El lobby de Israel en Estados Unidos
05/09/2007
Opinión
Mario del Carril
LA NACION
-
Ayer apareció en las librerías de Washington y otras ciudades norteamericanas el libro El lobby de Israel y la política exterior de Estados Unidos, de los profesores John J. Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, y Stephen M. Walt, del Instituto Kennedy, en la Universidad de Harvard.
Este libro –publicado por Farrar, Staus y Giroux– es un nuevo intento de esclarecer la relación entre el Estado de Israel y la política exterior de los Estados Unidos. Se anticipa, como ha ocurrido en otras ocasiones, que los argumentos que se esgrimirán contra los señores Mearsheimer y Walt irán más allá de señalar errores de hecho, lógica e interpretación para desacreditar las intenciones de los autores, sugiriendo que es un libro antisemita.
La tesis de Mearsheimer y Walt, que es compartida sotto voce por mucha gente influyente en Estados Unidos, afirma que el lobby de Israel en este país ha manipulado con éxito la política exterior norteamericana, a tal punto que hoy la relación con Israel es perniciosa para los intereses norteamericanos en Medio Oriente. El nudo de su argumento es que en la Guerra Fría, Washington, al apoyar a Israel, fortalecía su posición en Medio Oriente, pero hoy ese apoyo irrestricto estorba sus relaciones con países árabes. Así, por la influencia de Israel, Estados Unidos no criticó la guerra del Líbano, de 2006, no pudo presionar a Israel para que arreglara con los palestinos y abortó conversaciones con Siria e Irán.
Los amigos de Israel y las organizaciones que defienden las posiciones e influencia del lobby de ese país han montado una campaña contra el libro. El director general de B’nai B’rith, Abraham H. Foxman, la renombrada y antigua organización judía que lucha contra el antisemitismo y por los derechos humanos y que tuvo una destacada actuación en la defensa de los derechos humanos en la Argentina, ha escrito un libro de respuesta a la tesis de Mearsheimer y Walt. El título de su respuesta exhibe la retórica agresiva propias de estos encontronazos: Las mentiras más mortíferas: el lobby israelí y el mito del control judío. El trabajo de Foxman también apareció ayer en las librerías.
El argumento de Foxman se basa en el hecho bastante cierto de que los muy variados grupos pro Israel no comparten una agenda y que es falso que la política exterior norteamericana sea controlada por la acción de estos grupos. De esta manera, se establecería que la tesis de Mearsheimer y Walt es una teoría conspirativa indigna de ser considerada en el mundo académico.
No habrá una conspiración para influir en la política norteamericana por parte del lobby judío, pero existe una acción bastante coordinada para limitar la discusión de este libro. Mearsheimer y Walt han sido “desinvitados” a una discusión en el Centro para las Humanidades del Centro de Graduados de la Universidad de Nueva York y también del Consejo de Chicago, sobre temas globales.
Esta acción de acallar la discusión de temas y tesis controvertidas sobre Israel en el extranjero, últimamente se ha repetido más de una vez. Tengo entendido que esto no ocurre tanto en Israel, donde hay una sociedad abierta y contestaria. Pero en Estados Unidos, y hasta en Europa, se ve un fenómeno distinto. El mismo esfuerzo para desacreditar al autor e impugnar desde el vamos el contenido de un trabajo crítico sobre Israel lo padeció hace unos meses el ex presidente Jimmy Carter, quien escribió Palestina: Paz no Apartheid. Personalmente creo que se debe colocar en la misma categoría de reprimir opiniones controvertidas la legislación europea que prohíbe negar la existencia del Holocausto. ¿Por qué hay que penalizar a quienes afirman disparates? ¿Por qué se ha de meter a una persona presa por afirmar que la Tierra es chata?
Hace unos años presencié en el templo Emanu-El, de la Quinta Avenida, en Nueva York, la ceremonia anual de la clausura de los cursos, graduación, ordenación e investidura de rabinos y cantores del Hebrew Union College, Instituto Judío de Teología. En esa ceremonia fueron ordenados 21 rabinos (ocho eran mujeres) y ocho cantores, de los cuales cuatro eran mujeres. En esa ceremonia le fue entregado a Emilio Mignone, en representación del CELS argentino, el Premio Joseph.
Este premio se otorga todos los años a quienes luchan por los derechos humanos y la libertad de opinión en todo el mundo. En la ceremonia, en la que hablaron varios, se levantó un rabino con un libro de Mignone sobre la Iglesia, en la mano, escrito para contribuir a formar lo que llamaba una opinión interna en la Iglesia, es decir, un espacio para discutir y analizar problemas controvertidos. El rabino dijo que en el Estado de Israel el rabino mayor y otros religiosos habían cohonestado las acciones represivas ilegales que ahí habían tenido lugar.
Esta historia es pertinente para mostrar lo que está faltando en el medio cultural de lo que se llama el lobby de Israel en Estados Unidos, que tiende a reprimir las ideas controvertidas, porque cree, honestamente, que pueden perjudicar a Israel. Para muchos admiradores del pueblo y la cultura judías, esta represión de ideas, que cree en el espacio semántico de lo que no se puede decir, no es sólo una limitación del intelecto y la tolerancia: es también una paradoja.
Hace años una revista argentina, Carta Política, publicó un artículo sin firma, bastante absurdo, sobre la comunidad judía en la Argentina. Allí, sin embargo, se le atribuye a la cultura judía una característica que si no es verdadera no es una mentira. El autor de la nota afirmó que la tradición judía contiene fuertes elementos contestatarios que se encuentran en el Antiguo Testamento y también en el proceso de secularización de los tiempos modernos, uno de cuyos héroes fue Baruch Spinoza.
¿Por qué, entonces, organizaciones judías que defienden a Israel y que son herederas de esta tradición contestaría, como la B’nai B’rith, hoy intentan limitar la libertad de opinión en temas de política internacional que son vitales para Estados Unidos e Israel? ¿Se teme algo?
En estos últimos seis años los intereses norteamericanos en Medio Oriente han sufrido. El país ha perdido dinero y vidas en un esfuerzo por crear en Irak un sistema político que por ahora es disfuncional y poco promete. Muchos norteamericanos ya se preguntan por qué están ahí. Obviamente, el lobby de Israel no quiere que se conteste esa pregunta diciendo que la invasión de Irak y la ocupación de ese país se explica en términos de los intereses nacionales de Israel, y no de Estados Unidos. Si el norteamericano medio llega a esta conclusión, sea cierta o no, habrá una reacción no muy predecible. Este temor no es un disparate, pero no se responde al problema escondiéndolo. Es más provechoso estudiarlo abiertamente, sin recriminaciones, que dejar que se mantenga como una realidad no vista que crea desconfianza, especialmente, cuando los que se organizan para defender a Israel en EE.UU. hacen todo lo que pueden para evitar analizar el tema en profundidad. Esto no quiere decir que Mearsheimer y Walt tienen razón, pero mucha gente va a creer que tienen razón en la medida en que se intenta coartarles la libertad para expresar sus opiniones.
LA NACION
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Ayer apareció en las librerías de Washington y otras ciudades norteamericanas el libro El lobby de Israel y la política exterior de Estados Unidos, de los profesores John J. Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, y Stephen M. Walt, del Instituto Kennedy, en la Universidad de Harvard.
Este libro –publicado por Farrar, Staus y Giroux– es un nuevo intento de esclarecer la relación entre el Estado de Israel y la política exterior de los Estados Unidos. Se anticipa, como ha ocurrido en otras ocasiones, que los argumentos que se esgrimirán contra los señores Mearsheimer y Walt irán más allá de señalar errores de hecho, lógica e interpretación para desacreditar las intenciones de los autores, sugiriendo que es un libro antisemita.
La tesis de Mearsheimer y Walt, que es compartida sotto voce por mucha gente influyente en Estados Unidos, afirma que el lobby de Israel en este país ha manipulado con éxito la política exterior norteamericana, a tal punto que hoy la relación con Israel es perniciosa para los intereses norteamericanos en Medio Oriente. El nudo de su argumento es que en la Guerra Fría, Washington, al apoyar a Israel, fortalecía su posición en Medio Oriente, pero hoy ese apoyo irrestricto estorba sus relaciones con países árabes. Así, por la influencia de Israel, Estados Unidos no criticó la guerra del Líbano, de 2006, no pudo presionar a Israel para que arreglara con los palestinos y abortó conversaciones con Siria e Irán.
Los amigos de Israel y las organizaciones que defienden las posiciones e influencia del lobby de ese país han montado una campaña contra el libro. El director general de B’nai B’rith, Abraham H. Foxman, la renombrada y antigua organización judía que lucha contra el antisemitismo y por los derechos humanos y que tuvo una destacada actuación en la defensa de los derechos humanos en la Argentina, ha escrito un libro de respuesta a la tesis de Mearsheimer y Walt. El título de su respuesta exhibe la retórica agresiva propias de estos encontronazos: Las mentiras más mortíferas: el lobby israelí y el mito del control judío. El trabajo de Foxman también apareció ayer en las librerías.
El argumento de Foxman se basa en el hecho bastante cierto de que los muy variados grupos pro Israel no comparten una agenda y que es falso que la política exterior norteamericana sea controlada por la acción de estos grupos. De esta manera, se establecería que la tesis de Mearsheimer y Walt es una teoría conspirativa indigna de ser considerada en el mundo académico.
No habrá una conspiración para influir en la política norteamericana por parte del lobby judío, pero existe una acción bastante coordinada para limitar la discusión de este libro. Mearsheimer y Walt han sido “desinvitados” a una discusión en el Centro para las Humanidades del Centro de Graduados de la Universidad de Nueva York y también del Consejo de Chicago, sobre temas globales.
Esta acción de acallar la discusión de temas y tesis controvertidas sobre Israel en el extranjero, últimamente se ha repetido más de una vez. Tengo entendido que esto no ocurre tanto en Israel, donde hay una sociedad abierta y contestaria. Pero en Estados Unidos, y hasta en Europa, se ve un fenómeno distinto. El mismo esfuerzo para desacreditar al autor e impugnar desde el vamos el contenido de un trabajo crítico sobre Israel lo padeció hace unos meses el ex presidente Jimmy Carter, quien escribió Palestina: Paz no Apartheid. Personalmente creo que se debe colocar en la misma categoría de reprimir opiniones controvertidas la legislación europea que prohíbe negar la existencia del Holocausto. ¿Por qué hay que penalizar a quienes afirman disparates? ¿Por qué se ha de meter a una persona presa por afirmar que la Tierra es chata?
Hace unos años presencié en el templo Emanu-El, de la Quinta Avenida, en Nueva York, la ceremonia anual de la clausura de los cursos, graduación, ordenación e investidura de rabinos y cantores del Hebrew Union College, Instituto Judío de Teología. En esa ceremonia fueron ordenados 21 rabinos (ocho eran mujeres) y ocho cantores, de los cuales cuatro eran mujeres. En esa ceremonia le fue entregado a Emilio Mignone, en representación del CELS argentino, el Premio Joseph.
Este premio se otorga todos los años a quienes luchan por los derechos humanos y la libertad de opinión en todo el mundo. En la ceremonia, en la que hablaron varios, se levantó un rabino con un libro de Mignone sobre la Iglesia, en la mano, escrito para contribuir a formar lo que llamaba una opinión interna en la Iglesia, es decir, un espacio para discutir y analizar problemas controvertidos. El rabino dijo que en el Estado de Israel el rabino mayor y otros religiosos habían cohonestado las acciones represivas ilegales que ahí habían tenido lugar.
Esta historia es pertinente para mostrar lo que está faltando en el medio cultural de lo que se llama el lobby de Israel en Estados Unidos, que tiende a reprimir las ideas controvertidas, porque cree, honestamente, que pueden perjudicar a Israel. Para muchos admiradores del pueblo y la cultura judías, esta represión de ideas, que cree en el espacio semántico de lo que no se puede decir, no es sólo una limitación del intelecto y la tolerancia: es también una paradoja.
Hace años una revista argentina, Carta Política, publicó un artículo sin firma, bastante absurdo, sobre la comunidad judía en la Argentina. Allí, sin embargo, se le atribuye a la cultura judía una característica que si no es verdadera no es una mentira. El autor de la nota afirmó que la tradición judía contiene fuertes elementos contestatarios que se encuentran en el Antiguo Testamento y también en el proceso de secularización de los tiempos modernos, uno de cuyos héroes fue Baruch Spinoza.
¿Por qué, entonces, organizaciones judías que defienden a Israel y que son herederas de esta tradición contestaría, como la B’nai B’rith, hoy intentan limitar la libertad de opinión en temas de política internacional que son vitales para Estados Unidos e Israel? ¿Se teme algo?
En estos últimos seis años los intereses norteamericanos en Medio Oriente han sufrido. El país ha perdido dinero y vidas en un esfuerzo por crear en Irak un sistema político que por ahora es disfuncional y poco promete. Muchos norteamericanos ya se preguntan por qué están ahí. Obviamente, el lobby de Israel no quiere que se conteste esa pregunta diciendo que la invasión de Irak y la ocupación de ese país se explica en términos de los intereses nacionales de Israel, y no de Estados Unidos. Si el norteamericano medio llega a esta conclusión, sea cierta o no, habrá una reacción no muy predecible. Este temor no es un disparate, pero no se responde al problema escondiéndolo. Es más provechoso estudiarlo abiertamente, sin recriminaciones, que dejar que se mantenga como una realidad no vista que crea desconfianza, especialmente, cuando los que se organizan para defender a Israel en EE.UU. hacen todo lo que pueden para evitar analizar el tema en profundidad. Esto no quiere decir que Mearsheimer y Walt tienen razón, pero mucha gente va a creer que tienen razón en la medida en que se intenta coartarles la libertad para expresar sus opiniones.
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