Brasil - Engaña, que me gusta
02/10/2007
Opinión
Frei Betto *
Adital
Adital
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Es evidente que no hay "pruebas concluyentes" contra el senador Renan Calheiros; todo sucedió con la finura de un ‘lobista’ de una gran empresa de obras públicas. La contabilidad está en orden, aunque haya cierto desorden en la documentación pertinente. Desde muy temprano el ciudadano brasileño es educado en el síndrome del engaño, enfermedad de etiología política cuya curación sólo es posible obtener mediante fuertes dosis de autoestima y de sentido cívico. Los descubrimientos de América y del Brasil fueron magníficos encuentros de culturas transoceánicas. El saldo de millones de indígenas asesinados es mera contingencia debida a organismos vulnerables en sus defensas inmunológicas a las gripes y resfriados que los ibéricos contraían en contacto con las frías corrientes marítimas. La Casa Grande, generosa con los esclavos, los trataba como a hijos, y algunos de los señores, libres de todo prejuicio, llegaron a mezclar su sangre de blanco al preñar a las negras y engendrar al mestizo y a ese símbolo nacional llamado mulata. Gracias a la benevolencia de la Casa Grande fue que el galerón de esclavos, harto de carnes variadas, nos obsequió con el plato de preferencia nacional: la frijolada. Sin olvidar el buen paladar del gañán (caipira), inventor de ese coctel que hoy conquista el gusto mundial: el (licor) caipiriña. La rebelión de Vila Rica no pasó de ser una trasposición extemporánea, al suelo patrio, de las ideas iluministas en voga en Europa. El bando de los intelectuales, sorprendidos en sublevación contra la Corona, hizo de un alférez chivo expiatorio. Hasta el punto de que ellos no merecen otro calificativo sino el de indiscretos, incapaces de guardar secreto. Con excepción del que le pusieron un yugo al cuello, el resto se denunciaron unos a otros. Hoy aquel suceso pasaría a la historia como Traición Minera. ¿Y la Guerra del Paraguay? Nuestro ejército fue allá a pacificar a aquel pueblo confundido por la mente obtusa de un caudillo maniático dispuesto a defender valores anacrónicos: la soberanía nacional y los derechos sociales. Fue tal la paz que impusieron nuestros militares a la nación vecina, que apenas en los cementerios se podría encontrar tanta quietud. Y en Canudos una banda de fanáticos, liderada por un fundamentalista desquiciado, ¡osó oponerse a la proclamación de la República! Si aquella gente no hubiera resistido a la acción pacificadora del ejército, hubieran sobrevivido todos y, ordenadamente, habrían regresado al trabajo de los cañales. Tantas figuras prominentes en nuestra hermosa historia: Vargas, padre de los pobres; JK, 50 años en 5; Jânio, el hombre de la escoba; Collor, ¡el cazador de rajás! Mención aparte merece la Revolución de 1964, que salvó al Brasil de la amenaza comunista e imprimió índices astronómicos a nuestro desarrollo. Véase la Transamazónica, el Ferrocarril del Acero, el Mobral y ¡el fin del analfabetismo! Si un puñado de subversivos prefirió cambiar plumas de escribir por armas, insatisfechos con la jerarquía trasladada de los cuarteles a las calles, las Fuerzas Armadas no hicieron más que reaccionar en defensa de la ley y del orden. Así, de engaño en engaño, para bien de todos y felicidad general de la nación, transcurre nuestra historia. Avanza en ciclos de prosperidad, del palo brasil al oro, del café a la caña de azúcar, de la minería a la madera amazónica, de la soya a la carne y, ahora, regresa de nuevo a los cañales, para extraer el etanol, el invento que vamos a ofrecer al mercado exterior. Todos sabemos que la verdad es inconveniente, incómoda, embarazosa. Queda mejor ese sentido elitista, capaz de acomodar las situaciones más conflictivas y adoptar, en nuestras escuelas, la versión amigable sobre el pueblo brasileño. Pueblo pacífico, ordenado, leal, con excepción de unos pocos pagados a base de ‘operaciones no contabilizadas’. ¡Y todavía quieren desmoralizar al presidente del Senado! ¡Engaña, que me gusta!, dice la nación. Porque no hay reacción, no hay manifestaciones ni movilizaciones. ¿Dónde están los liderazgos populares, las centrales sindicales, las pastorales proféticas? Fuera de una que otra protesta o gesto de indignación, todo sigue como antes en el cuartel de Abrantes.
Razón tenía Proust, cuando escribió en Sodoma y Gomorra: "En el mundo de la política las víctimas son tan cobardes que no se logra considerar malos a los verdugos por mucho tiempo". [Autor de "La mosca azul. Reflexión sobre el poder", entre otros libros].
Traducción de J.L.Burguet
* Fray dominico. Escritor.
Es evidente que no hay "pruebas concluyentes" contra el senador Renan Calheiros; todo sucedió con la finura de un ‘lobista’ de una gran empresa de obras públicas. La contabilidad está en orden, aunque haya cierto desorden en la documentación pertinente. Desde muy temprano el ciudadano brasileño es educado en el síndrome del engaño, enfermedad de etiología política cuya curación sólo es posible obtener mediante fuertes dosis de autoestima y de sentido cívico. Los descubrimientos de América y del Brasil fueron magníficos encuentros de culturas transoceánicas. El saldo de millones de indígenas asesinados es mera contingencia debida a organismos vulnerables en sus defensas inmunológicas a las gripes y resfriados que los ibéricos contraían en contacto con las frías corrientes marítimas. La Casa Grande, generosa con los esclavos, los trataba como a hijos, y algunos de los señores, libres de todo prejuicio, llegaron a mezclar su sangre de blanco al preñar a las negras y engendrar al mestizo y a ese símbolo nacional llamado mulata. Gracias a la benevolencia de la Casa Grande fue que el galerón de esclavos, harto de carnes variadas, nos obsequió con el plato de preferencia nacional: la frijolada. Sin olvidar el buen paladar del gañán (caipira), inventor de ese coctel que hoy conquista el gusto mundial: el (licor) caipiriña. La rebelión de Vila Rica no pasó de ser una trasposición extemporánea, al suelo patrio, de las ideas iluministas en voga en Europa. El bando de los intelectuales, sorprendidos en sublevación contra la Corona, hizo de un alférez chivo expiatorio. Hasta el punto de que ellos no merecen otro calificativo sino el de indiscretos, incapaces de guardar secreto. Con excepción del que le pusieron un yugo al cuello, el resto se denunciaron unos a otros. Hoy aquel suceso pasaría a la historia como Traición Minera. ¿Y la Guerra del Paraguay? Nuestro ejército fue allá a pacificar a aquel pueblo confundido por la mente obtusa de un caudillo maniático dispuesto a defender valores anacrónicos: la soberanía nacional y los derechos sociales. Fue tal la paz que impusieron nuestros militares a la nación vecina, que apenas en los cementerios se podría encontrar tanta quietud. Y en Canudos una banda de fanáticos, liderada por un fundamentalista desquiciado, ¡osó oponerse a la proclamación de la República! Si aquella gente no hubiera resistido a la acción pacificadora del ejército, hubieran sobrevivido todos y, ordenadamente, habrían regresado al trabajo de los cañales. Tantas figuras prominentes en nuestra hermosa historia: Vargas, padre de los pobres; JK, 50 años en 5; Jânio, el hombre de la escoba; Collor, ¡el cazador de rajás! Mención aparte merece la Revolución de 1964, que salvó al Brasil de la amenaza comunista e imprimió índices astronómicos a nuestro desarrollo. Véase la Transamazónica, el Ferrocarril del Acero, el Mobral y ¡el fin del analfabetismo! Si un puñado de subversivos prefirió cambiar plumas de escribir por armas, insatisfechos con la jerarquía trasladada de los cuarteles a las calles, las Fuerzas Armadas no hicieron más que reaccionar en defensa de la ley y del orden. Así, de engaño en engaño, para bien de todos y felicidad general de la nación, transcurre nuestra historia. Avanza en ciclos de prosperidad, del palo brasil al oro, del café a la caña de azúcar, de la minería a la madera amazónica, de la soya a la carne y, ahora, regresa de nuevo a los cañales, para extraer el etanol, el invento que vamos a ofrecer al mercado exterior. Todos sabemos que la verdad es inconveniente, incómoda, embarazosa. Queda mejor ese sentido elitista, capaz de acomodar las situaciones más conflictivas y adoptar, en nuestras escuelas, la versión amigable sobre el pueblo brasileño. Pueblo pacífico, ordenado, leal, con excepción de unos pocos pagados a base de ‘operaciones no contabilizadas’. ¡Y todavía quieren desmoralizar al presidente del Senado! ¡Engaña, que me gusta!, dice la nación. Porque no hay reacción, no hay manifestaciones ni movilizaciones. ¿Dónde están los liderazgos populares, las centrales sindicales, las pastorales proféticas? Fuera de una que otra protesta o gesto de indignación, todo sigue como antes en el cuartel de Abrantes.
Razón tenía Proust, cuando escribió en Sodoma y Gomorra: "En el mundo de la política las víctimas son tan cobardes que no se logra considerar malos a los verdugos por mucho tiempo". [Autor de "La mosca azul. Reflexión sobre el poder", entre otros libros].
Traducción de J.L.Burguet
* Fray dominico. Escritor.
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