SIMÓN BOLÍVAR: 24 de julio, homenaje a los 225 años de su natalicio.
Cuando la Independencia de América comenzaba a pensarse con otros nombres y a iniciar su recorrido autónomo, nació en Caracas, el 24 de julio de 1783, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios. Venezuela era entonces una Capitanía General del Reino de España, en cuya población se respiraban resquemores por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos de pardos y esclavos.
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Los mantuanos, a pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del "ser americano", que los invitaba a la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones".
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Ésta era, por lo demás, la clase a la cual pertenecían Juan Vicente Bolívar y Ponte, y María de la Concepción Palacios y Blanco, padres del niño Simón. Era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría, junto a ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano, definitivamente, a los nueve años de edad, pasando al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de sus tío Carlos Palacios; ellos velarían por la educación del muchacho, mientras la negra Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría ejerciendo sus funciones de cuidado.
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Simón Bolívar
Entre los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. Combinaba sus estudios en la escuela de primeras letras de la ciudad con visitas a la hacienda de la familia. Más tarde, a los quince años de edad, los territorios aragüeños cobrarían un nuevo significado en su vida cuando, por la mediación que realizara su tío Esteban, "ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor del Reino" ante el rey Carlos IV, fuera nombrado "subteniente de Milicias de Infantería de Blancos de los Valles de Aragua".
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Mientras esto sucedía, tuvo la suerte de formarse con los mejores maestros y pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real Audiencia; lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni esto ni aquello de la milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.
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La estancia en Europa
Corría el año 1799 cuando Bolívar desembarcó en tierras peninsulares. En Madrid, a pesar de seguir sus estudios, el ambiente de la ciudad le seducía: frecuentaba los salones de lectura, baile y tertulia, y observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de Aranjuez, lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte. Vestía de soldado en esos tiempos en los cuales España comenzaba a hablar de Napoleón, y así visitaba al marqués de Ustáriz, hombre culto con quien compartía largas tardes de conversación.
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En una de ellas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se casaría el 26 de mayo de 1802 en la capilla de San José, en el palacio del duque de Frías. Mientras Bernardo Rodríguez, padre de la muchacha, decidía dar largas al compromiso, Bolívar los sigue hasta Bilbao y aprovecha para viajar a Francia: Bayona, Burdeos y París. Inmediatamente después de la boda se trasladan a Caracas y, a pesar de los resquemores que canalizaban los criollos a través de sus conspiraciones, Bolívar permanece junto a su esposa llevando una vida tranquila. Esto apenas duraría, sin embargo, pues María Teresa murió pocos días después de haberse contagiado de fiebre amarilla, en enero de 1803. Bolívar, desilusionado, decide alejarse y marcha nuevamente a Europa.
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Los acontecimientos en Venezuela comenzaban a tomar aires de revuelta mientras el caraqueño Francisco de Miranda, desde Estados Unidos y las Antillas, preparaba una invasión que dibujaba la noción de Independencia. Ajeno a todo aquello, Bolívar se reúne con su suegro en Madrid, para trasladarse a París en 1804. Napoleón no tardaría en declararse emperador de Francia. Este último había organizado una clase aristócrata, hallada entre la burguesía, que se reunía en los grandes salones a los cuales asistía Bolívar en compañía de Fernando Toro y Fanny du Villars.
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El todavía joven Bolívar, especie de dandy americano, se contagia poco a poco de las ideas liberales y la literatura que inspiraron la Revolución Francesa. Era un gran lector y un interlocutor bastante interesado en la política de la actualidad. En esos tiempos conoció a Alexander von Humboldt, expedicionario y gran conocedor del territorio americano, quien le habla de la madurez de las colonias para la independencia; "lo que no veo (diría Humboldt) es el hombre que pueda realizarla".
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Simón Rodríguez se hallaba en Viena; Bolívar, al enterarse, corrió en su búsqueda. Posteriormente el maestro se trasladó a París, y en compañía de Fernando Toro emprendieron un viaje cuyo destino final era Roma. Cruzaron los Alpes caminando hasta Milán, donde se detuvieron el 26 de mayo de 1805 para presenciar la coronación de Napoleón, a quien Bolívar admiraría siempre. Después Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Perusa y Roma. En esta última ciudad se produjo el llamado Juramento del Monte Sacro, en el cual, en presencia de Rodríguez y Fernando Toro, Bolívar juró "romper con las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
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Evidentemente, esta circunstancia no nace en Bolívar ni se produce de forma repentina. El fervor del momento y sus conversaciones con importantes intelectuales de la talla, precisamente, de su maestro, le hacen comprender la situación de América respecto a España. Bolívar se entera de las fallidas expediciones libertadoras de Francisco de Miranda en Ocumare y la Vela de Coro, y decide emprender viaje de regreso.
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La gestación de un ideal
Bolívar regresó a Caracas a mediados de 1807, tras una corta estancia en Estados Unidos, para retornar a su antigua vida de hacendado. José Antonio Briceño, un vecino de tierras y fincas, le esperaba con un cerco en sus tierras; tal asunto debía resolverse cuanto antes. Las incursiones de Miranda habían incorporado entre algunos caraqueños el concepto de la emancipación; sin embargo, la gran mayoría de los criollos se conformaba con rebelarse pasivamente violando las normas que se dictaban desde España.
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Bolívar ya se había incorporado a las actividades de la conspiración (en 1808 ya conspiraba) cuando estalló la revuelta el 19 de abril de 1810. Las noticias del reino anunciaban la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón y el secuestro del rey y su hijo Fernando. La situación era propicia para que el conde de Tovar presentara al gobierno un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Audiencia de Sevilla. Los criollos demandaban participación política. En un comienzo, las autoridades se mostraron reacias al proyecto, pero, posteriormente, ante el vacío de poder que se había creado, decidieron pactar con los conspiradores. Bolívar, enterado de la situación, abrió las puertas de "la cuadra de Bolívar" para incorporarse en las reuniones. Se negó categóricamente a participar en el proyecto de la coalición; para él, debía clamarse por la emancipación absoluta.
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En las vísperas del jueves santo de 1810, arribaron a la ciudad los comisionados de la nueva regencia de Cádiz, órgano que actuaría en sustitución de Fernando VII para formar nuevo gobierno. El capitán general se les unió y al día siguiente los criollos le sitiaron y le obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta fecha el instante en el cual Vicente de Emparan, capitán general, se asoma en el balcón del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo enardecido acerca de la voluntad del mismo a continuar aceptando su mando, con el clérigo José Cortés de Madariaga detrás de él haciendo señas con su dedo al pueblo para que lo negasen. Tras un rotundo "¡No!" por parte de la población, Emparan dice: "Pues yo tampoco quiero mando". Estalló la famosa revuelta caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio al proceso de Independencia de Venezuela. Se creó una Junta Suprema de Venezuela. Bolívar fue nombrado por ésta "Coronel de Infantería". Le fue asignada la tarea de viajar a Londres, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, en busca de apoyo para el proyecto del nuevo gobierno.
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En Londres fueron recibidos por el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, quien después de varias entrevistas terminó por mantenerse neutro frente a la situación. Bolívar, a pesar de ver frustrado el intento, encontró en esta coyuntura el último empujón que le faltaba para decidirse a entregar su alma y su vida por la idea de la emancipación absoluta de toda la América. La pieza clave de esta circunstancia la halló en la figura de Francisco de Miranda, ideólogo y visionario de la Independencia de América, quien ya había ideado, entre otras cosas, un proyecto para la construcción de una gran nación llamada "Colombia". Bolívar se empapó de las ideas de este hombre y las reformuló a lo largo de una campaña que duraría veinte años.
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Bolívar regresó a Caracas convencido de la misión que decidió atribuirse. Miranda no tardaría en seguirlo; su figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el largo tiempo que pasó en el exterior como por su participación en la Independencia de Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo conocía, pero Bolívar, convencido de la utilidad de este hombre para la empresa que se iniciaba, lo introdujo en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía (creada en agosto de 1810). Ganados ambos a la idea de proclamar una Independencia absoluta para Venezuela, instaron a los miembros de la Sociedad a pronunciarse a favor de ello ante el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos". El 5 de julio de 1811 el Congreso declaró la Independencia de Venezuela y se aprobó la Constitución Federal para los estados de Venezuela.
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La primera República se perdió como consecuencia de las diferencias de criterios entre los criollos, de los resentimientos entre castas y clases sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde, capitán de fragata del ejército realista, en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo, Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus proclamas políticas. En esta oportunidad, sin embargo, le tocó defender la República desde Puerto Cabello. A pesar de su excelente labor política y militar en defensa del castillo, todo fue inútil; las fuerzas del otro bando eran superiores, y a ello se le sumaba la ruina causada por los terremotos ocurridos en marzo de 1812. El 25 de julio se produjo la capitulación del generalísimo Francisco de Miranda; si bien necesaria en su opinión, esta acción llenó de ira a Bolívar, quien, al enterarse de los planes de Miranda de abandonar el territorio, participó en su arresto en el puerto de La Guaira: "Yo no lo arresté para servir al rey sino para castigar a un traidor".
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La estrategia de Bolívar fue entonces huir hacia Curazao, desde donde partió a Cartagena. Su intención, arropada en el manto de un discurso deslumbrante, era encontrar apoyo en las fuerzas neogranadinas para emprender en Venezuela la reconquista de la República. "Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas": con estas palabras prosiguió el Manifiesto de Cartagena, carta de presentación de Bolívar ante el Soberano Congreso, en el cual hace un diagnóstico de la derrota al tiempo que ofrece sus servicios al ejército de esa región. Los vecinos lo acogieron otorgándole el rango de Capitán de Barrancas.
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Bolívar libró unas cuantas batallas, incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el mismo procedimiento emprendió su arremetida hacia Venezuela. Se inició en mayo de 1813 la Campaña Admirable, gesta que consistió en la reconquista de los territorios del occidente del país y en forma simultánea los de Oriente a cargo de Santiago Mariño hasta entrar triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. ¡Vuelve la República! A su paso por Mérida le llamaban "el Libertador", y con ese nombre fue ratificado por la municipalidad de Caracas, que le nombró, además, capitán general de los ejércitos de Venezuela.
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La guerra de liberación
Estaba claro que la naturaleza de la guerra era cambiante, lo cual no tardaría en demostrarse nuevamente. La astucia con la cual Bolívar intentó polarizar los bandos a través del Decreto de guerra a muerte de 1813 ("Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes. [...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables"), no fue suficiente para mitigar las diferencias existentes entre los ejércitos de pardos y negros frente a la gesta emancipadora. La furia de los ejércitos llaneros, al mando del asturiano José Tomás Boves, obligó al éxodo de Caracas en julio de 1814. La República cae nuevamente.
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Había que repensar la situación. Después de un corto pero victorioso tránsito por la Nueva Granada es nombrado general de división, y tras lograr la adhesión de Cundinamarca, capitán general de la confederación de la Nueva Granada, marcha hacia Jamaica en mayo de 1815. En Kingston se dedicó a divulgar, a través de una copiosa correspondencia con personalidades de todo el mundo, la intención de la guerra que se estaba librando en el territorio de la América meridional. Hasta entonces, el mundo sólo conocía la versión de los realistas.
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De estos documentos divulgativos, el más famoso es la Carta de Jamaica. En ella reproduce el panorama de todas las luchas que se llevaban simultáneamente en América, especula acerca del futuro del territorio, y adelanta la idea de la unión colombiana. Y es que la escritura fue un capítulo importante en la vida de Bolívar. El poder que ejercía su pluma, puede decirse, le garantizó gran parte de sus triunfos. Revolucionó el estilo de la prosa haciendo de su letra el reflejo vivo de sus pasiones, pensamientos y acciones. Sus amanuenses y secretarios convenían en que los dictados del Libertador "tenían ganada la imprenta sin un soplo de corrección". Desde el despacho de Jamaica preparaba la nueva estrategia para Venezuela.
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La reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las expediciones se iniciaron en Margarita, continuaron su escalada por el oriente en dirección hacia Guayana, habilitaron la navegación del Orinoco en marcha hacia los llanos y, después, por el Ande hasta Boyacá y Bogotá, y desde el occidente hasta Valencia, para sellar la independencia definitiva en Carabobo, el 24 de junio de 1821.
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Fueron los tiempos de Pablo Morillo, enviado del ya liberado Fernando VII. Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que emplear nuevas estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos, ofreció tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo la lealtad de los ejércitos llaneros, al mando de José Antonio Páez, vitales en la liberación de esta contienda junto a un contingente importante de soldados y generales europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban unirse al Libertador. Simultáneamente, Bolívar se encargó de la reconstrucción política de la región: convocó un Congreso en Angostura en febrero de 1819, donde pronunció un célebre discurso en el cual instó a los representantes a proclamar una constitución centralista y la creación de la Gran Colombia.
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El sur se encontraba en la mira de Colombia, es decir, de Bolívar. La liberación y adhesión de Quito y Guayaquil resultaba fundamental para mantener la hegemonía de Colombia en el continente. Ello fue logrado, desde el punto de vista militar, en la batalla de Pichincha, y desde el punto de vista político, por las negociaciones adelantadas por Sucre y Bolívar en la región. La jornada de Independencia, sin embargo, terminaría en Perú con las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824.
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El valor estratégico que tenía la liberación y conquista de este territorio por parte del ejército Libertador era promover la salida definitiva de los españoles del territorio americano. Pero, además, se trataba del triunfo de la ideología bolivariana republicana sobre la propuesta de construir una monarquía en los territorios del sur, defendida por la oligarquía peruana y secundada aparentemente por José de San Martín, "Libertador del Sur" y "Protector" de aquellas tierras. Ambos libertadores se reunieron en Guayaquil en julio de 1822 con el fin de tratar éste y otros asuntos relativos a la guerra. Nunca se supo de qué hablaron, pero el curso de los acontecimientos brinda la evidencia de un pacto en el cual San Martín cede. Bolívar anhelaba para el Alto Perú su reivindicación definitiva como tierra incaica frente a la devastadora clase dominante limeña. En ese territorio, después de la batalla de Ayacucho se construye una nación con el nombre de Bolívar (Bolivia). Sucre queda al mando y Bolívar regresa a rendir cuentas al Congreso colombiano; corría el año 1826.
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Los meses que precedieron la muerte del Libertador en Santa Marta, en 1830, le significaron a Bolívar la evocación de la memoria de su amarga derrota política. La trayectoria desde lo alto de la cima del Chimborazo cuando Bolívar deliraba y se confundía con el "Dios de Colombia" hasta su renuncia a la presidencia de Colombia en abril de 1830, significó para Bolívar la lucha por la verdadera construcción de las naciones. Abogó en todo momento por la edificación de un Estado centralista que lograra cohesionar aquello que en virtud de la heterogeneidad racial, cultural y geográfica no resistía la perfección de una federación.
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Todo fue inútil. Las pugnas caudillistas y nacionalistas vencieron y procedieron a la separación de Venezuela y Ecuador de la Gran Colombia. Recordaba a Manuelita Sáenz, su último amor y la "Libertadora" de su vida en el atentado del 25 de septiembre de 1828, en Bogotá; también evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre, recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los territorios que había libertado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces, su legado ha devenido mito y veneración como "fundador de la patria".
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Los mantuanos, a pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del "ser americano", que los invitaba a la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones".
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Ésta era, por lo demás, la clase a la cual pertenecían Juan Vicente Bolívar y Ponte, y María de la Concepción Palacios y Blanco, padres del niño Simón. Era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría, junto a ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano, definitivamente, a los nueve años de edad, pasando al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de sus tío Carlos Palacios; ellos velarían por la educación del muchacho, mientras la negra Hipólita, su esclava y nodriza, continuaría ejerciendo sus funciones de cuidado.
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Simón Bolívar
Entre los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. Combinaba sus estudios en la escuela de primeras letras de la ciudad con visitas a la hacienda de la familia. Más tarde, a los quince años de edad, los territorios aragüeños cobrarían un nuevo significado en su vida cuando, por la mediación que realizara su tío Esteban, "ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor del Reino" ante el rey Carlos IV, fuera nombrado "subteniente de Milicias de Infantería de Blancos de los Valles de Aragua".
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Mientras esto sucedía, tuvo la suerte de formarse con los mejores maestros y pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real Audiencia; lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni esto ni aquello de la milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.
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La estancia en Europa
Corría el año 1799 cuando Bolívar desembarcó en tierras peninsulares. En Madrid, a pesar de seguir sus estudios, el ambiente de la ciudad le seducía: frecuentaba los salones de lectura, baile y tertulia, y observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de Aranjuez, lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte. Vestía de soldado en esos tiempos en los cuales España comenzaba a hablar de Napoleón, y así visitaba al marqués de Ustáriz, hombre culto con quien compartía largas tardes de conversación.
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En una de ellas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se casaría el 26 de mayo de 1802 en la capilla de San José, en el palacio del duque de Frías. Mientras Bernardo Rodríguez, padre de la muchacha, decidía dar largas al compromiso, Bolívar los sigue hasta Bilbao y aprovecha para viajar a Francia: Bayona, Burdeos y París. Inmediatamente después de la boda se trasladan a Caracas y, a pesar de los resquemores que canalizaban los criollos a través de sus conspiraciones, Bolívar permanece junto a su esposa llevando una vida tranquila. Esto apenas duraría, sin embargo, pues María Teresa murió pocos días después de haberse contagiado de fiebre amarilla, en enero de 1803. Bolívar, desilusionado, decide alejarse y marcha nuevamente a Europa.
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Los acontecimientos en Venezuela comenzaban a tomar aires de revuelta mientras el caraqueño Francisco de Miranda, desde Estados Unidos y las Antillas, preparaba una invasión que dibujaba la noción de Independencia. Ajeno a todo aquello, Bolívar se reúne con su suegro en Madrid, para trasladarse a París en 1804. Napoleón no tardaría en declararse emperador de Francia. Este último había organizado una clase aristócrata, hallada entre la burguesía, que se reunía en los grandes salones a los cuales asistía Bolívar en compañía de Fernando Toro y Fanny du Villars.
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El todavía joven Bolívar, especie de dandy americano, se contagia poco a poco de las ideas liberales y la literatura que inspiraron la Revolución Francesa. Era un gran lector y un interlocutor bastante interesado en la política de la actualidad. En esos tiempos conoció a Alexander von Humboldt, expedicionario y gran conocedor del territorio americano, quien le habla de la madurez de las colonias para la independencia; "lo que no veo (diría Humboldt) es el hombre que pueda realizarla".
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Simón Rodríguez se hallaba en Viena; Bolívar, al enterarse, corrió en su búsqueda. Posteriormente el maestro se trasladó a París, y en compañía de Fernando Toro emprendieron un viaje cuyo destino final era Roma. Cruzaron los Alpes caminando hasta Milán, donde se detuvieron el 26 de mayo de 1805 para presenciar la coronación de Napoleón, a quien Bolívar admiraría siempre. Después Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Perusa y Roma. En esta última ciudad se produjo el llamado Juramento del Monte Sacro, en el cual, en presencia de Rodríguez y Fernando Toro, Bolívar juró "romper con las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
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Evidentemente, esta circunstancia no nace en Bolívar ni se produce de forma repentina. El fervor del momento y sus conversaciones con importantes intelectuales de la talla, precisamente, de su maestro, le hacen comprender la situación de América respecto a España. Bolívar se entera de las fallidas expediciones libertadoras de Francisco de Miranda en Ocumare y la Vela de Coro, y decide emprender viaje de regreso.
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La gestación de un ideal
Bolívar regresó a Caracas a mediados de 1807, tras una corta estancia en Estados Unidos, para retornar a su antigua vida de hacendado. José Antonio Briceño, un vecino de tierras y fincas, le esperaba con un cerco en sus tierras; tal asunto debía resolverse cuanto antes. Las incursiones de Miranda habían incorporado entre algunos caraqueños el concepto de la emancipación; sin embargo, la gran mayoría de los criollos se conformaba con rebelarse pasivamente violando las normas que se dictaban desde España.
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Bolívar ya se había incorporado a las actividades de la conspiración (en 1808 ya conspiraba) cuando estalló la revuelta el 19 de abril de 1810. Las noticias del reino anunciaban la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón y el secuestro del rey y su hijo Fernando. La situación era propicia para que el conde de Tovar presentara al gobierno un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Audiencia de Sevilla. Los criollos demandaban participación política. En un comienzo, las autoridades se mostraron reacias al proyecto, pero, posteriormente, ante el vacío de poder que se había creado, decidieron pactar con los conspiradores. Bolívar, enterado de la situación, abrió las puertas de "la cuadra de Bolívar" para incorporarse en las reuniones. Se negó categóricamente a participar en el proyecto de la coalición; para él, debía clamarse por la emancipación absoluta.
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En las vísperas del jueves santo de 1810, arribaron a la ciudad los comisionados de la nueva regencia de Cádiz, órgano que actuaría en sustitución de Fernando VII para formar nuevo gobierno. El capitán general se les unió y al día siguiente los criollos le sitiaron y le obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta fecha el instante en el cual Vicente de Emparan, capitán general, se asoma en el balcón del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo enardecido acerca de la voluntad del mismo a continuar aceptando su mando, con el clérigo José Cortés de Madariaga detrás de él haciendo señas con su dedo al pueblo para que lo negasen. Tras un rotundo "¡No!" por parte de la población, Emparan dice: "Pues yo tampoco quiero mando". Estalló la famosa revuelta caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio al proceso de Independencia de Venezuela. Se creó una Junta Suprema de Venezuela. Bolívar fue nombrado por ésta "Coronel de Infantería". Le fue asignada la tarea de viajar a Londres, en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, en busca de apoyo para el proyecto del nuevo gobierno.
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En Londres fueron recibidos por el ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, quien después de varias entrevistas terminó por mantenerse neutro frente a la situación. Bolívar, a pesar de ver frustrado el intento, encontró en esta coyuntura el último empujón que le faltaba para decidirse a entregar su alma y su vida por la idea de la emancipación absoluta de toda la América. La pieza clave de esta circunstancia la halló en la figura de Francisco de Miranda, ideólogo y visionario de la Independencia de América, quien ya había ideado, entre otras cosas, un proyecto para la construcción de una gran nación llamada "Colombia". Bolívar se empapó de las ideas de este hombre y las reformuló a lo largo de una campaña que duraría veinte años.
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Bolívar regresó a Caracas convencido de la misión que decidió atribuirse. Miranda no tardaría en seguirlo; su figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el largo tiempo que pasó en el exterior como por su participación en la Independencia de Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo conocía, pero Bolívar, convencido de la utilidad de este hombre para la empresa que se iniciaba, lo introdujo en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía (creada en agosto de 1810). Ganados ambos a la idea de proclamar una Independencia absoluta para Venezuela, instaron a los miembros de la Sociedad a pronunciarse a favor de ello ante el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es perdernos". El 5 de julio de 1811 el Congreso declaró la Independencia de Venezuela y se aprobó la Constitución Federal para los estados de Venezuela.
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La primera República se perdió como consecuencia de las diferencias de criterios entre los criollos, de los resentimientos entre castas y clases sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde, capitán de fragata del ejército realista, en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo, Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus proclamas políticas. En esta oportunidad, sin embargo, le tocó defender la República desde Puerto Cabello. A pesar de su excelente labor política y militar en defensa del castillo, todo fue inútil; las fuerzas del otro bando eran superiores, y a ello se le sumaba la ruina causada por los terremotos ocurridos en marzo de 1812. El 25 de julio se produjo la capitulación del generalísimo Francisco de Miranda; si bien necesaria en su opinión, esta acción llenó de ira a Bolívar, quien, al enterarse de los planes de Miranda de abandonar el territorio, participó en su arresto en el puerto de La Guaira: "Yo no lo arresté para servir al rey sino para castigar a un traidor".
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La estrategia de Bolívar fue entonces huir hacia Curazao, desde donde partió a Cartagena. Su intención, arropada en el manto de un discurso deslumbrante, era encontrar apoyo en las fuerzas neogranadinas para emprender en Venezuela la reconquista de la República. "Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas": con estas palabras prosiguió el Manifiesto de Cartagena, carta de presentación de Bolívar ante el Soberano Congreso, en el cual hace un diagnóstico de la derrota al tiempo que ofrece sus servicios al ejército de esa región. Los vecinos lo acogieron otorgándole el rango de Capitán de Barrancas.
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Bolívar libró unas cuantas batallas, incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el mismo procedimiento emprendió su arremetida hacia Venezuela. Se inició en mayo de 1813 la Campaña Admirable, gesta que consistió en la reconquista de los territorios del occidente del país y en forma simultánea los de Oriente a cargo de Santiago Mariño hasta entrar triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. ¡Vuelve la República! A su paso por Mérida le llamaban "el Libertador", y con ese nombre fue ratificado por la municipalidad de Caracas, que le nombró, además, capitán general de los ejércitos de Venezuela.
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La guerra de liberación
Estaba claro que la naturaleza de la guerra era cambiante, lo cual no tardaría en demostrarse nuevamente. La astucia con la cual Bolívar intentó polarizar los bandos a través del Decreto de guerra a muerte de 1813 ("Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes. [...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables"), no fue suficiente para mitigar las diferencias existentes entre los ejércitos de pardos y negros frente a la gesta emancipadora. La furia de los ejércitos llaneros, al mando del asturiano José Tomás Boves, obligó al éxodo de Caracas en julio de 1814. La República cae nuevamente.
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Había que repensar la situación. Después de un corto pero victorioso tránsito por la Nueva Granada es nombrado general de división, y tras lograr la adhesión de Cundinamarca, capitán general de la confederación de la Nueva Granada, marcha hacia Jamaica en mayo de 1815. En Kingston se dedicó a divulgar, a través de una copiosa correspondencia con personalidades de todo el mundo, la intención de la guerra que se estaba librando en el territorio de la América meridional. Hasta entonces, el mundo sólo conocía la versión de los realistas.
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De estos documentos divulgativos, el más famoso es la Carta de Jamaica. En ella reproduce el panorama de todas las luchas que se llevaban simultáneamente en América, especula acerca del futuro del territorio, y adelanta la idea de la unión colombiana. Y es que la escritura fue un capítulo importante en la vida de Bolívar. El poder que ejercía su pluma, puede decirse, le garantizó gran parte de sus triunfos. Revolucionó el estilo de la prosa haciendo de su letra el reflejo vivo de sus pasiones, pensamientos y acciones. Sus amanuenses y secretarios convenían en que los dictados del Libertador "tenían ganada la imprenta sin un soplo de corrección". Desde el despacho de Jamaica preparaba la nueva estrategia para Venezuela.
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La reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las expediciones se iniciaron en Margarita, continuaron su escalada por el oriente en dirección hacia Guayana, habilitaron la navegación del Orinoco en marcha hacia los llanos y, después, por el Ande hasta Boyacá y Bogotá, y desde el occidente hasta Valencia, para sellar la independencia definitiva en Carabobo, el 24 de junio de 1821.
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Fueron los tiempos de Pablo Morillo, enviado del ya liberado Fernando VII. Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que emplear nuevas estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos, ofreció tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo la lealtad de los ejércitos llaneros, al mando de José Antonio Páez, vitales en la liberación de esta contienda junto a un contingente importante de soldados y generales europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban unirse al Libertador. Simultáneamente, Bolívar se encargó de la reconstrucción política de la región: convocó un Congreso en Angostura en febrero de 1819, donde pronunció un célebre discurso en el cual instó a los representantes a proclamar una constitución centralista y la creación de la Gran Colombia.
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El sur se encontraba en la mira de Colombia, es decir, de Bolívar. La liberación y adhesión de Quito y Guayaquil resultaba fundamental para mantener la hegemonía de Colombia en el continente. Ello fue logrado, desde el punto de vista militar, en la batalla de Pichincha, y desde el punto de vista político, por las negociaciones adelantadas por Sucre y Bolívar en la región. La jornada de Independencia, sin embargo, terminaría en Perú con las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824.
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El valor estratégico que tenía la liberación y conquista de este territorio por parte del ejército Libertador era promover la salida definitiva de los españoles del territorio americano. Pero, además, se trataba del triunfo de la ideología bolivariana republicana sobre la propuesta de construir una monarquía en los territorios del sur, defendida por la oligarquía peruana y secundada aparentemente por José de San Martín, "Libertador del Sur" y "Protector" de aquellas tierras. Ambos libertadores se reunieron en Guayaquil en julio de 1822 con el fin de tratar éste y otros asuntos relativos a la guerra. Nunca se supo de qué hablaron, pero el curso de los acontecimientos brinda la evidencia de un pacto en el cual San Martín cede. Bolívar anhelaba para el Alto Perú su reivindicación definitiva como tierra incaica frente a la devastadora clase dominante limeña. En ese territorio, después de la batalla de Ayacucho se construye una nación con el nombre de Bolívar (Bolivia). Sucre queda al mando y Bolívar regresa a rendir cuentas al Congreso colombiano; corría el año 1826.
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Los meses que precedieron la muerte del Libertador en Santa Marta, en 1830, le significaron a Bolívar la evocación de la memoria de su amarga derrota política. La trayectoria desde lo alto de la cima del Chimborazo cuando Bolívar deliraba y se confundía con el "Dios de Colombia" hasta su renuncia a la presidencia de Colombia en abril de 1830, significó para Bolívar la lucha por la verdadera construcción de las naciones. Abogó en todo momento por la edificación de un Estado centralista que lograra cohesionar aquello que en virtud de la heterogeneidad racial, cultural y geográfica no resistía la perfección de una federación.
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Todo fue inútil. Las pugnas caudillistas y nacionalistas vencieron y procedieron a la separación de Venezuela y Ecuador de la Gran Colombia. Recordaba a Manuelita Sáenz, su último amor y la "Libertadora" de su vida en el atentado del 25 de septiembre de 1828, en Bogotá; también evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre, recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los territorios que había libertado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces, su legado ha devenido mito y veneración como "fundador de la patria".
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Cronología
1783
Nace el 24 de julio en Caracas, en el seno de una familia acomodada.
1792
Queda huérfano y pasa al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de su tío Carlos Palacios.
1799
Viaja a España para completar sus estudios.
1802
Se casa en Madrid con María Teresa Rodríguez del Toro.
1803
Regreso a Caracas. María Teresa muere de fiebre amarilla. Bolívar emprende un nuevo viaje por Europa.
1805
Asiste a la coronación de Napoleón. Decidido a liberar las colonias hispanoamericanas del yugo español, pronuncia en Roma el Juramento de Monte Sacro.
1807
Regresa a Caracas.
1811
Se incorpora como coronel al ejército bajo las órdenes de Francisco de Miranda.
1812
Tras la rendición de Miranda, se traslada a Curazao.
1813
Reconquista Venezuela en la llamada Campaña Admirable. Es nombrado capitán general de los ejércitos de Venezuela y recibe el título de Libertador.
1814
Derrotado de nuevo, se retira a Jamaica. Escribe la Carta de Jamaica.
1821
Tras diversas expediciones y batallas, obtiene el triunfo definitivo en la batalla de Carabobo, que asegura la independencia de Venezuela. Dos años antes había proclamado en Angostura la Constitución de la República de la Gran Colombia, que había de comprender las repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.
1822
Junto con Sucre, en acción coordinada, consigue la liberación del Ecuador.
1824
Victoria sobre el Ejército Real del Perú en Junín. Sucre, por su parte, vence a los realistas en la decisiva batalla de Ayacucho.
1825
Las provincias del Alto Perú se constituyen en República Bolívar, embrión de la República de Bolivia.
1826
Regresa a Caracas para sofocar La Cosiata, el movimiento separatista venezolano liderado por Páez.
1827
En el Congreso de Panamá se evidencian las ansias separatistas entre las jóvenes repúblicas libertadas.
1830
En medio de un avanzado proceso de disolución de la Gran Colombia, fallece el 17 de diciembre.
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Ideario
La metáfora del tiempo histórico ha servido para conjugar en una misma cronología los hechos de la Independencia de América y la vida de un hombre: Simón Bolívar. Esta circunstancia particular ha dado lugar al relato estéril de una odisea heroica que, en medio de batallas y frases memorables, impide la comprensión de los acontecimientos en su contexto de emergencia y posibilidad. En virtud de ello, Simón Bolívar permanece en la memoria como "El Libertador de América", sin que el resto de su vida y obra hayan sido apenas evocados y mucho menos comprendidos.
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Es cierto que, como afirma Rufino Blanco Fombona, Bolívar ejerció el liderazgo de la empresa política "más grandiosa que ha conocido la humanidad", pero el empeño de este hombre no se agotaba en la aventura de destruir colonias y fundar patrias como quien corona territorios. La mayor empresa de Bolívar fue precisamente aquella que nunca conquistó: la de construir repúblicas sólidas mediante la edificación de un Estado fuerte y un sistema democrático liberal.
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Es en este intento, cuya versión más acabada fue el "proyecto de la Gran Colombia", donde el Libertador muestra los distintos rostros que el olvido ha pretendido acallar, y donde el rescate de las aspiraciones y desaciertos del hombre por encima de las virtudes del "héroe de la patria" es necesario no sólo para visualizar la Independencia de América como un proceso llevado a término por una multiplicidad de causas, sino fundamentalmente para comprender las circunstancias que llevaron a Bolívar a convertirse en "el fundador de la Patria" cuando menos lo esperaba, y en el "Dictador de Colombia" cuando menos lo deseaba. Quizá todo ello pueda servir también para explicar por qué, hoy en día, a casi doscientos años de su desaparición, Simón Bolívar sigue siendo el presente de América.
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El ideario de Simón Bolívar
En su vertiente social y política, el estallido de la crisis de la sociedad colonial venezolana permitió en su momento la maduración de un conjunto de situaciones que merecen destacarse. En primer término, la guerra facilitó la decantación de las llamadas "ideas francesas" hasta convertirlas en ideas bolivarianas, es decir, en ideas nacionales. Dicho de otro modo, las consignas de libertad, igualdad, fraternidad y propiedad que alimentaban el ideario claramente burgués de la Revolución Francesa fueron reelaboradas por la elite política que acompañaba a Simón Bolívar, quien, al analizar las consecuencias sociales que produjera la difusión de dichos postulados entre los esclavos, los pardos y los indígenas, encontró en el cuerpo de los militares republicanos al sector social que le permitió cumplir con el doble propósito de crear una república independiente y, al mismo tiempo, satisfacer las aspiraciones de los individuos integrantes de la sociedad de ese momento, con respecto a la libertad, la igualdad y la propiedad.
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La reflexión de Bolívar partía del análisis de distintos hechos traumáticos, tales como el hundimiento de la República en el año 1812, en Venezuela, el fracaso del restablecimiento republicano al año siguiente, en 1813, y la caída del gobierno republicano en la Nueva Granada, ocurrido en 1815. Desde el Manifiesto de Cartagena, escrito en 1812, Simón Bolívar había estado insistiendo en las carencias políticas de la elite ilustrada que propugnaba la Independencia. La guerra civil, la ausencia de unidad, la excesiva valoración del régimen federal, el apego a las ideas religiosas y la simple intriga política, son los puntos que sobresalen en el inventario que sirve de base a un balance contundente hecho por el prócer: "nuestra división -dice- y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud".
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Sin embargo, no fue hasta el Manifiesto de Carúpano (1814), y posteriormente en la Carta de Jamaica (1815), cuando Simón Bolívar expuso en forma detallada sus criterios políticos respecto a la situación social que impedía el desarrollo de los gobiernos republicanos en Venezuela. El testimonio es importante porque representa la primera lectura social del problema que venían enfrentando las sociedades americanas desde el estallido de la crisis política en España y la Revolución en Haití: "el establecimiento en fin de la libertad en un país de esclavos -comenta con lúcida prosa el Libertador en el Manifiesto de Carúpano (1814)- es una obra tan imposible de ejecutar súbitamente, que está fuera del alcance de todo poder humano; por manera que nuestra excusa de no haber obtenido lo que hemos deseado es inherente a la causa que seguimos; porque así como la justicia justifica la audacia de haberla emprendido, la imposibilidad de la adquisición califica la insuficiencia de los medios".
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Los esclavos a los que se refiere Bolívar en el Manifiesto de Carúpano no son ya la entidad genérica que identificara en su anterior Manifiesto de Cartagena. Son hombres de carne y hueso; es más, son hombres de carne, hueso y armas. Son nada menos que la expresión concreta de la angustia que surgiera en la sociedad caraqueña desde finales del siglo XVIII y que representaba una amenaza tangible para la aspiración de los criollos americanos con respecto a una transferencia pacífica del ejercicio del poder. Son, para ser precisos, los pardos y los esclavos que acompañaban normalmente a los generales realistas como Domingo de Monteverde, José Tomás Boves y Francisco Tomás Morales. Son, para decirlo en las propias palabras de Bolívar, el "vicio armado".
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Una república centralista
Para Simón Bolívar -y esto es importante subrayarlo porque allí radica la razón de su liderazgo político-, la sociedad venezolana de los años comprendidos entre 1811 y 1821 es testigo y protagonista del enfrentamiento entre la "simple filosofía política" y el "vicio armado con el desenfreno de la licencia". Para él, los americanos han preferido la "vil codicia", amparada en el saqueo, y por tanto advierte a sus contemporáneos de que la suerte del experimento republicano dependerá de la solución de este conflicto. ¿Cómo resolverá Simón Bolívar semejante disyuntiva?
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En primer lugar, sugirió y realizó una ruptura con los postulados políticos federales que, desde su punto de vista, habían llevado al fracaso a los gobiernos republicanos en Venezuela y en la Nueva Granada. La república que propondrá e intentará construir será férreamente centralista, amparada en el único medio que le garantizaba el triunfo: el gobierno dictatorial. En segundo lugar, ante la ausencia de un sector de propietarios e intelectuales ilustrados, cuyo mayor número de integrantes había sido asesinado en las primeras escaramuzas de la guerra o había tenido que escapar del país dejando tras de sí propiedades y enseñanzas, Simón Bolívar elaboró un programa político orientado a favorecer las aspiraciones sociales de la elite militar que lo acompañaba.
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La república que proponía construir en sus escritos era ni más ni menos que la de los libertadores y para ellos habría en su espacio garantías políticas sustantivas, tales como la presidencia vitalicia, el senado hereditario, el poder moral y la Ley de Haberes Militares. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias determinó que estas aspiraciones se concretaran más por la vía de los hechos que por otra senda más racional y elaborada: la galería de dictadores militares que hasta hace pocos años exhibió el escenario latinoamericano es buena prueba de ello. Hay que reconocer que las tendencias autoritarias que han estado vigentes en la política venezolana del siglo XX han tenido en una lectura -acaso demasiado a la letra- de este apartado de los postulados bolivarianos su aprovechada fuente de inspiración.
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Habría que añadir aún que, consciente del problema social que suponía la existencia de la esclavitud, Simón Bolívar incorporó a su discurso el cuestionamiento institucional de la misma, mediante una respuesta del programa de acción militar desarrollado para construir los cimientos de la República. Convencido de la idea de que la permanencia de la esclavitud conducía fatalmente a las salidas extremas de la rebelión y el exterminio, la República que se proponía construir debería arbitrar en forma prioritaria los medios que facilitaran una progresiva desaparición en el futuro de la institución esclavista.
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La solidez de este cuerpo de planteamientos políticos permitió a Simón Bolívar convocar, en 1819, el Congreso de Angostura. Con su instalación puede hablarse de la puesta en práctica de la república bolivariana, que producirá la existencia real de la República de Colombia. El control militar de la región guayanesa generó asimismo una actitud favorable hacia la causa independentista en el exterior. En Estados Unidos, el presidente Monroe reconoció el conflicto como una guerra entre iguales. En el Reino Unido, Luis López Méndez obtuvo mayores facilidades para el envío de tropas, contratación de empréstitos y remisión de equipos militares. Y si bien para 1820 no se habían resuelto del todo las disidencias en el ejército republicano y la mayor parte del territorio venezolano se mantenía bajo el control del general realista Pablo Morillo, la instalación del Congreso de Angostura, la alianza con José Antonio Páez, la transformación del cuartel de Angostura en capital de la República y la edición de El Correo del Orinoco con el concurso de numerosos civiles de prestigio, configuraron un cuadro político que permitiría intentar la conversión del régimen dictatorial, que venía imperando desde 1811, en un gobierno constitucional.
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El modelo de gobierno
Las propuestas de Simón Bolívar, de 1820, no constituyeron un programa de acción política de carácter provisional, sino que eran ya un programa de gobierno sólido y con porvenir, destinado a dar estabilidad a la República, hacerla perdurable y, al mismo tiempo, borrar en el ánimo de los ciudadanos los efectos perjudiciales de la dominación colonial.
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En el Discurso de Angostura -la primera pieza orgánica de la conciencia americana y sin duda el primer análisis sociológico moderno de la realidad hispanoamericana-, después de sugerir un concepto de práctica política identificado con los principios aristotélicos de sabiduría, rectitud y prudencia, Simón Bolívar consideró y dio por hecho que la República tenía ya ciudadanos aptos para gobernarla.
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En tal sentido, propuso tres caminos que trajeran a la República la deseada estabilidad y resolvieran la ausencia de virtud que padecía. El primero era el establecimiento de un poder ejecutivo fuerte y vitalicio. El segundo era la creación del senado hereditario. El tercero, en fin, era la educación del resto de los ciudadanos, y estaba basado en los lineamientos del culto cívico de la república jacobina.
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Este proyecto republicano, que mezcla los principios y la naturaleza de una república aristocrática con las leyes y funcionamiento de una monarquía, constituye la más acabada expresión de la reelaboración de las ideas ilustradas para convertirlas en respuestas factibles y practicables en el gobierno de las colonias españolas de América. Se trata de la república bolivariana que madurará con el establecimiento de la República de Colombia a partir de 1821.
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El senado hereditario
En la realización de este ensayo, Simón Bolívar tomó como modelo la legislación británica en lo concerniente a libertades, soberanía, división de poderes y otros criterios parecidamente tradicionales del liberalismo inglés. Mención especial requieren los puntos relacionados con la específica organización de la República y la particular revisión del régimen de la propiedad esclavista.
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Convencido de la viabilidad de su modelo, Simón Bolívar propuso un cuerpo legislativo semejante al parlamento inglés. La Cámara de Representantes quedaba constituida a semejanza de la establecida por la Constitución venezolana de 1811, es decir, mediante el ejercicio del sufragio por parte de los ciudadanos calificados para ello por la ley. Sin embargo, la Cámara del Senado sufrió una transformación radical en su naturaleza electiva y en su conformación. Era un senado particular y de nuevo diseño, y que no se correspondía por tanto con el modelo de la teoría política clásica de las repúblicas democráticas y aristocráticas.
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El senado de la república bolivariana se constituyó siguiendo las pautas de los poderes intermediarios establecidos para la monarquía. No era electivo sino hereditario. No tenía funciones ejecutivas ni verdaderamente legislativas, sino que hacía las veces de mediador. Como la nobleza en las monarquías, era base y garante de la perdurabilidad del régimen; en este caso, de la república.
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Este senado hereditario fue la respuesta política que permitía al Libertador otorgar a la elite militar la cuota de poder necesaria para comprometerla con la creación de la República. Era una respuesta que comprometía su particular poder de beligerancia: las armas. La búsqueda del compromiso de los militares, mediante el reconocimiento de su influencia en la conducción política del régimen que se pensaba establecer, es lo que nutría el liderazgo de Simón Bolívar sobre sus otros contemporáneos, fueran éstos del bando republicano o del bando monárquico.
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El compromiso militar
La propuesta de Simón Bolívar tuvo éxito y perdurabilidad histórica porque comprometió a la elite militar en el conjuro de dos adversarios poderosísimos en la sociedad venezolana de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX: la desunión del sector republicano y la anarquía. La desunión entre los republicanos se expresó en una aguda polémica entre el centralismo y el federalismo, cuyo origen se remontaba a la misma instrumentación de las reformas borbónicas y la creación de la Capitanía General de Venezuela, en el año 1777. La difusión de las ideas de anarquía, por otra parte, fue dirigida hábilmente por el adversario realista mediante el atizamiento de las aspiraciones igualitarias entre los pardos, los indígenas y los esclavos.
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El senado hereditario, según las propias palabras de Bolívar "será la traba de este edificio delicado y harto susceptible de impresiones violentas". Dicho de otro modo, el senado de la república bolivariana debía ser baluarte de la libertad y apoyo para consolidar y eternizar la institución de la República.
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No obstante, al estar advertido del extrañamiento y la escasa habilidad de los americanos en el manejo de los asuntos públicos, Bolívar contempló como medida supletoria la educación de los descendientes de los primeros integrantes del senado hereditario. Los hijos de los senadores -proponía, poco más o menos- deberán educarse en un colegio especialmente destinado para instruir a aquellos tutores que se convertirán en los futuros legisladores de la patria. Tomando en cuenta que estos dirigentes no se corresponderían en su origen con una especialmente encumbrada posición económica o saber intelectual, requisitos previos de la teoría política clásica para el ejercicio de la política, los dirigentes de la república bolivariana que "no saldrían del seno de las virtudes [...] saldrán del seno de una educación ilustrada".
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La presidencia vitalicia
En relación con la particularidad del poder legislativo, la república bolivariana proponía también un poder ejecutivo fuerte y sólido. Simón Bolívar tomó como modelo las normas británicas y en su discurso demostró poseer un conocimiento detallado de los postulados de Montesquieu. El poder ejecutivo de la nueva República que se proyectó construir debía superar las insuficiencias que dieron al traste con los ensayos republicanos de 1811 y 1813, en Venezuela, y de 1815, en Nueva Granada.
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Para lograrlo, no obstante, Simón Bolívar juzgó pertinente adoptar una fórmula que, al estilo de las monarquías, centralizase las más importantes funciones del gobierno, pero que guardara una distancia sustancial en relación al origen de su poder. El primer magistrado de la república bolivariana no debería su ascensión a una sucesión dinástica: sería electo por el pueblo o sus representantes. En síntesis: no sería un monarca, sino un presidente.
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Las proposiciones de Simón Bolívar al auditorio republicano de 1819 respondían a objetivos políticos básicos y fundamentales: dar solidez a la República por un espacio abierto de tiempo y dotar de estabilidad al régimen político mediante el concurso de los nuevos intereses políticos surgidos en el escenario venezolano al amparo de la guerra social. Así, el poder político otorgado a la presidencia vitalicia y al senado hereditario se complementaban con la instrumentación de un nuevo poder que Bolívar convino en denominar "poder moral".
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El poder moral
Este poder moral de la república bolivariana se encuentra estrechamente vinculado con el senado hereditario. En el proyecto bolivariano, el senado hereditario no sólo es el garante de la permanencia de la República; en sus manos está también la designación de los integrantes del novísimo poder moral, es decir, la misma regeneración de una sociedad abatida por el régimen colonial. Así como los futuros senadores obtendrían del gobierno republicano una educación ilustrada que los capacitaría para el ejercicio del gobierno, el resto de los venezolanos, que "aman la patria pero no sus leyes", tendrán que robustecer "su espíritu mucho antes de que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad". A estos efectos, la república bolivariana contempló la creación de un poder moral cuyo "dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana". Con esta nueva formulación, Simón Bolívar otorgó a la elite militar el poder de conducir el proyecto republicano por un espacio de tiempo considerable y con facultades extraordinarias en su ejercicio. Nunca antes en la teoría política moderna se había dado un paso semejante: porque, en definitiva la república bolivariana hizo viable -y hasta necesaria- la práctica jacobina del culto cívico.
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El problema de la esclavitud
El inventario de las circunstancias políticas que llevaron al establecimiento de la República durante el estallido de la crisis de la sociedad colonial, quedaría incompleto si se olvidara considerar el último aspecto medular de la teoría política bolivariana: el tratamiento del problema de la esclavitud. Este aspecto merece una atención especial. En parte, por producirse en el marco de una erizada realidad social, la de los años que transcurren entre 1810 y 1830 en Venezuela, pero sobre todo, y esto hay que subrayarlo, porque son hechas desde una apreciación política de raigambre liberal, como es la de Simón Bolívar.
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El tópico de la esclavitud aparece en el discurso bolivariano desde 1816, pero no será hasta 1819 cuando su acción política preste atención a la permanencia o no de la institución esclavista. Es en este último momento cuando las ideas de Simón Bolívar hacen de la abolición de la institución esclavista un instrumento orientado a garantizar el éxito de la campaña militar que venía desarrollando en la dirección de establecer una república.
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Al comienzo, en torno a 1816, como se ha señalado, en el discurso de Bolívar la libertad de los esclavos está relacionada con las gestiones que realiza en favor de la restitución republicana y el compromiso adquirido con el gobierno de Haití. Así, después de la expedición de Los Cayos, que desembarca en abril de 1816, al anunciar en la isla de Margarita el restablecimiento del régimen republicano, Simón Bolívar hizo pública la propuesta de abolición de la esclavitud por cuanto "la naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos".
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Sin embargo, estas primeras gestiones no surten los rápidos efectos esperados y Simón Bolívar, al informar al presidente haitiano Alejandro Petión del resultado de sus proclamas, es categórico al señalar la presentación de apenas un centenar de hombres entre los esclavos que habitaban en el territorio republicano. Para el Libertador, la tiranía de los españoles ha puesto a los esclavos en "tal estado de estupidez [...] que han perdido hasta el deseo de ser libres".
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Una situación relativamente distinta se presenta a partir de 1819, cuando vuelve a insistir en la necesidad de liberar a los esclavos y solicita al Congreso de Angostura la ratificación de sus proclamas de 1816 y la promulgación del Decreto de Libertad en febrero de 1820.
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En su correspondencia mantenida durante 1821 con el general Francisco de Paula Santander se encuentran los razonamientos precisos que explican la insistencia de Bolívar para que la República de Colombia dé cabal cumplimiento al texto del Decreto de 1820. Después de la proclamación de la República de Colombia, Simón Bolívar solicita reiteradamente a Santander "el levantamiento (leva) de esclavos" para su inmediata incorporación al ejército republicano. Frente a la contundente negativa del vicepresidente de Colombia, en el sentido de dar curso a su exigencia, el Libertador remite desde la ciudad de San Cristóbal un oficio pormenorizado de las razones que le asisten para hacer esta solicitud.
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En su carta del 20 de abril de 1820, por ejemplo, señala que la opinión política de Colombia está confundida cuando establece una relación análoga entre "libertad de esclavos" y "levantamiento de esclavos", siendo esto último lo autorizado por el Decreto de 1820. Indica que "sólo he mandado que se tomen los esclavos útiles para las armas". De otro modo, liberando todos los esclavos, éstos serían más bien "perjudiciales" para la República.
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Para Simón Bolívar la actuación del Congreso de Angostura y su solicitud de tres mil esclavos se apoya en "obvias razones" militares. Por un lado, el ejército republicano está necesitado de "hombres robustos y fuertes acostumbrados a la inclemencia y a las fatigas [...] en quienes el valor de la muerte sea poco menos que el de su vida". Por otro lado, las razones políticas son "más poderosas". A su parecer, el Congreso de Angostura, al atender su prédica antiesclavista, no ha obrado contra la propiedad, sino que al seguir lo recomendado por Montesquieu, resguarda al régimen republicano de una eventual rebelión de esclavos porque "tales gentes son enemigos de la sociedad y su número sería peligroso".
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Una idea central del discurso bolivariano es que "todo gobierno libre que comete el absurdo de mantener la esclavitud es castigado por la rebelión y algunas veces por el exterminio". Por supuesto que Simón Bolívar tiene aquí presente la experiencia coetánea de la Independencia haitiana y las consecuencias que ésta tuvo en el ámbito venezolano. Para convencer a sus interlocutores no toma el camino moralista que lo llevaría a debatir acerca de la justicia o injusticia de la esclavitud. Su pensamiento sigue un sendero más propicio y comprensible para una sociedad cargada por la discriminación y la exclusión, apelando al miedo: "Hemos visto en Venezuela -escribe Bolívar- morir la población libre y quedar la cautiva; no sé si esta es política, pero sí sé que si en Cundinamarca no empleamos a los esclavos sucederá otro tanto".
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En la realización de esta tarea, las consideraciones políticas y económicas del liberalismo cedieron su espacio a los requerimientos militares de la República. En tal sentido, la actitud de aquellos propietarios que se negaron a ceder sus poblaciones de esclavos fue propia de "hombres alucinados". Hombres que no entienden que "los españoles no matarán a los esclavos, pero sí matarán a los amos y entonces se perderá todo". En una palabra, por el atajo de la necesidad se llegó al cumplimiento de un principio, y el incumplimiento de esta aspiración tendrá un peso específico particular a la hora de la desmembración de Colombia en 1830.
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1783
Nace el 24 de julio en Caracas, en el seno de una familia acomodada.
1792
Queda huérfano y pasa al cuidado de su abuelo materno y posteriormente de su tío Carlos Palacios.
1799
Viaja a España para completar sus estudios.
1802
Se casa en Madrid con María Teresa Rodríguez del Toro.
1803
Regreso a Caracas. María Teresa muere de fiebre amarilla. Bolívar emprende un nuevo viaje por Europa.
1805
Asiste a la coronación de Napoleón. Decidido a liberar las colonias hispanoamericanas del yugo español, pronuncia en Roma el Juramento de Monte Sacro.
1807
Regresa a Caracas.
1811
Se incorpora como coronel al ejército bajo las órdenes de Francisco de Miranda.
1812
Tras la rendición de Miranda, se traslada a Curazao.
1813
Reconquista Venezuela en la llamada Campaña Admirable. Es nombrado capitán general de los ejércitos de Venezuela y recibe el título de Libertador.
1814
Derrotado de nuevo, se retira a Jamaica. Escribe la Carta de Jamaica.
1821
Tras diversas expediciones y batallas, obtiene el triunfo definitivo en la batalla de Carabobo, que asegura la independencia de Venezuela. Dos años antes había proclamado en Angostura la Constitución de la República de la Gran Colombia, que había de comprender las repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.
1822
Junto con Sucre, en acción coordinada, consigue la liberación del Ecuador.
1824
Victoria sobre el Ejército Real del Perú en Junín. Sucre, por su parte, vence a los realistas en la decisiva batalla de Ayacucho.
1825
Las provincias del Alto Perú se constituyen en República Bolívar, embrión de la República de Bolivia.
1826
Regresa a Caracas para sofocar La Cosiata, el movimiento separatista venezolano liderado por Páez.
1827
En el Congreso de Panamá se evidencian las ansias separatistas entre las jóvenes repúblicas libertadas.
1830
En medio de un avanzado proceso de disolución de la Gran Colombia, fallece el 17 de diciembre.
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Ideario
La metáfora del tiempo histórico ha servido para conjugar en una misma cronología los hechos de la Independencia de América y la vida de un hombre: Simón Bolívar. Esta circunstancia particular ha dado lugar al relato estéril de una odisea heroica que, en medio de batallas y frases memorables, impide la comprensión de los acontecimientos en su contexto de emergencia y posibilidad. En virtud de ello, Simón Bolívar permanece en la memoria como "El Libertador de América", sin que el resto de su vida y obra hayan sido apenas evocados y mucho menos comprendidos.
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Es cierto que, como afirma Rufino Blanco Fombona, Bolívar ejerció el liderazgo de la empresa política "más grandiosa que ha conocido la humanidad", pero el empeño de este hombre no se agotaba en la aventura de destruir colonias y fundar patrias como quien corona territorios. La mayor empresa de Bolívar fue precisamente aquella que nunca conquistó: la de construir repúblicas sólidas mediante la edificación de un Estado fuerte y un sistema democrático liberal.
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Es en este intento, cuya versión más acabada fue el "proyecto de la Gran Colombia", donde el Libertador muestra los distintos rostros que el olvido ha pretendido acallar, y donde el rescate de las aspiraciones y desaciertos del hombre por encima de las virtudes del "héroe de la patria" es necesario no sólo para visualizar la Independencia de América como un proceso llevado a término por una multiplicidad de causas, sino fundamentalmente para comprender las circunstancias que llevaron a Bolívar a convertirse en "el fundador de la Patria" cuando menos lo esperaba, y en el "Dictador de Colombia" cuando menos lo deseaba. Quizá todo ello pueda servir también para explicar por qué, hoy en día, a casi doscientos años de su desaparición, Simón Bolívar sigue siendo el presente de América.
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El ideario de Simón Bolívar
En su vertiente social y política, el estallido de la crisis de la sociedad colonial venezolana permitió en su momento la maduración de un conjunto de situaciones que merecen destacarse. En primer término, la guerra facilitó la decantación de las llamadas "ideas francesas" hasta convertirlas en ideas bolivarianas, es decir, en ideas nacionales. Dicho de otro modo, las consignas de libertad, igualdad, fraternidad y propiedad que alimentaban el ideario claramente burgués de la Revolución Francesa fueron reelaboradas por la elite política que acompañaba a Simón Bolívar, quien, al analizar las consecuencias sociales que produjera la difusión de dichos postulados entre los esclavos, los pardos y los indígenas, encontró en el cuerpo de los militares republicanos al sector social que le permitió cumplir con el doble propósito de crear una república independiente y, al mismo tiempo, satisfacer las aspiraciones de los individuos integrantes de la sociedad de ese momento, con respecto a la libertad, la igualdad y la propiedad.
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La reflexión de Bolívar partía del análisis de distintos hechos traumáticos, tales como el hundimiento de la República en el año 1812, en Venezuela, el fracaso del restablecimiento republicano al año siguiente, en 1813, y la caída del gobierno republicano en la Nueva Granada, ocurrido en 1815. Desde el Manifiesto de Cartagena, escrito en 1812, Simón Bolívar había estado insistiendo en las carencias políticas de la elite ilustrada que propugnaba la Independencia. La guerra civil, la ausencia de unidad, la excesiva valoración del régimen federal, el apego a las ideas religiosas y la simple intriga política, son los puntos que sobresalen en el inventario que sirve de base a un balance contundente hecho por el prócer: "nuestra división -dice- y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud".
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Sin embargo, no fue hasta el Manifiesto de Carúpano (1814), y posteriormente en la Carta de Jamaica (1815), cuando Simón Bolívar expuso en forma detallada sus criterios políticos respecto a la situación social que impedía el desarrollo de los gobiernos republicanos en Venezuela. El testimonio es importante porque representa la primera lectura social del problema que venían enfrentando las sociedades americanas desde el estallido de la crisis política en España y la Revolución en Haití: "el establecimiento en fin de la libertad en un país de esclavos -comenta con lúcida prosa el Libertador en el Manifiesto de Carúpano (1814)- es una obra tan imposible de ejecutar súbitamente, que está fuera del alcance de todo poder humano; por manera que nuestra excusa de no haber obtenido lo que hemos deseado es inherente a la causa que seguimos; porque así como la justicia justifica la audacia de haberla emprendido, la imposibilidad de la adquisición califica la insuficiencia de los medios".
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Los esclavos a los que se refiere Bolívar en el Manifiesto de Carúpano no son ya la entidad genérica que identificara en su anterior Manifiesto de Cartagena. Son hombres de carne y hueso; es más, son hombres de carne, hueso y armas. Son nada menos que la expresión concreta de la angustia que surgiera en la sociedad caraqueña desde finales del siglo XVIII y que representaba una amenaza tangible para la aspiración de los criollos americanos con respecto a una transferencia pacífica del ejercicio del poder. Son, para ser precisos, los pardos y los esclavos que acompañaban normalmente a los generales realistas como Domingo de Monteverde, José Tomás Boves y Francisco Tomás Morales. Son, para decirlo en las propias palabras de Bolívar, el "vicio armado".
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Una república centralista
Para Simón Bolívar -y esto es importante subrayarlo porque allí radica la razón de su liderazgo político-, la sociedad venezolana de los años comprendidos entre 1811 y 1821 es testigo y protagonista del enfrentamiento entre la "simple filosofía política" y el "vicio armado con el desenfreno de la licencia". Para él, los americanos han preferido la "vil codicia", amparada en el saqueo, y por tanto advierte a sus contemporáneos de que la suerte del experimento republicano dependerá de la solución de este conflicto. ¿Cómo resolverá Simón Bolívar semejante disyuntiva?
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En primer lugar, sugirió y realizó una ruptura con los postulados políticos federales que, desde su punto de vista, habían llevado al fracaso a los gobiernos republicanos en Venezuela y en la Nueva Granada. La república que propondrá e intentará construir será férreamente centralista, amparada en el único medio que le garantizaba el triunfo: el gobierno dictatorial. En segundo lugar, ante la ausencia de un sector de propietarios e intelectuales ilustrados, cuyo mayor número de integrantes había sido asesinado en las primeras escaramuzas de la guerra o había tenido que escapar del país dejando tras de sí propiedades y enseñanzas, Simón Bolívar elaboró un programa político orientado a favorecer las aspiraciones sociales de la elite militar que lo acompañaba.
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La república que proponía construir en sus escritos era ni más ni menos que la de los libertadores y para ellos habría en su espacio garantías políticas sustantivas, tales como la presidencia vitalicia, el senado hereditario, el poder moral y la Ley de Haberes Militares. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias determinó que estas aspiraciones se concretaran más por la vía de los hechos que por otra senda más racional y elaborada: la galería de dictadores militares que hasta hace pocos años exhibió el escenario latinoamericano es buena prueba de ello. Hay que reconocer que las tendencias autoritarias que han estado vigentes en la política venezolana del siglo XX han tenido en una lectura -acaso demasiado a la letra- de este apartado de los postulados bolivarianos su aprovechada fuente de inspiración.
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Habría que añadir aún que, consciente del problema social que suponía la existencia de la esclavitud, Simón Bolívar incorporó a su discurso el cuestionamiento institucional de la misma, mediante una respuesta del programa de acción militar desarrollado para construir los cimientos de la República. Convencido de la idea de que la permanencia de la esclavitud conducía fatalmente a las salidas extremas de la rebelión y el exterminio, la República que se proponía construir debería arbitrar en forma prioritaria los medios que facilitaran una progresiva desaparición en el futuro de la institución esclavista.
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La solidez de este cuerpo de planteamientos políticos permitió a Simón Bolívar convocar, en 1819, el Congreso de Angostura. Con su instalación puede hablarse de la puesta en práctica de la república bolivariana, que producirá la existencia real de la República de Colombia. El control militar de la región guayanesa generó asimismo una actitud favorable hacia la causa independentista en el exterior. En Estados Unidos, el presidente Monroe reconoció el conflicto como una guerra entre iguales. En el Reino Unido, Luis López Méndez obtuvo mayores facilidades para el envío de tropas, contratación de empréstitos y remisión de equipos militares. Y si bien para 1820 no se habían resuelto del todo las disidencias en el ejército republicano y la mayor parte del territorio venezolano se mantenía bajo el control del general realista Pablo Morillo, la instalación del Congreso de Angostura, la alianza con José Antonio Páez, la transformación del cuartel de Angostura en capital de la República y la edición de El Correo del Orinoco con el concurso de numerosos civiles de prestigio, configuraron un cuadro político que permitiría intentar la conversión del régimen dictatorial, que venía imperando desde 1811, en un gobierno constitucional.
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El modelo de gobierno
Las propuestas de Simón Bolívar, de 1820, no constituyeron un programa de acción política de carácter provisional, sino que eran ya un programa de gobierno sólido y con porvenir, destinado a dar estabilidad a la República, hacerla perdurable y, al mismo tiempo, borrar en el ánimo de los ciudadanos los efectos perjudiciales de la dominación colonial.
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En el Discurso de Angostura -la primera pieza orgánica de la conciencia americana y sin duda el primer análisis sociológico moderno de la realidad hispanoamericana-, después de sugerir un concepto de práctica política identificado con los principios aristotélicos de sabiduría, rectitud y prudencia, Simón Bolívar consideró y dio por hecho que la República tenía ya ciudadanos aptos para gobernarla.
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En tal sentido, propuso tres caminos que trajeran a la República la deseada estabilidad y resolvieran la ausencia de virtud que padecía. El primero era el establecimiento de un poder ejecutivo fuerte y vitalicio. El segundo era la creación del senado hereditario. El tercero, en fin, era la educación del resto de los ciudadanos, y estaba basado en los lineamientos del culto cívico de la república jacobina.
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Este proyecto republicano, que mezcla los principios y la naturaleza de una república aristocrática con las leyes y funcionamiento de una monarquía, constituye la más acabada expresión de la reelaboración de las ideas ilustradas para convertirlas en respuestas factibles y practicables en el gobierno de las colonias españolas de América. Se trata de la república bolivariana que madurará con el establecimiento de la República de Colombia a partir de 1821.
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El senado hereditario
En la realización de este ensayo, Simón Bolívar tomó como modelo la legislación británica en lo concerniente a libertades, soberanía, división de poderes y otros criterios parecidamente tradicionales del liberalismo inglés. Mención especial requieren los puntos relacionados con la específica organización de la República y la particular revisión del régimen de la propiedad esclavista.
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Convencido de la viabilidad de su modelo, Simón Bolívar propuso un cuerpo legislativo semejante al parlamento inglés. La Cámara de Representantes quedaba constituida a semejanza de la establecida por la Constitución venezolana de 1811, es decir, mediante el ejercicio del sufragio por parte de los ciudadanos calificados para ello por la ley. Sin embargo, la Cámara del Senado sufrió una transformación radical en su naturaleza electiva y en su conformación. Era un senado particular y de nuevo diseño, y que no se correspondía por tanto con el modelo de la teoría política clásica de las repúblicas democráticas y aristocráticas.
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El senado de la república bolivariana se constituyó siguiendo las pautas de los poderes intermediarios establecidos para la monarquía. No era electivo sino hereditario. No tenía funciones ejecutivas ni verdaderamente legislativas, sino que hacía las veces de mediador. Como la nobleza en las monarquías, era base y garante de la perdurabilidad del régimen; en este caso, de la república.
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Este senado hereditario fue la respuesta política que permitía al Libertador otorgar a la elite militar la cuota de poder necesaria para comprometerla con la creación de la República. Era una respuesta que comprometía su particular poder de beligerancia: las armas. La búsqueda del compromiso de los militares, mediante el reconocimiento de su influencia en la conducción política del régimen que se pensaba establecer, es lo que nutría el liderazgo de Simón Bolívar sobre sus otros contemporáneos, fueran éstos del bando republicano o del bando monárquico.
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El compromiso militar
La propuesta de Simón Bolívar tuvo éxito y perdurabilidad histórica porque comprometió a la elite militar en el conjuro de dos adversarios poderosísimos en la sociedad venezolana de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX: la desunión del sector republicano y la anarquía. La desunión entre los republicanos se expresó en una aguda polémica entre el centralismo y el federalismo, cuyo origen se remontaba a la misma instrumentación de las reformas borbónicas y la creación de la Capitanía General de Venezuela, en el año 1777. La difusión de las ideas de anarquía, por otra parte, fue dirigida hábilmente por el adversario realista mediante el atizamiento de las aspiraciones igualitarias entre los pardos, los indígenas y los esclavos.
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El senado hereditario, según las propias palabras de Bolívar "será la traba de este edificio delicado y harto susceptible de impresiones violentas". Dicho de otro modo, el senado de la república bolivariana debía ser baluarte de la libertad y apoyo para consolidar y eternizar la institución de la República.
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No obstante, al estar advertido del extrañamiento y la escasa habilidad de los americanos en el manejo de los asuntos públicos, Bolívar contempló como medida supletoria la educación de los descendientes de los primeros integrantes del senado hereditario. Los hijos de los senadores -proponía, poco más o menos- deberán educarse en un colegio especialmente destinado para instruir a aquellos tutores que se convertirán en los futuros legisladores de la patria. Tomando en cuenta que estos dirigentes no se corresponderían en su origen con una especialmente encumbrada posición económica o saber intelectual, requisitos previos de la teoría política clásica para el ejercicio de la política, los dirigentes de la república bolivariana que "no saldrían del seno de las virtudes [...] saldrán del seno de una educación ilustrada".
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La presidencia vitalicia
En relación con la particularidad del poder legislativo, la república bolivariana proponía también un poder ejecutivo fuerte y sólido. Simón Bolívar tomó como modelo las normas británicas y en su discurso demostró poseer un conocimiento detallado de los postulados de Montesquieu. El poder ejecutivo de la nueva República que se proyectó construir debía superar las insuficiencias que dieron al traste con los ensayos republicanos de 1811 y 1813, en Venezuela, y de 1815, en Nueva Granada.
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Para lograrlo, no obstante, Simón Bolívar juzgó pertinente adoptar una fórmula que, al estilo de las monarquías, centralizase las más importantes funciones del gobierno, pero que guardara una distancia sustancial en relación al origen de su poder. El primer magistrado de la república bolivariana no debería su ascensión a una sucesión dinástica: sería electo por el pueblo o sus representantes. En síntesis: no sería un monarca, sino un presidente.
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Las proposiciones de Simón Bolívar al auditorio republicano de 1819 respondían a objetivos políticos básicos y fundamentales: dar solidez a la República por un espacio abierto de tiempo y dotar de estabilidad al régimen político mediante el concurso de los nuevos intereses políticos surgidos en el escenario venezolano al amparo de la guerra social. Así, el poder político otorgado a la presidencia vitalicia y al senado hereditario se complementaban con la instrumentación de un nuevo poder que Bolívar convino en denominar "poder moral".
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El poder moral
Este poder moral de la república bolivariana se encuentra estrechamente vinculado con el senado hereditario. En el proyecto bolivariano, el senado hereditario no sólo es el garante de la permanencia de la República; en sus manos está también la designación de los integrantes del novísimo poder moral, es decir, la misma regeneración de una sociedad abatida por el régimen colonial. Así como los futuros senadores obtendrían del gobierno republicano una educación ilustrada que los capacitaría para el ejercicio del gobierno, el resto de los venezolanos, que "aman la patria pero no sus leyes", tendrán que robustecer "su espíritu mucho antes de que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad". A estos efectos, la república bolivariana contempló la creación de un poder moral cuyo "dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana". Con esta nueva formulación, Simón Bolívar otorgó a la elite militar el poder de conducir el proyecto republicano por un espacio de tiempo considerable y con facultades extraordinarias en su ejercicio. Nunca antes en la teoría política moderna se había dado un paso semejante: porque, en definitiva la república bolivariana hizo viable -y hasta necesaria- la práctica jacobina del culto cívico.
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El problema de la esclavitud
El inventario de las circunstancias políticas que llevaron al establecimiento de la República durante el estallido de la crisis de la sociedad colonial, quedaría incompleto si se olvidara considerar el último aspecto medular de la teoría política bolivariana: el tratamiento del problema de la esclavitud. Este aspecto merece una atención especial. En parte, por producirse en el marco de una erizada realidad social, la de los años que transcurren entre 1810 y 1830 en Venezuela, pero sobre todo, y esto hay que subrayarlo, porque son hechas desde una apreciación política de raigambre liberal, como es la de Simón Bolívar.
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El tópico de la esclavitud aparece en el discurso bolivariano desde 1816, pero no será hasta 1819 cuando su acción política preste atención a la permanencia o no de la institución esclavista. Es en este último momento cuando las ideas de Simón Bolívar hacen de la abolición de la institución esclavista un instrumento orientado a garantizar el éxito de la campaña militar que venía desarrollando en la dirección de establecer una república.
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Al comienzo, en torno a 1816, como se ha señalado, en el discurso de Bolívar la libertad de los esclavos está relacionada con las gestiones que realiza en favor de la restitución republicana y el compromiso adquirido con el gobierno de Haití. Así, después de la expedición de Los Cayos, que desembarca en abril de 1816, al anunciar en la isla de Margarita el restablecimiento del régimen republicano, Simón Bolívar hizo pública la propuesta de abolición de la esclavitud por cuanto "la naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos".
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Sin embargo, estas primeras gestiones no surten los rápidos efectos esperados y Simón Bolívar, al informar al presidente haitiano Alejandro Petión del resultado de sus proclamas, es categórico al señalar la presentación de apenas un centenar de hombres entre los esclavos que habitaban en el territorio republicano. Para el Libertador, la tiranía de los españoles ha puesto a los esclavos en "tal estado de estupidez [...] que han perdido hasta el deseo de ser libres".
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Una situación relativamente distinta se presenta a partir de 1819, cuando vuelve a insistir en la necesidad de liberar a los esclavos y solicita al Congreso de Angostura la ratificación de sus proclamas de 1816 y la promulgación del Decreto de Libertad en febrero de 1820.
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En su correspondencia mantenida durante 1821 con el general Francisco de Paula Santander se encuentran los razonamientos precisos que explican la insistencia de Bolívar para que la República de Colombia dé cabal cumplimiento al texto del Decreto de 1820. Después de la proclamación de la República de Colombia, Simón Bolívar solicita reiteradamente a Santander "el levantamiento (leva) de esclavos" para su inmediata incorporación al ejército republicano. Frente a la contundente negativa del vicepresidente de Colombia, en el sentido de dar curso a su exigencia, el Libertador remite desde la ciudad de San Cristóbal un oficio pormenorizado de las razones que le asisten para hacer esta solicitud.
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En su carta del 20 de abril de 1820, por ejemplo, señala que la opinión política de Colombia está confundida cuando establece una relación análoga entre "libertad de esclavos" y "levantamiento de esclavos", siendo esto último lo autorizado por el Decreto de 1820. Indica que "sólo he mandado que se tomen los esclavos útiles para las armas". De otro modo, liberando todos los esclavos, éstos serían más bien "perjudiciales" para la República.
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Para Simón Bolívar la actuación del Congreso de Angostura y su solicitud de tres mil esclavos se apoya en "obvias razones" militares. Por un lado, el ejército republicano está necesitado de "hombres robustos y fuertes acostumbrados a la inclemencia y a las fatigas [...] en quienes el valor de la muerte sea poco menos que el de su vida". Por otro lado, las razones políticas son "más poderosas". A su parecer, el Congreso de Angostura, al atender su prédica antiesclavista, no ha obrado contra la propiedad, sino que al seguir lo recomendado por Montesquieu, resguarda al régimen republicano de una eventual rebelión de esclavos porque "tales gentes son enemigos de la sociedad y su número sería peligroso".
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Una idea central del discurso bolivariano es que "todo gobierno libre que comete el absurdo de mantener la esclavitud es castigado por la rebelión y algunas veces por el exterminio". Por supuesto que Simón Bolívar tiene aquí presente la experiencia coetánea de la Independencia haitiana y las consecuencias que ésta tuvo en el ámbito venezolano. Para convencer a sus interlocutores no toma el camino moralista que lo llevaría a debatir acerca de la justicia o injusticia de la esclavitud. Su pensamiento sigue un sendero más propicio y comprensible para una sociedad cargada por la discriminación y la exclusión, apelando al miedo: "Hemos visto en Venezuela -escribe Bolívar- morir la población libre y quedar la cautiva; no sé si esta es política, pero sí sé que si en Cundinamarca no empleamos a los esclavos sucederá otro tanto".
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En la realización de esta tarea, las consideraciones políticas y económicas del liberalismo cedieron su espacio a los requerimientos militares de la República. En tal sentido, la actitud de aquellos propietarios que se negaron a ceder sus poblaciones de esclavos fue propia de "hombres alucinados". Hombres que no entienden que "los españoles no matarán a los esclavos, pero sí matarán a los amos y entonces se perderá todo". En una palabra, por el atajo de la necesidad se llegó al cumplimiento de un principio, y el incumplimiento de esta aspiración tendrá un peso específico particular a la hora de la desmembración de Colombia en 1830.
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Biografías y Vidas/22/07/2008
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