Intentando que tus víctimas te amen
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Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
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Si desean entender la magnitud de la tragedia palestina y la inmensidad de su encrucijada, echen un vistazo al reciente decreto emitido por el Ministerio israelí de Educación, en el que, resumiendo, se pide a los escolares judíos y árabes que firmen la declaración israelí de independencia como parte de las celebraciones que van a marcar el 60 aniversario del Estado de Israel.
En una declaración distribuida a los colegios, la Sociedad y Administración de la Juventud israelí fija los siguientes objetivos para el jubileo: “Que el sistema educativo judío y árabe conmemore el transcurso de 60 años desde el establecimiento del Estado de Israel; fortalecer el sentido de pertenencia, orgullo y amor hacia ese Estado de 60 años entre todos los que asisten a instituciones educativas; ayudar a todos los jóvenes judíos, musulmanes, cristianos, drusos y de otras religiones a formarse una visión clara de Israel como estado judío y democrático; inspirar un sentido de responsabilidad y compromiso social entre los jóvenes y animarles para que se conviertan en sujetos activos en los asuntos sociales”.
Una rápida mirada a ese texto es suficiente para comprender que no hay árabes palestinos en Israel; son, en primer lugar, israelíes, y después “musulmanes, cristianos, drusos u otros”. El estudiante árabe, según este objetivo educativo inspirativo, tiene que amar a Israel, ser israelí y sentirse orgulloso de serlo, ni más ni menos. Cuán encomiable sería si un memorando así llegara a distribuirse (con el adecuado cambio de nacionalidad) entre los bisoños ciudadanos de Líbano, Iraq y algún otro lugar. En Israel, sin embargo, resulta muy fuerte presentarse con un documento tan grotesco.
Aquí está funcionando una modalidad persistente de colonialismo. No ha sido suficiente para esta empresa colonialista con apoderarse de la tierra de un pueblo, expulsar a sus habitantes, traer a otros para que ocupen su lugar, destruir los cimientos y la estructura de toda una sociedad y después justificar todo eso a partir de una promesa divina, mientras que, al mismo tiempo y con el mismo grado de sinceridad, se considera a sí mismo como un movimiento de liberación nacional laico. No, insiste, su víctima debe admirarle y reconocer no sólo su existencia sino también su legitimidad histórica. Se siente completamente resuelto a dejar su huella bajo la piel de sus víctimas mediante la firma ritual de una declaración de independencia que simultáneamente celebre la derrota de los otros.
La empresa colonialista sionista es única en su obsesión perpetua con la identidad, su insistencia en jugar el papel de víctima y la implacable persistencia con la que busca legitimarse a sí misma inspirando la admiración de sus víctimas, como si les hubiera hecho un gran favor liberándolas de su territorio e identidad nacionales y se hubiera echado esas “cargas” sobre sus propios hombros. A cambio de tan magnánimos sacrificios espera que sus víctimas demuestren su gratitud manteniéndose junto a ella en sus luchas y compartiendo sus penas por haberse visto obligados a infligir tales desastres a otros. Ante cualquier muestra de ingratitud de esas víctimas –cuando, por ejemplo, intentan reconstruir su propio destrozado nacionalismo- les apunta con un dedo amenazador y les recrimina que se están volviendo hacia la demagogia y chauvinismo nacionalista y otras modas anticuadas en esta era de globalización.
Sólo Israel tiene derecho a ser chauvinistamente nacionalista, a monopolizar para sí mismo el privilegio de sufrir las tribulaciones que provengan de ese hecho: mientras tanto, sus víctimas deben aprender a expresar su comprensión o, al menos, a aprender a vivir con él.
Las manifestaciones de chauvinismo e infatuación con símbolos nacionalistas aparecen por todas partes: en los himnos nacionales, en las marchas patrióticas, en las casi militares sociedades de scout, en las banderas en todos los colegios y placas, en las leyes que se promulgan con regularidad temporal sobre cómo tratar las banderas y símbolos sionistas. ¿No indica todo esto un chauvinismo nacional y un grado de fanatismo extraño en el mundo de hoy? Hacer que los escolares, incluso los escolares judíos, firmen la declaración de independencia nacional, supone elevar el nacionalismo al nivel de rito religioso, con los escolares, bolígrafo en mano, encarnando místicamente a los venerables padres fundadores de la nación. Si los árabes llegaran a hacer algo remotamente similar, Israel no podría contener su sarcasmo.
Israel se basa oficialmente en una ideología ultra-nacionalista que se reproduce continuamente a través de todos los matices del espectro político. Pero se supera a sí mismo con ese decreto del Ministerio de Educación por el que se pide a los estudiantes árabes que firmen su declaración de independencia. El pensamiento y la acción colonialista se han disfrazado a sí mismos bajo una vestimenta de igualdad y corrección política. No hay discriminación entre unos y otros escolares, parece decir, en tanto que en realidad se da el colmo de la discriminación racial: al alumno judío se le pide que afirme su misma etnia (o en términos de diván psiquiátrico: que niegue su individualidad y asimile la identidad del proyecto nacional); al alumno árabe se le está pidiendo que niegue su etnia y que distorsione su identidad mediante su identificación con el proyecto colonialista que envió a su pueblo al exilio y negó su existencia.
El actual Ministro de Educación y Cultura, a quien se le debe esta iluminada y genial idea, representa al ala liberal del establishment sionista. La izquierda sionista, representada históricamente por el Movimiento Laborista Sionista y sus retoños, fue la fundadora, en la práctica, del proyecto de Estado israelí: tomó las armas y combatió a los árabes, forjó relaciones con Gran Bretaña y luego con EEUU, demolió el proyecto nacional palestino y construyó el suyo propio sobre las ruinas. Es autora de ideas tales como la coexistencia árabe-israelí basada en la fraternidad árabe-judía, o de un odio compartido entre Israel y los árabes pobres hacia los reaccionarios árabes y las clases árabes superiores (a cuyos representantes contemporáneos Israel está cortejando para concluir tratados y de paz y alianzas contra los árabes pobres y contra los nacionalistas árabes, sí como contra el pan-arabismo y el “extremismo” islamista). Esta izquierda sionista se opuso en sus orígenes a los liberales que se aliaron con la derecha sionista. Sin embargo, la izquierda sionista ha cambiado ahora para aliarse con los liberales de la sociedad israelí y desde esas filas es que ha surgido la perversa idea de que los escolares árabes deben firmar el documento de la independencia nacional sionista.
Desde luego, no atribuyo al estado sionista todas las maldades concebibles, y mucho menos el poder de la magia diabólica, como algunos menos familiarizados con la naturaleza de su proyecto podrían hacer. Ni tampoco confundo mi análisis sobre el decreto del Ministerio de Educación con las justificaciones citadas por sus autores. Los liberales sionistas tienen obviamente una postura diferente de la mía sobre el decreto. Miran la declaración de independencia, en la cual un párrafo llama a la igualdad de todos los ciudadanos independientemente de su religión, raza o sexo, como un documento relativamente progresista, en verdad es así si se lo compara con la predominante cultura política racista que ha infectado los colegios y a los jóvenes. Como tal, firmar ese documento se convierte en un acto iluminado, al revivir los “valores universales” sobre los que se fundó Israel. Al mismo tiempo, los liberales que propusieron la idea no serán atacados por ser “suaves” o “traidores” porque todo lo que ellos tienen que hacer para probar su lealtad y patriotismo es señalar hacia el texto sionista más importante.
Cualquiera que sea el valor que esta justificación tiene, se extiende sólo hasta la batalla que determina la naturaleza de la cultura dominante entre un publico israelí judío. Pero eso no cuela en la sociedad árabo-israelí. Para los árabes, la discriminación no es un fenómeno de progenie reciente que ha tomado un repentino y peligroso giro con la extensión de una cultura racista entre los escolares judíos. Existía mucho antes de la ocupación de 1967, a pesar de todas las santidades, de boquilla, de la declaración de independencia de Israel. Los liberales israelíes creen que al apelar a una retirada de los territorios árabes ocupados en 1967, están pidiendo que Israel vuelva a su naturaleza original, como si en la etapa anterior a 1967 Israel hubiera sido un modelo de democracia, derechos humanos e igualdad. Piensan que oponiéndose a la ocupación están afirmando una primera y mejor ciudadanía. Pero el hecho es que esa ciudadanía nunca pensó en una igualdad con los árabes.
Al mismo tiempo que se proclamó la independencia del estado sionista sobre la tierra de Palestina, la Haganah (*) se estaba preparando para apoderarse de toda Palestina y expulsar a todos sus habitantes árabes. Entonces, una vez que se llevó a cabo el establecimiento oficial del Estado y la provisión de la declaración de independencia pidiendo la igualdad de todos los ciudadanos, los árabes fueron puestos bajo la ley marcial y se aprobaron toda una serie de leyes para confiscar su tierra. De forma sistemática, se les fue discriminando en todos los aspectos de la vida.
Permítanme asumir por un momento el papel de abogado del diablo:
Hasta ahora, Azmi, sólo has hablado de prácticas sionistas, en tanto que el documento bajo discusión es magnífico. Sólo porque la práctica se desvía del texto, ¿por qué tirar al bebé por el agua del water?
En primer lugar, la declaración israelí de independencia no es una teoría abstracta. Significó llevar a cabo la proclamación y modelación del proceso de construcción de la nación sobre la base de sus disposiciones constituyentes, especialmente la definición del sionismo como movimiento nacional que tiene como objetivo establecer un Estado sobre la base de un autoproclamado derecho religioso e histórico basado en las escrituras bíblicas y en la continuidad “ininterrumpida” de la presencia judía en Palestina.
¿Y qué hay del párrafo sobre la “igualdad”?
El documento intentaba también camuflar la naturaleza de la empresa colonialista sionista y cumplir con su función. El compromiso con el principio de igualdad fue uno de los requisitos previos para que Israel fuera aceptado en la ONU. La declaración de independencia no es una teoría que se torció al ser aplicada. Fue la proclamación oficial de una visión ideológica que, de hecho, se ejecutó en la práctica. No sólo era una visión para erigir un proyecto colonialista sobre las ruinas de la sociedad palestina, sino que también servía para levantar un Estado en el cual la afiliación nacional se define por una afiliación religiosa. Representa claramente, en ese contexto, un rito nacionalista de transubstanciación; firmar un trozo de papel con bolígrafo significa una cosa cuando quien la lleva a cabo es un alumno judío y otra completamente diferente cuando el que realiza es un alumno árabe. En el primer caso, es una afirmación de la identidad religiosa y nacional que se unifican en el alumno, en el segundo es una mutilación psicológica, moral y cultural.
Sólo para refrescar la memoria, echemos una ojeada a algunos de los párrafos del documento que se espera firmen los estudiantes árabes e israelíes:
“La Tierra de Israel fue el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí obtuvieron por vez primera la estatalidad, crearon valores culturales de significación universal y nacional y le dieron al mundo el eterno Libro de los Libros.
Después de ser exiliados a la fuerza de su tierra, el pueblo conservó su fe a pesar de la Diáspora y nunca cesó de rezar y confiar en volver a ella para restaurar su libertad política.
Impulsados por este compromiso histórico y tradicional, los judíos se esforzaron en todas las generaciones sucesivas para volver a establecerse en su antigua patria. En las recientes décadas regresaron masivamente. Pioneros, inmigrantes y defensores, hicieron que el desierto floreciera, revivieron la lengua hebrea, construyeron pueblos y ciudades y crearon una próspera comunidad que controlaba su propia cultura y economía, amantes de la paz pero sabiendo cómo defenderse a sí misma, llevando los beneficios del progreso a todos los habitantes del país y aspirando a una nacionalidad independiente.
En el año 5657 (1897), convocados por el padre espiritual del Estado judío, Theodore Herzl, el Primer Congreso Sionista convocó y proclamó el derecho del pueblo judío al renacimiento nacional en su propio país.
Este derecho fue reconocido en la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917…”.
A los estudiantes árabes de Israel se les pide ahora que refrenden esta negativa de su propia existencia. Además, cuando lleguen al célebre párrafo sobre la igualdad, se encontrarán con que está tomado de la visión de los profetas de Israel y aparece casi como una ocurrencia tardía ante el derecho al retorno judío:
“El Estado de Israel se abrirá a la inmigración judía y para la Reunificación de los Exilios; fomentará el desarrollo del país para beneficio de todos sus habitantes; se basará en la libertad, justicia y paz como se contempló por los profetas de Israel; asegurará una igualdad completa de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, independientemente de su religión, raza o sexo; garantizará la libertad de religión, conciencia, lengua, educación y cultura; protegerá los Santos Lugares de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de Naciones Unidas.”
Si desean entender la magnitud de la tragedia palestina y la inmensidad de su encrucijada, echen un vistazo al reciente decreto emitido por el Ministerio israelí de Educación, en el que, resumiendo, se pide a los escolares judíos y árabes que firmen la declaración israelí de independencia como parte de las celebraciones que van a marcar el 60 aniversario del Estado de Israel.
En una declaración distribuida a los colegios, la Sociedad y Administración de la Juventud israelí fija los siguientes objetivos para el jubileo: “Que el sistema educativo judío y árabe conmemore el transcurso de 60 años desde el establecimiento del Estado de Israel; fortalecer el sentido de pertenencia, orgullo y amor hacia ese Estado de 60 años entre todos los que asisten a instituciones educativas; ayudar a todos los jóvenes judíos, musulmanes, cristianos, drusos y de otras religiones a formarse una visión clara de Israel como estado judío y democrático; inspirar un sentido de responsabilidad y compromiso social entre los jóvenes y animarles para que se conviertan en sujetos activos en los asuntos sociales”.
Una rápida mirada a ese texto es suficiente para comprender que no hay árabes palestinos en Israel; son, en primer lugar, israelíes, y después “musulmanes, cristianos, drusos u otros”. El estudiante árabe, según este objetivo educativo inspirativo, tiene que amar a Israel, ser israelí y sentirse orgulloso de serlo, ni más ni menos. Cuán encomiable sería si un memorando así llegara a distribuirse (con el adecuado cambio de nacionalidad) entre los bisoños ciudadanos de Líbano, Iraq y algún otro lugar. En Israel, sin embargo, resulta muy fuerte presentarse con un documento tan grotesco.
Aquí está funcionando una modalidad persistente de colonialismo. No ha sido suficiente para esta empresa colonialista con apoderarse de la tierra de un pueblo, expulsar a sus habitantes, traer a otros para que ocupen su lugar, destruir los cimientos y la estructura de toda una sociedad y después justificar todo eso a partir de una promesa divina, mientras que, al mismo tiempo y con el mismo grado de sinceridad, se considera a sí mismo como un movimiento de liberación nacional laico. No, insiste, su víctima debe admirarle y reconocer no sólo su existencia sino también su legitimidad histórica. Se siente completamente resuelto a dejar su huella bajo la piel de sus víctimas mediante la firma ritual de una declaración de independencia que simultáneamente celebre la derrota de los otros.
La empresa colonialista sionista es única en su obsesión perpetua con la identidad, su insistencia en jugar el papel de víctima y la implacable persistencia con la que busca legitimarse a sí misma inspirando la admiración de sus víctimas, como si les hubiera hecho un gran favor liberándolas de su territorio e identidad nacionales y se hubiera echado esas “cargas” sobre sus propios hombros. A cambio de tan magnánimos sacrificios espera que sus víctimas demuestren su gratitud manteniéndose junto a ella en sus luchas y compartiendo sus penas por haberse visto obligados a infligir tales desastres a otros. Ante cualquier muestra de ingratitud de esas víctimas –cuando, por ejemplo, intentan reconstruir su propio destrozado nacionalismo- les apunta con un dedo amenazador y les recrimina que se están volviendo hacia la demagogia y chauvinismo nacionalista y otras modas anticuadas en esta era de globalización.
Sólo Israel tiene derecho a ser chauvinistamente nacionalista, a monopolizar para sí mismo el privilegio de sufrir las tribulaciones que provengan de ese hecho: mientras tanto, sus víctimas deben aprender a expresar su comprensión o, al menos, a aprender a vivir con él.
Las manifestaciones de chauvinismo e infatuación con símbolos nacionalistas aparecen por todas partes: en los himnos nacionales, en las marchas patrióticas, en las casi militares sociedades de scout, en las banderas en todos los colegios y placas, en las leyes que se promulgan con regularidad temporal sobre cómo tratar las banderas y símbolos sionistas. ¿No indica todo esto un chauvinismo nacional y un grado de fanatismo extraño en el mundo de hoy? Hacer que los escolares, incluso los escolares judíos, firmen la declaración de independencia nacional, supone elevar el nacionalismo al nivel de rito religioso, con los escolares, bolígrafo en mano, encarnando místicamente a los venerables padres fundadores de la nación. Si los árabes llegaran a hacer algo remotamente similar, Israel no podría contener su sarcasmo.
Israel se basa oficialmente en una ideología ultra-nacionalista que se reproduce continuamente a través de todos los matices del espectro político. Pero se supera a sí mismo con ese decreto del Ministerio de Educación por el que se pide a los estudiantes árabes que firmen su declaración de independencia. El pensamiento y la acción colonialista se han disfrazado a sí mismos bajo una vestimenta de igualdad y corrección política. No hay discriminación entre unos y otros escolares, parece decir, en tanto que en realidad se da el colmo de la discriminación racial: al alumno judío se le pide que afirme su misma etnia (o en términos de diván psiquiátrico: que niegue su individualidad y asimile la identidad del proyecto nacional); al alumno árabe se le está pidiendo que niegue su etnia y que distorsione su identidad mediante su identificación con el proyecto colonialista que envió a su pueblo al exilio y negó su existencia.
El actual Ministro de Educación y Cultura, a quien se le debe esta iluminada y genial idea, representa al ala liberal del establishment sionista. La izquierda sionista, representada históricamente por el Movimiento Laborista Sionista y sus retoños, fue la fundadora, en la práctica, del proyecto de Estado israelí: tomó las armas y combatió a los árabes, forjó relaciones con Gran Bretaña y luego con EEUU, demolió el proyecto nacional palestino y construyó el suyo propio sobre las ruinas. Es autora de ideas tales como la coexistencia árabe-israelí basada en la fraternidad árabe-judía, o de un odio compartido entre Israel y los árabes pobres hacia los reaccionarios árabes y las clases árabes superiores (a cuyos representantes contemporáneos Israel está cortejando para concluir tratados y de paz y alianzas contra los árabes pobres y contra los nacionalistas árabes, sí como contra el pan-arabismo y el “extremismo” islamista). Esta izquierda sionista se opuso en sus orígenes a los liberales que se aliaron con la derecha sionista. Sin embargo, la izquierda sionista ha cambiado ahora para aliarse con los liberales de la sociedad israelí y desde esas filas es que ha surgido la perversa idea de que los escolares árabes deben firmar el documento de la independencia nacional sionista.
Desde luego, no atribuyo al estado sionista todas las maldades concebibles, y mucho menos el poder de la magia diabólica, como algunos menos familiarizados con la naturaleza de su proyecto podrían hacer. Ni tampoco confundo mi análisis sobre el decreto del Ministerio de Educación con las justificaciones citadas por sus autores. Los liberales sionistas tienen obviamente una postura diferente de la mía sobre el decreto. Miran la declaración de independencia, en la cual un párrafo llama a la igualdad de todos los ciudadanos independientemente de su religión, raza o sexo, como un documento relativamente progresista, en verdad es así si se lo compara con la predominante cultura política racista que ha infectado los colegios y a los jóvenes. Como tal, firmar ese documento se convierte en un acto iluminado, al revivir los “valores universales” sobre los que se fundó Israel. Al mismo tiempo, los liberales que propusieron la idea no serán atacados por ser “suaves” o “traidores” porque todo lo que ellos tienen que hacer para probar su lealtad y patriotismo es señalar hacia el texto sionista más importante.
Cualquiera que sea el valor que esta justificación tiene, se extiende sólo hasta la batalla que determina la naturaleza de la cultura dominante entre un publico israelí judío. Pero eso no cuela en la sociedad árabo-israelí. Para los árabes, la discriminación no es un fenómeno de progenie reciente que ha tomado un repentino y peligroso giro con la extensión de una cultura racista entre los escolares judíos. Existía mucho antes de la ocupación de 1967, a pesar de todas las santidades, de boquilla, de la declaración de independencia de Israel. Los liberales israelíes creen que al apelar a una retirada de los territorios árabes ocupados en 1967, están pidiendo que Israel vuelva a su naturaleza original, como si en la etapa anterior a 1967 Israel hubiera sido un modelo de democracia, derechos humanos e igualdad. Piensan que oponiéndose a la ocupación están afirmando una primera y mejor ciudadanía. Pero el hecho es que esa ciudadanía nunca pensó en una igualdad con los árabes.
Al mismo tiempo que se proclamó la independencia del estado sionista sobre la tierra de Palestina, la Haganah (*) se estaba preparando para apoderarse de toda Palestina y expulsar a todos sus habitantes árabes. Entonces, una vez que se llevó a cabo el establecimiento oficial del Estado y la provisión de la declaración de independencia pidiendo la igualdad de todos los ciudadanos, los árabes fueron puestos bajo la ley marcial y se aprobaron toda una serie de leyes para confiscar su tierra. De forma sistemática, se les fue discriminando en todos los aspectos de la vida.
Permítanme asumir por un momento el papel de abogado del diablo:
Hasta ahora, Azmi, sólo has hablado de prácticas sionistas, en tanto que el documento bajo discusión es magnífico. Sólo porque la práctica se desvía del texto, ¿por qué tirar al bebé por el agua del water?
En primer lugar, la declaración israelí de independencia no es una teoría abstracta. Significó llevar a cabo la proclamación y modelación del proceso de construcción de la nación sobre la base de sus disposiciones constituyentes, especialmente la definición del sionismo como movimiento nacional que tiene como objetivo establecer un Estado sobre la base de un autoproclamado derecho religioso e histórico basado en las escrituras bíblicas y en la continuidad “ininterrumpida” de la presencia judía en Palestina.
¿Y qué hay del párrafo sobre la “igualdad”?
El documento intentaba también camuflar la naturaleza de la empresa colonialista sionista y cumplir con su función. El compromiso con el principio de igualdad fue uno de los requisitos previos para que Israel fuera aceptado en la ONU. La declaración de independencia no es una teoría que se torció al ser aplicada. Fue la proclamación oficial de una visión ideológica que, de hecho, se ejecutó en la práctica. No sólo era una visión para erigir un proyecto colonialista sobre las ruinas de la sociedad palestina, sino que también servía para levantar un Estado en el cual la afiliación nacional se define por una afiliación religiosa. Representa claramente, en ese contexto, un rito nacionalista de transubstanciación; firmar un trozo de papel con bolígrafo significa una cosa cuando quien la lleva a cabo es un alumno judío y otra completamente diferente cuando el que realiza es un alumno árabe. En el primer caso, es una afirmación de la identidad religiosa y nacional que se unifican en el alumno, en el segundo es una mutilación psicológica, moral y cultural.
Sólo para refrescar la memoria, echemos una ojeada a algunos de los párrafos del documento que se espera firmen los estudiantes árabes e israelíes:
“La Tierra de Israel fue el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí obtuvieron por vez primera la estatalidad, crearon valores culturales de significación universal y nacional y le dieron al mundo el eterno Libro de los Libros.
Después de ser exiliados a la fuerza de su tierra, el pueblo conservó su fe a pesar de la Diáspora y nunca cesó de rezar y confiar en volver a ella para restaurar su libertad política.
Impulsados por este compromiso histórico y tradicional, los judíos se esforzaron en todas las generaciones sucesivas para volver a establecerse en su antigua patria. En las recientes décadas regresaron masivamente. Pioneros, inmigrantes y defensores, hicieron que el desierto floreciera, revivieron la lengua hebrea, construyeron pueblos y ciudades y crearon una próspera comunidad que controlaba su propia cultura y economía, amantes de la paz pero sabiendo cómo defenderse a sí misma, llevando los beneficios del progreso a todos los habitantes del país y aspirando a una nacionalidad independiente.
En el año 5657 (1897), convocados por el padre espiritual del Estado judío, Theodore Herzl, el Primer Congreso Sionista convocó y proclamó el derecho del pueblo judío al renacimiento nacional en su propio país.
Este derecho fue reconocido en la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917…”.
A los estudiantes árabes de Israel se les pide ahora que refrenden esta negativa de su propia existencia. Además, cuando lleguen al célebre párrafo sobre la igualdad, se encontrarán con que está tomado de la visión de los profetas de Israel y aparece casi como una ocurrencia tardía ante el derecho al retorno judío:
“El Estado de Israel se abrirá a la inmigración judía y para la Reunificación de los Exilios; fomentará el desarrollo del país para beneficio de todos sus habitantes; se basará en la libertad, justicia y paz como se contempló por los profetas de Israel; asegurará una igualdad completa de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, independientemente de su religión, raza o sexo; garantizará la libertad de religión, conciencia, lengua, educación y cultura; protegerá los Santos Lugares de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de Naciones Unidas.”
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N. de la T.:
(*) La Haganah, significa en hebreo “la defensa”. Fue una organización paramilitar judía durante la época del Mandato Británico de Palestina, de 1920 a 1948.
N. de la T.:
(*) La Haganah, significa en hebreo “la defensa”. Fue una organización paramilitar judía durante la época del Mandato Británico de Palestina, de 1920 a 1948.
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