Es cierto que ambos escritores –periodistas ambos, por añadidura- dirigían su cuestionamiento al Estado, al gobierno de su época. A Sarmiento uno, a Videla el otro.
Igual de cierto que el actual Gobierno Nacional se encuentra en las antípodas de ambos.
Sin embargo estamos viviendo tiempos difíciles y nos desvela una pena extraordinaria.
¿Por qué?
Veamos: Durante la década del ´90, se produjeron una serie de fenómenos que terminaron de “abrochar” las distintas consecuencias de los cambios profundos, violentos y forzados ocurridos desde mediados de los ´70.
Cuando la crisis petrolera de mediados de los ‘70 desnudó la ineficacia del modelo “productivo” de acumulación para sostener el Statu Quo, el sistema se volcó abrumadora y vehementemente hacia el modelo Financiero. El modelo financiero internacional se derramó hacia las naciones menos desarrolladas aniquilando sus principales nudos productivos, que eran también sus principales usinas de organización popular. Por supuesto, no se iba a aceptar de buen grado semejante destrucción: ese es uno de los motivos por los que América Latina se llenó de Golpes de Estado. A cual más violento, a cual más corrupto, a cual más asesino.
Un colofón no menor de este vuelco del sistema fue la implosión de la URSS , dejando yermo y vacante todo vestigio de organización NO capitalista.
En este estado de cosas, la profunda individuación resultante de tantos años de políticas al respecto, el vaciamiento o desaparición directa de todo agrupamiento social, la ausencia de horizontes pragmáticos hacia los que apuntar desde lo colectivo, terminaron por convertir el concepto de “pueblo” en un anacronismo. Rápidamente, se lo remplazó por otras categorías. Si desde el primer mundo supuestamente progre nos tiraban en la cara el concepto de “multitud”, por estos barrios se fue a lo más sencillo: ya no pensábamos en el “pueblo”, ahora había que tener en cuenta a “la gente”.
Al mismo tiempo, la aparente inviabilidad de todo proyecto colectivo pensado desde los sectores más perjudicados del sistema, sacó del escenario a los gremios y sindicatos. Ese espacio fue rápidamete ocupado por otros agrupamientos: los de quienes SÍ tenían claro su horizonte y los motivos de su existencia, así como los lazos que los fortalecían. Claramente, los dueños del dinero.
Esta es la concreción del nuevo actor social: un actor que puede disgregarse y re agruparse mil, cien mil veces, todas las que crea conveniente. Un actor sin ataduras nacionales ni ideológicas. Un actor, por lo tanto, sin escrúpulos.
Concretamente: la Corporación.
Estos nuevos y poderosos actores sociales que, en tanto tales, comienzan a influir en las decisiones políticas a través de un mecanismo propio, aceitado, largamente probado: el lobby.
Las corporaciones colocan ministros, voltean ministros, inventan ministros. Mediante el traspaso de grandes sumas de dinero, las corporaciones comienzan a tener algún diputado, algún secretario de estado, enquistados siempre en los partidos políticos tradicionales. Aun algún pudor las obliga a no revelar su verdadera cara.
Mientras desde los cráneos del mundo nos encajan la idea de que esta es la “era de la información” y que el mayor capital posible de acumular será entonces esa información, en la Argentina un Elmer de patillas cada vez más cortas levanta el cartel que dice “Temporada de Medios”. Y comienza la cacería en la selva menos protegida ni imaginada. Que un diario acá, que un canal de TV abierta por allá, que una radio, que otro diario, que ora radio, que otro diario, los medios van adquiriendo una característica de red, de pulpo con polidactilia. En medio de este desenfrenado safari, alguien pregunta qué clase de especímenes son esos de los que nadie parece ocuparse. Y otro contesta: “ah, son los cables, la tv paga”.
El descubierto engendro no encuentra ninguna Greenpeace que abogue por su supervivencia y se convierte rápidamente en parte del botín acumulado.
Los medios de comunicación de la Argentina, luego de compras, fusiones, desapariciones, resurgimientos y demás se han convertido también en Corporación.
Conscientes de que el “pueblo” argentino difícilmente entregue su voto al Partido político que se asuma como parte de una empresa comercial, las corporaciones realizan en simultáneo varios movimientos. Por un lado, como decíamos, conquistan lugares en la política tradicional. Por otro, se utiliza todo el poder propagandístico de los Medios para incriminar, desprestigiar, satirizar y menoscabar cualquier credibilidad que pueda tener la “política tradicional”. Al mismo tiempo que se intenta destituir el viejo y poco operativo concepto de “pueblo”, sustituyéndolo por el ya mencionado “la gente”.
¿Y qué es “la gente”? ¿Son los mismos que antes llamábamos “pueblo”, sólo que sin organización que los contenga? No. No necesariamente. Si por pueblo entendemos TODOS los habitantes de una nación, no. La “gente” no sólo NO está agremiada, sino que son también menos. Lamentablemente, siguen siendo muchos menos.
Porque esa categoría “la gente” está compuesta sólo por los CONSUMIDORES de los artículos que se venden en los Medios. Es decir, aquellos con el poder adquisitivo suficiente como para evaluar y comprar los productos de limpieza, shampúes, automóviles, teléfonos celulares, dietas, electrodomésticos, indumentaria y productos elaborados mil que pueden avisarse.
Pero a la vez, también aquellos cuyo standard de vida los hace dependientes de los MC para enterarse de la existencia de dichos productos, los que necesitan del principal rol social de los MC, la información necesaria, la educación alternativa, los que necesitan de los Medios para su conformación ideológica, para su adquisición inmediata de saberes de todo tipo.
Esta clasificación, “la gente”, deja pues afuera a un minúsculo grupo de personas que tienen desde siempre asegurada su manutención y la de sus hijos y la de los hijos de sus hijos. Digamos, la “clase” alta ALTA. (Quien decide comprar el último automóvil de, digamos, Ferrari, definitivamente NO necesita a los MC para que le brinden esa clase de información.)
Pero también deja afuera al enorme grupo de seres humanos que subsisten consumiendo productos NO AVISABLES para los MC. ¿O alguien vio publicidades de papa, de tomate, de nalga para milanesa, de vacío, de puchero? ¿Acaso hacen publicidad los “para-textiles” que fabrican las prendas e indumentaria que se adquieren cotidianamente en la Salada?
Entonces: “la gente” es ese inmenso sector que agrupa a lo que, en una definición forzadamente marxista, podríamos llamar la “clase media baja”, la “clase media media”, la “clase media alta”, la “clase media alta alta ALTA”, etc.
Más claro: los sectores auscultados por IBOPE. Como lamentablemente y por suerte (lamentablemente porque quienes se mueven por la periferia del consumo mediático lo hacen, en su abrumadora mayoría, por falta de posibilidades económicas. Por suerte, porque eso deja abierta siempre una hendija de libertad de elección y de “verdad” extra mediática) son muchos los que deja afuera el discurso mediático y al ser el voto –en nuestro país, al menos- UNIVERSAL, SECRETO Y OBLIGATORIO, las elecciones democráticas permiten siempre que afloren realidades inéditas para ese universo de los medios.
Fue una buena parte de “la gente” la que pudimos observar en aquellos cacerolazos por “el campo”. Y el discurso mediático, fiel a sus clientes, no podía decepcionarlos.
Si a esto sumamos que, como decíamos, desde que en los ’90 se desatara la desenfrenada carrera por el acrecentamiento de canales de llegada –privilegiadamente: los Medios de comunicación- a “la gente”, el mapa informativo se modificó sustancialmente.
Los medios ya no “mediaban” entre la gente, las corporaciones y el Gobierno. No, los medios YA son una corporación.
Ya no traducen los discursos del poder económico: los emiten.
Ya no atacan a un gobierno popular con el cuidado que les producía ser emisarios.
No, ya lo hacen por cuenta propia.
En el mundo actual, uno de los elementos más valiosos, más codiciados e imprescindibles para la vida cotidiana es la información. De ella se vale el ciudadano para pensar, evaluar, criticar y aplaudir.
Para hacer valer sus derechos y para poder cumplir con sus responsabilidades.
Y es ese valor –la información-, lo que las corporaciones insisten en escamotearnos.
Por eso, pese a los innúmeros foros y espacios abiertos por el actual gobierno nacional, no hay “debate”. Porque los intereses corporativos no tienen otro argumento que el de su propio bolsillo, el de la disputa de su casi omnímodo Poder. Y el bolsillo sirve para comprar, no para debatir; para aplastar, no para argumentar.
De sobra conocemos los argentinos las consecuencias –sociales, políticas, económicas, cotidianas- de la escasez de información. La historia reciente da abrumadoras muestras de las calamidades que pueden ocurrir cuando a un pueblo le escamotea, se le restringe, se le niega o se le deforma monstruosamente esa información.
Por eso es DEBER del Estado Nacional asegurar su libre flujo, su pluralidad y multiplicidad, al mismo tiempo que la real posibilidad de su apropiación por parte de sus ciudadanos.
En un tiempo en que el desarrollo de los medios electrónicos ha eclipsado casi cualquier otra forma de comunicarse, prometiendo continuar extendiéndose en sus posibilidades y modos, pensar en el derecho de los ciudadanos es pensar tanto en fortalecer la libertad de expresión como en asegurar a cada habitante del suelo argentino su acceso a la mayor cantidad de voces y expresiones que puedan existir. Es pensar, evidentemente, en un conjunto de normas que garanticen ESA libertad, ESA variedad y ESE real acceso.
Para asegurar, entonces, tanto el libre flujo, como la multiplicidad de voces, como el verdadero acceso de los ciudadanos a tan precioso tesoro, se hace imprescindible que el Estado Nacional, el que representa a TODOS los habitantes de nuestro país, tome cartas en el asunto.
Esto, y ninguna otra cosa, es la función de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
La última Ley al respecto, la Ley 22.285 fue sancionada por la última Dictadura Militar, en 1980. Y es la que continúa vigente.
Una ley hecha a imagen y semejanza del país que pretendían Videla, Massera y Agosti, que reprimiera severamente cualquier intento de decir alguna otra versión de los hechos que la que ellos pretendían. Una ley que obstaculizara cualquier pensamiento adulto, cualquier opinión franca, cualquier, en fin, discusión sincera, cualquier voz divergente.
¿Alguien escuchó, leyó o vio a los actuales paladines de la “libertad de expresión” ocuparse de la 22.285 en los últimos años? ¿No es cierto que no? Al parecer, no los molestaba tanto “esa ley”.
Gracias a esa Ley (esta Ley: recordemos que continúa vigente) y la complicidad de muchos, pudo ocultársele al grueso del pueblo argentino muchas de las atrocidades cometidas en la época. Gracias a esa Ley, y la complicidad de muchos, no hubo voces que se escucharan cuando se enajenó y destruyó la capacidad productiva de la nación. Gracias a esa Ley, y la complicidad de muchos, los argentinos solían acudir a radios extranjeras para enterarse sobre lo que REALMENTE pasaba en nuestro suelo.
Gracias a esa Ley (insistimos: esta Ley), la complicidad de muchos y la NO sanción de una nueva norma regulatoria durante el período democrático, los argentinos dejamos en manos de la libre empresa, de la iniciativa privada –recordemos: la 22.285 prohibía expresamente ser licenciatario de un medio de comunicación a cualquiera que no tuviese finalidad de lucro-, de cualquiera, en fin, que tuviese el dinero suficiente nuestras propias vías informativas.
Algo así como “concesionar” el funcionamiento de todas nuestras venas y arterias: total, la sangre fluye sola ¿no es cierto?
El creciente y descomunal desarrollo de las telecomunicaciones, junto con la maduración a pasos agigantados de una sociedad en libertad tornó, como si fuera poco la evidente intención represora de la 22.285, casi inaplicable aquella normativa.
Pensemos: cuando se sancionó la vigente ley, en 1980, en la Argentina no existía… ¡El Cable!
Es decir: la norma de Videla, Massera y Agosti no sólo tiene el pequeño problema de haber sido dictada bajo condiciones aberrantes de las instituciones. También es absolutamente anacrónica.
En estas condiciones, y bajo el imperio del neoliberalismo de los noventa, se entregó el espectro radioeléctico –patrimonio común de la humanidad- al mejor postor del mercado, provocando así una escalada de concentración de medios en pocas, muy pocas, manos. Que aun continúa y que es, a todas luces, directamente contradictorio con una mínima intención de fortalecer la vida democrática de una nación.
Por todo esto es que resulta indispensable la sanción de una nueva normativa para la radiodifusión.
Una normativa que contemple a las asociaciones sin fines de lucro como posibles licenciatarias de un medio de comunicación, una norma que distribuya el espectro radioeléctrico de modo racional y de acuerdo a las necesidades de la nación, una norma que permita al ciudadano común acceder a las distintas opiniones, reflexiones y pensamientos, una norma que impulse y promueva la pluralidad de ideas, que es lo que produce y activa la discusión honesta y sin censuras: madre primera del pensamiento y la libertad.
Una norma, la que hoy se discute, que mantenga permanentemente abierto el registro de licencias. Una norma que impida toda presión que el poder económico o político quiera o pueda ejercer. Una norma cuya autoridad de control sea realmente Federal, que no sólo contemple la diversidad regional y cultural, sino que las ejerza participativamente.
Una norma, esta Nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que asegure, bajo el imperio de la libertad de prensa, el derecho a la información plural y la diversidad cultural para el desarrollo, la educación y el entretenimiento de cada habitante de la República Argentina , sin distinción de credo, lugar de nacimiento, de residencia, posición económica o género.
Una norma que priorice e impulse la programación de contenidos locales, regionales y nacionales, contribuyendo tanto al crecimiento y afianzamiento de los valores y talentos locales como a sus economías particulares.
Una Nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, finalmente, que permita que el espectro radioeléctrico se distribuya democráticamente, fortaleciendo identidades, auspiciando nuevas ideas, impulsando el desarrollo humano, social, político y económico de cada habitante de la república Argentina, sin contenidos discriminatorios o antidemocráticos, contribuyendo a una cada vez mejor calidad de vida, inspirada en aquellos versos finales hernandianos: pues “…si canto de este modo, por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno, sino para bien de TODOS”.
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LQSomos. Gustavo E. Gordillo. Septiembre de 2009.
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