Sería muy simplista plantear que en realidad en la cumbre no ocurrió nada. Lo más grave de enarbolar posturas de esta especie radica en que conduciría directamente a cerrar toda posibilidad de discusión y análisis sobre las causas. Clausurar la reflexión nos condenaría a la incapacidad de diseñar soluciones. Algo similar ocurre si se opta, como parece estar ocurriendo, por un optimismo infundado.
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Cristina Fernández y Lula, en la Cumbre del G-20.
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Por Aníbal Y. Jozami*
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La última Cumbre del G-20 en Londres aparecía para muchos como el punto de partida de un nuevo orden financiero internacional, que permitiría superar la actual crisis financiera y económica mundial. Estoy entre los que no creían pero hubiesen deseado que eso ocurriera, y los que ahora piensan que nada fundamental sucedió desde la perspectiva de evitar repeticiones.
Por eso, el “quién vigilara a los vigilantes” de Decimus Junius Juvenal, poeta de la Roma anterior a nuestra era, especialista a través de sus 16 sátiras en la crítica a la corrupción de la sociedad romana de su época, se adecua perfectamente a la temática que nos ocupa.
El escenario de tragedia global que viene arrastrando el mundo desde hace más de un año es producto, sino de corrupción en términos de Juvenal, sí de desidia, inoperancia, irresponsabilidad, ineficacia, ignorancia, en diferentes proporciones. Ahora que, por ejemplo, la crisis ya se deglutió más de 50 millones de empleos, la cumbre del G-20 ha sido presentada por sus principales protagonistas como un verdadero éxito, y fuente de esperanzas en la recuperación mundial de la economía.
Las voces que se escucharon luego de los acuerdos alcanzados en Londres ofrecieron un panorama optimista, y algunas llegaron incluso a cierto nivel de euforia indicando que este encuentro podía llegar a atenderse como el punto de partida para la salida de la crisis.
Lamento discrepar con estas interpretaciones optimistas, aunque, en nuestro caso debe alegrarnos que se haya instituido un ámbito de reunión más ampliado, en el que participe Argentina. Sería muy simplista plantear que en realidad en la cumbre no ocurrió nada. Lo más grave de enarbolar posturas de esta especie radica en que conduciría directamente a cerrar toda posibilidad de discusión y análisis sobre las causas. Clausurar la reflexión nos condenaría a la incapacidad de diseñar soluciones. Algo similar ocurre si se opta, como parece estar ocurriendo, por un optimismo infundado.
El primer ministro de Gran Bretaña, Gordon Brown, y el presidente de EE.UU., Barack Obama, enarbolaron el pabellón del más absoluto optimismo. El primero aseguró que la reunión del G-20 hizo posible “el comienzo de un nuevo orden internacional” y el segundo lo calificó de un “hito histórico”. Creo que se trata de dos formas excesivas para calificar el mayor logro de la cumbre, que no ha ido más allá de acordar inyectar un billón de dólares en préstamos adicionales y garantías para financiar el comercio y rescatar a países en apuros económicos. Son números importantes. Indudablemente. No es mi intención negarlo. Pero sí plantear que no es ni siquiera un principio si lo que se quiere es garantizar que crisis como la que sufrimos no se reproduzcan endémicamente, dejando su atroz estela de iniquidades.
¿Por qué soy tan crítico? Sencillamente, no creo que medidas de este tipo, por más rutilantemente que aparezcan en las tapas de todos los diarios del mundo, sean la solución a la crisis. Más bien se me hace que se persiste en el análisis erróneo si se busca exclusivamente la puerta de salida del tembladeral económico y financiero. Ocurre que como pocas veces antes en la historia económica de Occidente, de esta crisis no se sale si, además de intentar diseñar un futuro estable, no se soluciona el pasado. Vale decir: es imprescindible una explicación rigurosa de cómo se llegó a un caos financiero y económico de esa magnitud, de lo contrario la recurrencia de la crisis no será una instancia extraordinaria sino más bien una cuestión cotidiana.
El FMI es, a la vez, una de las principales fuentes de optimismo global post G-20 y uno de los actores en los que mágicamente se han depositado esperanzas.
Se ha dicho que las medidas más concretas de la cumbre fueron las vinculadas a apoyar y reformar al Fondo. Su titular, Dominique Strauss-Kahn, dijo que la institución devino en “una agencia de prevención y manejo de crisis, capaz de salir a dar asistencia a decenas de países al mismo tiempo”. ¿Cómo es que se convirtió al FMI de uno de los máximos responsables de la crisis actual a eventual salvador de la economía mundial? Aparentemente, esta milagrosa transformación proviene de la decisión de triplicar los fondos del Fondo con 750.000 millones de dólares (22 países aportarán 500.000 millones, de ellos 40.000 millones vendrán de China, mientras que otros 250.000 millones serán aportados en la divisa del FMI), para estar a disposición de los 185 países miembros). El Fondo, además, podrá vender reservas de oro para ayudar a los países más pobres. Además, los titulares del FMI y el Banco Mundial serán designados de ahora en adelante por sus méritos y ya no por el acuerdo tácito que atribuía la jefatura del primero a un europeo y la del segundo a un norteamericano.
Todo lo cual, ciertamente, no parece que alcance. Y esto es así porque ninguna de estas decisiones implica revisión crítica alguna del derrotero que condujo a la actual situación de tragedia económica. Dicho en otras palabras, sigue estando ausente la discusión política. La política es la forma que tenemos los seres humanos, desde la Antigua Grecia si se quiere, de buscar unas soluciones en detrimento de otras. Y ese “en detrimento de”, implica privilegiar unos valores y honrar unas prioridades por sobre otras. Y el G-20 no arrojó ninguna definición política sobre cómo se hicieron las cosas en materia de sistema económico financiero mundial en las últimas dos décadas, ni cómo se pretende hacerlas ahora.
Lo cierto es que los que abogaban por instrumentar una drástica regulación del sistema financiero debieron conformarse con la propuesta de instrumentar una módica mayor vigilancia (en relación a la vigilancia actual, que se acercaba peligrosamente a cero) de las operaciones de los fondos de inversión y los diversos instrumentos financieros.
El FMI, erigido ahora en agencia de previsión y manejo de la crisis, bien amerita la pregunta sobre su idoneidad para realizar dicha tarea, y cuáles serán los mecanismos para auditar periódicamente su eficacia. Parafraseando a Adam Smith, se podría decir que estamos dejando en sus manos la “riqueza de las naciones”, pero mucho más importante aún es comprender que el equilibrio social depende de la no reiteración de estos eventos críticos que tienen como primera consecuencia el agravamientote las inequidades.
Más arriba mencionaba como un error persistente la negativa a solucionar el pasado (esto es, los hechos que condujeron al mundo a la actual debacle). Pues bien, en el G-20, dos planteos clave en esta dirección como lo eran el estímulo fiscal coordinado y una mayor regulación financiera apenas fueron incluidos en una suerte de declaración de principios, con un nivel de operatividad y realidad cercana a la nada. Y estos dos aspectos eran de política y de revisar el pasado, porque la falta de ambos en las últimas décadas es parte de la desembocadura en la crisis.
Es un lugar común de los analistas coincidir en las últimas semanas que uno de los grandes ganadores de la Cumbre de Londres fue el FMI, ya que salió de ella con más poder y más dinero. Lo que no deja de ser, en cierta medida, paradójico, ya que difícilmente no se coincidirá con el primer ministro de la India, Manmohan Singh, presente en la reunión, que dijo que “el desequilibrio real en el funcionamiento del FMI ha sido que ha habido demasiada poca vigilancia de los asuntos de los países desarrollados”. Entonces, a modo de corolario, bien vale volver una vez más a Juvenal. Propongo pedirle su duda prestada como forma de evitar nuevas pero reiteradas decepciones de los organismos internacionales en lo que hace al manejo de las crisis globales. Digo esto porque los vicios no son privativos de la Antigüedad. Si es cierto que para pruebas basta un botón, puede pensarse en Madoff, o imaginar si en el marco de un sistema que no se cambia, los nuevos activos triple A de hoy no serán los nuevos activos tóxicos del mañana.
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*Rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero
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El Argentino . Argentina/01/06/2009