México: Individualismo a ultranza
Eduardo Ibarra Aguirre
En vías de cumplir un cuarto de siglo, el modelo macro aún hegemónico en México y desde antes en la aldea global, es denunciado en forma cotidiana -no siempre documentada- de generar la agudización de los rezagos económicos, laborales, ecológicos, culturales, de género y mediáticos que padecemos.
Con independencia de las adjetivaciones creadas por el movimiento altermundista para referirse al macromodelo, en sustancia no deja de ser capitalismo salvaje. Entre otras cosas porque el mercado terminó siendo el eje rector del crecimiento, en mayor medida en los países periféricos, y el Estado -lo mismo el mexicano que el estadounidense-, fue paulatinamente subordinado para representar y defender, en lugar de los intereses básicos del conjunto nacional, los estratégicos del puñado de trasnacionales que dominan la producción y los servicios.
Como pocas, la invasión y la ocupación de Irak a cargo de las tropas de Estados Unidos -imposible de ocultar con aliados como damas de compañía, muestra descarnadamente la subordinación del Estado del norte a los intereses mercantiles de muy corto plazo de unas cuantas trasnacionales petroleras y gaseras, también del complejo militar industrial, pero coincidentes con los de largo plazo del imperio inmerso en el ciclo de la retirada y la sustitución.
Nunca el orbe fue tan excluyente. Ni los 200 de Forbes, o sus antecesores, determinaron tanto las rutas de la humanidad. La plutocracia globalizada impone y dispone sobre países y continentes completos. Y lo que es peor: marcha en línea directa y paso firme para crear un conflicto de grandes proporciones entre el hombre y la mujer con la naturaleza.
Sin embargo, donde los daños son más pronunciados y difíciles de revertir, es en los patrones conductuales y los valores del individuo hacia sus semejantes, la comunidad y el entorno tanto inmediato como nacional.
El éxito individual a toda costa es el valor supremo que inculcado obsesivamente desde la telecracia, Los Pinos tricolores y azules, la escuela privada y la jerarquía católica, a la vuelta de un cuarto de siglo mutó a los centros de trabajo y de estudio, las familias y comunidades en selvas donde predomina el competidor más fuerte.
La idolatría por el mercado y sus leyes estableció en la competencia el referente básico de las relaciones laborales, familiares, educativas y hasta amistosas.
Se inculca subliminal y abiertamente como máxima para desenvolverse con éxito en el mundo de nuestros días: Primero yo. Después yo. Enseguida yo. Siempre yo.
El éxito es medido en términos de la zona en que se reside, las casas de campo que se tienen, los restaurantes y antros en que se consume, las marcas y modelos de los autos de que se dispone y la variedad de dinero plástico que se emplea.
Como bien dice una experta en educación: “La importancia de los señores se mide por cuantas cosas se cuelgan en la cintura”.
El predominio de valores individualistas y mezquinos es el peor daño hecho por el capitalismo salvaje, en su versión azteca de capitalismo de compadres, en el tejido social mexicano.
No desconozco que los mexicanos reaccionamos comunitaria y solidariamente ante las tragedias. Es imborrable la reacción generosa y solidaria de cientos de miles de capitalinos que frente a la abulia de Miguel de la Madrid Hurtado, el primer presidente que rompió con la estatolatría y se adscribió a la mercadolatría, se hicieron cargo de las tareas de rescate y apoyo a los atrapados por los sismos del 19 de septiembre de 1985.
22 años después será muy complicado reeditar tales reacciones, pero los que desde múltiples afluentes bregan por la construcción de una sociedad, Estado y mundo más incluyentes, hacen su aporte en la multiplicación de lazos de colaboración y apoyo mutuos, pero tampoco exentos de destellos del individualismo a ultranza que rige a buena de las relaciones entre los mexicanos.
ARGENPRESS.info/20/04/2007
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