Periódicos: ¿plata o poder?
06/08/2007
Opinión
Decidir cuáles noticias son importantes da un poder que ni se sueñan los dueños del cemento o de las gasesosas
Héctor Abad Faciolince
Héctor Abad Faciolince
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Casi simultáneamente el magnate de las comunicaciones mundiales, Rupert Murdoch, compra uno de los más importantes diarios de Estados Unidos, el Wall Street Journal, y Planeta, el grupo editorial más grande de España, compra El Tiempo, el primer periódico de Colombia. Estos movimientos no tienen nada qué ver el uno con el otro y lo pagado por El Tiempo es apenas el 6 por ciento de lo pagado por el Journal, pero en ambas operaciones se pueden ver analogías, y sobre todo un "espíritu de los tiempos", una indicación de las tendencias de las grandes corporaciones mundiales. Los grandes tiburones se van tragando periódicos, canales de televisión, editoriales... Una analogía importante es que tanto Murdoch como Planeta han pagado por estos periódicos muchísimo más que su precio en libros, multiplicando hasta por 13 veces la valoración normal. En un momento en el que en el mundo entero se habla de la crisis de los diarios en papel, de facturaciones de publicidad que viran hacia Internet y de lectores jóvenes que emigran a medios digitales para informarse, ¿por qué los grandes magnates globales o regionales compiten ferozmente entre ellos para adueñarse de los periódicos? La respuesta no está en los rendimientos monetarios que estas adquisiciones reportan. Si lo que se quiere es ganar plata, es mucho mejor invertir en carros, en cervezas o en fábricas de armamentos. El caso es que aunque la Hyundai Colombia cueste el doble que El Tiempo, y arroje mayores ganancias, el nombre del presidente de la Hyundai no se lo sabe nadie, y esa distribuidora de carros tampoco tiene ministro o vicepresidente en el gobierno. Es decir, en América Latina, como en el mundo entero, el valor agregado de poder decidir cuáles noticias son importantes, quiénes pueden opinar y qué se pone en primera o en séptima página, qué se cuenta cuándo y cómo y en qué términos, brinda un poder que ni se sueñan los dueños del cemento o de las gaseosas.
Por los comienzos de Murdoch en Australia, y según sus primeras inversiones en Inglaterra y Estados Unidos, podría pensarse que su receta es publicar tabloides sensacionalistas y una muchacha con las tetas al aire en la tercera página, para así multiplicar las ventas y llenarse de plata. No, esos eran los métodos de su prehistoria, y ahora son sólo una parte del negocio, la menor. Desde que Murdoch pasó a jugar en las ligas mayores, de lo que se trata es de saber si sus periódicos apoyarán o no a Bush y la guerra de Irak, o si la cadena Fox revelará o no las mentiras que se dijeron para justificar esa invasión. De la manipulación de los instintos primarios de los lectores hemos pasado a la manipulación de la verdad. Esto no quiere decir que la ideología esté por encima de los negocios; lo que quiere decir es que el negocio está en otra parte, en otras inversiones (y en esa parte los gobiernos ayudarán), pero esos negocios se harán a cambio de un manejo favorable de la información.Muchos de los periódicos de Murdoch llevan años perdiendo plata. Un analista ha dicho con ironía que esos periódicos son entidades sin ánimo de lucro. En realidad, lo que se pierde con los impresos se gana con la televisión, o con otro tipo de negocios menos conocidos. Y a veces se llega al bingo mayor, cuyo mejor ejemplo es Berlusconi, donde el poder informativo y el político se convierten en uno solo. Pero ¿hasta qué punto son manipulables los lectores de periódicos? Los suscriptores del Wall Street Journal, acostumbrados a una línea editorial muy conservadora, pero a una información seria y confiable, basada en el código deontológico del periodismo más objetivo, no podrán conformarse con un periódico que no les informe bien. Saber la verdad tal como es, será siempre un poder, una ventaja en el mundo de la política o de los negocios, y si un periódico renuncia a decirla, o si se privilegia el ahorro en detrimento de la calidad de la información, los lectores más avisados buscarán esa verdad en otra parte. Distinto es el caso de la televisión, donde el espectador (casi sin tiempo para reflexionar) es mucho más manipulable. Quizá por eso el legislador les pone más límites a los compradores extranjeros de canales de televisión que a los de periódicos. Ese mismo límite también fue enfrentado por Murdoch en Estados Unidos, y lo supo eludir con una nacionalización exprés, apadrinada por Reagan, a cambio de apoyo mediático. Aquí, para la entrada de Planeta en el nuevo canal de televisión nacional, también existe ese límite de la nacionalidad. Entonces se me ocurre que los Lara podrían imitar a Murdoch. Que hablen con Noemí y se nacionalicen. Al fin y al cabo ella, como acabamos de ver con un periodista español, es capaz en pocos días de volver colombiano al que sea, y ni siquiera es necesario que el peninsular haya venido al país. Que hablen con ella. Lo único es que así habría que pagarle el favor en la próxima campaña presidencial. Y lo malo es que ese mismo favor, probablemente, ya se lo deben a alguien de apellido Santos.
Por los comienzos de Murdoch en Australia, y según sus primeras inversiones en Inglaterra y Estados Unidos, podría pensarse que su receta es publicar tabloides sensacionalistas y una muchacha con las tetas al aire en la tercera página, para así multiplicar las ventas y llenarse de plata. No, esos eran los métodos de su prehistoria, y ahora son sólo una parte del negocio, la menor. Desde que Murdoch pasó a jugar en las ligas mayores, de lo que se trata es de saber si sus periódicos apoyarán o no a Bush y la guerra de Irak, o si la cadena Fox revelará o no las mentiras que se dijeron para justificar esa invasión. De la manipulación de los instintos primarios de los lectores hemos pasado a la manipulación de la verdad. Esto no quiere decir que la ideología esté por encima de los negocios; lo que quiere decir es que el negocio está en otra parte, en otras inversiones (y en esa parte los gobiernos ayudarán), pero esos negocios se harán a cambio de un manejo favorable de la información.Muchos de los periódicos de Murdoch llevan años perdiendo plata. Un analista ha dicho con ironía que esos periódicos son entidades sin ánimo de lucro. En realidad, lo que se pierde con los impresos se gana con la televisión, o con otro tipo de negocios menos conocidos. Y a veces se llega al bingo mayor, cuyo mejor ejemplo es Berlusconi, donde el poder informativo y el político se convierten en uno solo. Pero ¿hasta qué punto son manipulables los lectores de periódicos? Los suscriptores del Wall Street Journal, acostumbrados a una línea editorial muy conservadora, pero a una información seria y confiable, basada en el código deontológico del periodismo más objetivo, no podrán conformarse con un periódico que no les informe bien. Saber la verdad tal como es, será siempre un poder, una ventaja en el mundo de la política o de los negocios, y si un periódico renuncia a decirla, o si se privilegia el ahorro en detrimento de la calidad de la información, los lectores más avisados buscarán esa verdad en otra parte. Distinto es el caso de la televisión, donde el espectador (casi sin tiempo para reflexionar) es mucho más manipulable. Quizá por eso el legislador les pone más límites a los compradores extranjeros de canales de televisión que a los de periódicos. Ese mismo límite también fue enfrentado por Murdoch en Estados Unidos, y lo supo eludir con una nacionalización exprés, apadrinada por Reagan, a cambio de apoyo mediático. Aquí, para la entrada de Planeta en el nuevo canal de televisión nacional, también existe ese límite de la nacionalidad. Entonces se me ocurre que los Lara podrían imitar a Murdoch. Que hablen con Noemí y se nacionalicen. Al fin y al cabo ella, como acabamos de ver con un periodista español, es capaz en pocos días de volver colombiano al que sea, y ni siquiera es necesario que el peninsular haya venido al país. Que hablen con ella. Lo único es que así habría que pagarle el favor en la próxima campaña presidencial. Y lo malo es que ese mismo favor, probablemente, ya se lo deben a alguien de apellido Santos.
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