Pekín 2008: Alto riesgo para China
Rafael Poch
Corresponsal en China
China ve en la olimpiada de Pekín la mayor operación de relaciones públicas de su historia, pero hay que preguntarse si es consciente del desafío de imagen que se le viene encima
A un año de los juegos olímpicos de Pekín, China ultima construcciones e infraestructuras, embellece lugares y educa a sus ciudadanos, pero los verdaderos desafíos pueden presentarse por otro lado. Adversarios de China, organizaciones no gubernamentales, periodistas hostiles, una mentalidad popular poco deportiva, y la propia naturaleza e ignorancia del régimen chino para administrar situaciones con estándares extranjeros apenas conocidos aquí, podrían convertir los juegos del 2008 en una caja de sorpresas.
El cúmulo de problemas organizativos, políticos y sociales, así como de situaciones completamente desconocidas, que pueden aflorar, permite augurar unas olimpiadas borrascosas y probablemente incidentadas. China se arriesga a sufrir una derrota en estos juegos, que concibió como la mayor operación global de relaciones públicas de su historia.
Los riesgos de los juegos de Pekín son muchos. No tienen que ver con la construcción de infraestructuras, que va bien, ni con el éxito deportivo, donde se espera que China sea el número uno tanto en medallas de oro, como en general. Los problemas vendrán por otro lado; de la emergente posición que China ocupa en el mundo, de la pésima imagen que su sistema tiene en Occidente, de la hostilidad manifiesta de los medios de comunicación globales, y de toda una serie de aspectos y características del régimen y la sociedad chinas. Esta es la lista provisional que se percibe a un año vista.
Un boicot "civil"
China es un país a la vez poderoso y pujante, un país en desarrollo y un país oficialmente "comunista". Es un gran país con ciertas pretensiones alternativas a Occidente. La última vez que unos juegos olímpicos se celebraron en un país de esas características, la URSS de 1980, hubo un boicot de Estados Unidos que arrastró a decenas de países clientes. El motivo alegado entonces fue la desgraciada invasión soviética de Afganistán (diciembre de 1979). Era la guerra fría. En aquella época, la administración Reagan y un puñado de dictadores subalternos iniciaban la masacre del 1% de la población centroamericana en una década terrible. La situación de los juegos de Pekín es diferente.
Algunos se esfuerzan en poner a China en el lugar de la URSS, y a Darfur, el Dalai Lama, los uigures y el movimiento de 1989 (Tiananmen), en el lugar de Afganistán, Polonia, y los disidentes del este, pero el hecho es que ahora no hay guerra fría. Hay rivalidad comercial. Hay aprensión ante el resurgir de un país, antes pobre y dictatorial y ahora menos, que es considerado "próxima amenaza" en algunos importantes cuarteles generales. Están los derechos humanos y la "política de derechos humanos", la misma que en 1980 convertía en crimen Afganistán, pero no Centroamérica, con otras situaciones. Pero todo eso, por un lado viene paliado por el enorme nexo comercial y la mutua dependencia existente entre Estados Unidos y China, y, por el otro, no alcanza para convertir a los estados en beligerantes. El boicot de los estados es impensable y está descartado. Queda la "sociedad civil". Es la hora de las organizaciones no gubernamentales: gran parte de esa hostilidad occidental se expresará en Pekín a través de ellas.
China tiene dos grandes problemas nacionales: Tibet y Xinjiang. Tanto fuentes del exilio tibetano como del exilio uigur, han confirmado a este diario que piensan organizar "acciones" en Pekín durante los juegos para llamar la atención hacia sus causas. A ellos pueden sumarse la secta Falung Gong, diversos defensores de derechos humanos, la denuncia de las matanzas de Darfur –que algunos imputan indirectamente a China porque compra el grueso del petróleo de Sudán- los independentistas taiwaneses… La lista es larga y heterogénea, diferente en sus motivos e impulsos, pero todo lleva a lo mismo: una situación nueva. En China no hay un derecho reconocido a la protesta pública, mucho menos a la crítica de las autoridades. Los juegos son, antes que nada, un asunto informativo y mediático, pero en China la mentalidad hacia la prensa es que debe ser servidora del estado. Las autoridades no tienen obligación de informar de nada a nadie y desconocen por completo las condiciones exigencias y normas en un universo informativo. Por ahí aflora una colisión bien clara y una fuente de incidentes que la prensa global amplificará sin la menor piedad.
Un campo de minas
La secta Falun Gong, con decenas de miles de seguidores y centros organizados en Hong Kong, Estados Unidos y Taiwán, no dejará de aprovechar la ocasión. En algunas ocasiones la secta ha llegado a interferir señales de satélite para colar sus propios mensajes en la televisión china. Es evidente que para los juegos de Pekín prepararán algo más sonado y más audaz. Y lo mismo puede decirse de los partidarios de la independencia de Taiwán. La idea de hacer coincidir los juegos con cambios constitucionales en la isla directamente dirigidos a provocar a China, hace mucho que ha madurado en la cabeza de Chen Shui Bian, el Presidente de Taiwán. Todo eso son más certezas que hipótesis y no está nada claro que China esté preparada para afrontarlo.
Para un país que no consiente las manifestaciones pacíficas y las considera un serio delito, las protestas de esos sectores van a ser un problema, incluso si se practica una gestión inteligente de ellas, como sugiere la nueva norma aprobada para el trabajo de los periodistas extranjeros.
Pekín ya ha levantado viejas restricciones a los informadores extranjeros con motivo de los juegos y promete prestar a la prensa, "unas condiciones de trabajo acordes a la práctica internacional, en la medida en que los intereses nacionales, la seguridad y las circunstancias del evento sean protegidos". El Internet dejará de estar censurado. China quiere ofrecer una "imagen democrática y civilizada" del país con motivo de los juegos, explica una fuente del comité organizador de Pekín (BOCOG). Mucho depende de esa gestión inteligente, democrática y suave de las crisis, pero el problema puede ser el propio concepto de crisis.
Que una persona agite una bandera, o reparta folletos, nacionalistas, sectarios o religiosos, en el centro de la ciudad, no es considerado "crisis" ni "delito" en los países que sientan la norma, pero en China sí. Si esa persona es inmediatamente detenida sin contemplaciones, será contradictorio con la aludida pretensión. Y no hay duda de que ya hay mucha gente trabajando para que esa contradicción explote de la manera más manifiesta posible en los juegos de Pekín.
¿Cómo encajará todo esto, con la presencia en Pekín de 30.000 periodistas, que, de acuerdo a la practica habitual de la publicística global llegarán a este país mucho más como James Bond -con licencia para matar- que animados de generosos sentimientos de simpatía hacia China, sentimientos que ésta nunca supo cultivar, entre otras razones porque su régimen es hostil a la "libre publicística"?. Los juegos corren el riesgo de convertirse en un campo de minas.
Más allá de instalaciones e infraestructuras
China es un país en desarrollo que, "con los juegos quiere mostrar al mundo entero su progreso económico y social", dice Liu Qi, el Presidente del Comité organizador y miembro del politburó del Partido Comunista Chino. La "plena libertad de expresión" forma parte del "progreso social", tal como se entiende en el mundo de hoy, pero China no está preparada para algo así y la mentalidad de sus gobernantes, planificadores, e incluso de sus ciudadanos, es otra: ese prestigio nacional se demostrará con buenas instalaciones, muchas medallas y una "buena organización".
"Con las instalaciones no hay problema, siempre que (el presidente de la comisión de coordinación del COI) Hein Verbruggen viene por Pekín, comienza con elogios sobre ese aspecto, pero los juegos no son una cuestión de instalaciones", explica Scott McDonald, un periodista canadiense de la agencia AP con experiencia olímpica. A China no se la juzgará por sus estadios e infraestructuras, sino por el nivel de apertura y transparencia, tolerancia política y democratización. Y sus jueces serán unos informadores y un público muy predispuestos contra ella, tal como muestran las encuestas.
En una encuesta, realizada en 18 países, la mayor parte de ellos desarrollados y propietarios de la "información global", la respuesta a la pregunta general, "¿Confía en que China actúe de forma responsable?", arroja un 38% de afirmativos y un 52% de negativos. A la pregunta de si, "¿Es positiva la influencia de China en el mundo?", un 35% responde "si", y un 46% "no". Por países, Francia, Alemania y Estados Unidos expresan las opiniones más hostiles.
Mas allá de las declaraciones, el COI no está contento con la labor realizada por el BOCOG, el Comité Organizador. El registro informático de los atletas, por ejemplo, va a hacerse en chino y en caracteres chinos, lo que altera por completo los nombres y amenaza con crear un considerable caos. Según Francesco Liello, un periodista deportivo italiano acreditado en Pekín, el asunto fue objeto de tres días de discusión con la compañía contratada por el COI para estos menesteres, sin ningún resultado. Las conferencias de prensa semanales del BOCOG son, como casi todas las conferencias de prensa chinas, algo errático y disperso para estándares internacionales. Preguntas elementales sobre presupuestos de los juegos no encuentran respuesta. Las peticiones de entrevista son laboriosas. Para hablar sobre temas de la alimentación de los atletas, se acabó ofreciendo el presidente del comité en la materia, un cargo político sin la menor idea del tema. Las preguntas debían presentarse previamente por fax. El inglés de los comunicadores es insuficiente y la comprensión de lo que se espera de ellos aun más. Todo esto son condiciones habituales y hasta comprensibles para un informador que trabaje aquí, pero serán inadmisibles para los profesionales de un evento global. China, simplemente, no es una sociedad de información a estos efectos, lo que hostiliza a una prensa que ya viene predispuesta contra ella.
"Están aprendiendo a relacionarse con la prensa", dice Simon Vericel, representante de la compañía de relaciones públicas "Hill & Knowlton", que fue contratada hace un año por el BOCOG para trabajar en este frente.
"Los juegos no van a ser juzgados sólo por el aspecto técnico, sino también por la percepción que el mundo tiene de ellos, así que no tenemos que perder de vista los aspectos más abstractos que en ultima instancia, van a conformar la imagen de China y de los juegos en el extranjero", advirtió en su última visita a Pekín el Presidente del COI, Jacques Rogge. En esos aspectos "abstractos", que no dependen de una "buena organización" sino de lo espontáneo, de la manera de hacer de toda una sociedad, China tiene un gran problema. Y en lo deportivo también.
"Soldados de la patria"
Una mezcla de "economía planificada", complejos de inferioridad, y una versión china del más delirante nacionalismo y patrioterismo infantil, rodean al deporte chino. En China, como en pocos lugares, el deporte de competición internacional es un campo de batalla en época de paz. Como en otros países dictatoriales, los atletas de la selección nacional no son resultado de un proceso más o menos "deportivo", derivado de la política de salud pública, del estado social y la "educación física para todos", sino que son "soldados de la patria" encargados de ganar batallas de imagen y prestigio ante el enemigo. En esa causa sagrada vale todo, y todo se concentra en el resultado: ganar. El que no gana no llega a ser un "traidor", pero desde luego, el estado -y a veces hasta la sociedad- le recuerda que no es un héroe.
"Hay una presión inmensa", explica una joven deportista que participó en dos campeonatos del mundo y en los juegos de Barcelona. "En mi opinión el deporte en China no tiene nada que ver con mejorar la salud publica sino que todo consiste en ganar medallas y gloria para China", dice.
Entrevistada por Sang Ye un autor chino australiano en 1995 (En un libro de reciente publicación,"China Candid, the People on the People´s republic"), la joven dice que el truco de la competición está en las drogas. "Son las drogas las que compiten, no la gente". "No pueden encontrar ninguna prueba de drogas en la orina, porque todo se hace a base de medicina tradicional china, no de hormonas". "Hasta los tiradores con fusil toman drogas". Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero ese es el antecedente más inmediato.
De la experiencia de anteriores olimpiadas se constata, por ejemplo, que los atletas que van dirigidos a ganar medallas viajaban en primera y si no las conseguían regresaban en la clase mas baja. Zhu Jianhua, saltador de longitud, y los equipos masculino y femenino de voleibol viajaron a los juegos de Seúl en primera. Ninguno de ellos obtuvo medallas de oro, así que en el vuelo de regreso los pusieron atrás de todo. Los asientos de primera fueron para los chavales de los equipos de natación y gimnasia que ganaron medallas de oro.
"Al principio no lo creía pero lo ví con mis propios ojos cuando volvimos de Barcelona; primera clase para los que ganaron oro, "business" para los de plata, gallinero para el resto", explica la deportista. Al llegar a Pekín, los de oro salieron primero, recibieron flores y los llevaron al sector VIP del aeropuerto, a los demás no les hacían ni caso. En el banquete de celebración había diferentes comidas, según las categorías.
Lo importante es ganar
Al llegar a casa, la deportista perdedora comenzó a recibir cartas de ciudadanos indignados; "nos has chupado la sangre todos estos años y para nada, ni siquiera has logrado una sexta plaza, ¿por qué no te ahorcas?". A la familia no la dejaban en paz; "avasallaban a mi madre y a mi padre por haber creado un ser defectuoso que había hecho perder la cara a la nación, alguien pinchó los neumáticos de la bici de mi padre, en el cole pegaban a mi hermano, que se asustó tanto que no pudo ir en todo el curso", explica. "Pero si te has tomado tus drogas, ganas la medalla, te descubren y te descalifican, nadie te escribe ese tipo de cartas, porque el asunto solo es una vergüenza para los extranjeros que te han descubierto. Mucha gente escribe ofreciendo recetas secretas que los extranjeros no podrán detectar", añade.
"Nuestro problema es que no sabemos perder, la gente lo considera un crimen, y tampoco sabemos ganar, cuando lo hacemos actuamos como si fuéramos dueños del universo y nos hacemos odiar por todo el mundo", sentencia la atleta.
Un mecánico de bicicletas amigo de la deportista en cuestión, escribió un artículo describiendo la situación; "la estrategia nacional de perseguir el oro a cualquier precio es la prueba de que no somos una nación fuerte", decía.
El amargo relato de esta medallista frustrada tiene más de diez años de antigüedad. China es un país que cambia rápido, y lo que era norma en Barcelona, Seúl o Sydney, puede cambiar radicalmente en Pekín. Según Scott McDonald el problema del dopaje no se va a presentar en la selección nacional china en los juegos del 2008. Las autoridades deportivas chinas han incluido ese aspecto en la carpeta con toda seriedad. Donde el dopaje es actual, dice McDonald, es en las regiones, que compiten entre ellas para ingresar a sus atletas en la selección nacional por cualquier medio. Pero queda la mentalidad: cuando Liu Xiang venció en los 100 metros vallas en Atenas, la prensa estimó que "la victoria demostraba que los deportistas de la raza china eran capaces de correr mas rápido" que otros.
En cualquier caso esa mentalidad oficial hacia el deporte, en la que por tradición todo el esfuerzo en materia de educación física nacional se concentra en 200.000 atletas profesionales enfocados a ganar medallas, así como los complejos nacionales que la rodean, va a ser examinada con lupa en los juegos de Pekín. Y puede ser una fuente de descrédito para el país.
Algunas críticas
Algunos medios de comunicación chinos ya han advertido sobre los peligros de la habitual mentalidad nacional china hacia el deporte, con comentarios muy atinados. "El trompeteo sobre que China será el primer ganador de medallas en los juegos del 2008 ya ha dañado la imagen del país"."Naturalmente, cuando se alza la bandera nacional y suenan los himnos en las competiciones hay terreno para el orgullo nacional,(…) pero el espíritu olímpico versa sobre universalidad, no sobre diferencias nacionales y debe estar libre de tonalidades políticas particulares", advertía el periodista Ping Kaixuan en el diario, "Nanfang Dushibao" del pasado 19 de marzo.
"Muy pocos países del mundo de hoy son como nosotros, otorgando al deporte una grave impronta nacionalista en la que solo ganar el oro importa, y en el que las medallas de plata y bronce son consideradas derrota. Vemos muchas veces, como los rostros de los atletas extranjeros expresan alegría cuando ganan plata o bronce, pero los deportistas chinos parecen desanimados". "En los últimos años, algunos funcionarios del deporte y medios de comunicación han convertido los deportes en un gran objetivo nacional, contando con el apoyo de toda la nación y enfocando los recursos nacionales a la obtención de medallas de oro (…) Independientemente del numero de medallas de oro que China gane, eso será menos importante para los chinos medios que alimentarse bien, y menos importante que la idea de un "mundo armonioso" y también menos importante para la salud de la nación. Pero hemos invertido miserablemente poco en salud y deporte de nuestra gente, y el equipo deportivo moderno solo raras veces está al alcance de la gente corriente". "Nuestros indicadores de salud están por debajo de otros países y la salud de nuestra gente también. (…) la consecuencia de tanto énfasis en las medallas de oro y no en concentrarse en la gente, es que ni nuestros corazones ni nuestros cuerpos están sanos".
Corresponsal en China
China ve en la olimpiada de Pekín la mayor operación de relaciones públicas de su historia, pero hay que preguntarse si es consciente del desafío de imagen que se le viene encima
A un año de los juegos olímpicos de Pekín, China ultima construcciones e infraestructuras, embellece lugares y educa a sus ciudadanos, pero los verdaderos desafíos pueden presentarse por otro lado. Adversarios de China, organizaciones no gubernamentales, periodistas hostiles, una mentalidad popular poco deportiva, y la propia naturaleza e ignorancia del régimen chino para administrar situaciones con estándares extranjeros apenas conocidos aquí, podrían convertir los juegos del 2008 en una caja de sorpresas.
El cúmulo de problemas organizativos, políticos y sociales, así como de situaciones completamente desconocidas, que pueden aflorar, permite augurar unas olimpiadas borrascosas y probablemente incidentadas. China se arriesga a sufrir una derrota en estos juegos, que concibió como la mayor operación global de relaciones públicas de su historia.
Los riesgos de los juegos de Pekín son muchos. No tienen que ver con la construcción de infraestructuras, que va bien, ni con el éxito deportivo, donde se espera que China sea el número uno tanto en medallas de oro, como en general. Los problemas vendrán por otro lado; de la emergente posición que China ocupa en el mundo, de la pésima imagen que su sistema tiene en Occidente, de la hostilidad manifiesta de los medios de comunicación globales, y de toda una serie de aspectos y características del régimen y la sociedad chinas. Esta es la lista provisional que se percibe a un año vista.
Un boicot "civil"
China es un país a la vez poderoso y pujante, un país en desarrollo y un país oficialmente "comunista". Es un gran país con ciertas pretensiones alternativas a Occidente. La última vez que unos juegos olímpicos se celebraron en un país de esas características, la URSS de 1980, hubo un boicot de Estados Unidos que arrastró a decenas de países clientes. El motivo alegado entonces fue la desgraciada invasión soviética de Afganistán (diciembre de 1979). Era la guerra fría. En aquella época, la administración Reagan y un puñado de dictadores subalternos iniciaban la masacre del 1% de la población centroamericana en una década terrible. La situación de los juegos de Pekín es diferente.
Algunos se esfuerzan en poner a China en el lugar de la URSS, y a Darfur, el Dalai Lama, los uigures y el movimiento de 1989 (Tiananmen), en el lugar de Afganistán, Polonia, y los disidentes del este, pero el hecho es que ahora no hay guerra fría. Hay rivalidad comercial. Hay aprensión ante el resurgir de un país, antes pobre y dictatorial y ahora menos, que es considerado "próxima amenaza" en algunos importantes cuarteles generales. Están los derechos humanos y la "política de derechos humanos", la misma que en 1980 convertía en crimen Afganistán, pero no Centroamérica, con otras situaciones. Pero todo eso, por un lado viene paliado por el enorme nexo comercial y la mutua dependencia existente entre Estados Unidos y China, y, por el otro, no alcanza para convertir a los estados en beligerantes. El boicot de los estados es impensable y está descartado. Queda la "sociedad civil". Es la hora de las organizaciones no gubernamentales: gran parte de esa hostilidad occidental se expresará en Pekín a través de ellas.
China tiene dos grandes problemas nacionales: Tibet y Xinjiang. Tanto fuentes del exilio tibetano como del exilio uigur, han confirmado a este diario que piensan organizar "acciones" en Pekín durante los juegos para llamar la atención hacia sus causas. A ellos pueden sumarse la secta Falung Gong, diversos defensores de derechos humanos, la denuncia de las matanzas de Darfur –que algunos imputan indirectamente a China porque compra el grueso del petróleo de Sudán- los independentistas taiwaneses… La lista es larga y heterogénea, diferente en sus motivos e impulsos, pero todo lleva a lo mismo: una situación nueva. En China no hay un derecho reconocido a la protesta pública, mucho menos a la crítica de las autoridades. Los juegos son, antes que nada, un asunto informativo y mediático, pero en China la mentalidad hacia la prensa es que debe ser servidora del estado. Las autoridades no tienen obligación de informar de nada a nadie y desconocen por completo las condiciones exigencias y normas en un universo informativo. Por ahí aflora una colisión bien clara y una fuente de incidentes que la prensa global amplificará sin la menor piedad.
Un campo de minas
La secta Falun Gong, con decenas de miles de seguidores y centros organizados en Hong Kong, Estados Unidos y Taiwán, no dejará de aprovechar la ocasión. En algunas ocasiones la secta ha llegado a interferir señales de satélite para colar sus propios mensajes en la televisión china. Es evidente que para los juegos de Pekín prepararán algo más sonado y más audaz. Y lo mismo puede decirse de los partidarios de la independencia de Taiwán. La idea de hacer coincidir los juegos con cambios constitucionales en la isla directamente dirigidos a provocar a China, hace mucho que ha madurado en la cabeza de Chen Shui Bian, el Presidente de Taiwán. Todo eso son más certezas que hipótesis y no está nada claro que China esté preparada para afrontarlo.
Para un país que no consiente las manifestaciones pacíficas y las considera un serio delito, las protestas de esos sectores van a ser un problema, incluso si se practica una gestión inteligente de ellas, como sugiere la nueva norma aprobada para el trabajo de los periodistas extranjeros.
Pekín ya ha levantado viejas restricciones a los informadores extranjeros con motivo de los juegos y promete prestar a la prensa, "unas condiciones de trabajo acordes a la práctica internacional, en la medida en que los intereses nacionales, la seguridad y las circunstancias del evento sean protegidos". El Internet dejará de estar censurado. China quiere ofrecer una "imagen democrática y civilizada" del país con motivo de los juegos, explica una fuente del comité organizador de Pekín (BOCOG). Mucho depende de esa gestión inteligente, democrática y suave de las crisis, pero el problema puede ser el propio concepto de crisis.
Que una persona agite una bandera, o reparta folletos, nacionalistas, sectarios o religiosos, en el centro de la ciudad, no es considerado "crisis" ni "delito" en los países que sientan la norma, pero en China sí. Si esa persona es inmediatamente detenida sin contemplaciones, será contradictorio con la aludida pretensión. Y no hay duda de que ya hay mucha gente trabajando para que esa contradicción explote de la manera más manifiesta posible en los juegos de Pekín.
¿Cómo encajará todo esto, con la presencia en Pekín de 30.000 periodistas, que, de acuerdo a la practica habitual de la publicística global llegarán a este país mucho más como James Bond -con licencia para matar- que animados de generosos sentimientos de simpatía hacia China, sentimientos que ésta nunca supo cultivar, entre otras razones porque su régimen es hostil a la "libre publicística"?. Los juegos corren el riesgo de convertirse en un campo de minas.
Más allá de instalaciones e infraestructuras
China es un país en desarrollo que, "con los juegos quiere mostrar al mundo entero su progreso económico y social", dice Liu Qi, el Presidente del Comité organizador y miembro del politburó del Partido Comunista Chino. La "plena libertad de expresión" forma parte del "progreso social", tal como se entiende en el mundo de hoy, pero China no está preparada para algo así y la mentalidad de sus gobernantes, planificadores, e incluso de sus ciudadanos, es otra: ese prestigio nacional se demostrará con buenas instalaciones, muchas medallas y una "buena organización".
"Con las instalaciones no hay problema, siempre que (el presidente de la comisión de coordinación del COI) Hein Verbruggen viene por Pekín, comienza con elogios sobre ese aspecto, pero los juegos no son una cuestión de instalaciones", explica Scott McDonald, un periodista canadiense de la agencia AP con experiencia olímpica. A China no se la juzgará por sus estadios e infraestructuras, sino por el nivel de apertura y transparencia, tolerancia política y democratización. Y sus jueces serán unos informadores y un público muy predispuestos contra ella, tal como muestran las encuestas.
En una encuesta, realizada en 18 países, la mayor parte de ellos desarrollados y propietarios de la "información global", la respuesta a la pregunta general, "¿Confía en que China actúe de forma responsable?", arroja un 38% de afirmativos y un 52% de negativos. A la pregunta de si, "¿Es positiva la influencia de China en el mundo?", un 35% responde "si", y un 46% "no". Por países, Francia, Alemania y Estados Unidos expresan las opiniones más hostiles.
Mas allá de las declaraciones, el COI no está contento con la labor realizada por el BOCOG, el Comité Organizador. El registro informático de los atletas, por ejemplo, va a hacerse en chino y en caracteres chinos, lo que altera por completo los nombres y amenaza con crear un considerable caos. Según Francesco Liello, un periodista deportivo italiano acreditado en Pekín, el asunto fue objeto de tres días de discusión con la compañía contratada por el COI para estos menesteres, sin ningún resultado. Las conferencias de prensa semanales del BOCOG son, como casi todas las conferencias de prensa chinas, algo errático y disperso para estándares internacionales. Preguntas elementales sobre presupuestos de los juegos no encuentran respuesta. Las peticiones de entrevista son laboriosas. Para hablar sobre temas de la alimentación de los atletas, se acabó ofreciendo el presidente del comité en la materia, un cargo político sin la menor idea del tema. Las preguntas debían presentarse previamente por fax. El inglés de los comunicadores es insuficiente y la comprensión de lo que se espera de ellos aun más. Todo esto son condiciones habituales y hasta comprensibles para un informador que trabaje aquí, pero serán inadmisibles para los profesionales de un evento global. China, simplemente, no es una sociedad de información a estos efectos, lo que hostiliza a una prensa que ya viene predispuesta contra ella.
"Están aprendiendo a relacionarse con la prensa", dice Simon Vericel, representante de la compañía de relaciones públicas "Hill & Knowlton", que fue contratada hace un año por el BOCOG para trabajar en este frente.
"Los juegos no van a ser juzgados sólo por el aspecto técnico, sino también por la percepción que el mundo tiene de ellos, así que no tenemos que perder de vista los aspectos más abstractos que en ultima instancia, van a conformar la imagen de China y de los juegos en el extranjero", advirtió en su última visita a Pekín el Presidente del COI, Jacques Rogge. En esos aspectos "abstractos", que no dependen de una "buena organización" sino de lo espontáneo, de la manera de hacer de toda una sociedad, China tiene un gran problema. Y en lo deportivo también.
"Soldados de la patria"
Una mezcla de "economía planificada", complejos de inferioridad, y una versión china del más delirante nacionalismo y patrioterismo infantil, rodean al deporte chino. En China, como en pocos lugares, el deporte de competición internacional es un campo de batalla en época de paz. Como en otros países dictatoriales, los atletas de la selección nacional no son resultado de un proceso más o menos "deportivo", derivado de la política de salud pública, del estado social y la "educación física para todos", sino que son "soldados de la patria" encargados de ganar batallas de imagen y prestigio ante el enemigo. En esa causa sagrada vale todo, y todo se concentra en el resultado: ganar. El que no gana no llega a ser un "traidor", pero desde luego, el estado -y a veces hasta la sociedad- le recuerda que no es un héroe.
"Hay una presión inmensa", explica una joven deportista que participó en dos campeonatos del mundo y en los juegos de Barcelona. "En mi opinión el deporte en China no tiene nada que ver con mejorar la salud publica sino que todo consiste en ganar medallas y gloria para China", dice.
Entrevistada por Sang Ye un autor chino australiano en 1995 (En un libro de reciente publicación,"China Candid, the People on the People´s republic"), la joven dice que el truco de la competición está en las drogas. "Son las drogas las que compiten, no la gente". "No pueden encontrar ninguna prueba de drogas en la orina, porque todo se hace a base de medicina tradicional china, no de hormonas". "Hasta los tiradores con fusil toman drogas". Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero ese es el antecedente más inmediato.
De la experiencia de anteriores olimpiadas se constata, por ejemplo, que los atletas que van dirigidos a ganar medallas viajaban en primera y si no las conseguían regresaban en la clase mas baja. Zhu Jianhua, saltador de longitud, y los equipos masculino y femenino de voleibol viajaron a los juegos de Seúl en primera. Ninguno de ellos obtuvo medallas de oro, así que en el vuelo de regreso los pusieron atrás de todo. Los asientos de primera fueron para los chavales de los equipos de natación y gimnasia que ganaron medallas de oro.
"Al principio no lo creía pero lo ví con mis propios ojos cuando volvimos de Barcelona; primera clase para los que ganaron oro, "business" para los de plata, gallinero para el resto", explica la deportista. Al llegar a Pekín, los de oro salieron primero, recibieron flores y los llevaron al sector VIP del aeropuerto, a los demás no les hacían ni caso. En el banquete de celebración había diferentes comidas, según las categorías.
Lo importante es ganar
Al llegar a casa, la deportista perdedora comenzó a recibir cartas de ciudadanos indignados; "nos has chupado la sangre todos estos años y para nada, ni siquiera has logrado una sexta plaza, ¿por qué no te ahorcas?". A la familia no la dejaban en paz; "avasallaban a mi madre y a mi padre por haber creado un ser defectuoso que había hecho perder la cara a la nación, alguien pinchó los neumáticos de la bici de mi padre, en el cole pegaban a mi hermano, que se asustó tanto que no pudo ir en todo el curso", explica. "Pero si te has tomado tus drogas, ganas la medalla, te descubren y te descalifican, nadie te escribe ese tipo de cartas, porque el asunto solo es una vergüenza para los extranjeros que te han descubierto. Mucha gente escribe ofreciendo recetas secretas que los extranjeros no podrán detectar", añade.
"Nuestro problema es que no sabemos perder, la gente lo considera un crimen, y tampoco sabemos ganar, cuando lo hacemos actuamos como si fuéramos dueños del universo y nos hacemos odiar por todo el mundo", sentencia la atleta.
Un mecánico de bicicletas amigo de la deportista en cuestión, escribió un artículo describiendo la situación; "la estrategia nacional de perseguir el oro a cualquier precio es la prueba de que no somos una nación fuerte", decía.
El amargo relato de esta medallista frustrada tiene más de diez años de antigüedad. China es un país que cambia rápido, y lo que era norma en Barcelona, Seúl o Sydney, puede cambiar radicalmente en Pekín. Según Scott McDonald el problema del dopaje no se va a presentar en la selección nacional china en los juegos del 2008. Las autoridades deportivas chinas han incluido ese aspecto en la carpeta con toda seriedad. Donde el dopaje es actual, dice McDonald, es en las regiones, que compiten entre ellas para ingresar a sus atletas en la selección nacional por cualquier medio. Pero queda la mentalidad: cuando Liu Xiang venció en los 100 metros vallas en Atenas, la prensa estimó que "la victoria demostraba que los deportistas de la raza china eran capaces de correr mas rápido" que otros.
En cualquier caso esa mentalidad oficial hacia el deporte, en la que por tradición todo el esfuerzo en materia de educación física nacional se concentra en 200.000 atletas profesionales enfocados a ganar medallas, así como los complejos nacionales que la rodean, va a ser examinada con lupa en los juegos de Pekín. Y puede ser una fuente de descrédito para el país.
Algunas críticas
Algunos medios de comunicación chinos ya han advertido sobre los peligros de la habitual mentalidad nacional china hacia el deporte, con comentarios muy atinados. "El trompeteo sobre que China será el primer ganador de medallas en los juegos del 2008 ya ha dañado la imagen del país"."Naturalmente, cuando se alza la bandera nacional y suenan los himnos en las competiciones hay terreno para el orgullo nacional,(…) pero el espíritu olímpico versa sobre universalidad, no sobre diferencias nacionales y debe estar libre de tonalidades políticas particulares", advertía el periodista Ping Kaixuan en el diario, "Nanfang Dushibao" del pasado 19 de marzo.
"Muy pocos países del mundo de hoy son como nosotros, otorgando al deporte una grave impronta nacionalista en la que solo ganar el oro importa, y en el que las medallas de plata y bronce son consideradas derrota. Vemos muchas veces, como los rostros de los atletas extranjeros expresan alegría cuando ganan plata o bronce, pero los deportistas chinos parecen desanimados". "En los últimos años, algunos funcionarios del deporte y medios de comunicación han convertido los deportes en un gran objetivo nacional, contando con el apoyo de toda la nación y enfocando los recursos nacionales a la obtención de medallas de oro (…) Independientemente del numero de medallas de oro que China gane, eso será menos importante para los chinos medios que alimentarse bien, y menos importante que la idea de un "mundo armonioso" y también menos importante para la salud de la nación. Pero hemos invertido miserablemente poco en salud y deporte de nuestra gente, y el equipo deportivo moderno solo raras veces está al alcance de la gente corriente". "Nuestros indicadores de salud están por debajo de otros países y la salud de nuestra gente también. (…) la consecuencia de tanto énfasis en las medallas de oro y no en concentrarse en la gente, es que ni nuestros corazones ni nuestros cuerpos están sanos".
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La Vanguardia - España/28/08/2007
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