Cómo nos lavan el cerebro
Written by Oswaldo Palacios Alvarado
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"El lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras", señala Noam Chomsky, uno de los intelectuales vivos más importantes del mundo (1).
Desde las revoluciones democráticas modernas del siglo XVII, se ha desarrollado un sistema doctrinal que sugiere que la gente debe ser controlada. A partir de esto, la comunidad intelectual llegó a la conclusión de que un gobierno debe basarse en el control del pensamiento. De este modo, "en una democracia, los gobernados tienen derecho a dar su consentimiento, pero a nada más", según el moderno pensamiento democrático liberal.
En efecto, para controlar y moldear la opinión de las masas, "los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos". El conjunto de signos y mensajes que emiten los medios de comunicación, propiedad de la comunidad empresarial y financiera, tienen que estar en función a las necesidades del poder corporativo. La gente tiene que estar adoctrinada según los valores y creencias que servirán a los intereses de las corporaciones. Para tal fin, la clase tecnocrática tiene que utilizar la propaganda sistemática para inculcar y uniformar el pensamiento de los ciudadanos. "Eso importa a los poderosos de este mundo, siempre tan atento de los medios, porque así dominan la imagen que dan a conocer a la sociedad y operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan" (2). En ese sentido, los medios de información están ligados con centros de poder económico, como los gobiernos, universidades, institutos y empresas multinacionales, para imponer la ideología dominante y, simultáneamente, suprimir todo razonamiento disidente y rebelde. De este modo, el poder mediático intenta crear un sistema donde los recursos se canalicen a los más ricos y poderosos, puesto que, según Jhon Jay, "las personas que son dueña del país deben gobernarlo"; es decir, las poderosas empresas transnacionales, los fondos privados y la comunidad financiera.
Por otra parte, "el pueblo -dice Alexander Hamilton- es una gran bestia que ha de domarse" y tiene que estar, por lo tanto, distraída, marginada y manipulada por su propio bienestar. De este modo, el primer deber de un gobierno "democrático" es proteger la riqueza de la clase privilegiada (3). Que el pueblo preste atención a cualquier otra cosa: Magaly Tv, películas de Hollywood, el Gran Hermano o la copa UEFA. "La industria cultural -señala Max Horkheimer- sigue siendo la industria de la diversión (...) y su ideología es el negocio" (4). El resultado es un poderoso sistema de conformidad y apatía por parte de las masas, que aceptan la realidad existente como algo "natural e irreversible". "Ese es el público, ese es el público, que puede avalar todo, todo lo que el poder político hace en nombre de las corporaciones que son las que gobiernan", apunta el periodista César Hildebrandt (5). Y, de seguir las cosas así, el público caerá en las garras de las leyes del espectáculo. En general, el sistema actual, a través de la industria cultural, ha inyectado un conjunto de parámetros que refuerza el control social a favor de las preocupaciones de un pequeño grupo selecto (6).
En este contexto de la globalización, un fenómeno internacional, producto de la liberalización financiera, los grandes medios de comunicación como el New York Times, Wall Street Journal, Washington Post, Financial Times, The Times, CNN, entre otros, controlados por las corporaciones, representan el aparato ideológico del pensamiento único, que diseminan por todo el mundo los principios, valores y buenas nuevas de la razón instrumental (7). "Este moderno tinglado comunicacional -señala Ignacio Ramonet- y las vueltas de los monopolios preocupan lógicamente a los ciudadanos, que recuerdan las llamadas de alerta lanzadas por George Orwell y Aldous Huxley contra el falso progreso de un mundo administrado por una policía del pensamiento. Y temen la posibilidad de un condicionamiento sutil de las mentes a escala planetaria" (8).
Desde otra perspectiva, el poder de los medios de comunicación se ha convertido en una especie de arma de destrucción masiva a la hora de conseguir una subordinación total de la gente en beneficios de los criterios empresariales y de las grandes potencias. En suma, los media forman parte del exclusivo club de los cinco monopolios que gozan sólo los países más industrializados del planeta (9). "Dicho monopolio no sólo lleva a la uniformidad cultural, sino que abre la puerta a nuevos medios de manipulación política" (10). Al respecto, los países más avanzados como Estados Unidos, Japón y Alemania, exportan los valores y dogmas del libre mercado, el de "sálvese quien pueda" y, sobre todo, la idea de que "no hay alternativa": puede ser que la globalización sea imperfecto, pero, a fin de cuentas, es el único sistema posible para la civilización (11).
Ahora bien, la democracia de mercado es, con el apoyo de los medias, una técnica de control social que busca expoliar el carácter de sujeto histórico a los individuos para, posteriormente, tratarlos como objetos. El resultado es, claro está, la creación de un hombre único: individualista, egoísta e indiferente ante los problemas estructurales. Los ciudadanos tendrían que estar frente al televisor donde "la gran mayoría -dice Eduardo Galeano- tendrá que resignarse al consumo de fantasía. Al pobre se le venderá la ilusión de la riqueza, al oprimido de la libertad, al derrotado la de la victoria, y al débil, la del poder".
En suma, el poder real no defiende el libre comercio, la libertad, la justicia y los derechos humanos; sino el control que ellos tienen sobre nosotros; y, lo peor de todo, lo ejecutan sin violar la libertad, haciendo creer a la gente que pueden elegir. "La libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles" (12).
Finalmente, creo, como muchos otros, que el control de nuestras vidas es el símbolo de la libertad y la dinámica de nuestra existencia.
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(1) Noam Chomsky, El lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras, Le Monde Diplomatique, Edición peruana, Agosto de 2007.
(2) Ryzard Kapuscinski, Los cincos sentidos del periodista. Editorial Fondo de Cultura Económica. México, noviembre de 2003. Léase pág. 14 - 16.
(3) Noam Chomsky, El beneficio es lo que cuenta: neoliberalismo y orden global. Editorial Crítica. Barcelona, 2000. Léase pág. 47 - 70.
(4) Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Editorial Trotta S.A. España, 1998. Léase pág. 165 - 212.
(5) César Hildebrandt y otros, Poder mediático. Editorial Universidad de Ciencias y Humanidades. Lima, octubre de 2008. Léase pág. 37 - 69.
(6) Cristian Guillen, Cómo superar el neoliberalismo. Editorial Horizonte. Perú, septiembre de 2006. Léase pág. 149 - 191.
(7) Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental. Editorial Sur S.A. Argentina, 1973. Léase pág. 15 - 68.
(8) Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto. Icaria Editorial, S.A. España, 2005. Léase pág. 56 - 60.
(9) El término "media" es una expresión del anglicismo. Y es una denominación abreviada de "medios de comunicación de masas" (mass - media) que contiene a la prensa, radio, televisión, cine, etc.
(10) Samir Amín, El capitalismo en la era de la globalización. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Buenos Aires, 1999. Léase pág. 17 - 19.
(11) Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación. Editorial Debate S.A. España, septiembre de 2002. Léase pág. 144 - 146
(12) Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Editorial Planeta De Agostini, S. A. España, 1993. Léase pág. 31 - 48.
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"El lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras", señala Noam Chomsky, uno de los intelectuales vivos más importantes del mundo (1).
Desde las revoluciones democráticas modernas del siglo XVII, se ha desarrollado un sistema doctrinal que sugiere que la gente debe ser controlada. A partir de esto, la comunidad intelectual llegó a la conclusión de que un gobierno debe basarse en el control del pensamiento. De este modo, "en una democracia, los gobernados tienen derecho a dar su consentimiento, pero a nada más", según el moderno pensamiento democrático liberal.
En efecto, para controlar y moldear la opinión de las masas, "los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos". El conjunto de signos y mensajes que emiten los medios de comunicación, propiedad de la comunidad empresarial y financiera, tienen que estar en función a las necesidades del poder corporativo. La gente tiene que estar adoctrinada según los valores y creencias que servirán a los intereses de las corporaciones. Para tal fin, la clase tecnocrática tiene que utilizar la propaganda sistemática para inculcar y uniformar el pensamiento de los ciudadanos. "Eso importa a los poderosos de este mundo, siempre tan atento de los medios, porque así dominan la imagen que dan a conocer a la sociedad y operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan" (2). En ese sentido, los medios de información están ligados con centros de poder económico, como los gobiernos, universidades, institutos y empresas multinacionales, para imponer la ideología dominante y, simultáneamente, suprimir todo razonamiento disidente y rebelde. De este modo, el poder mediático intenta crear un sistema donde los recursos se canalicen a los más ricos y poderosos, puesto que, según Jhon Jay, "las personas que son dueña del país deben gobernarlo"; es decir, las poderosas empresas transnacionales, los fondos privados y la comunidad financiera.
Por otra parte, "el pueblo -dice Alexander Hamilton- es una gran bestia que ha de domarse" y tiene que estar, por lo tanto, distraída, marginada y manipulada por su propio bienestar. De este modo, el primer deber de un gobierno "democrático" es proteger la riqueza de la clase privilegiada (3). Que el pueblo preste atención a cualquier otra cosa: Magaly Tv, películas de Hollywood, el Gran Hermano o la copa UEFA. "La industria cultural -señala Max Horkheimer- sigue siendo la industria de la diversión (...) y su ideología es el negocio" (4). El resultado es un poderoso sistema de conformidad y apatía por parte de las masas, que aceptan la realidad existente como algo "natural e irreversible". "Ese es el público, ese es el público, que puede avalar todo, todo lo que el poder político hace en nombre de las corporaciones que son las que gobiernan", apunta el periodista César Hildebrandt (5). Y, de seguir las cosas así, el público caerá en las garras de las leyes del espectáculo. En general, el sistema actual, a través de la industria cultural, ha inyectado un conjunto de parámetros que refuerza el control social a favor de las preocupaciones de un pequeño grupo selecto (6).
En este contexto de la globalización, un fenómeno internacional, producto de la liberalización financiera, los grandes medios de comunicación como el New York Times, Wall Street Journal, Washington Post, Financial Times, The Times, CNN, entre otros, controlados por las corporaciones, representan el aparato ideológico del pensamiento único, que diseminan por todo el mundo los principios, valores y buenas nuevas de la razón instrumental (7). "Este moderno tinglado comunicacional -señala Ignacio Ramonet- y las vueltas de los monopolios preocupan lógicamente a los ciudadanos, que recuerdan las llamadas de alerta lanzadas por George Orwell y Aldous Huxley contra el falso progreso de un mundo administrado por una policía del pensamiento. Y temen la posibilidad de un condicionamiento sutil de las mentes a escala planetaria" (8).
Desde otra perspectiva, el poder de los medios de comunicación se ha convertido en una especie de arma de destrucción masiva a la hora de conseguir una subordinación total de la gente en beneficios de los criterios empresariales y de las grandes potencias. En suma, los media forman parte del exclusivo club de los cinco monopolios que gozan sólo los países más industrializados del planeta (9). "Dicho monopolio no sólo lleva a la uniformidad cultural, sino que abre la puerta a nuevos medios de manipulación política" (10). Al respecto, los países más avanzados como Estados Unidos, Japón y Alemania, exportan los valores y dogmas del libre mercado, el de "sálvese quien pueda" y, sobre todo, la idea de que "no hay alternativa": puede ser que la globalización sea imperfecto, pero, a fin de cuentas, es el único sistema posible para la civilización (11).
Ahora bien, la democracia de mercado es, con el apoyo de los medias, una técnica de control social que busca expoliar el carácter de sujeto histórico a los individuos para, posteriormente, tratarlos como objetos. El resultado es, claro está, la creación de un hombre único: individualista, egoísta e indiferente ante los problemas estructurales. Los ciudadanos tendrían que estar frente al televisor donde "la gran mayoría -dice Eduardo Galeano- tendrá que resignarse al consumo de fantasía. Al pobre se le venderá la ilusión de la riqueza, al oprimido de la libertad, al derrotado la de la victoria, y al débil, la del poder".
En suma, el poder real no defiende el libre comercio, la libertad, la justicia y los derechos humanos; sino el control que ellos tienen sobre nosotros; y, lo peor de todo, lo ejecutan sin violar la libertad, haciendo creer a la gente que pueden elegir. "La libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la reproducción espontánea, por los individuos, de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles" (12).
Finalmente, creo, como muchos otros, que el control de nuestras vidas es el símbolo de la libertad y la dinámica de nuestra existencia.
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(1) Noam Chomsky, El lavado de cerebros en libertad es más eficaz que en las dictaduras, Le Monde Diplomatique, Edición peruana, Agosto de 2007.
(2) Ryzard Kapuscinski, Los cincos sentidos del periodista. Editorial Fondo de Cultura Económica. México, noviembre de 2003. Léase pág. 14 - 16.
(3) Noam Chomsky, El beneficio es lo que cuenta: neoliberalismo y orden global. Editorial Crítica. Barcelona, 2000. Léase pág. 47 - 70.
(4) Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración. Editorial Trotta S.A. España, 1998. Léase pág. 165 - 212.
(5) César Hildebrandt y otros, Poder mediático. Editorial Universidad de Ciencias y Humanidades. Lima, octubre de 2008. Léase pág. 37 - 69.
(6) Cristian Guillen, Cómo superar el neoliberalismo. Editorial Horizonte. Perú, septiembre de 2006. Léase pág. 149 - 191.
(7) Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental. Editorial Sur S.A. Argentina, 1973. Léase pág. 15 - 68.
(8) Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto. Icaria Editorial, S.A. España, 2005. Léase pág. 56 - 60.
(9) El término "media" es una expresión del anglicismo. Y es una denominación abreviada de "medios de comunicación de masas" (mass - media) que contiene a la prensa, radio, televisión, cine, etc.
(10) Samir Amín, El capitalismo en la era de la globalización. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Buenos Aires, 1999. Léase pág. 17 - 19.
(11) Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación. Editorial Debate S.A. España, septiembre de 2002. Léase pág. 144 - 146
(12) Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Editorial Planeta De Agostini, S. A. España, 1993. Léase pág. 31 - 48.
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AlterZoom - USA/26/05/2009
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