Otra vez la misma piedra
INDUSTRIALES FRENTE AL CONFLICTO AGRARIO
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Por Alberto Müller *
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Llamó la atención el silencio de personeros de las cámaras industriales durante el conflicto con el agro, y también su euforia cuando el Congreso zanjó el tema. Parecería que el empresariado industrial no comprendió que lo que está en juego en la discusión sobre las retenciones es precisamente su destino, y no el del campo.
Repasemos la razón de esto, que muchos ya conocen. El efecto de una reducción de las retenciones será la contracción del superávit fiscal. En consecuencia, disminuirá la demanda que el Estado ejerce sobre el mercado de divisas, que fue lo que sostuvo un tipo de cambio real alto (aunque ya no tan alto en las últimas semanas). O sea: si el Estado compra menos, la tasa de cambio disminuye. Con lo cual la situación del “campo” se modificará marginalmente con o sin Resolución 125: la retención compensa la “altura” del tipo de cambio.
Pero la industria verá apreciar la moneda, perdiendo competitividad. Este sí es un cambio sustantivo, y no hay que desestimar el impacto. Bajo el amparo del tipo de cambio alto, el sector industrial protagonizó un incremento pronunciado de sus exportaciones, que se han duplicado desde 2001 a la fecha. Una expansión bastante mayor, si dejamos de lado los precios, con relación a las exportaciones agrarias. Hoy día, las exportaciones industriales no estrictamente ligadas al tradicional complejo agroexportador (esto es, sin contar aceites, pellets y carnes) representan más del 40 por ciento del total. Y la exportación comprende una proporción apreciablemente mayor de las ventas del sector, con relación a 10 años atrás.
Una avalancha no controlada de divisa externa, por obra de incrementos de precios de las commodities agrícolas, es seguramente un escenario del paladar de la Mesa de Enlace, y ésta no querrá ver interferencia estatal alguna, por “confiscatoria”. Pero, insistimos, lo que ganará por un lado, lo perderá por revaluación cambiaria. Con lo cual, la “batalla de la 125” termina siendo más ideológica que crematística: la Mesa de Enlace prefiere ser confiscada por el mercado, y no por el Estado.
Con su actitud, el empresariado industrial ha mostrado por enésima vez esa humana vocación por tropezar con la misma piedra. Diez años de Convertibilidad no han sido una lección suficiente, al parecer.
La pregunta relevante es si un escenario productivo predominantemente agropecuario es deseable para todos. Si la Argentina fuera una suerte de Kuwait agrícola, esto es, un país donde la producción primaria genera renta suficiente para la supervivencia de todos sus habitantes, no faltarían argumentos a favor de esta opción. Pero ocurre que esto no es así: el sector agropecuario, incluyendo las actividades estrictamente conexas, no representa el grueso del producto y el empleo, sino sólo una parte minoritaria, menor incluso de lo que suele sostenerse en algunos análisis. Cuarenta millones de habitantes son demasiados para 100 millones de toneladas de granos y 50 millones de cabezas de ganado vacuno.
En definitiva, necesitamos crecer sobre la base del sector primario y de la industria; una fórmula que –con tropiezos– no funcionó demasiado mal alguna vez, hasta que Martínez de Hoz y sus generales mandaron a parar. Esta fórmula requiere sí o sí un tipo de cambio alto y diferenciado, sobre todo porque los bienes agrícolas exportables son parte también de la canasta del trabajador.
Alimentos baratos implican menores costos industriales, y por lo tanto mayor competitividad, a un dado tipo de cambio. Celedonio Pereda, presidente de la Sociedad Rural en los infaustos ‘70, sostuvo que la exigencia de alimentos baratos era un mito a destronar. Pero es exactamente al contrario: el bajo costo de los alimentos es de hecho una de las claves de la ventaja argentina. Alimentos caros significan, en cambio, menos competitividad y en definitiva mayor renta primaria, sin contrapartida importante en términos de producción, ni primaria, ni industrial; un negocio para pocos, a costa de los demás.
Y lo riesgoso es que la consolidación del “Partido del Campo” a partir de la derrota de la Resolución 125 –algo que parece querer materializarse en una nueva agrupación política– representará una nueva adición a la postura librecambista, que aspira precisamente a reducir simultáneamente retenciones y valor de la divisa. Bueno para vacacionar en Miami, pero malo para el futuro del país. Si esto prospera, ni el más moderado desarrollismo habrá podido hacer pie en la Argentina, por la “maldición” de la abundancia de un recurso natural.
Es de esperar que en el plano político alguien conforme el partido del desarrollo integral de la Argentina.
Llamó la atención el silencio de personeros de las cámaras industriales durante el conflicto con el agro, y también su euforia cuando el Congreso zanjó el tema. Parecería que el empresariado industrial no comprendió que lo que está en juego en la discusión sobre las retenciones es precisamente su destino, y no el del campo.
Repasemos la razón de esto, que muchos ya conocen. El efecto de una reducción de las retenciones será la contracción del superávit fiscal. En consecuencia, disminuirá la demanda que el Estado ejerce sobre el mercado de divisas, que fue lo que sostuvo un tipo de cambio real alto (aunque ya no tan alto en las últimas semanas). O sea: si el Estado compra menos, la tasa de cambio disminuye. Con lo cual la situación del “campo” se modificará marginalmente con o sin Resolución 125: la retención compensa la “altura” del tipo de cambio.
Pero la industria verá apreciar la moneda, perdiendo competitividad. Este sí es un cambio sustantivo, y no hay que desestimar el impacto. Bajo el amparo del tipo de cambio alto, el sector industrial protagonizó un incremento pronunciado de sus exportaciones, que se han duplicado desde 2001 a la fecha. Una expansión bastante mayor, si dejamos de lado los precios, con relación a las exportaciones agrarias. Hoy día, las exportaciones industriales no estrictamente ligadas al tradicional complejo agroexportador (esto es, sin contar aceites, pellets y carnes) representan más del 40 por ciento del total. Y la exportación comprende una proporción apreciablemente mayor de las ventas del sector, con relación a 10 años atrás.
Una avalancha no controlada de divisa externa, por obra de incrementos de precios de las commodities agrícolas, es seguramente un escenario del paladar de la Mesa de Enlace, y ésta no querrá ver interferencia estatal alguna, por “confiscatoria”. Pero, insistimos, lo que ganará por un lado, lo perderá por revaluación cambiaria. Con lo cual, la “batalla de la 125” termina siendo más ideológica que crematística: la Mesa de Enlace prefiere ser confiscada por el mercado, y no por el Estado.
Con su actitud, el empresariado industrial ha mostrado por enésima vez esa humana vocación por tropezar con la misma piedra. Diez años de Convertibilidad no han sido una lección suficiente, al parecer.
La pregunta relevante es si un escenario productivo predominantemente agropecuario es deseable para todos. Si la Argentina fuera una suerte de Kuwait agrícola, esto es, un país donde la producción primaria genera renta suficiente para la supervivencia de todos sus habitantes, no faltarían argumentos a favor de esta opción. Pero ocurre que esto no es así: el sector agropecuario, incluyendo las actividades estrictamente conexas, no representa el grueso del producto y el empleo, sino sólo una parte minoritaria, menor incluso de lo que suele sostenerse en algunos análisis. Cuarenta millones de habitantes son demasiados para 100 millones de toneladas de granos y 50 millones de cabezas de ganado vacuno.
En definitiva, necesitamos crecer sobre la base del sector primario y de la industria; una fórmula que –con tropiezos– no funcionó demasiado mal alguna vez, hasta que Martínez de Hoz y sus generales mandaron a parar. Esta fórmula requiere sí o sí un tipo de cambio alto y diferenciado, sobre todo porque los bienes agrícolas exportables son parte también de la canasta del trabajador.
Alimentos baratos implican menores costos industriales, y por lo tanto mayor competitividad, a un dado tipo de cambio. Celedonio Pereda, presidente de la Sociedad Rural en los infaustos ‘70, sostuvo que la exigencia de alimentos baratos era un mito a destronar. Pero es exactamente al contrario: el bajo costo de los alimentos es de hecho una de las claves de la ventaja argentina. Alimentos caros significan, en cambio, menos competitividad y en definitiva mayor renta primaria, sin contrapartida importante en términos de producción, ni primaria, ni industrial; un negocio para pocos, a costa de los demás.
Y lo riesgoso es que la consolidación del “Partido del Campo” a partir de la derrota de la Resolución 125 –algo que parece querer materializarse en una nueva agrupación política– representará una nueva adición a la postura librecambista, que aspira precisamente a reducir simultáneamente retenciones y valor de la divisa. Bueno para vacacionar en Miami, pero malo para el futuro del país. Si esto prospera, ni el más moderado desarrollismo habrá podido hacer pie en la Argentina, por la “maldición” de la abundancia de un recurso natural.
Es de esperar que en el plano político alguien conforme el partido del desarrollo integral de la Argentina.
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* Profesor titular FCEUBA
* Profesor titular FCEUBA
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Página/12 Web - Argentina/11/08/2008
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