El mapa del mundo
“En época de mentiras, contar la verdad se convierte en un acto revolucionario” (George Orwell)
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Por:Thilo Schäfer
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El 16 de mayo se celebrará en Moscú el festival de Eurovisión, en el que participan países desde el Atlántico hasta los Urales. Cuatro días después, equipos de Alemania y Ucrania disputarán la final de la Copa UEFA en Estambul. En el mundo del deporte y el espectáculo, el Viejo Continente ya forma una unidad desde hace décadas.
Mientras, a la Unión Europea se le está atragantando la ampliación. Hay una larga cola de aspirantes, algunos, como Turquía, con vagas promesas de poder acceder al club. Con la Asociación Oriental, firmada ayer, la UE ha inventado una nueva categoría para aumentar su área de influencia.
Al mismo tiempo, la UE no sale de la crisis institucional desde el fracaso de la Constitución Europea. El Tratado de Lisboa, si supera la prueba del referéndum irlandés, es la esperanza para reflotar las instituciones. Incluso así, hay que despedirse ya de la idea de una unión que apuesta por la integración económica, social y política. Ya nadie quiere pagar por los fondos de cohesión que tanto han beneficiado a España y menos en tiempos de crisis.
Bruselas debería insistir menos en homologar la vida de sus ciudadanos y conformarse con ser un club de valores. Otra institución, el Consejo de Europa, cumple 60 años dedicados a la defensa de los derechos humanos en todo el continente. Incluso Rusia y Turquía aceptan las sentencias del Tribunal de Estrasburgo, aunque a regañadientes. El Consejo ha logrado abolir la pena de muerte en toda Europa.
Coge fuerza la idea de la llamada Europa de dos velocidades, donde existen la zona euro y el espacio Schengen dentro de una estructura política cada vez más diversa e informal. Hace falta bajar el listón y apostar por una ampliación más rápida a coste de perder profundidad.
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Mientras, a la Unión Europea se le está atragantando la ampliación. Hay una larga cola de aspirantes, algunos, como Turquía, con vagas promesas de poder acceder al club. Con la Asociación Oriental, firmada ayer, la UE ha inventado una nueva categoría para aumentar su área de influencia.
Al mismo tiempo, la UE no sale de la crisis institucional desde el fracaso de la Constitución Europea. El Tratado de Lisboa, si supera la prueba del referéndum irlandés, es la esperanza para reflotar las instituciones. Incluso así, hay que despedirse ya de la idea de una unión que apuesta por la integración económica, social y política. Ya nadie quiere pagar por los fondos de cohesión que tanto han beneficiado a España y menos en tiempos de crisis.
Bruselas debería insistir menos en homologar la vida de sus ciudadanos y conformarse con ser un club de valores. Otra institución, el Consejo de Europa, cumple 60 años dedicados a la defensa de los derechos humanos en todo el continente. Incluso Rusia y Turquía aceptan las sentencias del Tribunal de Estrasburgo, aunque a regañadientes. El Consejo ha logrado abolir la pena de muerte en toda Europa.
Coge fuerza la idea de la llamada Europa de dos velocidades, donde existen la zona euro y el espacio Schengen dentro de una estructura política cada vez más diversa e informal. Hace falta bajar el listón y apostar por una ampliación más rápida a coste de perder profundidad.
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Público - España/31/05/2009
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