem, asumiendo la reivindicación de los Derechos Humanos como una bandera central. Pero en lo esencial, me parece, no hay un cambio radical de modelo económico, a diferencia de los casos de Bolivia o Venezuela. Kirchner hace una política distinta a la del neoliberalismo que aplicó con ferocidad Carlos Menem, destruyendo el país. Pero sin salirse del marco de un capitalismo reformado y con la ilusión de recomponer una “burguesía nacional”. Por otra parte, además de los cambios políticos, hay una coyuntura económica favorable, con una tasa de crecimiento del 8 o 9 %, favorecida por la situación del mercado mundial. Esto ha permitido una recuperación importante del empleo y una disminución del nivel de la pobreza, aunque ésta siga siendo muy grande y el crecimiento no vaya acompañado por una real redistribución de la riqueza.
Cristina Fernández se presenta como una continuidad del gobierno de su esposo. Con el excelente resultado obtenido, ella tiene una legitimidad y legalidad superior. Legalidad y legitimidad popular, cuestión fundamental de todo poder político. Hay un sector muy importante de la población que apuesta por este proyecto, aunque hubo una abstención importante, rara en Argentina donde la participación electoral ronda el 85 por ciento, mientras que en las últimas fue del 75 por ciento.
Es difícil predecir el curso que tomará la situación. Mucho depende de lo que pase también en el resto de América Latina, en particular en Brasil, convertido en una potencia, a pesar de todas sus contradicciones. En un país como éste, Lula ganó nuevamente las elecciones con gran apoyo popular, ha hecho cambios importantes y hace, me parece, lo que puede hacer. No se trata de juzgar, sino de constatar la realidad. Me distingo en ese sentido de los que desde la izquierda lo consideran un “traidor”. Lula nunca dijo que era socialista, ni menos que ese fuera su proyecto. Sin contar que llega al gobierno condicionado, pues el poder real sigue en manos de las clases dominantes, cuyos partidos además tienen mayoría parlamentaria y controlan los principales Estados de Brasil. Por lo tanto, su poder es muy limitado. Lo cual no quiere decir que tuvo una ocasión, quizá perdida, para protagonizar un gran cambio. Las desigualdades, la injusticia, la explotación, son inmensas en Brasil, como en México, como en toda América Latina. Quizá peor aun en Brasil donde una ínfima minoría privilegiada acapara gran parte de la riqueza nacional. Esperemos que las bases sindicales, el Movimiento de los Sin Tierra, y otros que existen en diversos sectores, puedan tener una nueva ocasión.
La situación en América Latina plantea la necesidad de una revigorización del pensamiento crítico, una batalla cultural, ideológica y política. Comprender, entre otras cosas, la aparición de los nuevos movimientos sociales, sus formas inéditas, el papel protagónico del movimiento indígena, en particular en la región andina, las nuevas formas que toma la cuestión nacional. Eso explica personajes como Evo Morales, un sindicalista indio elegido presidente en Bolivia; Lula, un obrero metalúrgico sindicalista, luchador contra la dictadura y fundador del Partido de los Trabajadores, algo único en América Latina; Kirchner, que viene del peronismo, vinculado al aparato del movimiento, que rompe con la política precedente y toma iniciativas como la abolición de las leyes de amnistía a los militares responsables de la represión, limpia la Corte Suprema, pasa a retiro una generación de oficiales; hace de la siniestra ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, un Museo de la Memoria, homenaje a los 30 mil desaparecidos.
P. Sin embargo, los procesos políticos liderados por Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, se han esforzado en catalizar esos cambios, que ellos llaman revolucionarios, a través de Reforma Constitucional.
R. Sí, esto es muy importante porque se da una situación de transición. En Bolivia, con grandes dificultades. Evo Morales enfrenta una oposición fuerte, encabezada por la vieja oligarquía, con el apoyo de Estados Unidos. Hay que tener en cuenta que Bolivia es un país al borde de la guerra civil. La tentativa de secesión de la región de Santa Cruz y la denuncia de Morales sobre preparativos de un golpe militar, tienen fundamento. No es fácil, pues Morales cuenta con un aval popular decisivo, pero los que sienten afectados sus intereses económicos y sociales, no se van a quedar con las manos quietas. Es difícil evaluar si es más complicado que en Ecuador o Venezuela. En Venezuela hay una situación particularmente interesante y donde Chavez se define como socialista. Las definiciones son símbolos que no hay que minimizar, pues estructuran ideas y sentimientos, afirman convicciones. Pero las nacionalizaciones, la estatización de sectores de la economía, la distribución de tierras y de parte de la riqueza, medidas progresistas incontestables, no conducen en sí mismas al socialismo. Esa es otra cuestión. No hay socialismo “desde arriba”, no hay revolución que marche en América Latina, o en el mundo entero, sino existen los medios democráticos para que la gente piense, actúe, decida por sí misma. La historia de todas las revoluciones del siglo XX así lo confirma, con sus éxitos extraordinarios y sus fracasos no menos estrepitosos y trágicos. Este es un gran desafío, sin duda alguna.
P. ¿Y en qué podría desembocar eso que usted comenta?
R. Podría desembocar en una sustitución del movimiento de masas. En Venezuela se están haciendo cosas muy importantes: han nacionalizado casi 200 empresas; han abierto un proceso de reforma agraria, siendo éste muy difícil de realizar en un país muy urbano. El peso del campesinado es relativamente limitado. Se puede decir "vamos a expropiar 30 millones de hectáreas y se las damos a los campesinos", pero los campesinos se han ido a vivir a Caracas y otras ciudades, y cuando uno vive en la ciudad y tiene electricidad, médico, escuelas, etc., difícil se quiera volver al campo. Además, se puede formar un obrero en seis meses, pero un campesino se forma en generaciones de trabajo y tradiciones. Nada fácil, pues. Por ahora, el principal apoyo popular de Chávez viene de su política favorable a los sectores más pobres de la población, ayudado por la coyuntura favorable y la renta petrolera.
Volviendo a Argentina, hay un cambio importante. Hasta hace 5 ó 6 años una parte de la sociedad estaba muy golpeada. Un 50 por ciento de la población se encontraba en la pobreza, un tercio bajo el nivel de la pobreza. Esta continúa a ser muy grande, pero en disminución, así como el desempleo. El problema es la ausencia de una perspectiva de izquierda, en el sentido de un cambio social radical. Ese vacío lo llena lo que se puede denominar el “centro izquierda”, criterio por cierto bastante nebuloso. En todo caso, hay una nueva generación que se pregunta el por qué del fracaso del movimiento obrero, de sus fuerzas políticas y sociales revolucionarias, cualquiera fueran sus errores y equivocaciones, que protagonizaron los años 1960 y comienzos de 1970. Es extraordinario, en ese sentido, constatar la curiosidad intelectual de chicos y chicas de 20 años: “Pero ¿qué pasó entonces?” Y esta interrogación lleva o puede llevar a construir una voluntad de cambio cultural, político, social. En 1945, valga recordarlo, el vacío dejado por la izquierda comunista y socialista, en una coyuntura de ascenso del movimiento de masas, lo llenó Perón y el peronismo. En todas partes, además, pasó igual : las masas se fueron con el nacionalismo. A eso me refiero también con el “viento fresco”. Esperemos que se recree la esperanza, que aparezcan nuevas formas de hacer política y que germine una nueva cultura republicana y socialista. Eso es lo que hay que construir, cualquiera sea el nombre que adopte, pues lo que cuenta es el contenido. En todo caso, la dinámica que se afirma en el Cono Sur va en el sentido de revitalizar el viejo proyecto de la necesaria unidad latinoamericana. Que los oprimidos y explotados se apropien del espacio público, sin esperar del Estado ni de los dirigentes, es una condición. Leer o releer, entre otros, José Carlos Mariátegui, también...
P. ¿Y siendo usted un argentino que vive en París, qué podría decir sobre el gobierno de Nicolas Sarkozy? ¿También su nuevo gobierno forma parte de los “vientos frescos”?
R. No, por cierto que no. Pero la llegada de Sarkozy al poder, representa un cambio fundamental. Es el fin de un ciclo histórico tanto para la derecha como para la izquierda: el fin del gaullismo y de la izquierda tradicional socialista y comunista. De Gaulle, un conservador con antecedentes de extrema derecha, fue el hombre del NO en 1940, se puso al frente de la resistencia contra la ocupación y el gobierno colaboracionista del Mariscal Petain; reconstruyó el Estado – era su objetivo – con reformas capitalistas, pero incorporando a comunistas y socialistas – él, que era visceralmente anticomunista -, defendió una actitud de independencia nacional respecto a Estados Unidos. Ahora, todo es muy distinto. En ese sentido, hay una verdadera “ruptura”. Esta es la Francia de “Sarko, el Americano”. Estamos lejos hasta del gobierno conservador de Jacques Chirac que se opuso a la guerra contra Irak. Sarkozy rompe con esta tradición y suplanta a Tony Blair. Coloca así a Francia a remolque de la política guerrera de Estados Unidos, cuando el imperialismo continúa la atroz guerra en Irak y en Afganistan, mientras prepara eventualmente un ataque contra Irán. Además, el gobierno Sarkozy está desmantelando el Estado de Bienestar, la seguridad social, el código del trabajo, los servicios públicos, las conquistas de varias generaciones. Es la alineación total al neoliberalismo reaccionario, un retroceso en todos los planos, volviendo a un capitalismo del siglo XIX, valga la metáfora. Contra todo eso se hizo la huelga del 18 de octubre, seguida por las que están en curso, cuyos resultados son imprevisibles.
En cuanto a la izquierda francesa, en particular el Partido Socialista que es su fuerza mayoritaria (al menos electoralmente), ha conocido una transformación en el sentido del social-liberalismo, o sea, hasta el abandono de un proyecto reformista. Es una crisis muy profunda, en la cual la izquierda socialista tiene muy poco espacio. El PCF, por su parte, sigue en un proceso permanente de crisis, habiendo perdido las referencias ideológicas y políticas, buenas o malas, que le dieron razón de existir. Hoy el PCF es una fuerza minoritaria, reducida a algunos bastiones de municipalidades y lo que queda del otrora poderoso aparato partidario. Sus militantes “renovadores” también tienen muy reducidos sus espacios de acción. Finalmente, la extrema izquierda, en particular la LCR y otros grupos trotskistas, no logra salir de una contestacion grupuscular. Sin embargo, es en ese amplio espectro, en los sindicatos y los movimientos sociales, donde existen las potencialidades para enfrentar la ofensiva reaccionaria de Sarkozy y su gobierno. Es de esperar que las luchas en curso puedan jugar un rol estimulante y decisivo en ese sentido. Francia fue siempre un ejemplo clásico de la lucha de clases, pero también de los fracasos para encontrar salidas políticas. En la Francia actual, donde algo huele a podrido, como en el viejo reino de Dinamarca, un poco de “aire fresco”, como el que sopla en el sur, vendría muy bien. Ese viene siempre de abajo, de los trabajadores, pobres, subalternos, explotados, o como quiera que se les llame, o sea, de los “condenados de la tierra”, como diría Franz Fanon.
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BolPress - Bolivia/19/11/2007
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