Entre la casta y el marxismo: las aventuras y sinsabores de un hindú comunista y la cuestión colonial
Elizabeth Burgos
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Le Brahman du Komintern, largometraje documental de reciente estreno en París del cineasta francés Vladimir León, constituye un verdadero hito y tal vez se convierta en referencia del género. Se trata de un ejercicio ejemplar de investigación histórica y de lograda factura de realización. Y, pese a no haber contado con ayuda alguna de los organismos públicos competentes, la extensión geográfica que cubre (América, Europa, el Asia) y la base documental que logró amasar, le imprimen el nivel de una superproducción.
Gira en torno a una figura que tuvo en su tiempo su hora de gloria. Un bengalí, hijo de braman, la casta de mayor alcurnia del hinduismo, nacido a finales del siglo XIX, Manabendra Nath Roy, ou M.N. Roy, como solía firmar sus libros, que pese a su lugar de nacimiento, su nombre está relacionado con la historia de México, pues fue en ese país que Roy comenzó su aventura comunista que lo izó a la más alta jerarquía de la Internacional Comunista.
Desembarca en México en 1917, en pleno auge de la guerra de Emiliano Zapata.
En México escribió en español un libro titulado La India, su pasado, su presente, su porvenir.
Un nombre desconocido, salvo para aquellos familiarizados con la historia del comunismo, pese a la importancia de la acción política que desempeñó tanto en América, en Europa como en el Asia. Tampoco el realizador, Vladimir León, lo conocía hasta que el historiador hindú Hari Vasudevan se lo hizo descubrir. Desde entonces, lo animó la pasión de exhumar la figura de M.N.
Roy del anonimato; pasión, que en lugar de disimularla, le deja libre curso y agrega una nota más al logro artístico de la película; en particular, su talante espontáneo como entrevistador y la extensión de las entrevistas, - más que entrevistas, se trata de animados intercambios con sus interlocutores -. A veces, la no disimulación de la espontaneidad del discurso oral, pueden sorprender, como la insólita entrevista con la que comienza la cinta, en donde vemos a un Adolfo Gilly, legendario trotskysta argentino afincado en México, bastante ebrio, ostentando una hilaridad desplazada dada la circunstancia, que en realidad parecía disimular su ignorancia acerca de la historia de Roy. Las correrías de un país al otro, de una ciudad a otra de la India, de un testigo al otro, jugando todos los papeles de un equipo cinematográfico (asistente de realización, entrevistador, etc.) para ir bordando la trama de la compleja trayectoria de M. N. Roy, le imprime un ritmo de novela de aventura en la que se percibe un dinamismo lúdico, del cual el realizador se sirve con astucia, empleándolo como procedimiento cinematográfico artístico para vencer la falta de medios humanos y técnicos requeridos para un proyecto de tal ambición.
Desde los catorce años M. N. Roy se involucró en política; adhiere al grupo Anushilan Samiti, revolucionarios nacionalistas que intentan liberar la India de la presencia colonial británica. En 1916 viaja a Estados Unidos a adquirir armas para luchar contra el poder colonial británico. Se inscribe en la Universidad de Stanford en California para obtener el estatus de estudiante que le sirva de fachada. Allí conoce a la estudiante Evelyn Trent, que le da a conocer la filosofía occidental; lo introduce a Hegel y particularmente a Marx. Obligados a huir de Estados Unidos, desembarcan en 1917 en México en plena revuelta de Emiliano Zapata. Allí adhiere al grupo socialista que da lugar al Partido comunista en 1919 bajo la influencia de Mikhail Borodine, agente del Comintern. Éste lo invita a Moscú; en otros términos, lo recluta. De repente Roy se encuentra en el corazón mismo de la acción revolucionaria internacional y se convierte en miembro prominente del Comintern. Stalin lo nombra miembro del presidium de la Internacional comunista. Durante diez años, cumple misiones por orden del Comintern en Tashkent, China, Berlín. Pero pronto comienza a sentir el peso del aparato comunista, las manipulaciones de los allegados a Stalin; cada día se siente más criticado por su libertad de pensamiento. Logra huir de Moscú y así se libra de las purgas a las que fueron sometidos sus otros camaradas hindúes.
Le Brahman du Komintern, largometraje documental de reciente estreno en París del cineasta francés Vladimir León, constituye un verdadero hito y tal vez se convierta en referencia del género. Se trata de un ejercicio ejemplar de investigación histórica y de lograda factura de realización. Y, pese a no haber contado con ayuda alguna de los organismos públicos competentes, la extensión geográfica que cubre (América, Europa, el Asia) y la base documental que logró amasar, le imprimen el nivel de una superproducción.
Gira en torno a una figura que tuvo en su tiempo su hora de gloria. Un bengalí, hijo de braman, la casta de mayor alcurnia del hinduismo, nacido a finales del siglo XIX, Manabendra Nath Roy, ou M.N. Roy, como solía firmar sus libros, que pese a su lugar de nacimiento, su nombre está relacionado con la historia de México, pues fue en ese país que Roy comenzó su aventura comunista que lo izó a la más alta jerarquía de la Internacional Comunista.
Desembarca en México en 1917, en pleno auge de la guerra de Emiliano Zapata.
En México escribió en español un libro titulado La India, su pasado, su presente, su porvenir.
Un nombre desconocido, salvo para aquellos familiarizados con la historia del comunismo, pese a la importancia de la acción política que desempeñó tanto en América, en Europa como en el Asia. Tampoco el realizador, Vladimir León, lo conocía hasta que el historiador hindú Hari Vasudevan se lo hizo descubrir. Desde entonces, lo animó la pasión de exhumar la figura de M.N.
Roy del anonimato; pasión, que en lugar de disimularla, le deja libre curso y agrega una nota más al logro artístico de la película; en particular, su talante espontáneo como entrevistador y la extensión de las entrevistas, - más que entrevistas, se trata de animados intercambios con sus interlocutores -. A veces, la no disimulación de la espontaneidad del discurso oral, pueden sorprender, como la insólita entrevista con la que comienza la cinta, en donde vemos a un Adolfo Gilly, legendario trotskysta argentino afincado en México, bastante ebrio, ostentando una hilaridad desplazada dada la circunstancia, que en realidad parecía disimular su ignorancia acerca de la historia de Roy. Las correrías de un país al otro, de una ciudad a otra de la India, de un testigo al otro, jugando todos los papeles de un equipo cinematográfico (asistente de realización, entrevistador, etc.) para ir bordando la trama de la compleja trayectoria de M. N. Roy, le imprime un ritmo de novela de aventura en la que se percibe un dinamismo lúdico, del cual el realizador se sirve con astucia, empleándolo como procedimiento cinematográfico artístico para vencer la falta de medios humanos y técnicos requeridos para un proyecto de tal ambición.
Desde los catorce años M. N. Roy se involucró en política; adhiere al grupo Anushilan Samiti, revolucionarios nacionalistas que intentan liberar la India de la presencia colonial británica. En 1916 viaja a Estados Unidos a adquirir armas para luchar contra el poder colonial británico. Se inscribe en la Universidad de Stanford en California para obtener el estatus de estudiante que le sirva de fachada. Allí conoce a la estudiante Evelyn Trent, que le da a conocer la filosofía occidental; lo introduce a Hegel y particularmente a Marx. Obligados a huir de Estados Unidos, desembarcan en 1917 en México en plena revuelta de Emiliano Zapata. Allí adhiere al grupo socialista que da lugar al Partido comunista en 1919 bajo la influencia de Mikhail Borodine, agente del Comintern. Éste lo invita a Moscú; en otros términos, lo recluta. De repente Roy se encuentra en el corazón mismo de la acción revolucionaria internacional y se convierte en miembro prominente del Comintern. Stalin lo nombra miembro del presidium de la Internacional comunista. Durante diez años, cumple misiones por orden del Comintern en Tashkent, China, Berlín. Pero pronto comienza a sentir el peso del aparato comunista, las manipulaciones de los allegados a Stalin; cada día se siente más criticado por su libertad de pensamiento. Logra huir de Moscú y así se libra de las purgas a las que fueron sometidos sus otros camaradas hindúes.
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Se instala en Berlín.
Y por fin regresa a la India en 1930, junto a Ellen, su segunda esposa, una germano-americana, en donde cae preso por orden del poder británico hasta 1936.
Lo más fascinante de este documental es que nos transporta a través de mundos equidistantes; y no es un artificio, esos desplazamientos reflejan la vida de Roy, pues entonces, los activistas de la utopía comunista, antes del surgimiento del liberalismo económico, practicaban la mundialización, que ahora tanto critican. La vida de Roy nos conduce del Kremlin a México, de México a la China, de Berlín a la India.
Cuando Roy logra escapar de Moscú, se afinca en Berlín en donde adhiere al KPO, (oposición comunista a Stalin). De particular interés son las entrevistas de los últimos sobrevivientes que compartieron con Roy sus sueños de liberación, verdaderas fuentes para la historia, como también con historiadores hindúes, especializados en el época. Apasionantes testimonios que nos dan luces inéditas acerca de los entresijos de la lucha de liberación de la India entre los puramente nacionalistas y los nacionalistas marxistas. Una facción que llegaba hasta la identificación con el nacional-socialismo y el fascismo, y la de Roy, que pese a su postura nacionalista, hace un llamado para que se apoye a la potencia colonial ingleses pues consideraba que la victoria de la Alemania nazi significaba el fin de la democracia en el mundo, y la imposibilidad para la India de lograr la independencia.
Consideraba que la derrota del nazismo, era vital para la humanidad. Al final de su vida, ya habiendo renunciado al marxismo, muere en 1954, su figura cae en el olvido en la India. Hoy sólo queda la casa en la que vivió ocupada por un antiguo compañero de Roy. Unas cuantas fotografías ya borrosas, rinden cuenta del ilustre personaje que vivió en tan modesta vivienda; una de ellas recoge la escena, durante el Segundo congreso del Comintern, en donde emerge la elegante silueta del joven hindú entre Lenin, Gorki, Bukharine y Zinoviev. Ya en aquel momento, (1920) surgieron sus primeras desavenencias con la jerarquía comunista, pues para ésta, el objetivo central había sido hasta entonces la revolución en Europa, en prioridad Francia y Alemania. En cambio Roy sostenía que el derrumbe del capitalismo no se daría sin antes lograr la pérdida de las colonias por las potencias coloniales.
El documental nos muestra un destino fuera de lo común, pero también es una demostración detallada de la intrincada madeja del funcionamiento de las utopías revolucionarias, en particular, cuando tienen por escenario el mundo y los conflictos ideológicos que estallan en su propio seno.
La película posee la envergadura de una superproducción internacional, sin embargo no contó con la ayuda de ningún organismo francés, de allí el mérito de Vladimir León, el realizador. Su pasión por el tema, es uno de los logros más significativos y se traduce en la calidad estética de la obra. Se debe señalar, que Vladimir León no es ajeno a la historia que narra; nació en Moscú, en donde su padre, comunista francés, era corresponsal del diario L’Humanité, y de madre rusa, el dominio del idioma ruso, como también del inglés y del español, circunstancias que están presentes en el intertexto de la obra, ya que al realizar las entrevistas en la lengua nativa de los entrevistados, introduce una apertura de ángulo que no hubiese logrado si hubiese recurrido a la traducción. Un elemento poco usual del género, es dejar fluir el discurso oral, permitiendo el trabajo de la memoria mediante la asociación libre de los recuerdos. El espectador no queda con la frustración de haber escuchado versiones elípticas. Vladimir León busca en la suma de los detalles, de lo imprevisible, la explicación del bloque grueso de la historia.
De si mismo escribió M.N. Roy: “Concretamente, sentí que un aristócrata intelectualmente liberado de los prejuicios de su clase podía llegar a ser un revolucionario social más desinteresado y entusiasta que el más apasionado de los proletarios.”
Se instala en Berlín.
Y por fin regresa a la India en 1930, junto a Ellen, su segunda esposa, una germano-americana, en donde cae preso por orden del poder británico hasta 1936.
Lo más fascinante de este documental es que nos transporta a través de mundos equidistantes; y no es un artificio, esos desplazamientos reflejan la vida de Roy, pues entonces, los activistas de la utopía comunista, antes del surgimiento del liberalismo económico, practicaban la mundialización, que ahora tanto critican. La vida de Roy nos conduce del Kremlin a México, de México a la China, de Berlín a la India.
Cuando Roy logra escapar de Moscú, se afinca en Berlín en donde adhiere al KPO, (oposición comunista a Stalin). De particular interés son las entrevistas de los últimos sobrevivientes que compartieron con Roy sus sueños de liberación, verdaderas fuentes para la historia, como también con historiadores hindúes, especializados en el época. Apasionantes testimonios que nos dan luces inéditas acerca de los entresijos de la lucha de liberación de la India entre los puramente nacionalistas y los nacionalistas marxistas. Una facción que llegaba hasta la identificación con el nacional-socialismo y el fascismo, y la de Roy, que pese a su postura nacionalista, hace un llamado para que se apoye a la potencia colonial ingleses pues consideraba que la victoria de la Alemania nazi significaba el fin de la democracia en el mundo, y la imposibilidad para la India de lograr la independencia.
Consideraba que la derrota del nazismo, era vital para la humanidad. Al final de su vida, ya habiendo renunciado al marxismo, muere en 1954, su figura cae en el olvido en la India. Hoy sólo queda la casa en la que vivió ocupada por un antiguo compañero de Roy. Unas cuantas fotografías ya borrosas, rinden cuenta del ilustre personaje que vivió en tan modesta vivienda; una de ellas recoge la escena, durante el Segundo congreso del Comintern, en donde emerge la elegante silueta del joven hindú entre Lenin, Gorki, Bukharine y Zinoviev. Ya en aquel momento, (1920) surgieron sus primeras desavenencias con la jerarquía comunista, pues para ésta, el objetivo central había sido hasta entonces la revolución en Europa, en prioridad Francia y Alemania. En cambio Roy sostenía que el derrumbe del capitalismo no se daría sin antes lograr la pérdida de las colonias por las potencias coloniales.
El documental nos muestra un destino fuera de lo común, pero también es una demostración detallada de la intrincada madeja del funcionamiento de las utopías revolucionarias, en particular, cuando tienen por escenario el mundo y los conflictos ideológicos que estallan en su propio seno.
La película posee la envergadura de una superproducción internacional, sin embargo no contó con la ayuda de ningún organismo francés, de allí el mérito de Vladimir León, el realizador. Su pasión por el tema, es uno de los logros más significativos y se traduce en la calidad estética de la obra. Se debe señalar, que Vladimir León no es ajeno a la historia que narra; nació en Moscú, en donde su padre, comunista francés, era corresponsal del diario L’Humanité, y de madre rusa, el dominio del idioma ruso, como también del inglés y del español, circunstancias que están presentes en el intertexto de la obra, ya que al realizar las entrevistas en la lengua nativa de los entrevistados, introduce una apertura de ángulo que no hubiese logrado si hubiese recurrido a la traducción. Un elemento poco usual del género, es dejar fluir el discurso oral, permitiendo el trabajo de la memoria mediante la asociación libre de los recuerdos. El espectador no queda con la frustración de haber escuchado versiones elípticas. Vladimir León busca en la suma de los detalles, de lo imprevisible, la explicación del bloque grueso de la historia.
De si mismo escribió M.N. Roy: “Concretamente, sentí que un aristócrata intelectualmente liberado de los prejuicios de su clase podía llegar a ser un revolucionario social más desinteresado y entusiasta que el más apasionado de los proletarios.”
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II
¿Cómo no recordar, valiéndonos de Roy, a los hermanos Machado, fundadores del Partido comunista venezolano? Sí, el oligarca Simón Bolívar ha tenido seguidores entre los miembros de su clase, que han compartido el afán de obrar en pro del destino de Venezuela. Pero no es solamente por este hecho de pertenencia social que asocio el caso de M.N. Roy con Venezuela, sino por el trato dado a Bolívar por Marx, que nos regresa al tema la relación del marxismo con lo nacional y lo colonial.
El texto de Marx sobre Bolívar es exhumado cada cierto tiempo por círculos de la oposición, para echarle en cara la incongruencia que significa para un movimiento bolivariano inspirarse del marxismo dado que Marx, no sólo no se contentó con emitir agrias críticas a Bolívar, sino que incluso vertió expresiones insultantes, tal era la antipatía que le despertaba. No es mi propósito debatir acerca del texto de Marx, pero diría que es un texto simplemente consecuente con la postura de un hombre de su época y de su pensamiento, eurocentrista, lo que no es ninguna excepción. Del caudillo venezolano, a Marx parece haberle llegado sólo la percepción de su inmenso narcisismo, y, visto desde su mirador europeo, debe haberle parecido una pálida imitación de Napoleón, una suerte de iluminado tocado por el romanticismo. Para Marx, cuya mirada de adulto se abre con el invento del ferrocarril, el avance industrial era la clave del progreso, de allí que apoyara la invasión de México por Estados Unidos, porque según él, significaba un avance que ayudaría a esos pueblos a sacudirse los vestigios feudales y a montarse en el carro del progreso. Lo mismo opinó con respecto a la invasión británica a la India. Cabe recordar al respecto que los liberales estadounidenses, Abraham Lincoln a la cabeza, criticaron fuertemente la invasión de México.
(Esta visión, compartida por los jerarcas del Comintern fue a la que Roy se opuso, de allí que se convirtiera en el especialista de las cuestión colonial en el seno de la Internacional Comunista, cuando éste decidió incluir en su propósito mundializador a lo que luego se llamó Tercer Mundo).
Para ahondar en este tema, remito a la obra clásica de Manuel Caballero de reciente reedición, La Internacional comunista y la revolución latinoamerica.
Hoy el liderazgo del avance tecnológico lo detenta Estados Unidos. Es muy posible que de vivir hoy, Marx consideraría que Estados Unidos, por su grado de avance tecnológico y debido a su alto desarrollo económico, sería el país que cumplía el requisito de haber llegado a la fase última del capitalismo (Marx consideraba ésta como una etapa necesaria, para llegar al comunismo) y según sus previsiones, debería ser el país idóneo en donde debería instaurarse el comunismo hoy.
No estaría muy alejado Marx de lo que hoy acontece; salvo que el proyecto del “comintern” estadounidense, - como en su época el de Moscú fue imponer el comunismo a nivel mundial - consiste en imponer la democracia. Todo poder de tipo hegemónico, conlleva la imposición de normas y de sistemas de civilización; sólo que las de la democracia eximen del odio y del resentimiento como base de su filosofía y ello significa un verdadero progreso en la historia de la civilización. Aunque querer implantarla mediante la violencia y la invasión de otros pueblos, además de tratarse de un método inadmisible, contrario a los principios de la misma, lo que se logra es cohesionar las fuerzas que se le oponen.
América Latina, desde hace decenios se debate entre totalitarismo y democracia. Se confunde el apoyo brindado por el poder estadounidense a las dictaduras, con las instituciones democráticas forjadas en ese país. La izquierda rechaza en su conjunto todo cuanto viene de Estados Unidos, precisamente, la democracia, lo mejor que se ha producido en materia de instituciones. La capacidad de análisis de un M. N. Roy, capaz de deslindar lo que significaba para la humanidad la democracia británica, por lo que se le debía apoyar en el contexto de la lucha contra Hitler, y, la lucha por lograr la autonomía de la India, es una actitud inconcebible hoy, en un continente en el que el resentimiento colma el trágico vacío teórico y de conocimiento de la historia. De allí que hoy asistamos en Venezuela al asesinato de la democracia, presentado como un combate contra Estados-Unidos, hecho que goza de la simpatía de la extrema izquierda internacional, hoy fusionada en un conglomerado, de apariencia contranatura, constituido por trotskistas y stalinistas. La categoría de la izquierda formada en el culto del totalitarismo ha ganado espacios de poder considerables en la región.
Sin embargo, cabe recordarles a los “bolivarianos”, que ser marxistas consecuentes, equivaldría a serle fiel a Marx en su creencia del progreso y de la modernidad, y no sólo interesarse por imponer la vertiente totalitaria que indefectiblemente conlleva el comunismo. Que en lugar de socialismo del siglo XXI , lo que proponen, es un triste stalinismo del siglo XXI, con rasgos fascistas, incluso con las connotaciones racistas del nazismo, sólo todavía vigente en Corea del Norte, porque ni siquiera en Cuba, en donde lo que queda es una isla en ruinas, regida por otra ruina humana que todavía, por razones de arcaísmo cultural, continúa ejerciendo un poder de tótem sobre los cubanos de la isla.
La verborrea, las declaraciones insultantes hacia Estados Unidos, el pensamiento mágico, el nuevorriquismo, en lugar de tratarse de una actitud de virilidad, como pretenden demostrarlo los jerarcas del régimen, el teniente coronel Hugo Chávez a la cabeza, son más bien signos de impotencia y de temor. Crear tecnología de punta y lanzarse a competir a nivel global, debería ser el proyecto de quienes se jactan de querer “reconstruir el país”. La única revolución para un país como Venezuela es la del despegue tecnológico, la competitividad en el mundo capitalista global, pero con la condición ineludible de contar con instituciones democráticas impecables.
Requisitos de los que Venezuela se aleja cada vez más; en donde se le declara “virilmente” la guerra a amables actrices de teatro por clamar por la democracia, a sacerdotes que hacen llamados a la cordura y a estudiantes indefensos.
¡Qué distancia con la elegancia humana y política de un M. N. Roy, de unos hermanos Machado, y de una integridad como la de Pompeyo Márquez!
elizabeth.burgos@wanadoo.fr
II
¿Cómo no recordar, valiéndonos de Roy, a los hermanos Machado, fundadores del Partido comunista venezolano? Sí, el oligarca Simón Bolívar ha tenido seguidores entre los miembros de su clase, que han compartido el afán de obrar en pro del destino de Venezuela. Pero no es solamente por este hecho de pertenencia social que asocio el caso de M.N. Roy con Venezuela, sino por el trato dado a Bolívar por Marx, que nos regresa al tema la relación del marxismo con lo nacional y lo colonial.
El texto de Marx sobre Bolívar es exhumado cada cierto tiempo por círculos de la oposición, para echarle en cara la incongruencia que significa para un movimiento bolivariano inspirarse del marxismo dado que Marx, no sólo no se contentó con emitir agrias críticas a Bolívar, sino que incluso vertió expresiones insultantes, tal era la antipatía que le despertaba. No es mi propósito debatir acerca del texto de Marx, pero diría que es un texto simplemente consecuente con la postura de un hombre de su época y de su pensamiento, eurocentrista, lo que no es ninguna excepción. Del caudillo venezolano, a Marx parece haberle llegado sólo la percepción de su inmenso narcisismo, y, visto desde su mirador europeo, debe haberle parecido una pálida imitación de Napoleón, una suerte de iluminado tocado por el romanticismo. Para Marx, cuya mirada de adulto se abre con el invento del ferrocarril, el avance industrial era la clave del progreso, de allí que apoyara la invasión de México por Estados Unidos, porque según él, significaba un avance que ayudaría a esos pueblos a sacudirse los vestigios feudales y a montarse en el carro del progreso. Lo mismo opinó con respecto a la invasión británica a la India. Cabe recordar al respecto que los liberales estadounidenses, Abraham Lincoln a la cabeza, criticaron fuertemente la invasión de México.
(Esta visión, compartida por los jerarcas del Comintern fue a la que Roy se opuso, de allí que se convirtiera en el especialista de las cuestión colonial en el seno de la Internacional Comunista, cuando éste decidió incluir en su propósito mundializador a lo que luego se llamó Tercer Mundo).
Para ahondar en este tema, remito a la obra clásica de Manuel Caballero de reciente reedición, La Internacional comunista y la revolución latinoamerica.
Hoy el liderazgo del avance tecnológico lo detenta Estados Unidos. Es muy posible que de vivir hoy, Marx consideraría que Estados Unidos, por su grado de avance tecnológico y debido a su alto desarrollo económico, sería el país que cumplía el requisito de haber llegado a la fase última del capitalismo (Marx consideraba ésta como una etapa necesaria, para llegar al comunismo) y según sus previsiones, debería ser el país idóneo en donde debería instaurarse el comunismo hoy.
No estaría muy alejado Marx de lo que hoy acontece; salvo que el proyecto del “comintern” estadounidense, - como en su época el de Moscú fue imponer el comunismo a nivel mundial - consiste en imponer la democracia. Todo poder de tipo hegemónico, conlleva la imposición de normas y de sistemas de civilización; sólo que las de la democracia eximen del odio y del resentimiento como base de su filosofía y ello significa un verdadero progreso en la historia de la civilización. Aunque querer implantarla mediante la violencia y la invasión de otros pueblos, además de tratarse de un método inadmisible, contrario a los principios de la misma, lo que se logra es cohesionar las fuerzas que se le oponen.
América Latina, desde hace decenios se debate entre totalitarismo y democracia. Se confunde el apoyo brindado por el poder estadounidense a las dictaduras, con las instituciones democráticas forjadas en ese país. La izquierda rechaza en su conjunto todo cuanto viene de Estados Unidos, precisamente, la democracia, lo mejor que se ha producido en materia de instituciones. La capacidad de análisis de un M. N. Roy, capaz de deslindar lo que significaba para la humanidad la democracia británica, por lo que se le debía apoyar en el contexto de la lucha contra Hitler, y, la lucha por lograr la autonomía de la India, es una actitud inconcebible hoy, en un continente en el que el resentimiento colma el trágico vacío teórico y de conocimiento de la historia. De allí que hoy asistamos en Venezuela al asesinato de la democracia, presentado como un combate contra Estados-Unidos, hecho que goza de la simpatía de la extrema izquierda internacional, hoy fusionada en un conglomerado, de apariencia contranatura, constituido por trotskistas y stalinistas. La categoría de la izquierda formada en el culto del totalitarismo ha ganado espacios de poder considerables en la región.
Sin embargo, cabe recordarles a los “bolivarianos”, que ser marxistas consecuentes, equivaldría a serle fiel a Marx en su creencia del progreso y de la modernidad, y no sólo interesarse por imponer la vertiente totalitaria que indefectiblemente conlleva el comunismo. Que en lugar de socialismo del siglo XXI , lo que proponen, es un triste stalinismo del siglo XXI, con rasgos fascistas, incluso con las connotaciones racistas del nazismo, sólo todavía vigente en Corea del Norte, porque ni siquiera en Cuba, en donde lo que queda es una isla en ruinas, regida por otra ruina humana que todavía, por razones de arcaísmo cultural, continúa ejerciendo un poder de tótem sobre los cubanos de la isla.
La verborrea, las declaraciones insultantes hacia Estados Unidos, el pensamiento mágico, el nuevorriquismo, en lugar de tratarse de una actitud de virilidad, como pretenden demostrarlo los jerarcas del régimen, el teniente coronel Hugo Chávez a la cabeza, son más bien signos de impotencia y de temor. Crear tecnología de punta y lanzarse a competir a nivel global, debería ser el proyecto de quienes se jactan de querer “reconstruir el país”. La única revolución para un país como Venezuela es la del despegue tecnológico, la competitividad en el mundo capitalista global, pero con la condición ineludible de contar con instituciones democráticas impecables.
Requisitos de los que Venezuela se aleja cada vez más; en donde se le declara “virilmente” la guerra a amables actrices de teatro por clamar por la democracia, a sacerdotes que hacen llamados a la cordura y a estudiantes indefensos.
¡Qué distancia con la elegancia humana y política de un M. N. Roy, de unos hermanos Machado, y de una integridad como la de Pompeyo Márquez!
elizabeth.burgos@wanadoo.fr
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Analítica - Venezuela/05/11/2007
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