El lamentable estado de Pakistán
Las incertidumbres de la política de Pakistán se componen además del miedo a que el estamento militar pueda no ser capaz de garantizar la seguridad de las armas nucleares del país si se acelera el derrumbe del estado, o si elementos marginales de la sociedad provocan un conflicto con la India orientado a desviar recursos de la lucha contra los terroristas.
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Pakistán lleva algún tiempo ya en una espiral de fusión política.
La gran pregunta es si esta espiral se puede contener e invertir o no, al mismo tiempo incluso que la violencia terrorista se intensifica.
El estado de emergencia declarado la semana pasada por el General Presidente Pervez Musharraf, si se entiende favorablemente, es una medida preventiva tomada contra la caída progresiva del país en la anarquía. Esto es lo que afirma el presidente.
Los detractores de Musharraf dentro de Pakistán, junto con la administración Bush, discrepan y ven la suspensión de la actividad política normal -- con el aplazamiento de las elecciones de enero -- como probable empeoramiento de los problemas nacionales del país.
Bajo Musharraf tras el golpe de estado de octubre de 1999, e históricamente desde la independencia de Pakistán, el ejército se ve a sí mismo como un guardián del orden que salva al país de los abusos de políticos corruptos e ineptos siempre que éstos alcanzan el poder.
La situación estratégica de Pakistán en una región rica en recursos (en crudo) pero aún así volátil del suroeste de Asia significó que los gobernantes militares, aunque desagradables para las sensibilidades democráticas, tenían garantizada la aprobación por parte de Washington, que prefería el orden y la estabilidad antes que las incertidumbres de la política democrática.
La mentalidad de Washington cambió dramáticamente tras el 11 de Septiembre, con la administración Bush presionando públicamente en favor de la democracia en Oriente Medio con el fin de desarmar en la práctica el atractivo de los fundamentalistas musulmanes y la cohorte de terroristas islamistas tras ellos.
En la guerra contra el terror, Pakistán es un aliado indispensable de Estados Unidos, pero en calidad de país bajo gobierno militar, la situación es desagradable para la agenda democrática de la administración Bush para el mundo árabe-musulmán.
La exigencia realizada por parte de la administración a Pakistán y su ejército de eliminar a las organizaciones islamistas radicadas nacionalmente y negar a los grupos terroristas extranjeros -- los Talibanes y Al-Qaida -- protección dentro del país, o ser etiquetado estado terrorista de lo contrario, ha sido profundamente divisoria.
El apoyo de Pakistán a los guerreros afganos de la libertad en la guerra contra la antigua Unión Soviética y después al régimen de los Talibanes era consistente con su propia imagen de país musulmán que lucha por construir un estado y una sociedad islámicas.
La obsesión compartida de la mayor parte de los pakistaníes es la India, un país de mayoría hindú contra el que se han librado y perdido tres guerras y muchas iniciativas bélicas.
Toda la mentalidad del estamento militar paquistaní se ha centrado en confrontar a la India, y por tanto el ejército no estaba preparado y estaba pobremente motivado para combatir a los terroristas islamistas.
Los resultados son evidentes. Soldados paquistaníes han sido abatidos y tomados como rehenes por los terroristas a pesar de la superioridad logística y armamentística.
Por otra parte, sigue estando presente la cuestión abierta de si el alto mando y los soldados del ejército van a combatir a los terroristas, como los oficiales de graduación bajo el mando de Musharraf insisten en que hacen, o no.
Las incertidumbres de la política de Pakistán se componen además del miedo a que el estamento militar pueda no ser capaz de garantizar la seguridad de las armas nucleares del país si se acelera el derrumbe del estado, o si elementos marginales de la sociedad provocan un conflicto con la India orientado a desviar recursos de la lucha contra los terroristas.
En los ocho años del gobierno de Musharraf, la situación política de Pakistán ha empeorado incluso si los indicadores económicos han sido en general favorables.
Todo indica que el tiempo de Musharraf ha pasado, y que probablemente será reemplazado por otro general que prometerá un rápido retorno a la democracia al tiempo que deja a los políticos devanarse los sesos para proponer una política eficaz de mantener cohesionado al país ante la creciente violencia terrorista.
Probablemente pues, el ciclo de gobierno militar se repita.
Pakistán lleva algún tiempo ya en una espiral de fusión política.
La gran pregunta es si esta espiral se puede contener e invertir o no, al mismo tiempo incluso que la violencia terrorista se intensifica.
El estado de emergencia declarado la semana pasada por el General Presidente Pervez Musharraf, si se entiende favorablemente, es una medida preventiva tomada contra la caída progresiva del país en la anarquía. Esto es lo que afirma el presidente.
Los detractores de Musharraf dentro de Pakistán, junto con la administración Bush, discrepan y ven la suspensión de la actividad política normal -- con el aplazamiento de las elecciones de enero -- como probable empeoramiento de los problemas nacionales del país.
Bajo Musharraf tras el golpe de estado de octubre de 1999, e históricamente desde la independencia de Pakistán, el ejército se ve a sí mismo como un guardián del orden que salva al país de los abusos de políticos corruptos e ineptos siempre que éstos alcanzan el poder.
La situación estratégica de Pakistán en una región rica en recursos (en crudo) pero aún así volátil del suroeste de Asia significó que los gobernantes militares, aunque desagradables para las sensibilidades democráticas, tenían garantizada la aprobación por parte de Washington, que prefería el orden y la estabilidad antes que las incertidumbres de la política democrática.
La mentalidad de Washington cambió dramáticamente tras el 11 de Septiembre, con la administración Bush presionando públicamente en favor de la democracia en Oriente Medio con el fin de desarmar en la práctica el atractivo de los fundamentalistas musulmanes y la cohorte de terroristas islamistas tras ellos.
En la guerra contra el terror, Pakistán es un aliado indispensable de Estados Unidos, pero en calidad de país bajo gobierno militar, la situación es desagradable para la agenda democrática de la administración Bush para el mundo árabe-musulmán.
La exigencia realizada por parte de la administración a Pakistán y su ejército de eliminar a las organizaciones islamistas radicadas nacionalmente y negar a los grupos terroristas extranjeros -- los Talibanes y Al-Qaida -- protección dentro del país, o ser etiquetado estado terrorista de lo contrario, ha sido profundamente divisoria.
El apoyo de Pakistán a los guerreros afganos de la libertad en la guerra contra la antigua Unión Soviética y después al régimen de los Talibanes era consistente con su propia imagen de país musulmán que lucha por construir un estado y una sociedad islámicas.
La obsesión compartida de la mayor parte de los pakistaníes es la India, un país de mayoría hindú contra el que se han librado y perdido tres guerras y muchas iniciativas bélicas.
Toda la mentalidad del estamento militar paquistaní se ha centrado en confrontar a la India, y por tanto el ejército no estaba preparado y estaba pobremente motivado para combatir a los terroristas islamistas.
Los resultados son evidentes. Soldados paquistaníes han sido abatidos y tomados como rehenes por los terroristas a pesar de la superioridad logística y armamentística.
Por otra parte, sigue estando presente la cuestión abierta de si el alto mando y los soldados del ejército van a combatir a los terroristas, como los oficiales de graduación bajo el mando de Musharraf insisten en que hacen, o no.
Las incertidumbres de la política de Pakistán se componen además del miedo a que el estamento militar pueda no ser capaz de garantizar la seguridad de las armas nucleares del país si se acelera el derrumbe del estado, o si elementos marginales de la sociedad provocan un conflicto con la India orientado a desviar recursos de la lucha contra los terroristas.
En los ocho años del gobierno de Musharraf, la situación política de Pakistán ha empeorado incluso si los indicadores económicos han sido en general favorables.
Todo indica que el tiempo de Musharraf ha pasado, y que probablemente será reemplazado por otro general que prometerá un rápido retorno a la democracia al tiempo que deja a los políticos devanarse los sesos para proponer una política eficaz de mantener cohesionado al país ante la creciente violencia terrorista.
Probablemente pues, el ciclo de gobierno militar se repita.
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Diario de América - USA/14/11/2007
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