En busca del imperio del mal
Jorge Gómez Barata
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No recuerdo ningún acto de la política interna o exterior de la Unión Soviética que explicita e intencionalmente haya sido concebido específicamente para, de modo directo, dañar al pueblo de los Estados Unidos. No puede decirse lo mismo de las administraciones norteamericanas.
En su más reciente artículo periodístico, pasando por el tamiz de su talento y de su experiencia, algunas revelaciones de Margaret Thacher y Ronald Reagan, así como comentarios de calificados expertos y bien ubicados funcionarios, Fidel Castro profundiza en dos de esos momentos. Uno de ellos fue el suministro a la Unión Soviética de software y material informático trucado, plagado de virus, acertadamente denominados programas malignos, bautizados como Caballos de Troya, que infectaron a su industria electrónica e informática de alta tecnología y sabotearon la operación de un gigantesco gasoducto haciéndolo estallar. Otra medida imperial, fue la demoníaca operación montada en torno a la Iniciativa de Defensa Estratégica, (Guerra de las Galaxias), concebida para empujar a la Unión Soviética a una espiral de la carrera de armamentos, que la obligó a desviar millonarios recursos de su destino original y cancelar prioridades de orden social. El hecho de que la Unión Soviética no pudiera asumir los costos de aquella demencial carrera de armamentos que, además representaba un peligro mortal para la seguridad internacional, mientras los Estados Unidos se beneficiaban con ella, se debe no tanto a errores de la dirección soviética (que los hubo) como a la historia, al diseño, los fines y la naturaleza de cada una de las sociedades. Los bolcheviques tomaron el poder en el más atrasado de los países de Europa, por añadidura desangrado por la carnicería que significaba la participación en la Primera Guerra Mundial. Entonces, Estados Unidos emergía victorioso de la guerra, convertido en la primera potencia mundial. Mediante una valiente, aunque económica y políticamente costosa decisión, los bolcheviques firmaron la paz de Brest-Litovsk que puso fin a la participación de Rusia en la Guerra y les permitió asumir la lucha frente a la contrarrevolución interna y la agresión extranjera, esfuerzo que terminó por hacer colapsar su maltrecha economía, obligando a medidas extremas como el “Comunismo de Guerra” y a una movilización militar sin precedentes. Realizando un esfuerzo enorme y que exigió la redefinición de las prioridades para favorecer el crecimiento de la industria pesada y la producción de armamentos, relegando el consumo y algunos programas sociales, un proceso que exigió inenarrables sacrificios y enormes costos sociales, el primer país socialista, logró remontar la cuesta. Gracias a aquel enorme esfuerzo, cuando a poco más de veinte años de la revolución, en 1941 la Alemania nazi, el país más poderoso de Europa que sumó a los suyos los recursos de todo el Viejo Continente, invadió a la Unión Soviética, desde el otrora atrasado imperio, llegó una contundente respuesta. No obstante un heroico desempeño e históricas victorias, incluso de haber emergido de la guerra convertida en una superpotencia, al finalizar la contienda, la Unión Soviética estaba exhausta y en ruinas, mientras Estados Unidos, que no combatió en su territorio, no perdió una sola fábrica ni vio caer un solo civil, redefinió su política hacia la Unión Soviética y de la alianza concertada por Roosevelt pasó a la declarada intención de luchar para cambiar el régimen social imperante en el país de los soviets. Sin reponerse del esfuerzo bélico, la URSS tuvo que avanzar en el desarrollo de las armas nucleares y la cohetería estratégica, consumiendo recursos vitales para su desarrollo. Desde los años setenta, aprovechando el debut en el escenario europeo de una generación de políticos más realistas, la Unión Soviética se sumó al clima de distensión y avanzó en la llamada “detente” que propició importantes progresos en las negociaciones para el control de las armas estratégicas, las fuerzas convencionales y las pruebas nucleares. En los años ochenta, cuando fueron visibles problemas internos en los países del socialismo real y en la propia Unión Soviética, Ronald Reagan, Margaret Thacher y otras fuerzas reaccionarias, el Papa incluido, sabotearon las tendencias más positivas y revivieron la carrera de armamentos auspiciando la Iniciativa de Defensa Estratégica, una opción militarista carente de sentido cuando se avanzaba hacía el control de armas.Hubo que esperar a la jubilación de estos pilares del imperio para conocer que en realidad, más que de una necesidad defensiva, la llamada Guerra de las Galaxias fue una maniobra para agotar a la Unión Soviética, impedir la realización de su política social y hacerla colapsar. Ante tales confesiones, es legítimo preguntarse: ¿Dónde estaba realmente el imperio del mal?
No recuerdo ningún acto de la política interna o exterior de la Unión Soviética que explicita e intencionalmente haya sido concebido específicamente para, de modo directo, dañar al pueblo de los Estados Unidos. No puede decirse lo mismo de las administraciones norteamericanas.
En su más reciente artículo periodístico, pasando por el tamiz de su talento y de su experiencia, algunas revelaciones de Margaret Thacher y Ronald Reagan, así como comentarios de calificados expertos y bien ubicados funcionarios, Fidel Castro profundiza en dos de esos momentos. Uno de ellos fue el suministro a la Unión Soviética de software y material informático trucado, plagado de virus, acertadamente denominados programas malignos, bautizados como Caballos de Troya, que infectaron a su industria electrónica e informática de alta tecnología y sabotearon la operación de un gigantesco gasoducto haciéndolo estallar. Otra medida imperial, fue la demoníaca operación montada en torno a la Iniciativa de Defensa Estratégica, (Guerra de las Galaxias), concebida para empujar a la Unión Soviética a una espiral de la carrera de armamentos, que la obligó a desviar millonarios recursos de su destino original y cancelar prioridades de orden social. El hecho de que la Unión Soviética no pudiera asumir los costos de aquella demencial carrera de armamentos que, además representaba un peligro mortal para la seguridad internacional, mientras los Estados Unidos se beneficiaban con ella, se debe no tanto a errores de la dirección soviética (que los hubo) como a la historia, al diseño, los fines y la naturaleza de cada una de las sociedades. Los bolcheviques tomaron el poder en el más atrasado de los países de Europa, por añadidura desangrado por la carnicería que significaba la participación en la Primera Guerra Mundial. Entonces, Estados Unidos emergía victorioso de la guerra, convertido en la primera potencia mundial. Mediante una valiente, aunque económica y políticamente costosa decisión, los bolcheviques firmaron la paz de Brest-Litovsk que puso fin a la participación de Rusia en la Guerra y les permitió asumir la lucha frente a la contrarrevolución interna y la agresión extranjera, esfuerzo que terminó por hacer colapsar su maltrecha economía, obligando a medidas extremas como el “Comunismo de Guerra” y a una movilización militar sin precedentes. Realizando un esfuerzo enorme y que exigió la redefinición de las prioridades para favorecer el crecimiento de la industria pesada y la producción de armamentos, relegando el consumo y algunos programas sociales, un proceso que exigió inenarrables sacrificios y enormes costos sociales, el primer país socialista, logró remontar la cuesta. Gracias a aquel enorme esfuerzo, cuando a poco más de veinte años de la revolución, en 1941 la Alemania nazi, el país más poderoso de Europa que sumó a los suyos los recursos de todo el Viejo Continente, invadió a la Unión Soviética, desde el otrora atrasado imperio, llegó una contundente respuesta. No obstante un heroico desempeño e históricas victorias, incluso de haber emergido de la guerra convertida en una superpotencia, al finalizar la contienda, la Unión Soviética estaba exhausta y en ruinas, mientras Estados Unidos, que no combatió en su territorio, no perdió una sola fábrica ni vio caer un solo civil, redefinió su política hacia la Unión Soviética y de la alianza concertada por Roosevelt pasó a la declarada intención de luchar para cambiar el régimen social imperante en el país de los soviets. Sin reponerse del esfuerzo bélico, la URSS tuvo que avanzar en el desarrollo de las armas nucleares y la cohetería estratégica, consumiendo recursos vitales para su desarrollo. Desde los años setenta, aprovechando el debut en el escenario europeo de una generación de políticos más realistas, la Unión Soviética se sumó al clima de distensión y avanzó en la llamada “detente” que propició importantes progresos en las negociaciones para el control de las armas estratégicas, las fuerzas convencionales y las pruebas nucleares. En los años ochenta, cuando fueron visibles problemas internos en los países del socialismo real y en la propia Unión Soviética, Ronald Reagan, Margaret Thacher y otras fuerzas reaccionarias, el Papa incluido, sabotearon las tendencias más positivas y revivieron la carrera de armamentos auspiciando la Iniciativa de Defensa Estratégica, una opción militarista carente de sentido cuando se avanzaba hacía el control de armas.Hubo que esperar a la jubilación de estos pilares del imperio para conocer que en realidad, más que de una necesidad defensiva, la llamada Guerra de las Galaxias fue una maniobra para agotar a la Unión Soviética, impedir la realización de su política social y hacerla colapsar. Ante tales confesiones, es legítimo preguntarse: ¿Dónde estaba realmente el imperio del mal?
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BolPress - Bolivia/26/09/2007
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