Turquía: relaciones con Siria y nuevos intereses en Oriente Medio
Desde hace algunos años está teniendo lugar una aproximación entre Ankara y Damasco, que viene a sustituir a las fricciones que caracterizaron a la década de los 90. Turquía tiene que hacer frente ahora a nuevos problemas regionales, muchos de los cuales son consecuencia de la invasión estadounidense de Irak y sus repercusiones. Damasco necesita aliados fuertes en el área para poder contrarrestar el aislamiento al que se ha visto sometida a causa de sus decisiones en política exterior. Además, el papel de Turquía es fundamental para mantener viva la economía y el comercio exterior de Siria. Por último, en esta relación confluyen importantes intereses de carácter estratégico y energético.
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Stefano Torelli
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Desde 1998 a los últimos acuerdos
Parecen quedar muy lejos los días en los que Ankara distribuía tropas de su ejército a lo largo de la frontera con Siria, decidida a resolver militarmente la crisis ocasionada por el apoyo otorgado por el régimen de Assad a los guerrilleros kurdos del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán). Esta cuestión se resolvió después de la expulsión de suelo sirio del presidente del PKK, Abdullah Ocalan, quien más tarde sería capturado en Nairobi gracias a la colaboración de la CIA y del Mossad. De hecho, este acontecimiento podría considerarse como el principio de una nueva relación entre ambos países, en la que las tensiones y la desconfianza de antaño (Assad, abrumado por la alianza estratégica entre Ankara y Jerusalén, entonces mucho más consolidada que ahora, trató siempre de chantajear a Turquía apoyando al PKK), dieron paso al desarrollo de perspectivas e intereses comunes. Desde entonces, también la situación en Oriente Medio ha evolucionado de forma dramática a causa, entre otras cosas, del estallido de la segunda intifada, los atentados terroristas del 11 de septiembre y las expediciones militares en Afganistán e Irak. Además, las relaciones de fuerza existentes en la región se han transformado durante estos años. Al mismo tiempo, la cooperación entre Israel y Turquía ha ido perdiendo peso y la actitud de Ankara respecto a Estados Unidos y, en consecuencia, las directrices de su política en Oriente Medio, han experimentado importantes modificaciones. Finalmente, el país ha conseguido mayor estabilidad gracias al partido islámico reformista de Erdogan y a las reformas económicas llevadas a cabo por éste, gracias a las cuales se han obtenido rendimientos de alto nivel. Prueba de ello es el ritmo de crecimiento del PIB, que se ha incrementado anualmente en un 5-7%. Este tipo de decisiones influyeron sin lugar a dudas en la reciente reelección del Primer Ministro, que obtuvo unos resultados que superaron todas las expectativas, y en la consolidación de su posición política.
Durante estos años el régimen de Damasco ha debido hacer frente también a un periodo de crisis, que culminó con la retirada del Líbano después de que se produjese el atentado que causó la muerte de Rafiq Hariri y de que, como consecuencia de esto, estallase, en el verano de 2006, la guerra entre Israel y Hezbolá. Esta crisis ha estado marcada también por el recrudecimiento de las relaciones con Washington, debido, entre otras cosas, a la aproximación a los Ayatolás de Teherán. En cualquier caso, la reciente visita de Bashar al-Assad a Turquía es una muestra de la renovada colaboración que existe entre ambos países y que afecta sobre todo a cuestiones de naturaleza estratégico-militar, económica y de gestión de los recursos. En concreto se están reforzando notablemente las relaciones económicas bilaterales, marcadas por el desarrollo, por parte de Turquía, de proyectos de inversión a largo plazo en Siria. Esto constituye sin duda una señal de la voluntad que posee Ankara de mantener activas las buenas relaciones con Damasco de cara al futuro. Actualmente Turquía es el principal inversor exterior en Siria, en donde desarrolla más de 30 proyectos, la mayoría industriales, cuyo volumen de negocio alcanza un total que gira en torno a los 800 millones de dólares y que podrían fomentar en los próximos años el crecimiento de la industria de Damasco. Se encuentra en vías de preparación un acuerdo de libre comercio que podría incrementar el volumen de los intercambios hasta en un 20%. Estos intercambios han alcanzado en el último año la cifra de los mil millones de dólares (en los años 90 el valor medio de los intercambios alcanzó tan sólo los 300 millones de dólares anuales), que se distribuyen en 1/3 de exportaciones desde Siria hacia Turquía y en 2/3 desde Ankara hacia Damasco.
A pesar del apoyo concedido a Hezbolá y a Hamás, de la relación de privilegio que posee con Irán y de las recientes acusaciones de colaboración con Corea del Norte en el desarrollo de un proyecto nuclear, Siria parece estar aún muy lejos de encontrarse realmente aislada. En 2006 creció el volumen de su comercio en un 12% con respecto al año anterior, superando el umbral de los 20.000 millones de dólares repartidos entre exportaciones e importaciones. Conviene subrayar además que las exportaciones han experimentado un crecimiento de cerca del 19%, mientras que las importaciones han crecido en torno a un 5%. Otro dato significativo es el que apunta a su progresiva independencia de las rentas petrolíferas, que durante la última década constituían un 65% del total de las exportaciones, mientras que ahora el porcentaje ha descendido a un 40%.
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Stefano Torelli
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Desde 1998 a los últimos acuerdos
Parecen quedar muy lejos los días en los que Ankara distribuía tropas de su ejército a lo largo de la frontera con Siria, decidida a resolver militarmente la crisis ocasionada por el apoyo otorgado por el régimen de Assad a los guerrilleros kurdos del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán). Esta cuestión se resolvió después de la expulsión de suelo sirio del presidente del PKK, Abdullah Ocalan, quien más tarde sería capturado en Nairobi gracias a la colaboración de la CIA y del Mossad. De hecho, este acontecimiento podría considerarse como el principio de una nueva relación entre ambos países, en la que las tensiones y la desconfianza de antaño (Assad, abrumado por la alianza estratégica entre Ankara y Jerusalén, entonces mucho más consolidada que ahora, trató siempre de chantajear a Turquía apoyando al PKK), dieron paso al desarrollo de perspectivas e intereses comunes. Desde entonces, también la situación en Oriente Medio ha evolucionado de forma dramática a causa, entre otras cosas, del estallido de la segunda intifada, los atentados terroristas del 11 de septiembre y las expediciones militares en Afganistán e Irak. Además, las relaciones de fuerza existentes en la región se han transformado durante estos años. Al mismo tiempo, la cooperación entre Israel y Turquía ha ido perdiendo peso y la actitud de Ankara respecto a Estados Unidos y, en consecuencia, las directrices de su política en Oriente Medio, han experimentado importantes modificaciones. Finalmente, el país ha conseguido mayor estabilidad gracias al partido islámico reformista de Erdogan y a las reformas económicas llevadas a cabo por éste, gracias a las cuales se han obtenido rendimientos de alto nivel. Prueba de ello es el ritmo de crecimiento del PIB, que se ha incrementado anualmente en un 5-7%. Este tipo de decisiones influyeron sin lugar a dudas en la reciente reelección del Primer Ministro, que obtuvo unos resultados que superaron todas las expectativas, y en la consolidación de su posición política.
Durante estos años el régimen de Damasco ha debido hacer frente también a un periodo de crisis, que culminó con la retirada del Líbano después de que se produjese el atentado que causó la muerte de Rafiq Hariri y de que, como consecuencia de esto, estallase, en el verano de 2006, la guerra entre Israel y Hezbolá. Esta crisis ha estado marcada también por el recrudecimiento de las relaciones con Washington, debido, entre otras cosas, a la aproximación a los Ayatolás de Teherán. En cualquier caso, la reciente visita de Bashar al-Assad a Turquía es una muestra de la renovada colaboración que existe entre ambos países y que afecta sobre todo a cuestiones de naturaleza estratégico-militar, económica y de gestión de los recursos. En concreto se están reforzando notablemente las relaciones económicas bilaterales, marcadas por el desarrollo, por parte de Turquía, de proyectos de inversión a largo plazo en Siria. Esto constituye sin duda una señal de la voluntad que posee Ankara de mantener activas las buenas relaciones con Damasco de cara al futuro. Actualmente Turquía es el principal inversor exterior en Siria, en donde desarrolla más de 30 proyectos, la mayoría industriales, cuyo volumen de negocio alcanza un total que gira en torno a los 800 millones de dólares y que podrían fomentar en los próximos años el crecimiento de la industria de Damasco. Se encuentra en vías de preparación un acuerdo de libre comercio que podría incrementar el volumen de los intercambios hasta en un 20%. Estos intercambios han alcanzado en el último año la cifra de los mil millones de dólares (en los años 90 el valor medio de los intercambios alcanzó tan sólo los 300 millones de dólares anuales), que se distribuyen en 1/3 de exportaciones desde Siria hacia Turquía y en 2/3 desde Ankara hacia Damasco.
A pesar del apoyo concedido a Hezbolá y a Hamás, de la relación de privilegio que posee con Irán y de las recientes acusaciones de colaboración con Corea del Norte en el desarrollo de un proyecto nuclear, Siria parece estar aún muy lejos de encontrarse realmente aislada. En 2006 creció el volumen de su comercio en un 12% con respecto al año anterior, superando el umbral de los 20.000 millones de dólares repartidos entre exportaciones e importaciones. Conviene subrayar además que las exportaciones han experimentado un crecimiento de cerca del 19%, mientras que las importaciones han crecido en torno a un 5%. Otro dato significativo es el que apunta a su progresiva independencia de las rentas petrolíferas, que durante la última década constituían un 65% del total de las exportaciones, mientras que ahora el porcentaje ha descendido a un 40%.
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Viejas fricciones y nuevas perspectivas
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A la hora de analizar las relaciones sirio-turcas no puede ignorarse el factor kurdo, de gran actualidad en estos días. Hoy por hoy éste es sin duda el elemento que más condiciona la relación entre Turquía, Estados Unidos y la OTAN por una parte, y Turquía y sus vecinos de Oriente Medio por otra. Aunque, como ya se ha dicho, los rebeldes kurdos del PKK recibieron en el pasado apoyo de actores extranjeros que pretendían favorecer la desestabilización de Turquía, entre ellos la propia Siria, actualmente Damasco y Ankara sostienen la misma posición en esta cuestión. Durante su última visita a Turquía, Bashar al-Assad ha expresado su apoyo pleno a las operaciones militares que se están llevando a cabo en el norte de Irak, donde se refugian los guerrilleros del PKK. Precisamente, Ankara está comenzando a poner de manifiesto su intención de intervenir en esta cuestión aunque sea de forma independiente, sin contar con el apoyo, y ni tan siquiera con la aprobación, del aliado estadounidense. Ya en 2003 Turquía se había negado a ceder sus propias bases a Estados Unidos para atacar Irak y ello a pesar de que esta concesión le habría permitido seguramente una mayor libertad de movimiento en el Kurdistán iraquí. En realidad, a Ankara le favorecía el statu quo impuesto por Sadam Hussein, gracias al cual la minoría kurda se encontraba privada de cualquier posibilidad de ver realizadas sus aspiraciones autonómicas. Sin embargo, todo ello ha cambiado después de la invasión de Irak, tras la cual los kurdos no sólo están participando activamente en la dirección de un país, sino que además están consiguiendo aquello que tanto deseaban: una región semi-independiente.
Aunque una intervención a gran escala de las fuerzas de tierra turcas en territorio iraquí parece aún una solución bastante remota, las incursiones previstas con los F-16 y con otros medios aéreos podrían llevar la inestabilidad a una de las zonas de Irak hasta ahora menos afectadas por la guerra. Prescindiendo del hecho de que la alianza con Washington no se ha visto tan afectada como para poder desembocar en una ruptura entre Estados Unidos y Turquía, es indudable que esta última se ha desvinculado relativamente de la política de Washington. Ello es debido, entre otras cosas, al nuevo peso que está adquiriendo en la región de Oriente Medio, así como a la desilusión ocasionada por las dificultades que está teniendo a la hora de promocionar su integración dentro de la Unión Europea y, en general, por la indiferencia que percibe por parte del mundo occidental a pesar de los esfuerzos reformadores realizados por el gobierno de Ankara. En este sentido, la decisión tomada por la administración Bush de no invitar a Turquía a la Conferencia de Paz para Oriente Medio, no sólo ha contribuido a enfriar las relaciones entre ambos países, sino que además se ha percibido casi como una advertencia por parte de Estados Unidos.
Damasco está tratando de introducirse justamente en este contexto. Son varios los factores que podrían señalarse entre las causas que han impulsado a Siria a buscar en Ankara un nuevo aliado: la continua presión de Israel y la conciencia de su incapacidad para afrontar al enemigo sobre el campo; su reducida capacidad de influencia en el Líbano y en Palestina, dos áreas de las que depende su peso sobre la región; las relaciones con sus vecinos árabes de Jordania, Egipto y Arabia Saudí; y, finalmente, la propia actitud turca. En efecto, Turquía parece mucho más interesada en la región de Oriente Medio que antes, cuando sólo dirigía su atención hacia el Oeste, preocupándose únicamente de las cuestiones relativas a Oriente Medio cuando su lucha contra los kurdos así lo requería. Siria ha visto en esto su oportunidad y no ha querido dejar pasar esta ocasión para recuperar puntos a nivel internacional. Todas las tensiones y las polémicas que dividían hasta ahora a ambos países, empezando por la disputa sobre la gestión de los recursos hídricos del Éufrates, que es prerrogativa de Turquía, siendo acusada por ello de no dejar pasar suficiente agua al territorio sirio, podrían empezar a ser consideradas secundarias por Damasco. Siria tiene dos motivos de peso para querer reforzar sus relaciones con Ankara. En primer lugar, esto reduciría las probabilidades de que se produjera un ataque estadounidense, gracias a las relaciones que, a pesar de todo, continúan vinculando a Estados Unidos y Turquía (sobre todo como consecuencia de la pertenencia de Turquía a la OTAN). En segundo lugar, detrás de esta decisión hay un motivo aún más pragmático: si como consecuencia de sus relaciones con Irán se abriesen sanciones contra Damasco, el comercio con Turquía resultaría vital para el país.
Ankara se encuentra por tanto en una situación privilegiada. Turquía ya no es el país en vías de desarrollo de hace algunos años, sino que está en camino de convertirse en una auténtica potencia regional. De hecho, hoy es ya la decimoctava economía mundial y la primera de entre todos los estados de mayoría musulmana, incluida Arabia Saudí. Si decidiese finalmente perseguir políticas independientes de los aliados occidentales y rediseñar sus propias estrategias geopolíticas, Siria podría llegar a ser un buen aliado. En cualquier caso, no conviene olvidar que todos estos escenarios podrían llegar a cobrar forma solamente a largo plazo y que no es verosímil esperar todas estas transformaciones a corto-medio plazo.
Viejas fricciones y nuevas perspectivas
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A la hora de analizar las relaciones sirio-turcas no puede ignorarse el factor kurdo, de gran actualidad en estos días. Hoy por hoy éste es sin duda el elemento que más condiciona la relación entre Turquía, Estados Unidos y la OTAN por una parte, y Turquía y sus vecinos de Oriente Medio por otra. Aunque, como ya se ha dicho, los rebeldes kurdos del PKK recibieron en el pasado apoyo de actores extranjeros que pretendían favorecer la desestabilización de Turquía, entre ellos la propia Siria, actualmente Damasco y Ankara sostienen la misma posición en esta cuestión. Durante su última visita a Turquía, Bashar al-Assad ha expresado su apoyo pleno a las operaciones militares que se están llevando a cabo en el norte de Irak, donde se refugian los guerrilleros del PKK. Precisamente, Ankara está comenzando a poner de manifiesto su intención de intervenir en esta cuestión aunque sea de forma independiente, sin contar con el apoyo, y ni tan siquiera con la aprobación, del aliado estadounidense. Ya en 2003 Turquía se había negado a ceder sus propias bases a Estados Unidos para atacar Irak y ello a pesar de que esta concesión le habría permitido seguramente una mayor libertad de movimiento en el Kurdistán iraquí. En realidad, a Ankara le favorecía el statu quo impuesto por Sadam Hussein, gracias al cual la minoría kurda se encontraba privada de cualquier posibilidad de ver realizadas sus aspiraciones autonómicas. Sin embargo, todo ello ha cambiado después de la invasión de Irak, tras la cual los kurdos no sólo están participando activamente en la dirección de un país, sino que además están consiguiendo aquello que tanto deseaban: una región semi-independiente.
Aunque una intervención a gran escala de las fuerzas de tierra turcas en territorio iraquí parece aún una solución bastante remota, las incursiones previstas con los F-16 y con otros medios aéreos podrían llevar la inestabilidad a una de las zonas de Irak hasta ahora menos afectadas por la guerra. Prescindiendo del hecho de que la alianza con Washington no se ha visto tan afectada como para poder desembocar en una ruptura entre Estados Unidos y Turquía, es indudable que esta última se ha desvinculado relativamente de la política de Washington. Ello es debido, entre otras cosas, al nuevo peso que está adquiriendo en la región de Oriente Medio, así como a la desilusión ocasionada por las dificultades que está teniendo a la hora de promocionar su integración dentro de la Unión Europea y, en general, por la indiferencia que percibe por parte del mundo occidental a pesar de los esfuerzos reformadores realizados por el gobierno de Ankara. En este sentido, la decisión tomada por la administración Bush de no invitar a Turquía a la Conferencia de Paz para Oriente Medio, no sólo ha contribuido a enfriar las relaciones entre ambos países, sino que además se ha percibido casi como una advertencia por parte de Estados Unidos.
Damasco está tratando de introducirse justamente en este contexto. Son varios los factores que podrían señalarse entre las causas que han impulsado a Siria a buscar en Ankara un nuevo aliado: la continua presión de Israel y la conciencia de su incapacidad para afrontar al enemigo sobre el campo; su reducida capacidad de influencia en el Líbano y en Palestina, dos áreas de las que depende su peso sobre la región; las relaciones con sus vecinos árabes de Jordania, Egipto y Arabia Saudí; y, finalmente, la propia actitud turca. En efecto, Turquía parece mucho más interesada en la región de Oriente Medio que antes, cuando sólo dirigía su atención hacia el Oeste, preocupándose únicamente de las cuestiones relativas a Oriente Medio cuando su lucha contra los kurdos así lo requería. Siria ha visto en esto su oportunidad y no ha querido dejar pasar esta ocasión para recuperar puntos a nivel internacional. Todas las tensiones y las polémicas que dividían hasta ahora a ambos países, empezando por la disputa sobre la gestión de los recursos hídricos del Éufrates, que es prerrogativa de Turquía, siendo acusada por ello de no dejar pasar suficiente agua al territorio sirio, podrían empezar a ser consideradas secundarias por Damasco. Siria tiene dos motivos de peso para querer reforzar sus relaciones con Ankara. En primer lugar, esto reduciría las probabilidades de que se produjera un ataque estadounidense, gracias a las relaciones que, a pesar de todo, continúan vinculando a Estados Unidos y Turquía (sobre todo como consecuencia de la pertenencia de Turquía a la OTAN). En segundo lugar, detrás de esta decisión hay un motivo aún más pragmático: si como consecuencia de sus relaciones con Irán se abriesen sanciones contra Damasco, el comercio con Turquía resultaría vital para el país.
Ankara se encuentra por tanto en una situación privilegiada. Turquía ya no es el país en vías de desarrollo de hace algunos años, sino que está en camino de convertirse en una auténtica potencia regional. De hecho, hoy es ya la decimoctava economía mundial y la primera de entre todos los estados de mayoría musulmana, incluida Arabia Saudí. Si decidiese finalmente perseguir políticas independientes de los aliados occidentales y rediseñar sus propias estrategias geopolíticas, Siria podría llegar a ser un buen aliado. En cualquier caso, no conviene olvidar que todos estos escenarios podrían llegar a cobrar forma solamente a largo plazo y que no es verosímil esperar todas estas transformaciones a corto-medio plazo.
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Conclusiones
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En un Oriente Medio que se encuentra en permanente evolución, que carece de estabilidad y cuyo futuro es incierto, el papel de Turquía podría cambiar, pasando de ser un simple instrumento de Estados Unidos a convertirse en el artífice de un nuevo orden y de unos nuevos intereses independientes de Washington. El actual desacuerdo a causa de la cuestión kurda y la voluntad de actuar contra los intereses estadounidenses en la región son símbolos de un interés muy preciso: el de imponerse como potencia regional en un área en la que Ankara había dejado siempre el campo libre a sus aliados occidentales. Después de un periodo de renacimiento social y sobre todo económico que había tenido por único objetivo el ingreso en la Unión Europea, las posiciones turcas están transformándose de forma gradual. Si antes la política exterior de Ankara se había dirigido fundamentalmente hacia Occidente, ahora el país parece interesarse en primer lugar por Oriente Medio y parece estar decidido a convertirse en la nueva potencia hegemónica de la región. En cualquier caso, ésta es solamente una de las consecuencias más evidentes de la actitud de Europa y Estados Unidos, que han ignorado sistemáticamente a Turquía a pesar de los inmensos esfuerzos y de las transformaciones realizados por ésta.
Siria, por su parte, atraviesa un momento difícil. Todas las miradas de la comunidad internacional se han vuelto hacia ella debido a la política llevada a cabo en Oriente Medio, marcada por su alianza con Irán y por el presunto apoyo otorgado a la guerrilla de Irak, país con el que comparte frontera. Además, últimamente han tenido lugar nuevas tensiones con Israel, Estado contra el cual nunca desaparecerá la posibilidad de un conflicto abierto. Valorando de forma conjunta la situación actual de Turquía y Siria, es posible suponer que tenga lugar un futuro fortalecimiento de sus relaciones, ya que ambos países comparten numerosos intereses que pueden incluso relegar a un segundo plano, al menos momentáneamente, las disputas que hasta ahora les dividían.
Este escenario inserta en un contexto mucho más amplio, en el que despuntan sobre todo dos actores principales: una renovada potencia rusa e Irán, ambos también aspirantes a convertirse en pilares fundamentales de los nuevos ejes estratégicos que se están conformando. Para el mundo occidental, con Estados Unidos a la cabeza, esto podría ocasionar nuevas preocupaciones, por lo que recuperar la fidelidad incondicional de Ankara y evitar que establezca lazos más estrechos con otras potencias, podrían ser dos importantes objetivos para los próximos años.
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Traducido por Paula Martos Ardid
Conclusiones
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En un Oriente Medio que se encuentra en permanente evolución, que carece de estabilidad y cuyo futuro es incierto, el papel de Turquía podría cambiar, pasando de ser un simple instrumento de Estados Unidos a convertirse en el artífice de un nuevo orden y de unos nuevos intereses independientes de Washington. El actual desacuerdo a causa de la cuestión kurda y la voluntad de actuar contra los intereses estadounidenses en la región son símbolos de un interés muy preciso: el de imponerse como potencia regional en un área en la que Ankara había dejado siempre el campo libre a sus aliados occidentales. Después de un periodo de renacimiento social y sobre todo económico que había tenido por único objetivo el ingreso en la Unión Europea, las posiciones turcas están transformándose de forma gradual. Si antes la política exterior de Ankara se había dirigido fundamentalmente hacia Occidente, ahora el país parece interesarse en primer lugar por Oriente Medio y parece estar decidido a convertirse en la nueva potencia hegemónica de la región. En cualquier caso, ésta es solamente una de las consecuencias más evidentes de la actitud de Europa y Estados Unidos, que han ignorado sistemáticamente a Turquía a pesar de los inmensos esfuerzos y de las transformaciones realizados por ésta.
Siria, por su parte, atraviesa un momento difícil. Todas las miradas de la comunidad internacional se han vuelto hacia ella debido a la política llevada a cabo en Oriente Medio, marcada por su alianza con Irán y por el presunto apoyo otorgado a la guerrilla de Irak, país con el que comparte frontera. Además, últimamente han tenido lugar nuevas tensiones con Israel, Estado contra el cual nunca desaparecerá la posibilidad de un conflicto abierto. Valorando de forma conjunta la situación actual de Turquía y Siria, es posible suponer que tenga lugar un futuro fortalecimiento de sus relaciones, ya que ambos países comparten numerosos intereses que pueden incluso relegar a un segundo plano, al menos momentáneamente, las disputas que hasta ahora les dividían.
Este escenario inserta en un contexto mucho más amplio, en el que despuntan sobre todo dos actores principales: una renovada potencia rusa e Irán, ambos también aspirantes a convertirse en pilares fundamentales de los nuevos ejes estratégicos que se están conformando. Para el mundo occidental, con Estados Unidos a la cabeza, esto podría ocasionar nuevas preocupaciones, por lo que recuperar la fidelidad incondicional de Ankara y evitar que establezca lazos más estrechos con otras potencias, podrían ser dos importantes objetivos para los próximos años.
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Traducido por Paula Martos Ardid
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(AP) Turquía: la AKP y las alianzas postelectorales
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Equilibri.net - Italy/30/10/2007
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