La Jornada
OPINIÓN
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Jorge Camil
http://www.jorgecamil.com
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“Trono” de oro
Se necesita ser estúpido, o desvergonzado, o ambas, para defender a capa y espada los bonos que por 4 mil millones de dólares John Thain, ex patrón de Merril Lynch, otorgó a sus ejecutivos con dinero del rescate bancario. En un mundo que arrojó 75 mil desempleados el mes pasado, este insensato declaró a CNBC que “si no le pagas bien a tu gente se va”. ¿Adónde, grandísimo idiota, si nadie está contratando, sólo despidiendo? Eso nos da la medida de la arrogancia de este torpe, con cara de extraviado, que sufre un alarmante caso de autismo corporativo. ¡Que se larguen todos!, como él mismo fue despedido con cajas destempladas por el consejo de Bank of America al sospechar que había maquillado las cifras de Merrill Lynch antes de la fusión, e incurrido en gastos por más de un millón de dólares para redecorar sus nuevas oficinas.
Desempleado, y cuestionado por los medios, el cara de bobo alegó en su defensa que la oficina asignada por Bank of America no estaba a la altura: “era muy diferente a la decoración a la que estaba acostumbrado en Merrill Lynch”. Y en esas condiciones “le resultaba difícil trabajar”. Por eso decidió remodelar “a como diera lugar”.
Maureen Dowd reveló la semana pasada en The New York Times algunos de los objetos adquiridos por este débil mental para sus nuevas oficinas con dinero de los contribuyentes: cortinas de 28 mil dólares y dos sillas antiguas por 87 mil. En su comedor privado, el mentecato instaló un candil de 13 mil dólares y seis sillas que costaron 37 mil. Sintiéndose rey, y seguramente orgulloso de haber evitado, merced a la fusión con Bank of America, las demandas de los miles empobrecidos por Merrill Lynch, este Amo del Universo (como se conocía a los altos ejecutivos de Wall Street en el antiguo régimen del capitalismo salvaje) decidió que para presidir dignamente como jefe de “banca global” en su nueva empresa necesitaba un “trono” a la medida de su estupidez. Sí, un “trono” que sirviera de símbolo de una vida miserable. Así que adornó el baño de sus nuevas oficinas con un excusado antiguo montado sobre patas rococó. Ahí, regodeándose en el incienso de su propia inmundicia, en un asiento de 35 mil dólares, el alto ejecutivo esperaba pasar las horas cavilando cómo justificar el bono que seguramente exigiría al terminar 2009. (Ojalá algún acucioso reportero investigue la genealogía de esta pieza de museo: ¿qué ilustres traseros habrán precedido al de John Thain en esa bacinica de lujo?) Hay que quitarse el sombrero. El “trono” fue, por lo menos, una manera realista de reconocer lo que es, y para lo que sirve. En eso hubo consistencia.
En Citibank tampoco cantan mal las rancheras. Los ejecutivos del grupo ordenaron la compra de un nuevo jet corporativo de 50 millones de dólares, tras haber reportado pérdidas por 28 mil millones en 2008, y participado en el paquete de ayuda financiera por 345 mil millones. Ésa fue la gota que derramó el vaso. Timothy Geithner, nuevo secretario del Tesoro, los obligó a cancelar la compra del avión. Y Barack Obama, desde el sancta sanctorum de la oficina oval, despotricó contra quienes se repartieron 18 mil millones de dólares en bonos corporativos con dinero del rescate bancario. “Éste no es el momento para buscar bonos ni privilegios”, sentenció el nuevo mandatario, con lenguaje blando de moralista, y no de presidente. Maureen Dowd se sorprendió de que no hubiese mostrado una ira incontenible, estrellando su inseparable BlackBerry en protesta por la conducta de estos remedos de mercaderes bíblicos. (The Las Vegas Sun mostró un cartón de Mike Smith en el que aparece Obama leyendo asombrado la nota de los descomunales bonos corporativos con dinero público, mientras su principal asesor le aconseja al oído: “deberíamos conservar la prisión de Guantánamo”.)
Para quienes continúan adorando al becerro de oro en el templo de Davos, y creyendo la fábula de “la mano invisible del mercado”, abundan ejemplos de los peligros que entraña la desregulación. Está científicamente comprobado que, además de codicia, produce arrogancia y estupidez en grado superlativo. Y para aquellos que, como Ernesto Zedillo, siguen obnubilados por la globalización y el neoliberalismo, habría que repetirles la pregunta que se hizo el Nobel Paul Krugman en The New York Times (02/02/09): “¿qué pasa cuando pierdes enormes cantidades de dinero de los demás?” Y la respuesta: “recibes a cambio un regalo del gobierno federal, con algún reproche del presidente al entregarte el cash”. ¿Eso fue lo que sucedió en Fobaproa? Un rescate bancario que Krugman mismo hubiese calificado en su momento de “socialismo de limón”, donde “los contribuyentes pagan los errores, y los accionistas y ejecutivos disfrutan los beneficios”.
Estoy en desacuerdo con Lula, Chávez y los demás presidentes que asistieron al Foro Social Mundial en Belem. El capitalismo salvaje no ha muerto. ¡Qué va! Con dinero de los contribuyentes está vacacionando en alguna isla paradisiaca del Caribe, esperando regresar por sus fueros a reclamar el “trono” de oro que dejó vacante John Thain en Merrill Lynch.
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“Trono” de oro
Se necesita ser estúpido, o desvergonzado, o ambas, para defender a capa y espada los bonos que por 4 mil millones de dólares John Thain, ex patrón de Merril Lynch, otorgó a sus ejecutivos con dinero del rescate bancario. En un mundo que arrojó 75 mil desempleados el mes pasado, este insensato declaró a CNBC que “si no le pagas bien a tu gente se va”. ¿Adónde, grandísimo idiota, si nadie está contratando, sólo despidiendo? Eso nos da la medida de la arrogancia de este torpe, con cara de extraviado, que sufre un alarmante caso de autismo corporativo. ¡Que se larguen todos!, como él mismo fue despedido con cajas destempladas por el consejo de Bank of America al sospechar que había maquillado las cifras de Merrill Lynch antes de la fusión, e incurrido en gastos por más de un millón de dólares para redecorar sus nuevas oficinas.
Desempleado, y cuestionado por los medios, el cara de bobo alegó en su defensa que la oficina asignada por Bank of America no estaba a la altura: “era muy diferente a la decoración a la que estaba acostumbrado en Merrill Lynch”. Y en esas condiciones “le resultaba difícil trabajar”. Por eso decidió remodelar “a como diera lugar”.
Maureen Dowd reveló la semana pasada en The New York Times algunos de los objetos adquiridos por este débil mental para sus nuevas oficinas con dinero de los contribuyentes: cortinas de 28 mil dólares y dos sillas antiguas por 87 mil. En su comedor privado, el mentecato instaló un candil de 13 mil dólares y seis sillas que costaron 37 mil. Sintiéndose rey, y seguramente orgulloso de haber evitado, merced a la fusión con Bank of America, las demandas de los miles empobrecidos por Merrill Lynch, este Amo del Universo (como se conocía a los altos ejecutivos de Wall Street en el antiguo régimen del capitalismo salvaje) decidió que para presidir dignamente como jefe de “banca global” en su nueva empresa necesitaba un “trono” a la medida de su estupidez. Sí, un “trono” que sirviera de símbolo de una vida miserable. Así que adornó el baño de sus nuevas oficinas con un excusado antiguo montado sobre patas rococó. Ahí, regodeándose en el incienso de su propia inmundicia, en un asiento de 35 mil dólares, el alto ejecutivo esperaba pasar las horas cavilando cómo justificar el bono que seguramente exigiría al terminar 2009. (Ojalá algún acucioso reportero investigue la genealogía de esta pieza de museo: ¿qué ilustres traseros habrán precedido al de John Thain en esa bacinica de lujo?) Hay que quitarse el sombrero. El “trono” fue, por lo menos, una manera realista de reconocer lo que es, y para lo que sirve. En eso hubo consistencia.
En Citibank tampoco cantan mal las rancheras. Los ejecutivos del grupo ordenaron la compra de un nuevo jet corporativo de 50 millones de dólares, tras haber reportado pérdidas por 28 mil millones en 2008, y participado en el paquete de ayuda financiera por 345 mil millones. Ésa fue la gota que derramó el vaso. Timothy Geithner, nuevo secretario del Tesoro, los obligó a cancelar la compra del avión. Y Barack Obama, desde el sancta sanctorum de la oficina oval, despotricó contra quienes se repartieron 18 mil millones de dólares en bonos corporativos con dinero del rescate bancario. “Éste no es el momento para buscar bonos ni privilegios”, sentenció el nuevo mandatario, con lenguaje blando de moralista, y no de presidente. Maureen Dowd se sorprendió de que no hubiese mostrado una ira incontenible, estrellando su inseparable BlackBerry en protesta por la conducta de estos remedos de mercaderes bíblicos. (The Las Vegas Sun mostró un cartón de Mike Smith en el que aparece Obama leyendo asombrado la nota de los descomunales bonos corporativos con dinero público, mientras su principal asesor le aconseja al oído: “deberíamos conservar la prisión de Guantánamo”.)
Para quienes continúan adorando al becerro de oro en el templo de Davos, y creyendo la fábula de “la mano invisible del mercado”, abundan ejemplos de los peligros que entraña la desregulación. Está científicamente comprobado que, además de codicia, produce arrogancia y estupidez en grado superlativo. Y para aquellos que, como Ernesto Zedillo, siguen obnubilados por la globalización y el neoliberalismo, habría que repetirles la pregunta que se hizo el Nobel Paul Krugman en The New York Times (02/02/09): “¿qué pasa cuando pierdes enormes cantidades de dinero de los demás?” Y la respuesta: “recibes a cambio un regalo del gobierno federal, con algún reproche del presidente al entregarte el cash”. ¿Eso fue lo que sucedió en Fobaproa? Un rescate bancario que Krugman mismo hubiese calificado en su momento de “socialismo de limón”, donde “los contribuyentes pagan los errores, y los accionistas y ejecutivos disfrutan los beneficios”.
Estoy en desacuerdo con Lula, Chávez y los demás presidentes que asistieron al Foro Social Mundial en Belem. El capitalismo salvaje no ha muerto. ¡Qué va! Con dinero de los contribuyentes está vacacionando en alguna isla paradisiaca del Caribe, esperando regresar por sus fueros a reclamar el “trono” de oro que dejó vacante John Thain en Merrill Lynch.
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La Jornada - Mexico/06/02/2009
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