Catorce notas (y una paradoja) sobre la izquierda europea
02/10/2007
Higinio Polo
El Viejo Topo
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1. En este capitalismo tardío —con su capacidad para desagregar y atomizar a los ciudadanos, con su eficaz intervención cultural sobre las clases sociales, cruzadas por numerosas identidades e intereses, y, específicamente, sobre la clase obrera— la izquierda europea vive todavía en el tiempo de la explosión, del estallido que siguió a la desaparición de la URSS. Hoy podemos ver con perspectiva el gran error de aquellos que, desde la izquierda, saludaron el colapso soviético con el argumento de que la existencia de la URSS era una losa que impedía el avance de la izquierda, en Europa y en el mundo. En realidad, los acontecimientos de 1991 fueron una derrota de enormes proporciones históricas, a la que hay poner fin. Puede considerarse que, en toda Europa, los últimos tres lustros han sido años perdidos, que han traído la reducción del poder social de los trabajadores y, en la práctica, el abandono de la mayoría de los proyectos de cambio social. Tal vez los últimos coletazos del miedo, de la interiorización de la derrota, se estén viviendo ahora.
2. En los últimos meses, la derecha ha ganado las elecciones en Francia, Alemania, Polonia, Austria, Suecia, Finlandia, Holanda. A su vez, los socialdemócratas se baten en retirada. Los comunistas, que en Francia, Italia y España sufren embates de esa crisis existencial, siguen divididos entre quienes articularon un Partido de la Izquierda Europea (como españoles, franceses o italianos) y quienes prefirieron quedarse al margen, como griegos o portugueses. El Partido de la Izquierda europea no ha podido superar las dificultades fruto de la forzosa ambigüedad ideológica: es probable que hubiese sido más útil crear una coordinación europea y no un partido. ¿Debería crearse un Partido Comunista europeo? Creo que sí, y también instancias de dirección y coordinación internacional estables. Por su parte, la izquierda radical (o extrema izquierda, como se denominaba antaño) ha desaparecido en muchos países, con notables excepciones, como en Francia. De manera que la situación en las filas de la izquierda es de crisis generalizada e incluso de abandono. Aun así, surgen propuestas, aún embrionarias, como la de una confederación de organizaciones de izquierda (¿qué eran los Frentes Populares sino una conjunción de fuerzas progresistas para hacer frente al fascismo?), y otras. En esa dirección, las ideas de Samir Amin y su apuesta por la Quinta Internacional deberían tenerse en consideración.
3. La derecha, los medios de comunicación, una parte de la izquierda que se siente derrotada o desencantada, e incluso una parte de la izquierda antisistema, todos parecen conspirar para culminar la demolición de la izquierda histórica que hemos conocido hasta hoy. ¿Con qué objetivo? Sin duda, no existen coincidencias entre la derecha, la izquierda que se hace liberal y la izquierda radical, pero para no repetir errores habría que tentarse la ropa antes de colaborar en el deterioro de organizaciones históricas de la izquierda. De la destrucción a veces surge lo nuevo, pero, frecuentemente, se instala el hastío, el abandono, la derrota. ¿Quiere una parte de la extrema izquierda o de la izquierda que trabaja extramuros de las instituciones parlamentarias y representativas llegar a un panorama como el norteamericano, que no dispone de una izquierda real, operativa políticamente? ¿Es eso conveniente?
4. La izquierda, toda la izquierda, tiene inoculado el veneno de la división, y con ese equipaje enfrenta mal el futuro. Se aprecia en España: existen grupos que desean la desaparición de Izquierda Unida e incluso del PCE, convencidos de que ello redundará en beneficio de la lucha social y de una perspectiva revolucionaria. Es una posibilidad, pero no hay que olvidar la otra: que esos grupos contribuyan, inadvertidamente, a la voladura del espacio político de la izquierda. Ese panorama político es el que viven los trabajadores en Gran Bretaña o en Estados Unidos (países que, no por casualidad, son los adalides del nuevo liberalismo depredador), donde existe un a veces vigoroso movimiento social que carece de articulación política. Esa atomizada izquierda crítica, que a veces plantea cuestiones relevantes, debería ser consciente de que todas las organizaciones y sectores de la izquierda son necesarios para crear el contradiscurso al liberalismo. Bertolt Brecht nos dijo que el partido tiene mil ojos, y hay que conseguir que vuelvan a trabajar juntos; además, hay que poner freno a la pérdida de energía en batallas estériles que azota a la izquierda social.
5. La extraordinaria diversidad de los grupos que se reclaman de la izquierda, que tienen identidad contraria al liberalismo, que se definen anticapitalistas, es una de las dimensiones del fracaso (o de las insufienciencias) de la izquierda política. Existen miles de grupos sin conexión entre sí, útiles, pero aislados. Para el capitalismo real, nada mejor que esa gran diversidad, ese radicalismo que a veces se agota en el combate contra otras expresiones de la izquierda, ese estéril antagonismo sobre el que resulta fácil reinar. La crisis puede hacer aflorar otros peligros: si a finales del siglo XIX los propagandistas de la Fabian Society procuraban infiltrarse en el Partido Liberal británico, como hicieron después los trotskistas en muchos partidos socialdemocrátas, ahora puede aparecer la tentación de ingresar en esos Partidos Democráticos que se anuncian. Sería una vía muerta, como puede comprobarse en la evolución de quienes optaron por ella en los Estados Unidos.
6. Los errores de las fuerzas de izquierda deben ser reputados como tales, y no como la prueba de la traición. En Italia, por ejemplo, Rifondazione Comunista ha cometido en los últimos meses gruesos errores, fruto de las hipotecas de su participación en el gobierno Prodi, pero la izquierda social no debería empujar a ese partido hacia la moderación. Hoy, la desaparición de Democratici de Sinistra, la vieja operación de quienes liquidaron el Partido Comunista Italiano, cierra un espejismo en el que se perdieron una parte significativa de las fuerzas de la izquierda comunista. Porque la disolución del PCI fue más que una tragedia: fue un enorme error. El Partido Democrático que ahora quieren alumbrar D’Alema, Fassino, Rutelli, Veltroni, ni siquiera pretende ser de izquierda, y su deriva le lleva a suscribir (entre otras cosas) la aceleración de la carrera armamentista en Europa, aceptando el despliegue del escudo antimisiles norteamericano en Polonia y Chequia. Es de perogrullo, pero debe repetirse: hay que utilizar los errores para aprender de ellos y no para contribuir al deterioro de organizaciones de izquierda.
7. El sectarismo es un recurso inútil, además de nocivo. Por eso, no deja de sorprender, después de todo lo que ha llovido, que algunos sectores de izquierda tengan mayor aversión entre sí, que la que muestran hacia la derecha política. Hay demasiados grupos que otorgan certificados de pureza revolucionaria, mientras se combaten entre sí, anulándose, de forma que dedican más esfuerzo al combate fratricida que a la lucha social. Lo sensato sería que todos, manteniendo si lo desean sus propias organizaciones, fueran capaces de encontrar un terreno común de acción, como ocurrió con ocasión del inicio de la agresión norteamericana contra Iraq, o como podría hacerse, en España, contra la especulación inmobiliaria, la rampante corrupción empresarial, los retrocesos salariales, los accidentes de trabajo, la exigencia de la República, etc, por citar algunas cuestiones. En Europa urge una coordinación concreta para evitar el desmantelamiento de las conquistas sociales (en Alemania ya se ha aumentado la edad de jubilación), que se plasme en acciones movilizadoras, sociales, parlamentarias.
8. Es tiempo de paradojas. Cuando por todas partes se anuncia el estallido de la crisis de este capitalismo tardío, que ha vendido un imaginario de éxito que es radicalmente falso, la izquierda europea recorre aún los caminos de la derrota, de la improvisación, de la diáspora ideológica, de la confusión. Los socialistas (o socialdemócratas) tras el previsible y triste fin de la tercera vía de Blair y Giddens, son tentados por las sirenas del Partido Demócrata, según los parámetros de Clinton. Los comunistas siguen divididos entre la tentación del aggiornamento a la francesa o del discurso griego o portugués. Otro sector, con particular influencia en España (en la dirección de Izquierda Unida) cree que el futuro reside en la articulación de una izquierda verde, más o menos radical. Por su parte, los verdes europeos retroceden y son absorbidos en gran parte por el discurso del poder (aunque las preocupaciones ambientalistas y ecológicas sigan siendo muy importantes y la izquierda deba insistir en ellas). A su vez, otra parte de la izquierda, la que convencionalmente se ha llamado extrema izquierda, atomizada en múltiples grupos, continúa demasiado tentada por el discurso resistencial, disparando contra todo lo que se mueve, entonando a veces una política irrelevante que en muchas ocasiones sirve, más que para combatir a la derecha, para debilitar a los partidos comunistas.
9. La izquierda europea sigue sin ser consciente de la dimensión internacional de la crisis del capitalismo, pese a la retórica con que adornan análisis y documentos. Las últimas iniciativas de relieve (el lanzamiento del New Labour en Gran Bretaña por Blair, y la creación del Partito Democratici di Sinistra en Italia) han acabado en la peor de las hipótesis: en un caso, liquidando las promesas sin avergonzarse: recuérdese que Achille Ochetto justificó el cambio de piel del viejo PCI “para llegar al poder y transformar Italia”. No han conseguido ni una cosa, ni la otra, porque el poder ha seguido en manos de la vieja oligarquía, y el empeño de transformar Italia ha quedado olvidado, arrinconado en el trastero de los sueños perdidos. Ochetto, D’Alema y Fassino no transformaron Italia, pero el error los transformó a ellos mismos. A su vez, el New Labour, pese a algunas formulaciones que parecían de interés, ha naufragado en el viejo liberalismo, en los fuegos de artificio y en las aventuras imperiales de Washington. La tercera vía era una vía muerta, más cercana al conservadurismo británico (repárese en la insistencia del laborismo de Blair en la flexibilidad laboral y en conseguir la limitación de los salarios) que a la ambición de hacer avanzar el socialismo y cambiar el mundo.
No hay que alegrarse por la deriva de la socialdemocracia. En su interior siguen conviviendo dos almas: una, liberal; otra, socialdemócrata. El resto de la izquierda debería trabajar por atraer hacia posturas de cambio social a ese sector que se reconoce en la historia de los partidos socialistas y no empujarlo hacia posiciones liberales. Porque no hay nada peor que el sectarismo acompañado por la torpeza estratégica.
10. Lo que ha dado en llamarse “las dos izquierdas”, es decir, una izquierda moderada, socialista o socialdemócrata, y otra comunista, o radical, corre el riesgo de desaparecer ante el vértigo que aqueja a algunos dirigentes y organizaciones. En Italia, Democratici di Sinistra y la Margherita democristiana, confluyen en un Partito Democrático que poco tiene ya que ver con la izquierda histórica, pese a las declaraciones de sus dirigentes. Walter Veltroni, que se postula como nuevo dirigente, hizo una solemne declaración en Lingotto, en el Torino del movimiento obrero, (“Una Italia unida, moderna y justa”) reclamando la renovación, la modernización, exigiendo lo nuevo en la política italiana y europea, pero fue clamorosa la ausencia de ideas y propuestas para llevarla a cabo. Veltroni reclama modernidad, pero no sabe en qué consiste. Por si las alarmas fueran pocas, Veltroni hizo propuestas similares a las que realizan la patronal italiana y las instituciones del sistema, como el Banco de Italia. También en Rifondazione Comunista aparecen problemas ante la apuesta por una Sinistra Europea que supondría la transformación hacia un partido socialista junto con los sectores de Democratici di Sinistra que impugnan el nacimiento del Partido Democrático.
En Alemania, la unidad entre el PDS y el partido de Lafontaine tiene bases diferentes, y se reclama del socialismo democrático (que no de la socialdemocracia), pero la operación tiene también riesgos. En Francia, la secretaria nacional del Partido Comunista, Marie-George Buffet, cree que debe cuestionarse todo, y, por su parte, el Partido Socialista, se debate entre la apertura al centro de Royal y el deslizamiento hacia el liberalismo, aunque se mantienen áreas del discurso tradicional socialdemócrata. A su vez, la LCR francesa propone la construcción de un nuevo partido anticapitalista, planteando algunas ideas no carentes de interés.
En Rusia —donde Mijail Gorbachov creó un Partido Socialdemócrata ruso (SDPR) en 2002, que ho ha conseguido arraigar—, todas las expresiones de izquierda, moderada o radical, tienen una mínima influencia en el país. La excepción es el Partido Comunista ruso, que, pese a la hostilidad del poder, ayer de Yeltsin y hoy de Putin, que ha llegado a crear partidos con recursos millonarios para limitar la influencia electoral de los comunistas, continúa siendo el gran partido de izquierda del país. En el resto de la antigua URSS la situación es muy diversa, llegando incluso a la prohibición directa del Partido Comunista, como en Letonia, país que hoy forma parte de la Unión Europea.
En España, pese a la supuesta fortaleza del PSOE, más aparente que real, dirigentes como Pasqual Maragall están impulsando en Europa (y, por añadidura, en España) el proyecto de un Partido Demócrata, similar al norteamericano. Al parecer, Maragall argumenta que todos los partidos socialistas europeos se inclinan por impulsar ese proceso, por lo que concluye que es urgente que en España se inicie también, para poder tomar posiciones en el nuevo Partido Demócrata Europeo.
11. La ideología liberal ha impregnado grandes capas de la población, también entre los trabajadores, a través de una apuesta cultural “apolítica” que trabaja para mantener fuera del debate y la acción política a la gran mayoría de los ciudadanos. Es urgente combatir ese liberalismo que se presenta como portador de ideas de “sentido común”: desde la búsqueda del beneficio individual hasta la manipulación de temores religiosos, identitarios o de seguridad civil, llegando incluso a impulsar un peligroso nihilismo social. Juega, también, con la supuesta “muerte de las ideologías”, que es una completa falacia: con ese lema propagandístico se pretende hacer creer que ya no existen, para conseguir así la renuncia de los excluídos a su imaginario histórico y sus organizaciones; y con la cruz de la derrota con la que ha adornado eficazmente a los movimientos emancipatorios. Incluso ha calado la idea de que ha desaparecido la clase obrera. Aunque, si bien es cierto que las formas de trabajo han cambiado, los asalariados son más numerosos que nunca, y el fenómeno de la precarización en el trabajo exige una firme política anticapitalista, y no un aggiornamento moderado de los partidos de izquierda. Porque el aggiornamento, la puesta al día, es entendido con demasiada frecuencia como la moderación del discurso, la renuncia a la construcción del socialismo, la dejación los objetivos históricos del movimiento obrerista.
12. La crisis de la política, que en muchos países se concreta en una gran abstención electoral (en Polonia llega al sesenta por ciento, y en España casi a la mitad de la población), es una bomba de relojería para la izquierda. Mientras el poder real impulsa la precariedad laboral, la limitación de los salarios, el recorte de las conquistas del Estado del bienestar, e incluso acomete reformas fiscales que son una transferencia de recursos ciudadanos hacia la empresa privada, crece el clientelismo político y la transformación de la vida social en espectáculo. Así, la izquierda ha devenido en gran parte una empresa para conseguir puestos de trabajo: solamente en Italia, se ha calculado que unas cuatrocientas treinta mil personas viven directamente de la política (desde diputados hasta consejeros comunales, pasando por asesores diversos). Al tiempo, la honradez, la ética personal, el desinterés y la camaradería, la solidaridad reciben un tratamiento despectivo y burlón.
Sin embargo, las apelaciones de los laboratorios ideológicos del liberalismo a un “mundo nuevo” donde supuestamente no tendrían cabida ni sentido muchas de las viejas ideas del movimiento obrerista, muchas de las reivindicaciones históricas de los trabajadores, son apenas pobres vestiduras para justificar el estímulo, a veces el chantaje, a las organizaciones de izquierda para que abandonen las ideas socialistas. Pero también es cierto que el mundo ha cambiado (¿cuándo no lo ha hecho?), y que hay que renovar el lenguaje, algunas ideas y la forma de acceder y gestionar el poder.
La crisis de la democracia liberal representativa nos pone ante los límites de la acción de la izquierda en las instituciones. Una parte de la izquierda ha caído en la trampa de la actuación casi exclusiva en los templos del poder (en el palazzo, como dicen los italianos), justificándolo con el impulso y la hipotética gestión de conquistas sociales (que, en los últimos años, han sido muy escasas, cuando no se han convertido en dentelladas a los derechos populares) para los trabajadores, que, sin embargo, se alejan de sus representantes y rompen con la política. En el fondo, tal vez fluya la desconfianza ciudadana hacia la posibilidad real de gestionar cambios sociales significativos desde las instituciones del régimen liberal. Hay que volver a pensar el binomio movimiento social—representación política y, probablemente, centrar los esfuerzos en las luchas populares en la movilización, y, secundariamente, en las instituciones.
Para ello, la relación con los movimientos sociales es fundamental. Los diputados y representantes de izquierda deben ser los portavoces de las necesidades populares, y deben permanecer en relación constante con el movimiento obrero y social. Deben llevar la voz obrera al palazzo y no al revés. Y, en esa tesitura, deben combatir la manipulación de fenómenos como la inmigración, el terrorismo, las cuestiones nacionalistas, que son un campo minado para la izquierda, que ha sido incapaz de situarlas en un contexto social, en el marco del enfrentamiento entre la derecha capitalista y la izquierda.
13. La revolución social es una necesidad histórica vital, imprescindible para evitar la catástrofe en el planeta, pero la izquierda europea se enfrenta al descrédito del concepto de revolución, aunque ésta sea una idea poderosa, y debe hacer frente a las ideas simples, propias de la sociedad del espectáculo, que arraigan entre grandes capas sociales. En Italia, en Alemania, en Rusia, se hace referencia a la crisis de la izquierda y a la necesidad de interrogarse sobre el comunismo del siglo XX. Hay que hacerlo. También, como ha dicho recientemente Serguei Kara-Murza calificándolo como un gran error, hay que reflexionar sobre por qué una parte de la izquierda europea recibió la desaparición de la URSS “casi con aplausos”. Porque, pese al autoritarismo soviético y las serias deficiencias sociales, la desaparición de la URSS fue una catástrofe para todos los trabajadores del mundo. No hay que temer a las palabras: el mundo está en una situación límite, y el socialismo es la apuesta más sensata para la humanidad.
14. La cuestión de la propiedad es central. Una nueva civilización no será posible si no es sobre la base de una propiedad colectiva, aunque diversa, y con participación y mecanismos democráticos. También, es vital la cultura, la instrucción. Es imprescindible que la izquierda vuelva a tejer una red de complicidades culturales, vuelva a actualizar, con los recursos del siglo XXI, los ateneos obreros, los centros de discusión, artísticos y de ocio, de socialización de la experiencia vital, de la camaradería, de la vida. Porque la televisión dominada por el poder tiene dentro a un fascista que empuja a los ciudadanos a la degradación, al embrutecimiento, a la enajenación. Puede parecer radical, pero es imprescindible: hay que asaltar las televisiones, acosar a los mercaderes de la miseria cultural, del fanatismo deportivo, hay que denunciar a los gestores de la bazofia televisiva, gestionar el sabotaje a la cultura basura —¿por qué no alguna batucada, por ejemplo, para empezar, señalando a los patronos y los capataces de la degradación?—, por mucho que esos programas cuenten con millones de seguidores esclavizados, consumidores pasivos de los detritus del sistema.
La mundialización no puede basarse en la privatización de la propiedad, en el ataque a las conquistas sociales, en la creación de ventajas para las grandes compañías multinacionales, en la transferencia de recursos desde países pobres a ricos, y, en el interior de cada país, desde los sectores más débiles hasta los más poderosos, sino en la búsqueda de la solidaridad, de la justicia en las relaciones internacionales, del socialismo.
La paradoja. El final del predominio norteamericano en las relaciones internacionales, que se anuncia en el horizonte, y la crisis de la globalización neoliberal, abren grandes oportunidades para los desposeídos del mundo, para los trabajadores de las áreas industriales y las zonas desarrolladas del planeta; pero también son un riesgo: el capitalismo puede metabolizar la crisis actual, desarbolando al mismo tiempo a la izquierda. Quince años después de la desaparición de la URSS, la injusticia y la explotación continúan gobernando el planeta, y los famosos “dividendos de la paz” se han revelado una sucia mentira. Otra mentira más. La loca carrera por el beneficio a cualquier precio, la rapiña como principio rector de las relaciones internacionales (acompañada de la retórica del comercio como motor del desarrollo que siguen recitando las instituciones y los gobiernos), la lógica de la fuerza, la limitación de la libertad, la persistencia del hambre, la destrucción de los ecosistemas, la corrupción rampante de las grandes compañías multinacionales y gobiernos que no dudan en recurrir al soborno, a la delincuencia, al maridaje con el crimen organizado a través de las cloacas del sistema que reciclan hasta el dinero de la extorsión y la esclavitud, el impulso de nuevas guerras, la reformulación de un nuevo imperialismo que no duda en recurrir al exterminio de centenares de miles de ciudadanos inocentes en guerras de expolio y escarmiento, todo ello, exige una izquierda decidida, revolucionaria. La paradoja es que en el momento en que son más necesarias que nunca políticas y programas anticapitalistas, de claro contenido socialista, la izquierda europea sigue viviendo en el pasado, temiendo por su propio futuro, atenazada por el miedo al vacío, por la reclusión, por el fracaso. Hay que arrebatar a la derecha la bandera de los derechos humanos, de la seguridad y de la libertad, que con tanto cinismo (y tanta eficacia) está utilizando. El capitalismo es inseguro, pero ha conseguido hacer creer a buena parte de la población que no estamos aquí para corregir la injusticia, sino para acostumbrarnos a ella.
Por eso, una de las cuestiones centrales que la izquierda debe plantearse es la búsqueda de una nueva civilización. Hay que tener ideales, como decían los viejos dirigentes del movimiento obrero, pero también pautas de conducta, y hay que crear un nuevo discurso capaz de enfrentarse al del capital. En esta encrucijada, uno de los riesgos más graves de nuestro momento histórico es que Estados Unidos pretenda detener su relativa y constante decadencia con el recurso a una guerra generalizada, que pondría al mundo frente a una catástrofe de consecuencias imprevisibles. Guerras sanguinarias, como las de Yugoslavia, Afganistán e Iraq, han sido iniciadas en los últimos años por los órganos rectores del capitalismo mundial, que pone así de manifiesto su cerrada determinación, y debe recordarse que tanto el gobierno Clinton como el de George W. Bush han insistido en que “el único país imprescindible del mundo son los Estados Unidos”. En ese enunciado está la rotunda convicción de Washington y del capitalismo dominante, y en él hay una clara amenaza para el resto del mundo: la devastación es posible. Pero no todo está perdido, porque la deconstrucción del capitalismo es, además de necesaria, posible.
1. En este capitalismo tardío —con su capacidad para desagregar y atomizar a los ciudadanos, con su eficaz intervención cultural sobre las clases sociales, cruzadas por numerosas identidades e intereses, y, específicamente, sobre la clase obrera— la izquierda europea vive todavía en el tiempo de la explosión, del estallido que siguió a la desaparición de la URSS. Hoy podemos ver con perspectiva el gran error de aquellos que, desde la izquierda, saludaron el colapso soviético con el argumento de que la existencia de la URSS era una losa que impedía el avance de la izquierda, en Europa y en el mundo. En realidad, los acontecimientos de 1991 fueron una derrota de enormes proporciones históricas, a la que hay poner fin. Puede considerarse que, en toda Europa, los últimos tres lustros han sido años perdidos, que han traído la reducción del poder social de los trabajadores y, en la práctica, el abandono de la mayoría de los proyectos de cambio social. Tal vez los últimos coletazos del miedo, de la interiorización de la derrota, se estén viviendo ahora.
2. En los últimos meses, la derecha ha ganado las elecciones en Francia, Alemania, Polonia, Austria, Suecia, Finlandia, Holanda. A su vez, los socialdemócratas se baten en retirada. Los comunistas, que en Francia, Italia y España sufren embates de esa crisis existencial, siguen divididos entre quienes articularon un Partido de la Izquierda Europea (como españoles, franceses o italianos) y quienes prefirieron quedarse al margen, como griegos o portugueses. El Partido de la Izquierda europea no ha podido superar las dificultades fruto de la forzosa ambigüedad ideológica: es probable que hubiese sido más útil crear una coordinación europea y no un partido. ¿Debería crearse un Partido Comunista europeo? Creo que sí, y también instancias de dirección y coordinación internacional estables. Por su parte, la izquierda radical (o extrema izquierda, como se denominaba antaño) ha desaparecido en muchos países, con notables excepciones, como en Francia. De manera que la situación en las filas de la izquierda es de crisis generalizada e incluso de abandono. Aun así, surgen propuestas, aún embrionarias, como la de una confederación de organizaciones de izquierda (¿qué eran los Frentes Populares sino una conjunción de fuerzas progresistas para hacer frente al fascismo?), y otras. En esa dirección, las ideas de Samir Amin y su apuesta por la Quinta Internacional deberían tenerse en consideración.
3. La derecha, los medios de comunicación, una parte de la izquierda que se siente derrotada o desencantada, e incluso una parte de la izquierda antisistema, todos parecen conspirar para culminar la demolición de la izquierda histórica que hemos conocido hasta hoy. ¿Con qué objetivo? Sin duda, no existen coincidencias entre la derecha, la izquierda que se hace liberal y la izquierda radical, pero para no repetir errores habría que tentarse la ropa antes de colaborar en el deterioro de organizaciones históricas de la izquierda. De la destrucción a veces surge lo nuevo, pero, frecuentemente, se instala el hastío, el abandono, la derrota. ¿Quiere una parte de la extrema izquierda o de la izquierda que trabaja extramuros de las instituciones parlamentarias y representativas llegar a un panorama como el norteamericano, que no dispone de una izquierda real, operativa políticamente? ¿Es eso conveniente?
4. La izquierda, toda la izquierda, tiene inoculado el veneno de la división, y con ese equipaje enfrenta mal el futuro. Se aprecia en España: existen grupos que desean la desaparición de Izquierda Unida e incluso del PCE, convencidos de que ello redundará en beneficio de la lucha social y de una perspectiva revolucionaria. Es una posibilidad, pero no hay que olvidar la otra: que esos grupos contribuyan, inadvertidamente, a la voladura del espacio político de la izquierda. Ese panorama político es el que viven los trabajadores en Gran Bretaña o en Estados Unidos (países que, no por casualidad, son los adalides del nuevo liberalismo depredador), donde existe un a veces vigoroso movimiento social que carece de articulación política. Esa atomizada izquierda crítica, que a veces plantea cuestiones relevantes, debería ser consciente de que todas las organizaciones y sectores de la izquierda son necesarios para crear el contradiscurso al liberalismo. Bertolt Brecht nos dijo que el partido tiene mil ojos, y hay que conseguir que vuelvan a trabajar juntos; además, hay que poner freno a la pérdida de energía en batallas estériles que azota a la izquierda social.
5. La extraordinaria diversidad de los grupos que se reclaman de la izquierda, que tienen identidad contraria al liberalismo, que se definen anticapitalistas, es una de las dimensiones del fracaso (o de las insufienciencias) de la izquierda política. Existen miles de grupos sin conexión entre sí, útiles, pero aislados. Para el capitalismo real, nada mejor que esa gran diversidad, ese radicalismo que a veces se agota en el combate contra otras expresiones de la izquierda, ese estéril antagonismo sobre el que resulta fácil reinar. La crisis puede hacer aflorar otros peligros: si a finales del siglo XIX los propagandistas de la Fabian Society procuraban infiltrarse en el Partido Liberal británico, como hicieron después los trotskistas en muchos partidos socialdemocrátas, ahora puede aparecer la tentación de ingresar en esos Partidos Democráticos que se anuncian. Sería una vía muerta, como puede comprobarse en la evolución de quienes optaron por ella en los Estados Unidos.
6. Los errores de las fuerzas de izquierda deben ser reputados como tales, y no como la prueba de la traición. En Italia, por ejemplo, Rifondazione Comunista ha cometido en los últimos meses gruesos errores, fruto de las hipotecas de su participación en el gobierno Prodi, pero la izquierda social no debería empujar a ese partido hacia la moderación. Hoy, la desaparición de Democratici de Sinistra, la vieja operación de quienes liquidaron el Partido Comunista Italiano, cierra un espejismo en el que se perdieron una parte significativa de las fuerzas de la izquierda comunista. Porque la disolución del PCI fue más que una tragedia: fue un enorme error. El Partido Democrático que ahora quieren alumbrar D’Alema, Fassino, Rutelli, Veltroni, ni siquiera pretende ser de izquierda, y su deriva le lleva a suscribir (entre otras cosas) la aceleración de la carrera armamentista en Europa, aceptando el despliegue del escudo antimisiles norteamericano en Polonia y Chequia. Es de perogrullo, pero debe repetirse: hay que utilizar los errores para aprender de ellos y no para contribuir al deterioro de organizaciones de izquierda.
7. El sectarismo es un recurso inútil, además de nocivo. Por eso, no deja de sorprender, después de todo lo que ha llovido, que algunos sectores de izquierda tengan mayor aversión entre sí, que la que muestran hacia la derecha política. Hay demasiados grupos que otorgan certificados de pureza revolucionaria, mientras se combaten entre sí, anulándose, de forma que dedican más esfuerzo al combate fratricida que a la lucha social. Lo sensato sería que todos, manteniendo si lo desean sus propias organizaciones, fueran capaces de encontrar un terreno común de acción, como ocurrió con ocasión del inicio de la agresión norteamericana contra Iraq, o como podría hacerse, en España, contra la especulación inmobiliaria, la rampante corrupción empresarial, los retrocesos salariales, los accidentes de trabajo, la exigencia de la República, etc, por citar algunas cuestiones. En Europa urge una coordinación concreta para evitar el desmantelamiento de las conquistas sociales (en Alemania ya se ha aumentado la edad de jubilación), que se plasme en acciones movilizadoras, sociales, parlamentarias.
8. Es tiempo de paradojas. Cuando por todas partes se anuncia el estallido de la crisis de este capitalismo tardío, que ha vendido un imaginario de éxito que es radicalmente falso, la izquierda europea recorre aún los caminos de la derrota, de la improvisación, de la diáspora ideológica, de la confusión. Los socialistas (o socialdemócratas) tras el previsible y triste fin de la tercera vía de Blair y Giddens, son tentados por las sirenas del Partido Demócrata, según los parámetros de Clinton. Los comunistas siguen divididos entre la tentación del aggiornamento a la francesa o del discurso griego o portugués. Otro sector, con particular influencia en España (en la dirección de Izquierda Unida) cree que el futuro reside en la articulación de una izquierda verde, más o menos radical. Por su parte, los verdes europeos retroceden y son absorbidos en gran parte por el discurso del poder (aunque las preocupaciones ambientalistas y ecológicas sigan siendo muy importantes y la izquierda deba insistir en ellas). A su vez, otra parte de la izquierda, la que convencionalmente se ha llamado extrema izquierda, atomizada en múltiples grupos, continúa demasiado tentada por el discurso resistencial, disparando contra todo lo que se mueve, entonando a veces una política irrelevante que en muchas ocasiones sirve, más que para combatir a la derecha, para debilitar a los partidos comunistas.
9. La izquierda europea sigue sin ser consciente de la dimensión internacional de la crisis del capitalismo, pese a la retórica con que adornan análisis y documentos. Las últimas iniciativas de relieve (el lanzamiento del New Labour en Gran Bretaña por Blair, y la creación del Partito Democratici di Sinistra en Italia) han acabado en la peor de las hipótesis: en un caso, liquidando las promesas sin avergonzarse: recuérdese que Achille Ochetto justificó el cambio de piel del viejo PCI “para llegar al poder y transformar Italia”. No han conseguido ni una cosa, ni la otra, porque el poder ha seguido en manos de la vieja oligarquía, y el empeño de transformar Italia ha quedado olvidado, arrinconado en el trastero de los sueños perdidos. Ochetto, D’Alema y Fassino no transformaron Italia, pero el error los transformó a ellos mismos. A su vez, el New Labour, pese a algunas formulaciones que parecían de interés, ha naufragado en el viejo liberalismo, en los fuegos de artificio y en las aventuras imperiales de Washington. La tercera vía era una vía muerta, más cercana al conservadurismo británico (repárese en la insistencia del laborismo de Blair en la flexibilidad laboral y en conseguir la limitación de los salarios) que a la ambición de hacer avanzar el socialismo y cambiar el mundo.
No hay que alegrarse por la deriva de la socialdemocracia. En su interior siguen conviviendo dos almas: una, liberal; otra, socialdemócrata. El resto de la izquierda debería trabajar por atraer hacia posturas de cambio social a ese sector que se reconoce en la historia de los partidos socialistas y no empujarlo hacia posiciones liberales. Porque no hay nada peor que el sectarismo acompañado por la torpeza estratégica.
10. Lo que ha dado en llamarse “las dos izquierdas”, es decir, una izquierda moderada, socialista o socialdemócrata, y otra comunista, o radical, corre el riesgo de desaparecer ante el vértigo que aqueja a algunos dirigentes y organizaciones. En Italia, Democratici di Sinistra y la Margherita democristiana, confluyen en un Partito Democrático que poco tiene ya que ver con la izquierda histórica, pese a las declaraciones de sus dirigentes. Walter Veltroni, que se postula como nuevo dirigente, hizo una solemne declaración en Lingotto, en el Torino del movimiento obrero, (“Una Italia unida, moderna y justa”) reclamando la renovación, la modernización, exigiendo lo nuevo en la política italiana y europea, pero fue clamorosa la ausencia de ideas y propuestas para llevarla a cabo. Veltroni reclama modernidad, pero no sabe en qué consiste. Por si las alarmas fueran pocas, Veltroni hizo propuestas similares a las que realizan la patronal italiana y las instituciones del sistema, como el Banco de Italia. También en Rifondazione Comunista aparecen problemas ante la apuesta por una Sinistra Europea que supondría la transformación hacia un partido socialista junto con los sectores de Democratici di Sinistra que impugnan el nacimiento del Partido Democrático.
En Alemania, la unidad entre el PDS y el partido de Lafontaine tiene bases diferentes, y se reclama del socialismo democrático (que no de la socialdemocracia), pero la operación tiene también riesgos. En Francia, la secretaria nacional del Partido Comunista, Marie-George Buffet, cree que debe cuestionarse todo, y, por su parte, el Partido Socialista, se debate entre la apertura al centro de Royal y el deslizamiento hacia el liberalismo, aunque se mantienen áreas del discurso tradicional socialdemócrata. A su vez, la LCR francesa propone la construcción de un nuevo partido anticapitalista, planteando algunas ideas no carentes de interés.
En Rusia —donde Mijail Gorbachov creó un Partido Socialdemócrata ruso (SDPR) en 2002, que ho ha conseguido arraigar—, todas las expresiones de izquierda, moderada o radical, tienen una mínima influencia en el país. La excepción es el Partido Comunista ruso, que, pese a la hostilidad del poder, ayer de Yeltsin y hoy de Putin, que ha llegado a crear partidos con recursos millonarios para limitar la influencia electoral de los comunistas, continúa siendo el gran partido de izquierda del país. En el resto de la antigua URSS la situación es muy diversa, llegando incluso a la prohibición directa del Partido Comunista, como en Letonia, país que hoy forma parte de la Unión Europea.
En España, pese a la supuesta fortaleza del PSOE, más aparente que real, dirigentes como Pasqual Maragall están impulsando en Europa (y, por añadidura, en España) el proyecto de un Partido Demócrata, similar al norteamericano. Al parecer, Maragall argumenta que todos los partidos socialistas europeos se inclinan por impulsar ese proceso, por lo que concluye que es urgente que en España se inicie también, para poder tomar posiciones en el nuevo Partido Demócrata Europeo.
11. La ideología liberal ha impregnado grandes capas de la población, también entre los trabajadores, a través de una apuesta cultural “apolítica” que trabaja para mantener fuera del debate y la acción política a la gran mayoría de los ciudadanos. Es urgente combatir ese liberalismo que se presenta como portador de ideas de “sentido común”: desde la búsqueda del beneficio individual hasta la manipulación de temores religiosos, identitarios o de seguridad civil, llegando incluso a impulsar un peligroso nihilismo social. Juega, también, con la supuesta “muerte de las ideologías”, que es una completa falacia: con ese lema propagandístico se pretende hacer creer que ya no existen, para conseguir así la renuncia de los excluídos a su imaginario histórico y sus organizaciones; y con la cruz de la derrota con la que ha adornado eficazmente a los movimientos emancipatorios. Incluso ha calado la idea de que ha desaparecido la clase obrera. Aunque, si bien es cierto que las formas de trabajo han cambiado, los asalariados son más numerosos que nunca, y el fenómeno de la precarización en el trabajo exige una firme política anticapitalista, y no un aggiornamento moderado de los partidos de izquierda. Porque el aggiornamento, la puesta al día, es entendido con demasiada frecuencia como la moderación del discurso, la renuncia a la construcción del socialismo, la dejación los objetivos históricos del movimiento obrerista.
12. La crisis de la política, que en muchos países se concreta en una gran abstención electoral (en Polonia llega al sesenta por ciento, y en España casi a la mitad de la población), es una bomba de relojería para la izquierda. Mientras el poder real impulsa la precariedad laboral, la limitación de los salarios, el recorte de las conquistas del Estado del bienestar, e incluso acomete reformas fiscales que son una transferencia de recursos ciudadanos hacia la empresa privada, crece el clientelismo político y la transformación de la vida social en espectáculo. Así, la izquierda ha devenido en gran parte una empresa para conseguir puestos de trabajo: solamente en Italia, se ha calculado que unas cuatrocientas treinta mil personas viven directamente de la política (desde diputados hasta consejeros comunales, pasando por asesores diversos). Al tiempo, la honradez, la ética personal, el desinterés y la camaradería, la solidaridad reciben un tratamiento despectivo y burlón.
Sin embargo, las apelaciones de los laboratorios ideológicos del liberalismo a un “mundo nuevo” donde supuestamente no tendrían cabida ni sentido muchas de las viejas ideas del movimiento obrerista, muchas de las reivindicaciones históricas de los trabajadores, son apenas pobres vestiduras para justificar el estímulo, a veces el chantaje, a las organizaciones de izquierda para que abandonen las ideas socialistas. Pero también es cierto que el mundo ha cambiado (¿cuándo no lo ha hecho?), y que hay que renovar el lenguaje, algunas ideas y la forma de acceder y gestionar el poder.
La crisis de la democracia liberal representativa nos pone ante los límites de la acción de la izquierda en las instituciones. Una parte de la izquierda ha caído en la trampa de la actuación casi exclusiva en los templos del poder (en el palazzo, como dicen los italianos), justificándolo con el impulso y la hipotética gestión de conquistas sociales (que, en los últimos años, han sido muy escasas, cuando no se han convertido en dentelladas a los derechos populares) para los trabajadores, que, sin embargo, se alejan de sus representantes y rompen con la política. En el fondo, tal vez fluya la desconfianza ciudadana hacia la posibilidad real de gestionar cambios sociales significativos desde las instituciones del régimen liberal. Hay que volver a pensar el binomio movimiento social—representación política y, probablemente, centrar los esfuerzos en las luchas populares en la movilización, y, secundariamente, en las instituciones.
Para ello, la relación con los movimientos sociales es fundamental. Los diputados y representantes de izquierda deben ser los portavoces de las necesidades populares, y deben permanecer en relación constante con el movimiento obrero y social. Deben llevar la voz obrera al palazzo y no al revés. Y, en esa tesitura, deben combatir la manipulación de fenómenos como la inmigración, el terrorismo, las cuestiones nacionalistas, que son un campo minado para la izquierda, que ha sido incapaz de situarlas en un contexto social, en el marco del enfrentamiento entre la derecha capitalista y la izquierda.
13. La revolución social es una necesidad histórica vital, imprescindible para evitar la catástrofe en el planeta, pero la izquierda europea se enfrenta al descrédito del concepto de revolución, aunque ésta sea una idea poderosa, y debe hacer frente a las ideas simples, propias de la sociedad del espectáculo, que arraigan entre grandes capas sociales. En Italia, en Alemania, en Rusia, se hace referencia a la crisis de la izquierda y a la necesidad de interrogarse sobre el comunismo del siglo XX. Hay que hacerlo. También, como ha dicho recientemente Serguei Kara-Murza calificándolo como un gran error, hay que reflexionar sobre por qué una parte de la izquierda europea recibió la desaparición de la URSS “casi con aplausos”. Porque, pese al autoritarismo soviético y las serias deficiencias sociales, la desaparición de la URSS fue una catástrofe para todos los trabajadores del mundo. No hay que temer a las palabras: el mundo está en una situación límite, y el socialismo es la apuesta más sensata para la humanidad.
14. La cuestión de la propiedad es central. Una nueva civilización no será posible si no es sobre la base de una propiedad colectiva, aunque diversa, y con participación y mecanismos democráticos. También, es vital la cultura, la instrucción. Es imprescindible que la izquierda vuelva a tejer una red de complicidades culturales, vuelva a actualizar, con los recursos del siglo XXI, los ateneos obreros, los centros de discusión, artísticos y de ocio, de socialización de la experiencia vital, de la camaradería, de la vida. Porque la televisión dominada por el poder tiene dentro a un fascista que empuja a los ciudadanos a la degradación, al embrutecimiento, a la enajenación. Puede parecer radical, pero es imprescindible: hay que asaltar las televisiones, acosar a los mercaderes de la miseria cultural, del fanatismo deportivo, hay que denunciar a los gestores de la bazofia televisiva, gestionar el sabotaje a la cultura basura —¿por qué no alguna batucada, por ejemplo, para empezar, señalando a los patronos y los capataces de la degradación?—, por mucho que esos programas cuenten con millones de seguidores esclavizados, consumidores pasivos de los detritus del sistema.
La mundialización no puede basarse en la privatización de la propiedad, en el ataque a las conquistas sociales, en la creación de ventajas para las grandes compañías multinacionales, en la transferencia de recursos desde países pobres a ricos, y, en el interior de cada país, desde los sectores más débiles hasta los más poderosos, sino en la búsqueda de la solidaridad, de la justicia en las relaciones internacionales, del socialismo.
La paradoja. El final del predominio norteamericano en las relaciones internacionales, que se anuncia en el horizonte, y la crisis de la globalización neoliberal, abren grandes oportunidades para los desposeídos del mundo, para los trabajadores de las áreas industriales y las zonas desarrolladas del planeta; pero también son un riesgo: el capitalismo puede metabolizar la crisis actual, desarbolando al mismo tiempo a la izquierda. Quince años después de la desaparición de la URSS, la injusticia y la explotación continúan gobernando el planeta, y los famosos “dividendos de la paz” se han revelado una sucia mentira. Otra mentira más. La loca carrera por el beneficio a cualquier precio, la rapiña como principio rector de las relaciones internacionales (acompañada de la retórica del comercio como motor del desarrollo que siguen recitando las instituciones y los gobiernos), la lógica de la fuerza, la limitación de la libertad, la persistencia del hambre, la destrucción de los ecosistemas, la corrupción rampante de las grandes compañías multinacionales y gobiernos que no dudan en recurrir al soborno, a la delincuencia, al maridaje con el crimen organizado a través de las cloacas del sistema que reciclan hasta el dinero de la extorsión y la esclavitud, el impulso de nuevas guerras, la reformulación de un nuevo imperialismo que no duda en recurrir al exterminio de centenares de miles de ciudadanos inocentes en guerras de expolio y escarmiento, todo ello, exige una izquierda decidida, revolucionaria. La paradoja es que en el momento en que son más necesarias que nunca políticas y programas anticapitalistas, de claro contenido socialista, la izquierda europea sigue viviendo en el pasado, temiendo por su propio futuro, atenazada por el miedo al vacío, por la reclusión, por el fracaso. Hay que arrebatar a la derecha la bandera de los derechos humanos, de la seguridad y de la libertad, que con tanto cinismo (y tanta eficacia) está utilizando. El capitalismo es inseguro, pero ha conseguido hacer creer a buena parte de la población que no estamos aquí para corregir la injusticia, sino para acostumbrarnos a ella.
Por eso, una de las cuestiones centrales que la izquierda debe plantearse es la búsqueda de una nueva civilización. Hay que tener ideales, como decían los viejos dirigentes del movimiento obrero, pero también pautas de conducta, y hay que crear un nuevo discurso capaz de enfrentarse al del capital. En esta encrucijada, uno de los riesgos más graves de nuestro momento histórico es que Estados Unidos pretenda detener su relativa y constante decadencia con el recurso a una guerra generalizada, que pondría al mundo frente a una catástrofe de consecuencias imprevisibles. Guerras sanguinarias, como las de Yugoslavia, Afganistán e Iraq, han sido iniciadas en los últimos años por los órganos rectores del capitalismo mundial, que pone así de manifiesto su cerrada determinación, y debe recordarse que tanto el gobierno Clinton como el de George W. Bush han insistido en que “el único país imprescindible del mundo son los Estados Unidos”. En ese enunciado está la rotunda convicción de Washington y del capitalismo dominante, y en él hay una clara amenaza para el resto del mundo: la devastación es posible. Pero no todo está perdido, porque la deconstrucción del capitalismo es, además de necesaria, posible.
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