Paul Krugman: "Aquel espectáculo de los años treinta"
Perfecto, el último informe sobre el mercado laboral no deja lugar a dudas. Vamos a necesitar más estímulo. ¿Pero lo sabe el presidente? Hagamos cuentas. Desde que empezó la recesión, la economía estadounidense ha perdido 6,5 millones de puestos de trabajo, y como corroboraba ese pesimista informe sobre el empleo, sigue perdiéndolos a gran velocidad.
Si tenemos en cuenta los 100.000 nuevos puestos de trabajo mensuales que necesitamos para adaptarnos al crecimiento de la población, tenemos un agujero aproximado de 8,5 millones de empleos.
Y cuanto más crezca el agujero, más nos costará salir de él. Las cifras de empleo no eran lo único malo en el informe del martes, que también demostraba que los salarios están estancados y posiblemente a punto de experimentar un rotundo descenso. Es la receta para caer en la deflación al estilo japonés, que es muy difícil de superar. ¿Alguien quiere una década perdida?
Un momento, hay más malas noticias: la crisis fiscal de los Estados. A diferencia del Gobierno federal, a los Estados se les exigen presupuestos equilibrados. Y enfrentados a una drástica caída de ingresos, la mayoría está preparando salvajes recortes presupuestarios, muchos de ellos a expensas de los más vulnerables. Aparte de crear directamente mucha miseria, estos recortes deprimirán aún más la economía.
¿Y qué tenemos para contrarrestar esta espeluznante perspectiva? Tenemos el plan de estímulo de Obama, cuyo objetivo es crear 3,5 millones de puestos de trabajo de aquí a finales del próximo año. Es mucho mejor que nada, pero ni mucho menos suficiente. Y no parece que haya muchas cosas más.
¿Recuerdan el plan del Gobierno de reducir drásticamente la tasa de ejecuciones hipotecarias, o su plan de conseguir que los bancos vuelvan a prestar retirando los activos tóxicos de sus balances contables? Yo tampoco.
Todo esto le resulta deprimentemente familiar a cualquiera que haya estudiado la política económica estadounidense de la década de 1930. De nuevo un presidente demócrata ha conseguido que se aprueben políticas de creación de empleo que suavizarán la caída, pero que no son suficientemente audaces como para producir una recuperación total. De nuevo buena parte del estímulo federal se ve eclipsado por los recortes presupuestarios a escala estatal y local.
¿Quiere esto decir que no hemos aprendido de la historia y estamos, por lo tanto, destinados a repetirla? No necesariamente; pero corresponde al presidente y a su equipo económico asegurarse de que esta vez las cosas sean distintas. El presidente Barack Obama y sus funcionarios deben intensificar los esfuerzos, empezando por un plan que haga que el estímulo sea mayor.
Quiero dejar claro que soy perfectamente consciente de lo difícil que será conseguir que se apruebe ese plan. No habrá ninguna cooperación de los líderes republicanos, que han optado por una estrategia de oposición total, no limitada por los hechos ni por la lógica.
De hecho, estos líderes respondieron a las cifras de empleo más recientes proclamando el fracaso del plan económico de Obama, algo que, lógicamente, es ridículo. El Gobierno advirtió desde el principio que pasarán varios trimestres antes de que el plan tenga efectos positivos importantes. Pero eso no impidió al presidente del Comité de Estudios Republicano emitir una declaración en la que exigía: "¿Dónde están los puestos de trabajo?".
Tampoco está muy claro que el Gobierno vaya a recibir mucha ayuda de los "centristas" del Senado, que evisceraron parcialmente el plan de estímulo original al exigir recortes en la ayuda a las administraciones públicas estatales y locales; ayuda que, como ahora vemos, se necesita desesperadamente. Me gustaría pensar que algunos de esos centristas sienten remordimientos, pero si es así, no he visto ninguna señal de ello.
Y como economista, añadiría que muchos miembros de mi profesión no están ayudando precisamente. Ha sido un duro golpe ver a tantos economistas con buena reputación reciclar viejas falacias -como afirmar que cualquier aumento del gasto público desplaza una cantidad igual de gasto privado, incluso cuando hay un desempleo masivo- y prestar su nombre a afirmaciones zafiamente exageradas sobre los males del déficit presupuestario a corto plazo. (Ahora mismo, los riesgos asociados con el aumento de la deuda son mucho menores que los que supone el no dar a la economía el apoyo adecuado).
Además, como en la década de 1930, quienes se oponen a la acción difunden historias de miedo sobre la inflación, a pesar de que la deflación acecha. Por consiguiente, aprobar otra ronda de estímulo será difícil. Pero es esencial.
Los economistas del Gobierno de Obama saben qué está en juego. De hecho, hace sólo unas semanas, Christina Romer, presidenta del Consejo de Asesores Económicos, publicaba un artículo sobre las "lecciones de 1937", el año en que Roosevelt cedió ante los halcones del déficit y la inflación, con desastrosas consecuencias para la economía y para el programa político presidencial. Lo que no sé es si el Gobierno es consciente de lo insuficiente que resulta lo hecho hasta ahora.
Éste es mi mensaje para el presidente: tiene que hacer que su equipo económico y sus políticos trabajen a favor de un estímulo adicional ya mismo. Porque si no lo hace, se enfrentará pronto a su 1937 particular.
Si tenemos en cuenta los 100.000 nuevos puestos de trabajo mensuales que necesitamos para adaptarnos al crecimiento de la población, tenemos un agujero aproximado de 8,5 millones de empleos.
Y cuanto más crezca el agujero, más nos costará salir de él. Las cifras de empleo no eran lo único malo en el informe del martes, que también demostraba que los salarios están estancados y posiblemente a punto de experimentar un rotundo descenso. Es la receta para caer en la deflación al estilo japonés, que es muy difícil de superar. ¿Alguien quiere una década perdida?
Un momento, hay más malas noticias: la crisis fiscal de los Estados. A diferencia del Gobierno federal, a los Estados se les exigen presupuestos equilibrados. Y enfrentados a una drástica caída de ingresos, la mayoría está preparando salvajes recortes presupuestarios, muchos de ellos a expensas de los más vulnerables. Aparte de crear directamente mucha miseria, estos recortes deprimirán aún más la economía.
¿Y qué tenemos para contrarrestar esta espeluznante perspectiva? Tenemos el plan de estímulo de Obama, cuyo objetivo es crear 3,5 millones de puestos de trabajo de aquí a finales del próximo año. Es mucho mejor que nada, pero ni mucho menos suficiente. Y no parece que haya muchas cosas más.
¿Recuerdan el plan del Gobierno de reducir drásticamente la tasa de ejecuciones hipotecarias, o su plan de conseguir que los bancos vuelvan a prestar retirando los activos tóxicos de sus balances contables? Yo tampoco.
Todo esto le resulta deprimentemente familiar a cualquiera que haya estudiado la política económica estadounidense de la década de 1930. De nuevo un presidente demócrata ha conseguido que se aprueben políticas de creación de empleo que suavizarán la caída, pero que no son suficientemente audaces como para producir una recuperación total. De nuevo buena parte del estímulo federal se ve eclipsado por los recortes presupuestarios a escala estatal y local.
¿Quiere esto decir que no hemos aprendido de la historia y estamos, por lo tanto, destinados a repetirla? No necesariamente; pero corresponde al presidente y a su equipo económico asegurarse de que esta vez las cosas sean distintas. El presidente Barack Obama y sus funcionarios deben intensificar los esfuerzos, empezando por un plan que haga que el estímulo sea mayor.
Quiero dejar claro que soy perfectamente consciente de lo difícil que será conseguir que se apruebe ese plan. No habrá ninguna cooperación de los líderes republicanos, que han optado por una estrategia de oposición total, no limitada por los hechos ni por la lógica.
De hecho, estos líderes respondieron a las cifras de empleo más recientes proclamando el fracaso del plan económico de Obama, algo que, lógicamente, es ridículo. El Gobierno advirtió desde el principio que pasarán varios trimestres antes de que el plan tenga efectos positivos importantes. Pero eso no impidió al presidente del Comité de Estudios Republicano emitir una declaración en la que exigía: "¿Dónde están los puestos de trabajo?".
Tampoco está muy claro que el Gobierno vaya a recibir mucha ayuda de los "centristas" del Senado, que evisceraron parcialmente el plan de estímulo original al exigir recortes en la ayuda a las administraciones públicas estatales y locales; ayuda que, como ahora vemos, se necesita desesperadamente. Me gustaría pensar que algunos de esos centristas sienten remordimientos, pero si es así, no he visto ninguna señal de ello.
Y como economista, añadiría que muchos miembros de mi profesión no están ayudando precisamente. Ha sido un duro golpe ver a tantos economistas con buena reputación reciclar viejas falacias -como afirmar que cualquier aumento del gasto público desplaza una cantidad igual de gasto privado, incluso cuando hay un desempleo masivo- y prestar su nombre a afirmaciones zafiamente exageradas sobre los males del déficit presupuestario a corto plazo. (Ahora mismo, los riesgos asociados con el aumento de la deuda son mucho menores que los que supone el no dar a la economía el apoyo adecuado).
Además, como en la década de 1930, quienes se oponen a la acción difunden historias de miedo sobre la inflación, a pesar de que la deflación acecha. Por consiguiente, aprobar otra ronda de estímulo será difícil. Pero es esencial.
Los economistas del Gobierno de Obama saben qué está en juego. De hecho, hace sólo unas semanas, Christina Romer, presidenta del Consejo de Asesores Económicos, publicaba un artículo sobre las "lecciones de 1937", el año en que Roosevelt cedió ante los halcones del déficit y la inflación, con desastrosas consecuencias para la economía y para el programa político presidencial. Lo que no sé es si el Gobierno es consciente de lo insuficiente que resulta lo hecho hasta ahora.
Éste es mi mensaje para el presidente: tiene que hacer que su equipo económico y sus políticos trabajen a favor de un estímulo adicional ya mismo. Porque si no lo hace, se enfrentará pronto a su 1937 particular.
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Periodista Digital - 20/07/2009
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