Hoy en día se empieza a ser consciente de que el planeta está en peligro a consecuencia de los daños ambientales ocasionados por “nuestras economías” capitalistas. Por lo tanto, el debate sobre las posibles soluciones es ineludible, aunque encontrarlas no es nada fácil. Pero hay quien ya nos ha sugerido una receta milagrosa: el decrecimiento.
La teoría del decrecimiento se fundamenta en la imposibilidad de mantener una economía siempre expansiva, que tiende al crecimiento ilimitado, cuando los recursos naturales son limitados. La idea central seria dar la vuelta a la situación, de tal forma que se entrara en una nueva fase en la cual la tendencia fuera la de decrecer.
Esta propuesta cuenta con una ventaja: su claridad. Es perfecta para todos los que buscan soluciones simples para los problemas complejos. El eslogan parece decirlo todo. Incluso señala aquello que se pretende combatir, dado que decrecimiento no es otra cosa que el contrapuesto de "crecimiento". Hasta ahora el crecimiento económico se ha medido a través del PIB, un indicador que, siendo claramente deficitario, es el más conocido y aceptado por todo el mundo. El PIB se obtiene indistintamente a través de dos aspectos de un mismo fenómeno: o bien a través de la producción de bienes y servicios o bien a través de las rentas repartidas.
Entrar en la vía del decrecimiento es por lo tanto comprometerse a producir cada año menos bienes y servicios que el año anterior. Pero, por definición, también comporta disminuir el porcentaje global de ingresos.
Y aquí es dónde aparece el primero gran problema: Dado que el decrecimiento es una propuesta de alcance universal, para decrecer sería necesario convencer a los miles de millones de personas que viven en los países empobrecidos de que los problemas del planeta se deben resolver a través de una reducción generalizada de la producción, de los ingresos y del consumo. Pero actuando así se cometería una temeridad: La huella ecológica de una persona norteamericana y la de una de un país empobrecido no son comparables. Los países empobrecidos deben tener como prioridad crecer, porque el primer paso para su supervivencia es escapar de la miseria generalizada. El hambre no se reduce comiendo menos.
El decrecimiento también encontraría complicaciones en los países del Norte que ahora se ven sacudidos por los incrementos de la tasa de paro. Es verdad que un porcentaje positivo de crecimiento económico no tiene por qué provocar de forma mecánica una reducción de desempleados en la misma cuantía. La experiencia de las crisis anteriores y la manera como evoluciona esta nos alertan que el crecimiento económico inicial no es suficientemente vigoroso para compensar el paro acumulado. En todo caso, lo que difícilmente creará nuevos empleos es una prolongación de la recesión, o sea del decrecimiento.
Al margen de los volúmenes de paro, en los países del Norte (y también en los del Sur) el consumo de la burguesía no es el mismo que el de las clases trabajadoras. No se puede, por lo tanto, pedir austeridad a unas clases trabajadoras que han visto como sus rentas perdían peso durante las últimas décadas y que deben soportar los efectos más dolorosos de la crisis económica.
Crecimiento y decrecimiento son conceptos vacíos si no los situamos en un contexto social concreto. Todo depende de lo que pretendamos con ellos. Si crecer implica expoliar la naturaleza, con el objetivo de obtener grandes ganancias de las que se apropia una minoría, sin que importen las consecuencias que todo esto tiene sobre el planeta y sobre las personas, entonces el crecimiento tiene afectos perversos. Pero estos afectos no son casuales sino que son una manifestación más del carácter explotador y destructivo del sistema capitalista.
En cambio, si crecer implica beneficiar a la gran mayoría de la humanidad preservando el planeta para las generaciones futuras, entonces no hay razones para oponerse a este tipo de crecimiento. - LQSomos/25/11/2009 |