Occidente necesita su debate ideológico
El sostenimiento de la libertad necesita forzosamente del debate ideológico. Los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología, traicionan no sólo a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto mismo de la función política y a la democracia misma.
El símbolo del triunfo de Occidente en el siglo XX-
El mayor error de la civilización occidental es, a mi juicio, la negación de la ideología, es decir, la inacción para realizar un necesario debate de ideas. Todos los totalitarismos en la historia de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos en los inicios de este siglo XXI, se han caracterizado precisamente por la negación a la sana batalla de las ideas. De igual modo, todas las tiranías de la historia y los grandes criminales y dictadores que el mundo ha conocido, temieron el debate ideológico y lo cercenaron con el fin de forzar su propio dictado a fuerza del poder de sus armas.
Al escribir sobre la necesidad de la ideología política pretendo significar la importancia de establecer un debate de ideas como medio fundamental para el avance de toda sociedad humana. De forma general, ideología significa el estudio de las ideas, vale decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, puede entenderse como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural, religioso o político.
Vivimos en el error de la negación ideológica y el panorama político internacional que presenciamos en esta primera década del siglo XXI confirma la necesidad de clarificar las ideas. En la confusión y mezcla ideológica que reina a nivel internacional hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, es decir, plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político defiende. El espacio natural donde puede y debe tener lugar ese debate es el de las naciones donde existe auténtica libertad bajo un sistema democrático que permita e impulse dicho debate. La aceleración de la historia vivida desde el inicio del siglo XX y que prosigue en nuestros días corrobora una clara polarización de las ideas y los modos de entender el mundo. La ideología de los totalitarismos del siglo XX -desde el comunismo al fascismo- incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales lideradas por Occidente. En otras palabras, la caída del Muro de Berlín significó en parte la derrota de una ideología -la socialista comunista- por parte de otra -la liberal- que resultó mucho más propicia para el avance real del ser humano y de sus libertades individuales en el marco del respeto de los derechos humanos.
Con todo, la supervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial. De hecho, lo que vino después, en la última década del siglo XX -desde la Guerra de Irak en 1991 hasta hoy- ha ido abonando el campo para la confirmación definitiva del “choque de civilizaciones”. El inicio de este siglo XXI es por tanto, una encrucijada clave para la historia de la humanidad porque además de ese choque de civilizaciones, no sólo en lo ideológico-político sino también en lo religioso, es visible también una fragmentación interior en el seno de algunas naciones, apreciables no solo en occidente sino en el mundo árabe.
La ola de violencia procedente del radicalismo en el Oriente Medio confirma una vez más la necesidad de hacer frente a quienes quieren cercenar la libertad y las bases democráticas sobre las que Occidente ha logrado los mayores avances para el bien de la humanidad. Nadie es ajeno a que el asesinato de más tres mil personas inocentes en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 significó el inicio oficial de una guerra cruenta contemporánea contra los valores de la democracia y la libertad en el mundo. Por ello se debe entender y transmitir con claridad los peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas e individuales no solo dentro de los Estados Unidos de América sino también, a nivel global.
Los verdaderos enemigos de la libertad, desde los líderes radicales de diversas latitudes y todos los autoritarismos que llevan la violencia como eje central de sus ideologías hasta los sectores que añoran el totalitarismo comunista (Corea del Norte, buena parte de la política China y Rusa pasando por el modelo castrista en Cuba y sus nuevos aliados latinoamericanos) estos fenómenos son significativos y centrales para exponer los peligros a los que occidente y la libertad de los individuos se enfrenta si se sigue ensanchando el error de la negación ideológica.
El problema actual en los EEUU radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que a la larga, estará perjudicando su vida política nacional y su sociedad civil, sobre todo en los tiempos actuales de guerra contra el terrorismo global. Otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse ideológicamente, EEUU -como primera potencia mundial- no debería hacerlo. Se debería tener presente las palabras del general Giap de Vietnam del Norte cuando afirmaba que aunque a EEUU no se le podía derrotar en la guerra propiamente dicha, sí era posible hacerlo en su propia casa dividiendo a sus políticos. Aquella visión del Giap fue cierta en el caso de la Guerra de Vietnam, “perdida en Washington” por la división y el enfrentamiento de sus políticos y algunos medios de comunicación, que como sostienen muchos aun hoy, no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Frente al permanente intento por desacreditar la ideología liberal a nivel internacional, tanto en EEUU como en Europa y otras partes del mundo, es de apreciar que la polarización, como muestra el caso de la política norteamericana actual ante la guerra contra el terror global es la confirmación de la cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología, que verifique la importancia de poder defender las ideas. Un espacio donde el ciudadano pueda entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa. Cada vez que esto ha ocurrido, el ideario liberal ha ganado abrumadoramente la batalla de las ideas, pese a las maquinarias propagandísticas contrarias. Eso ha sido posible, desde luego, en un país democrático como EEUU.
Lo que los comentaristas y analistas políticos en sumatoria no plantean, es precisamente lo que desde siempre he sostenido defendiendo la importancia de la defensa de la libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre los fundamentos de una ideología reflexionada y pensada. Entre las ideologías que conocemos y que hemos experimentado, personalmente, juzgo sin temor a las críticas a la ideología liberal como la más adecuada en la defensa de las libertades y los derechos políticos, civiles y humanos.
Desde los totalitarismos -furibundamente antioccidentales- que se aprecian en varias latitudes del planeta la ideología es demonizada. ¿Donde esta ubicado hoy el gobierno de Corea del Norte ideológicamente?, por citar un ejemplo. Reagan era un vaquero o un actor malo y George W. Bush es ahora un inculto o un analfabeto de derechas. Los “progresistas y los jihadistas” prefieren hablarnos de “diálogo”, “apaciguamiento”, “alianza de civilizaciones”, “pragmatismo”, “centrismo pacifista” y otras cuestiones de similares aspectos que para nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos, ese mismo progresismo desarrolla su propia ideología, que no es otra que liquidar y exterminar la ideología de la libertad de sus pueblos, única razón por la que nacieron las ideologías progresistas y las radicalizadas.
Este es el debate a clarificar y corregir, el de las ideas. Parece claro, que el “progresismo” de las izquierdas y el terrorismo ya se han encargado de borrar ese ficticio centro. En Oriente Medio, socialistas, nacional-socialistas, arabistas y yihadistas no tienen ningún pudor en autoproclamarse como personas “regionalistas desde lo ideológico” en tanto que los parlamentarios europeos y hasta los demócratas estadounidenses siguen predicando un irresoluto y poco claro centrismo, esa “moderación ineficiente”, o a lo sumo ese “centro-derecha o centro-izquierda” es tan invisible como falaz. Por eso la necesidad de la ideología resulta ahora más obvia y necesaria que nunca.
En Occidente, la derecha y la izquierda deben aprender de sus aciertos y también de sus errores. Sin embargo, lo importante es la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, de forma clara y directa, explicando a la gente, abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica sus postulados. Es allí donde se debe clarificar el debate y donde se debe avanzar en la batalla de las ideas para hacer frente a las fallidas ideologías de los fanatismos, desde sus extremismos a los centrismos falsamente llamados “moderados” o “progresistas”.
La exigencia de expresar una ideología, implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. La de los progresistas y los radicales, por mucho que quieran disfrazarlas, han sido y son las historias fracasadas de proyectos políticos que ha llevado a la postergación, la decadencia intelectual y moral, la miseria, el atraso, la muerte y el desastre de sus pueblos, sin ningún crédito ni futuro, se llame nacionalismo, arabismo, comunismo, progresismo, socialdemocracia o cualquiera de los eufemismos inventados.
El mayor error de la civilización occidental es, a mi juicio, la negación de la ideología, es decir, la inacción para realizar un necesario debate de ideas. Todos los totalitarismos en la historia de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos en los inicios de este siglo XXI, se han caracterizado precisamente por la negación a la sana batalla de las ideas. De igual modo, todas las tiranías de la historia y los grandes criminales y dictadores que el mundo ha conocido, temieron el debate ideológico y lo cercenaron con el fin de forzar su propio dictado a fuerza del poder de sus armas.
Al escribir sobre la necesidad de la ideología política pretendo significar la importancia de establecer un debate de ideas como medio fundamental para el avance de toda sociedad humana. De forma general, ideología significa el estudio de las ideas, vale decir, su origen, desarrollo y aplicación. Como definición amplia, puede entenderse como el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de un individuo, una sociedad, una época, un movimiento cultural, religioso o político.
Vivimos en el error de la negación ideológica y el panorama político internacional que presenciamos en esta primera década del siglo XXI confirma la necesidad de clarificar las ideas. En la confusión y mezcla ideológica que reina a nivel internacional hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, es decir, plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo o cada grupo político defiende. El espacio natural donde puede y debe tener lugar ese debate es el de las naciones donde existe auténtica libertad bajo un sistema democrático que permita e impulse dicho debate. La aceleración de la historia vivida desde el inicio del siglo XX y que prosigue en nuestros días corrobora una clara polarización de las ideas y los modos de entender el mundo. La ideología de los totalitarismos del siglo XX -desde el comunismo al fascismo- incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales lideradas por Occidente. En otras palabras, la caída del Muro de Berlín significó en parte la derrota de una ideología -la socialista comunista- por parte de otra -la liberal- que resultó mucho más propicia para el avance real del ser humano y de sus libertades individuales en el marco del respeto de los derechos humanos.
Con todo, la supervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial. De hecho, lo que vino después, en la última década del siglo XX -desde la Guerra de Irak en 1991 hasta hoy- ha ido abonando el campo para la confirmación definitiva del “choque de civilizaciones”. El inicio de este siglo XXI es por tanto, una encrucijada clave para la historia de la humanidad porque además de ese choque de civilizaciones, no sólo en lo ideológico-político sino también en lo religioso, es visible también una fragmentación interior en el seno de algunas naciones, apreciables no solo en occidente sino en el mundo árabe.
La ola de violencia procedente del radicalismo en el Oriente Medio confirma una vez más la necesidad de hacer frente a quienes quieren cercenar la libertad y las bases democráticas sobre las que Occidente ha logrado los mayores avances para el bien de la humanidad. Nadie es ajeno a que el asesinato de más tres mil personas inocentes en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 significó el inicio oficial de una guerra cruenta contemporánea contra los valores de la democracia y la libertad en el mundo. Por ello se debe entender y transmitir con claridad los peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas e individuales no solo dentro de los Estados Unidos de América sino también, a nivel global.
Los verdaderos enemigos de la libertad, desde los líderes radicales de diversas latitudes y todos los autoritarismos que llevan la violencia como eje central de sus ideologías hasta los sectores que añoran el totalitarismo comunista (Corea del Norte, buena parte de la política China y Rusa pasando por el modelo castrista en Cuba y sus nuevos aliados latinoamericanos) estos fenómenos son significativos y centrales para exponer los peligros a los que occidente y la libertad de los individuos se enfrenta si se sigue ensanchando el error de la negación ideológica.
El problema actual en los EEUU radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que a la larga, estará perjudicando su vida política nacional y su sociedad civil, sobre todo en los tiempos actuales de guerra contra el terrorismo global. Otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse ideológicamente, EEUU -como primera potencia mundial- no debería hacerlo. Se debería tener presente las palabras del general Giap de Vietnam del Norte cuando afirmaba que aunque a EEUU no se le podía derrotar en la guerra propiamente dicha, sí era posible hacerlo en su propia casa dividiendo a sus políticos. Aquella visión del Giap fue cierta en el caso de la Guerra de Vietnam, “perdida en Washington” por la división y el enfrentamiento de sus políticos y algunos medios de comunicación, que como sostienen muchos aun hoy, no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Frente al permanente intento por desacreditar la ideología liberal a nivel internacional, tanto en EEUU como en Europa y otras partes del mundo, es de apreciar que la polarización, como muestra el caso de la política norteamericana actual ante la guerra contra el terror global es la confirmación de la cada vez más clara necesidad de acudir a la ideología como termómetro real de las propuestas políticas. Una ideología, que verifique la importancia de poder defender las ideas. Un espacio donde el ciudadano pueda entender cuáles son las propuestas de unos y de otros y así decidir cuál es la que más le interesa. Cada vez que esto ha ocurrido, el ideario liberal ha ganado abrumadoramente la batalla de las ideas, pese a las maquinarias propagandísticas contrarias. Eso ha sido posible, desde luego, en un país democrático como EEUU.
Lo que los comentaristas y analistas políticos en sumatoria no plantean, es precisamente lo que desde siempre he sostenido defendiendo la importancia de la defensa de la libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre los fundamentos de una ideología reflexionada y pensada. Entre las ideologías que conocemos y que hemos experimentado, personalmente, juzgo sin temor a las críticas a la ideología liberal como la más adecuada en la defensa de las libertades y los derechos políticos, civiles y humanos.
Desde los totalitarismos -furibundamente antioccidentales- que se aprecian en varias latitudes del planeta la ideología es demonizada. ¿Donde esta ubicado hoy el gobierno de Corea del Norte ideológicamente?, por citar un ejemplo. Reagan era un vaquero o un actor malo y George W. Bush es ahora un inculto o un analfabeto de derechas. Los “progresistas y los jihadistas” prefieren hablarnos de “diálogo”, “apaciguamiento”, “alianza de civilizaciones”, “pragmatismo”, “centrismo pacifista” y otras cuestiones de similares aspectos que para nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos, ese mismo progresismo desarrolla su propia ideología, que no es otra que liquidar y exterminar la ideología de la libertad de sus pueblos, única razón por la que nacieron las ideologías progresistas y las radicalizadas.
Este es el debate a clarificar y corregir, el de las ideas. Parece claro, que el “progresismo” de las izquierdas y el terrorismo ya se han encargado de borrar ese ficticio centro. En Oriente Medio, socialistas, nacional-socialistas, arabistas y yihadistas no tienen ningún pudor en autoproclamarse como personas “regionalistas desde lo ideológico” en tanto que los parlamentarios europeos y hasta los demócratas estadounidenses siguen predicando un irresoluto y poco claro centrismo, esa “moderación ineficiente”, o a lo sumo ese “centro-derecha o centro-izquierda” es tan invisible como falaz. Por eso la necesidad de la ideología resulta ahora más obvia y necesaria que nunca.
En Occidente, la derecha y la izquierda deben aprender de sus aciertos y también de sus errores. Sin embargo, lo importante es la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, de forma clara y directa, explicando a la gente, abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica sus postulados. Es allí donde se debe clarificar el debate y donde se debe avanzar en la batalla de las ideas para hacer frente a las fallidas ideologías de los fanatismos, desde sus extremismos a los centrismos falsamente llamados “moderados” o “progresistas”.
La exigencia de expresar una ideología, implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. La de los progresistas y los radicales, por mucho que quieran disfrazarlas, han sido y son las historias fracasadas de proyectos políticos que ha llevado a la postergación, la decadencia intelectual y moral, la miseria, el atraso, la muerte y el desastre de sus pueblos, sin ningún crédito ni futuro, se llame nacionalismo, arabismo, comunismo, progresismo, socialdemocracia o cualquiera de los eufemismos inventados.
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Diario de América - USA/31/10/2007
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