LA OSCURA GESTIÓN DE OMAR BONGO
Presidente de Gabón, títere de Francia
El pasado 8 de junio falleció el ex presidente de Gabón Omar Bongo, que gobernó el país durante más de cuarenta años y fue fiel representante de los intereses franceses en África. Balance de un mandato marcado por los negocios espurios, la represión y los asesinatos no esclarecidos.
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Por Boubacar Boris Diop*
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¿Cómo logró un oscuro cartero de Brazzaville convertirse en una importante figura política africana y mantenerse en el poder durante más de 40 años? Los panegiristas de Omar Bongo gustan subrayar la fineza de sus opiniones y su pragmatismo. Elegante forma de decir que, para ese hombre, el fin siempre justificó los medios. Si acabó dando la impresión de haber vivido varias vidas en una sola, fue porque sabía, mejor que sus colegas, estar en buenas relaciones con el inquilino del Palacio del Elíseo y adaptarse sin problemas de conciencia a las necesidades de la época.
Así es que le pareció normal cambiar de religión, de logia masónica y –en dos ocasiones– de nombre. No se privó siquiera, al final de su vida, de enredar al destino: durante una internación en un hospital de Barcelona se lo dio por muerto en más de una ocasión, y la fecha exacta de su deceso es aún incierta. Esa agonía, marcada por rumores y desmentidas, puso fin, sin sorpresas, a un reinado especialmente oscuro.
El padrinazgo francés
Todos los testimonios evocan de manera emotiva a un hombre más bien abierto, espontáneo, amable y generoso. En efecto, en lugar de dejarse encerrar en un culto de la personalidad delirante y mortífero, Bongo había optado por la bonhomía, adoptando voluntariamente un aire de caudillo de pueblo hosco pero benévolo. Esto le resultó muy útil en esta época en que la imagen de los jefes de Estado sirve a veces como programa de gobierno. Siguió siendo tratable porque jamás se abandonó a la bestial crueldad de un Idi Amín Dadá o de un Mobutu. Eso bastó para hacer olvidar que detrás de su apariencia bonachona sabía mostrarse despiadado, como lo probaron la violenta represión de los motines post-electorales de 1993 y ciertos asesinatos políticos nunca esclarecidos.
Memorables enojos con París forjaron su reputación de enfant terrible del patio trasero. Pero a pesar de haber logrado la salida de dos ministros –Jean-Pierre Cot en 1982 y, más recientemente, Jean-Marie Bockel– Bongo fue sobre todo el niño mimado de Françafrique (1). El líder de Libreville, que no se dejaba engañar por su propio juego, siempre fue conciente de sus limitaciones. El hecho de poseer informaciones sobre varios políticos franceses no se le subió a la cabeza. Conocía las reglas perfectamente: los que tenía enfrente podían ejercer contra él presiones mucho más determinantes.
Por otra parte, entre todos los que debían favores a París, Bongo era el que tenía menos posibilidades de subsistir sin el padrinazgo de Francia. Idriss Déby (Chad), Denis Sassou-Nguesso (Congo-Brazzaville) y Blaise Compaoré (Burkina Faso) lograron imponerse luego de duras batallas políticas y militares. Bongo, ex suboficial de la armada de aviación especializado en inteligencia, sólo necesitó caerle bien a quienes digitaban el poder para que su destino quedara trazado desde su juventud: una audiencia con el general Charles de Gaulle y una cena en lo de Jacques Foccart (2) le sirvieron –según la expresión cruel de un periodista francés– de “entrevista laboral”. El palacio del Elíseo lo había impuesto como jefe de Gabinete del extravagante presidente de Gabón, Leon Mba, antes de convertirlo en su sucesor en circunstancias cuyo recuerdo hace sonreír: Mba estaba a punto de morir en un hospital –de la ciudad de París…– cuando Foccart le hizo firmar una revisión constitucional que creaba el cargo de vicepresidente, hecho a medida para Bongo.
Así fue inventado, a partir de casi nada, el autócrata que controlaría su país durante largos años. Las cláusulas de ese acuerdo político siguieron siendo las mismas: a cambio de un apoyo muy tolerante por parte de París, que podía destituirlo en cualquier momento, Bongo ponía a disposición de Francia las riquezas de Gabón, en particular su petróleo y su uranio, recursos estratégicos indispensables según el general De Gaulle para la independencia… de Francia! Además, como la mayoría de los países del ex Imperio, Gabón sumaría sistemáticamente su voz a la de Francia en el ámbito de Naciones Unidas.
Durante la Guerra Fría, Bongo no dudó –instigado por el poder gaullista– en hacer de su país una base logística de la sangrienta secesión de Biafra en 1968. También desde Libreville los mercenarios dirigidos por Bob Denard se lanzaron, en una operación calamitosa, al asalto del Benin marxista-leninista. Luego de la caída del muro de Berlín, el mundo descubrió al nuevo Bongo: un hombre de buena voluntad, que desarrolla una incansable actividad para resolver conflictos, particularmente en Chad y en África Central. Sin embargo, los límites de ese ejercicio se evidenciaron cuando ayudó secretamente a Sassou-Nguesso –su suegro, y sobre todo hombre de la petrolera Elf– a derrocar a Pascal Lissouba, presidente electo, haciéndose pasar por mediador durante la guerra civil congolesa de 1997.
Bongo no se dejó sorprender por lo que se llamó, bastante abusivamente, la primavera democrática africana. Su régimen formaba parte de los que el discurso de La Baule en 1990 (3) acababa de condenar a muerte. Pero el jefe de Estado gabonés, que conocía bien al verborrágico François Mitterrand, nunca se sintió amenazado. Sin duda se rió secretamente de toda esa puesta en escena. Su viejo cómplice no era ciertamente el más indicado para dar lecciones de virtud a nadie.
Se sabe que el presidente Mba, hostil a la independencia de su país, había propuesto a Francia convertir a Gabón en uno de sus departamentos de ultramar. Con mucha sensatez, De Gaulle había rechazado tal oferta. Resultaba más provechoso tratar con países africanos que tuvieran todas las apariencias de soberanía, a la vez que se los tenía bien controlados. Varias décadas después hay que reconocer que la apuesta del General dio aún mejores resultados que los esperados. A la vista de ese insolente éxito, los diputados franceses quizás deberían votar algún día una ley sobre los aspectos positivos… de la descolonización!
Un monstruo bicéfalo
Resulta significativo que la muerte de Bongo haya generado menos interés en África –donde casi no hay motivos para estar orgulloso de él– que en Francia. Los medios franceses tuvieron en cuenta sobre todo las importantes sumas de dinero distribuidas por Bongo a políticos de izquierda y de derecha (4). Pero nada se dijo del juicio Elf (5) que reveló –según expresó textualmente Christine Deviers Joncour– que se distribuían los millones “como caramelos”…
¿Cómo sorprenderse entonces de que las enormes riquezas de un muy pequeño país –petróleo, manganeso, uranio y maderas preciosas– no les permitan a sus habitantes vivir mejor? Bongo y los suyos amasaron fortunas colosales. En lugar de financiar rutas, dispensarios y escuelas, ese dinero fue dilapidado en gastos suntuarios. De esa forma, se aniquilaron las esperanzas de todo un pueblo. En diciembre de 2008 se iniciaron juicios, pero ¿acaso no debería extenderse esa acción judicial a los políticos franceses que se beneficiaron ampliamente con el mismo sistema de enriquecimiento ilícito? Eso contribuiría a hacer retroceder, según algunos, la idea que hay que atribuir la miseria de los africanos a su vagancia, a su falta de rigor y a sus tradiciones retrógradas. Eso contribuiría a que la opinión pública francesa acepte lo que es evidente: Françafrique es un monstruo bicéfalo. Los dirigentes africanos no arruinan por si solos sus economías. Lo hacen en perfecta complicidad con los ciudadanos franceses. Todos juntos impiden que los niños gaboneses o chadianos accedan a la sanidad y reciban una buena educación.
¿Qué puede hacer un pueblo descontento con sus dirigentes, sino tratar de cambiarlos por otros? En varias ocasiones los gaboneses intentaron hacerlo por la vía electoral o de manera menos pacífica. Cada vez chocaron con la firme voluntad de París. Por otra parte, esa tradición de intervención directa data de febrero de 1964, cuando Mba, derrocado, fue repuesto en su cargo por el ejército francés. De la misma forma, cuando en 1990 los habitantes de Libreville salieron a las calles a raíz de la muerte de un opositor, Mitterrand envió sus paracaidistas para restablecer el orden. Peor aún fue lo ocurrido en 1998: Bongo había sido derrotado en las elecciones presidenciales, pero observadores franceses –entre ellos varios magistrados– validaron el fraude en el sufragio universal a cambio de dinero contante y sonante.
Sin embargo hay que ser muy ingenuo para creer por un sólo instante que se firmará el “acta de defunción” de Françafrique en Libreville, aún si ésta se sabe vigilada y objeto de todo tipo de sarcasmos, sobre todo entre los jóvenes africanos. Es eso, por otra parte, lo que hace tan delicado e incierto el periodo de transición. Bastaría muy poco para que se liberen las energías desde hace tanto comprimidas por los mismos que intentan discretamente conservar el poder y sus privilegios. B.B.D.
- *Novelista y periodista senegalés, autor de Les petits de la guenon, ediciones Philippe Rey, París, 2009.
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Traducción: Carlos Alberto Zito
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NOTAS:
1 Este término designa las zonas de influencia francesa en África tras la descolonización.
2 Consejero del Elíseo para asuntos africanos y malgaches desde 1960 hasta 1974, considerado el símbolo de Françafrique.
3 En la cumbre Francia-Africa realizada en la ciudad de La Baule en 1990, el presidente François Mitterrand anunció que su país ya no apoyaría a los regímenes no democráticos africanos.
4 Véase, por ejemplo, Le Canard enchaîné, París, 17-6-09.
5 Véase Olivier Vallée, “Elf au service de l’Etat français”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2000.
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Informe Dipló/15/07/2009
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Por Boubacar Boris Diop*
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¿Cómo logró un oscuro cartero de Brazzaville convertirse en una importante figura política africana y mantenerse en el poder durante más de 40 años? Los panegiristas de Omar Bongo gustan subrayar la fineza de sus opiniones y su pragmatismo. Elegante forma de decir que, para ese hombre, el fin siempre justificó los medios. Si acabó dando la impresión de haber vivido varias vidas en una sola, fue porque sabía, mejor que sus colegas, estar en buenas relaciones con el inquilino del Palacio del Elíseo y adaptarse sin problemas de conciencia a las necesidades de la época.
Así es que le pareció normal cambiar de religión, de logia masónica y –en dos ocasiones– de nombre. No se privó siquiera, al final de su vida, de enredar al destino: durante una internación en un hospital de Barcelona se lo dio por muerto en más de una ocasión, y la fecha exacta de su deceso es aún incierta. Esa agonía, marcada por rumores y desmentidas, puso fin, sin sorpresas, a un reinado especialmente oscuro.
El padrinazgo francés
Todos los testimonios evocan de manera emotiva a un hombre más bien abierto, espontáneo, amable y generoso. En efecto, en lugar de dejarse encerrar en un culto de la personalidad delirante y mortífero, Bongo había optado por la bonhomía, adoptando voluntariamente un aire de caudillo de pueblo hosco pero benévolo. Esto le resultó muy útil en esta época en que la imagen de los jefes de Estado sirve a veces como programa de gobierno. Siguió siendo tratable porque jamás se abandonó a la bestial crueldad de un Idi Amín Dadá o de un Mobutu. Eso bastó para hacer olvidar que detrás de su apariencia bonachona sabía mostrarse despiadado, como lo probaron la violenta represión de los motines post-electorales de 1993 y ciertos asesinatos políticos nunca esclarecidos.
Memorables enojos con París forjaron su reputación de enfant terrible del patio trasero. Pero a pesar de haber logrado la salida de dos ministros –Jean-Pierre Cot en 1982 y, más recientemente, Jean-Marie Bockel– Bongo fue sobre todo el niño mimado de Françafrique (1). El líder de Libreville, que no se dejaba engañar por su propio juego, siempre fue conciente de sus limitaciones. El hecho de poseer informaciones sobre varios políticos franceses no se le subió a la cabeza. Conocía las reglas perfectamente: los que tenía enfrente podían ejercer contra él presiones mucho más determinantes.
Por otra parte, entre todos los que debían favores a París, Bongo era el que tenía menos posibilidades de subsistir sin el padrinazgo de Francia. Idriss Déby (Chad), Denis Sassou-Nguesso (Congo-Brazzaville) y Blaise Compaoré (Burkina Faso) lograron imponerse luego de duras batallas políticas y militares. Bongo, ex suboficial de la armada de aviación especializado en inteligencia, sólo necesitó caerle bien a quienes digitaban el poder para que su destino quedara trazado desde su juventud: una audiencia con el general Charles de Gaulle y una cena en lo de Jacques Foccart (2) le sirvieron –según la expresión cruel de un periodista francés– de “entrevista laboral”. El palacio del Elíseo lo había impuesto como jefe de Gabinete del extravagante presidente de Gabón, Leon Mba, antes de convertirlo en su sucesor en circunstancias cuyo recuerdo hace sonreír: Mba estaba a punto de morir en un hospital –de la ciudad de París…– cuando Foccart le hizo firmar una revisión constitucional que creaba el cargo de vicepresidente, hecho a medida para Bongo.
Así fue inventado, a partir de casi nada, el autócrata que controlaría su país durante largos años. Las cláusulas de ese acuerdo político siguieron siendo las mismas: a cambio de un apoyo muy tolerante por parte de París, que podía destituirlo en cualquier momento, Bongo ponía a disposición de Francia las riquezas de Gabón, en particular su petróleo y su uranio, recursos estratégicos indispensables según el general De Gaulle para la independencia… de Francia! Además, como la mayoría de los países del ex Imperio, Gabón sumaría sistemáticamente su voz a la de Francia en el ámbito de Naciones Unidas.
Durante la Guerra Fría, Bongo no dudó –instigado por el poder gaullista– en hacer de su país una base logística de la sangrienta secesión de Biafra en 1968. También desde Libreville los mercenarios dirigidos por Bob Denard se lanzaron, en una operación calamitosa, al asalto del Benin marxista-leninista. Luego de la caída del muro de Berlín, el mundo descubrió al nuevo Bongo: un hombre de buena voluntad, que desarrolla una incansable actividad para resolver conflictos, particularmente en Chad y en África Central. Sin embargo, los límites de ese ejercicio se evidenciaron cuando ayudó secretamente a Sassou-Nguesso –su suegro, y sobre todo hombre de la petrolera Elf– a derrocar a Pascal Lissouba, presidente electo, haciéndose pasar por mediador durante la guerra civil congolesa de 1997.
Bongo no se dejó sorprender por lo que se llamó, bastante abusivamente, la primavera democrática africana. Su régimen formaba parte de los que el discurso de La Baule en 1990 (3) acababa de condenar a muerte. Pero el jefe de Estado gabonés, que conocía bien al verborrágico François Mitterrand, nunca se sintió amenazado. Sin duda se rió secretamente de toda esa puesta en escena. Su viejo cómplice no era ciertamente el más indicado para dar lecciones de virtud a nadie.
Se sabe que el presidente Mba, hostil a la independencia de su país, había propuesto a Francia convertir a Gabón en uno de sus departamentos de ultramar. Con mucha sensatez, De Gaulle había rechazado tal oferta. Resultaba más provechoso tratar con países africanos que tuvieran todas las apariencias de soberanía, a la vez que se los tenía bien controlados. Varias décadas después hay que reconocer que la apuesta del General dio aún mejores resultados que los esperados. A la vista de ese insolente éxito, los diputados franceses quizás deberían votar algún día una ley sobre los aspectos positivos… de la descolonización!
Un monstruo bicéfalo
Resulta significativo que la muerte de Bongo haya generado menos interés en África –donde casi no hay motivos para estar orgulloso de él– que en Francia. Los medios franceses tuvieron en cuenta sobre todo las importantes sumas de dinero distribuidas por Bongo a políticos de izquierda y de derecha (4). Pero nada se dijo del juicio Elf (5) que reveló –según expresó textualmente Christine Deviers Joncour– que se distribuían los millones “como caramelos”…
¿Cómo sorprenderse entonces de que las enormes riquezas de un muy pequeño país –petróleo, manganeso, uranio y maderas preciosas– no les permitan a sus habitantes vivir mejor? Bongo y los suyos amasaron fortunas colosales. En lugar de financiar rutas, dispensarios y escuelas, ese dinero fue dilapidado en gastos suntuarios. De esa forma, se aniquilaron las esperanzas de todo un pueblo. En diciembre de 2008 se iniciaron juicios, pero ¿acaso no debería extenderse esa acción judicial a los políticos franceses que se beneficiaron ampliamente con el mismo sistema de enriquecimiento ilícito? Eso contribuiría a hacer retroceder, según algunos, la idea que hay que atribuir la miseria de los africanos a su vagancia, a su falta de rigor y a sus tradiciones retrógradas. Eso contribuiría a que la opinión pública francesa acepte lo que es evidente: Françafrique es un monstruo bicéfalo. Los dirigentes africanos no arruinan por si solos sus economías. Lo hacen en perfecta complicidad con los ciudadanos franceses. Todos juntos impiden que los niños gaboneses o chadianos accedan a la sanidad y reciban una buena educación.
¿Qué puede hacer un pueblo descontento con sus dirigentes, sino tratar de cambiarlos por otros? En varias ocasiones los gaboneses intentaron hacerlo por la vía electoral o de manera menos pacífica. Cada vez chocaron con la firme voluntad de París. Por otra parte, esa tradición de intervención directa data de febrero de 1964, cuando Mba, derrocado, fue repuesto en su cargo por el ejército francés. De la misma forma, cuando en 1990 los habitantes de Libreville salieron a las calles a raíz de la muerte de un opositor, Mitterrand envió sus paracaidistas para restablecer el orden. Peor aún fue lo ocurrido en 1998: Bongo había sido derrotado en las elecciones presidenciales, pero observadores franceses –entre ellos varios magistrados– validaron el fraude en el sufragio universal a cambio de dinero contante y sonante.
Sin embargo hay que ser muy ingenuo para creer por un sólo instante que se firmará el “acta de defunción” de Françafrique en Libreville, aún si ésta se sabe vigilada y objeto de todo tipo de sarcasmos, sobre todo entre los jóvenes africanos. Es eso, por otra parte, lo que hace tan delicado e incierto el periodo de transición. Bastaría muy poco para que se liberen las energías desde hace tanto comprimidas por los mismos que intentan discretamente conservar el poder y sus privilegios. B.B.D.
- *Novelista y periodista senegalés, autor de Les petits de la guenon, ediciones Philippe Rey, París, 2009.
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Traducción: Carlos Alberto Zito
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NOTAS:
1 Este término designa las zonas de influencia francesa en África tras la descolonización.
2 Consejero del Elíseo para asuntos africanos y malgaches desde 1960 hasta 1974, considerado el símbolo de Françafrique.
3 En la cumbre Francia-Africa realizada en la ciudad de La Baule en 1990, el presidente François Mitterrand anunció que su país ya no apoyaría a los regímenes no democráticos africanos.
4 Véase, por ejemplo, Le Canard enchaîné, París, 17-6-09.
5 Véase Olivier Vallée, “Elf au service de l’Etat français”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2000.
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Informe Dipló/15/07/2009
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