21/12/08

La farsa de Bernie

Madoff mantuvo durante medio siglo un artificio financiero que le ha permitido defraudar al menos 50.000 millones

FERNANDO VICENTE
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Bernard L. Madoff, de 70 años de edad, antiguo presidente del mercado neoyorkino Nasdaq entre 1990 y 1993 y uno de los mayores intermediarios (broker) de WallStreet, usaba un diminutivo para transmitir confianza a la gente, Bernie. Es sólo uno de los muchos trucos de pillo con los que consiguió construir
una pirámide financiera que a lo largo de décadas se ha comido, según sus propios cálculos, 50.000 millones de dólares. Nada sofisticado. Tan de libro como sus métodos para romper la desconfianza de sus víctimas: prometía rentabilidades a los que le confiaban sus ahorros, que pagaba con los ingresos recaudados a nuevos incautos.

No era una rentabilidad espectacular, que hubiera llamado la atención, sino un constante y respetable 10 ó 12% anual. Pero la tremenda crisis financiera trajo a algunos de sus clientes pretendiendo recuperar inversiones por valor de 7.000 millones de dólares, justo en un momento en el que el flujo de nuevos ahorradores caía en picado y le era imposible obtener la liquidez necesaria para afrontar los pagos. Así se cuenta en el acta presentada ante el honorable Douglas F. Eaton, magistrado del Distrito Sur de Nueva York, por el agente especial del FBI Theodore Cacioppi. El informe asegura que es el propio Madoff el que se lo cuenta en sus oficinas, a principios de diciembre, a dos de sus más altosejecutivos.
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Madoff captaba a sus clientes con trucos de charlatán embaucador
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Entregado por sus hijos
Lo que el agente especial Caccioppi no le dice al juez, al menos por escrito, es que los dos ejecutivos que días más tarde acudirán a las autoridades con la historia, son los propios hijos del acusado, Mark (44 años) y Andrew (42 años). Según relata el agente especial del FBI, con seis años y medio de antigüedad en el cargo, Madoff confiesa a sus empleados en su lujoso dúplex de Manhattan que su negocio de asesoría de inversiones "es un fraude", que está "acabado", que no le queda "absolutamente nada" y que "todo es una gran mentira". Poco después, Madoff admite al ser detenido en su domicilio ante el mismo Caccioppi, que "no hay una explicación inocente" de por qué "pagaba a los clientes con dinero que no existía" y afirma que está "arruinado, insolvente" ,para acabar reconociendo que esperaba "ir a la cárcel".

Frío y calculador, pero educado, agradable y elegante, por dura que fuese la situación. Cinco características que repiten una y otra vez los que tuvieron la suerte de tratarlo. Una suerte que ahora maldicen, pero que hace apenas dos semanas bendecían, ya que sólo unos elegidos entre los elegidos por la fortuna de la riqueza, con al menos un millón de dólares disponible, eran aceptados en su restringido círculo de inversores. Ese era, quizá, el mejor de sus trucos de seductor. La gente llegaba a pagar cientos de miles de dólares por hacerse socio de los exclusivos clubs de campo (country clubs) a los que pertenecía Madoff, para poder acercase a él y confiarle los ahorros de toda una vida de trabajo.
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Prometía intereses que pagaba con los ahorros de otros incautos
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Madoff, de origen humilde, nacido en plena zona judía del este de Queens, uno de los cinco barrios neoyorkinos, no llegó a acabar la carrera de Derecho. Fundó su negocio de intermediación financiera en 1960 con sus primeros 5.000 dólares, ahorrados trabajando como vigilante en las playas de Long Island y como montador de riegos automáticos: Bernard L. Madoff Investment Securities. Un negocio en el que supo ser el primero en aplicar las nuevas tecnologías, introduciendo las transacciones automatizadas por ordenador, cuando el resto de sus competidores aún cerraban todas sus operaciones porteléfono.

A los 50 ya era rico entre los ricos y su nombre respetado en Wall Street. En una época en la que es difícil saber qué nombres se esconden detrás de las empresas propietarias de las compañías de inversión, él resumía su estrategia comercial en una sola frase: "El nombre del dueño está en la puerta". El negocio a la antigua, basado no en los controles externos, sino en la honestidad del apretón de manos. Una estrategia comercial que exige una imagen muy cuidada para cautivar a sus clientes y obtener de ellos una fe ciega en la capacidad para gestionarsu dinero.

Dinero viejo
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Dos hijos suyos, que trabajaban con él, denunciaron la estafa
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Ni mucho ni poco. Como en las siete y media, tan malo es pasarse como no llegar. Así eran sus rentabilidades: discretas pero seguras. Tanto, que entre los broker de WallStreet bautizaron sus inversiones como letras judías (Jewish T-bill), en referencia a la seguridad de las letras del Tesoro. Y así era la imagen que cultivaba, de dinero viejo, pero sin ostentaciones. Posee un dúplex en Manhattan, pero no con vistas a Central Park, sino en la más discreta calle 64 Este, esquina con Park Avenue, que compró en 1999 por 3,3 millones de dólares. Un yate en las Bahamas, grande, de 20 metros, pero antiguo, construido en 1969 y comprado por él en 1977 a cambio de 462.000 dólares de la época. Y dos mansiones, una en primera línea de playa en Long Island, Nueva York, y otra por la que pagó 21 millones de dólares en Florida, a kilómetro y medio del Palm Beach Country Club.

Es en este exclusivo club social, fundado en la década de los años cincuenta por judíosadinerados a los que habían negado la entrada en otros clubs de la zona, donde más clientes privados captó Madoff para su pirámide financiera. Lo hizo utilizando una de las estrategias más viejas del charlatán embaucador: la confianza que da la afinidad, el sentimiento de que no te va engañar "si es uno de los nuestros". Se calcula que al menos un tercio de los más de 300 adinerados socios del club, la mayoría ya disfrutando de su retiro bajo el cálido sol de Florida, y protegidos por las altas vallas de sus mansiones, podría haber perdido la mayor parte de sus ahorros por haberlos puestos en manos de Madoff.

Fiel a su política, Bernie se mostraba simpático y buen conversador, pero sin dejarse ver en exceso. Jugaba al golf, pero no participaba en las actividades organizadas para entretener a los socios. Y, de vez en cuando, para reforzar por un lado su imagen seductora y por otro la sensación entre sus clientes de pertenecer a un prestigioso grupo de iniciados, rechazaba la petición de algún socio de hacerse cargo de sus ahorros. Eso sí, siempre impecable. Su peluquero de Florida es ya famoso en Estados Unidos, aunque a cambio haya perdido un cliente al que desde hace 17 años le cobraba 65 dólares por un corte de pelo, 40 por un afeitado, 55 por la pedicura y otros 22 dólares por la manicura. Factura total: 182 dólares.
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Es frío y calculador pero siempre educado, agradable y elegante
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Maneras mafiosas
Madoff no sólo utilizaba maneras de cautivador para mantener y acrecentar su pirámide. Imaginarlo tendido en la butaca del barbero como a los mafiosos de la época de la ley seca en el Chicago de los años treinta, es una más de las similitudes con las técnicas popularizadas por la saga de El Padrino. El secretismo y la desconfianza definían un negocio en el que todos los puestos clave, sus tenientes, eran ocupados por sus familiares más cercanos.

Su hermano Peter, abogado, ejerce de número dos de la compañía prácticamente desde que salió de la universidad a finales de los sesenta. Igual que sus propios hijos, Mark y Andrew, que se incorporaron en los ochenta, directamente también desde sus respectivas facultades. Después le llegó el turno a la hija de su hermano Peter, que ejerce de abogada en la financiera.
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Fundó su negocio de intermediación con 5.000 dólares en 1960
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Todos ellos dirigen el negocio familiar legal desde el Lipstick Building (barra de labios), un rascacielos de oficinas situado en la Tercera Avenida, en el centro de la Isla de Manhattan. Desde sus plantas 19 y 18, Bernard L. Madoff Investment Securities gestiona unas dos docenas de fondos de inversión dotados con unos activos calculados en unos 17.000 millones de dólares. Pero el secreto se ocultaba una planta más abajo, en la 17, desde donde un pequeño puñado de empleados, a las órdenes directas de Madoff, gestionaba su negocio de asesoramiento de inversiones que en realidad era una estafa piramidal.

Ambos negocios estaban aparentemente desconectados, operando con personal diferente y sistemas informáticos totalmente independientes. Lo que le permite asegurar a Madoff que sólo él de entre su familia estaba al corriente de lo que sucedía. Es cierto que entre las víctimas de su estafa, cada vez se extiende más la sospecha de que el hecho de que Madoff fuera entregado por sus propios hijos no es sino una estrategia urdida con frío cálculo para exonerar a su familia más próxima de toda responsabilidad. Los investigadores aún no han sido capaces de determinar la cuantía exacta de la estafa, mucho menos aún cómo se llevó a cabo. Si bien es cierto que, al parecer, en los últimos días, han encontrado rastros y evidencias de la participación en el control de las cuentas de los clientes de Ruth Madoff, su mujer, de 68 años de edad y originaria de Queens como él.

Secretismo
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A los 50 años ya era rico entre los ricos y respetado en Wall Street
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Los hijos habrían intentado calmar el desasosiego de sus empleados explicándoles que su padre los mantenía tan lejos de su otro negocio como a ellos. Unos empleados que sólo veían al gran jefe si se quedaban hasta muy tarde, que es cuando solía aparecer por esa parte del edificio "para cerrar persianas y descubrir escritorios desordenados", cuentan. Su política para con ellos era también del viejo estilo paternalista. Con sueldos bajos para la media del mercado financiero neoyorkino, pero muy seguros. La empresa no era un lugar de trabajo familiar sólo para los Madoff. Muchas generaciones de empleados han ido pasando por el negocio y, para su desgracia, en la mayoría de los casos, confiándole de paso también sus propios ahorros.

Lo más característico del negocio era el secretismo. Las cuentas de una de las mayores firmas financieras de Nueva York no eran controladas por una gran empresa de auditoría, sino por una pequeña firma de tres empleados desde una pequeña habitación despacho en las afueras de la Gran Manzana. Espacio más que suficiente si se tiene en cuenta que de los tres, uno, de 75 años de edad, vive en Florida, y que el trabajo lo hacen en realidad un contable de 47 años y susecretaria.

Que ricos jubilados en paraísos cálidos del país confiasen todo su dinero a un hombre por el mero hecho de que fuese rico y judío como ellos, es una cosa. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos se ha ganado la vida fabricando y vendiendo en la economía real, sin contacto con el sofisticado mundo de Wall Street, y el secretismo de Madoff sobre sus estrategias de inversión podría haberles parecido, incluso, atractivo. Pero otra muy distinta es que entre sus víctimas se encuentren algunos de los bancos y fondos de inversión más importantes del mundo y buena parte de las principales instituciones filantrópicas de la comunidad judía más adinerada de Estados Unidos.

Para su caso, con presupuestos millonarios para auditorías y procesos de comprobación del destino real de sus inversiones (due dilligence), la única explicación es la de la ciega codicia, el ansia desmesurada por el beneficio rápido, que lleva a saltarse los controles con tal de participar en el fondo más exclusivo entre los exclusivos. "Hay una tendencia, incluso entre la élite, a idolatrar a los que ganan mucho dinero y asumir que saben lo que hacen", advertía la semana pasada el Nobel de moda, Paul Krugman. Y lo decía tras definir como "corrupto" el sistema capitalista que hemos vivido en las últimas décadas.

Ricos y generosos
El propio Madoff seguía la regla, no escrita, entre los ricos estadounidenses de dedicar parte de sus beneficios a actividades filantrópicas. Así, era de los principales patronos de la Universidad Yeshiva, vinculada al judaísmo ortodoxo. Junto con su mujer, gestiona además la Madoff Family Foundation que, con unos fondos de 19.000 millones de dólares, entre sus actividades incluye desde financiar escuelas y hospitales en Israel hasta el Public Theather de Nueva York. Es a través de su propia actividad como Madoff recaudó las inversiones de la comunidad judía estadounidense.

Es el caso del magnate inmobiliario y propietario del The Daily News de Nueva York, Mort Zuckerman, que ha reconocido que invirtió 30 millones de dólares a través de Madoff, el 10% de su fondo destinado a obras de caridad. También el premio Nobel Elie Wiesel, sólo que en su caso las pérdidas afectan a la práctica totalidad de los activos de su Fundación para la Humanidad. Igual que la fundación del senador demócrata Frank Lautenberg, que le confío el 92% de sus activos.

También han perdido mucho dinero, pero del destinado a sus bolsillos, o de las cajas de sus empresas, algunos de los más importantes miembros judíos de la industria del cine de Hollywood. Es el caso de Steven Spielberg, al que en ocasiones se le veía cenando con Madoffen su restaurante favorito de Palm Beach, del que era cliente habitual desde hace casi 20 años. O el del guionista de Forrest Gump, Eric Roth, que se enteró de que acababan de detener al hombre al que había confiado una parte importante de su riqueza el mismo día que lo nominaron para los premios Globe.

También el marido de Uma Thurman, Arpad Busson, ha sido pillado por la trama piramidal de Bernie. Lo asombroso es que el dinero, unos 230 millones de dólares, proceden de los clientes de su fondo de inversión con sede en suiza, EIM. En otras palabras, una institución financiera que invierte dinero sin comprobar cómo se gestiona y se limita a esperar que todo salga bien. Lo mismo que le ocurrió a la más rica de la comunidad judía española, Alicia Koplowitz, que habría perdido 10 millones de euros por confiar en el broker simplemente por su fama, sin comprobar si ésta se correspondía con su forma de actuar en realidad, o qué había detrás de sus vagas y opacas explicaciones sobre sus estrategias de inversión.

Sospechas
Lo mismo se puede decir de instituciones como Banco Santander, cuyos clientes habrían perdido más de 3.000 millones de dólares, o la francesa BNP Paribas, que ha reconocido pérdidas por sus inversiones a través de Madoff de 350 millones de euros. Pero sobre todo, se señala con el dedo al regulador de los mercados financieros estadounidenses, la Securities and Exchange Commission (SEC). ¿Cómo es posible que no detectara nada durante décadas? ¿Cómo es que no llamó la atención que ofreciera rentabilidades del 12% anual, año tras año, sin fallar jamás? ¿Cómo es posible que sextuplicara las ganancias de la bolsa sin despertarsospechas?

Las despertó, vaya si lo hizo. Sin embargo nunca llegaron a comprobarse. De hecho, para aplacarlas, el año 2001, el Fairfiled Greenwich Group, un fondo de inversión propiedad de Walter M. Noel, fue invitado a mirar las cuentas de Madoff sin que sus auditores detectaran la gran estafa que estaba llevando a cabo. Noel Fairfield, antiguo amigo y socio de Bernie, con pérdidas de 7.500 millones de dólares reconocidos, más de la mitad de sus activos totales, es por ahora el mayor afectado porla estafa.

Si famoso se ha hecho su peluquero, el más buscado estos días por periódicos y televisiones de todo Estados Unidos es Harry Markopoulos, que allá por 1999 empezó a tocar la campana de alarma sobre las operaciones de Madoff en los mercados. Insistió e insistió, hasta que logró que la SEC estudiase el caso, no porque les pareciera que tenía razón, sino por si acaso, según han reconocido, ante el volumen de dineroimplicado.

Tan escondido está ahora Markopoulos, como esquivo fue Madoff a la labor de los controladores. De 52 años y residente en Boston, Markopoulos trabajaba entonces para una firma de inversiones que utilizaba una estrategia de inversión similar a la que Madoff afirmaba estar utilizando y sólo conseguía obtener la mitad de sus resultados. Escamado, aplicó técnicas de análisis matemático a las cifras publicadas por Bernie y llegó a la conclusión de que no podía conseguirlo a menos que estuviera utilizando un sistema de inversión piramidal, en el que los que entran pagan con sus aportaciones los intereses que cobran los más antiguos.

¿Pillado?
Por fin, seis años después, en 2005, sus informes obligaron a moverse a los responsables de la SEC, tras recibir uno en el que el denunciante señalaba 29 contradicciones y razones por las que Madoff tenía que estar mintiendo. Dos años de investigaciones del órgano regulador concluyeron que no había evidencias de fraude en las operaciones de Madoff.Encantador de serpientes, el financiero neoyorkino logró que los investigadores no acudieran a sus oficinas a revisar archivos y papeles: se conformaron con la documentación que el propio Madoff les envió, para llegar a la conclusión de que su actuación era legal y correcta.

Ahora, la SEC reconoce que Madoff les envió documentación falsa y les ocultó el volumen exacto de los fondos que manejaba.

Como consecuencia, miles de inversores han perdido decenas de miles de millones de dólares. Para muchos significa la totalidad de sus ahorros, y para otros, que no invirtieron, implica, sin embargo, la pérdida de su puesto de trabajo en fundaciones que se han quedado sin fondos. Una tragedia que supone la pérdida de una beca para un joven brillante, el final de una plaza en una residencia de ancianos que debe cerrar sus puertas por falta de fondos, o la abrupta interrupción de un proyecto de investigación, que además de sus sueños se lleva por delante la carrera de un científicoprometedor.

Es tentador contentarse con que el timo de Madoff ha dañado a un puñado de los más ricos entre los ricos. Pero la realidad, como siempre, es más dura que eso. Mientras tanto, tras avalar una fianza de 10 millones de dólares con los bienes de su hermano y de su mujer, y sus dos mansiones, su dúplex, y su yate, Bernard L. Madoff pasa su tiempo en arresto domiciliario atado a un GPS de tobillo, en su dúplex de Nueva York. Se enfrenta a un máximo de 20 años de cárcel y una multa de cinco millonesde dólares.

Público - España/21/12/2008

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