El último prejuicio respetable
El antiamericanismo español
Los Estados Unidos, esa potencia que, según Ramiro de Maeztu, "suspende, maravilla y espanta", han sido objeto de una larga historia de prejuicios, resentimientos e invectivas, reformulados últimamente con ocasión de la controversia política creada a raíz de la guerra de Irak. Dada su persistencia, intensidad y transversalidad ideológica, la investigación del fenómeno exige que centremos nuestra atención sobre nosotros mismos.
Los Estados Unidos, esa potencia que, según Ramiro de Maeztu, "suspende, maravilla y espanta", han sido objeto de una larga historia de prejuicios, resentimientos e invectivas, reformulados últimamente con ocasión de la controversia política creada a raíz de la guerra de Irak. Dada su persistencia, intensidad y transversalidad ideológica, la investigación del fenómeno exige que centremos nuestra atención sobre nosotros mismos.
En mayo de 1898 Lord Salisbury, por entonces jefe del Gobierno británico, calificó a España de "nación moribunda
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Propensa a la innovación y la movilidad más que ninguna nación europea, la influencia modernizadora y democratizadora de los Estados Unidos, una sociedad individualista y confiada en sus propias fuerzas, ha sido a menudo recibida con un profundo desdén en nuestro país. Una hostilidad general y paradójica hacia todo lo norteamericano caracterizada por la inseguridad, el conservadurismo, la frustración y el menosprecio de la realidad.
El discurso antiamericano, de alguna manera, actúa como idea paranoide. Por eso, existe una enorme diversidad entre el Estados Unidos imaginado por los antiamericanos, es decir, una nación estereotipada, inmutable y sin matices, y el Estados Unidos real, es decir, vivo, expuesto a los cambios y sumido en el tiempo y la historia.
Éste es el punto de partida de Alessandro Seregni, doctorando en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, en El antiamericanismo español, un estudio con el que pretende conseguir lo que otros no pudieron o quisieron hacer: indagar en las propias carencias y atrasos de la sociedad y la cultura política españolas como causas del antiamericanismo.
Tras el amplio capítulo introductor, un alarde de claridad y precisión, Seregni se centra en la Guerra de Cuba, origen de buena parte del antiamericanismo español. La derrota frente a la nación americana emergente –similar, por lo demás, a las sufridas por otros países europeos en esos años– tuvo un efecto devastador sobre la moral de gran parte de las clases medias españolas, que vieron hundirse "muchas de sus certidumbres". La reacción de la prensa ante la derrota consistió en acusar a los Estados Unidos de ser un país codicioso, bárbaro y grosero, y en achacar los norteamericanos venalidad y vacuidad moral.
En mayo de 1898 Lord Salisbury, por entonces jefe del Gobierno británico, calificó a España de "nación moribunda". La Piel de Toro hirvió de indignación. Sin embargo, tras la derrota muchos comenzaron a preguntarse si no tendría razón el inglés. A este sentimiento pesimista se sumó la idea de una raza latina decadente frente a la expansión del poder anglosajón. El resultado fue el temor y la consiguiente creación de mitos defensivos sobre el pérfido anglosajón y el frente común hispano-latinoamericano contra el bárbaro enemigo común.
El segundo momento clave en la formación del ideario antiamericano español se corresponde con las complicadas relaciones que España mantuvo con EEUU desde el final de la Guerra Civil hasta 1953. Si bien el antiamericanismo inicial del régimen franquista fue la "lógica consecuencia de lo que sus ideólogos y jefes profesaban" (nacionalcatolicismo, obsesión antimasónica, aversión hacia el sistema capitalista), a partir de 1943 esta hostilidad se convirtió en una "amistad entre comillas, es decir, de pura apariencia o, si se prefiere, de circunstancia", escribe Seregni. Así, el anticapitalismo y el antiprotestantismo de ideólogos como José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma y Ernesto Giménez Caballero derivó en una imagen muy negativa de los Estados Unidos, una nación caracterizada por la plutocracia y la decadencia moral propias, según los primeros franquistas, del materialismo yanqui. Un país "de masas y no de individuos", "una civilización de insectos", como diría el periodista, humorista y escritor Julio Camba, autor de numerosos artículos antiamericanos en el diario ABC.
Para Seregni, la antipatía del primer franquismo hacia EEUU fue más que una forma más de antiamericanismo: (...) estamos frente a una diferente concepción de la sociedad. Por un lado, está la sociedad americana, que abre las puertas a la participación activa de las masas tanto en la política (democracia) como en los consumos (la producción en serie, más barata y, por eso, más accesible). Por otro lado, está la sociedad española que, al contrario, excluye a las masas tanto de la política (un régimen antidemocrático), como el acceso a los consumos (nostalgia del trabajo artesanal, cuyos productos deben lógica y necesariamente ser elitistas).
De aquí la hostilidad de muchos intelectuales franquistas hacia Hollywood, el reforzamiento de nociones como Hispanidad e Imperio y el paralelo menosprecio hacia los americanos como integrantes de un pueblo adocenado y cobarde, frío, vulgar y decadente, corrompido y corruptor; antitético, en definitiva, del español, heroico y noble.
La visita del presidente Eisenhower, en 1959, da inicio al "largo silencio", un tiempo en que los antiamericanos perdieron su libertad para expresar sus sentimientos y opiniones. Surge entonces un poderoso antiamericanismo que tiene su origen en la frustración que las nuevas relaciones entre Madrid y Washington produjo entre quienes deseaban la caída del caudillo. Sumada a la influencia del marxismo doctrinario entre la mayoría de los opositores internos al franquismo, esta impotencia llevó en los años de la Transición a la consolidación de un antiamericanismo que retrataba a los Estados Unidos como una nación imperialista que sólo buscaba la sumisión por medio de la OTAN.
En este punto, Seregni cita con profusión a Vázquez Montalbán y a Haro Tecglen, así como a publicaciones como Triunfo, Destino, El Socialista y El País, como paradigmáticas en la consolidación del mito de la conversión de España en una provincia más del imperio americano. La preeminencia de este discurso –que recuperaba además la falacia de unos Estados Unidos reaccionarios y filisteos gobernados por políticos mediocres–, junto con la dura retórica del PSOE y del PCE, hizo imposible la normalización de la percepción de los españoles sobre la nación norteamericana.
El libro concluye, a modo de largo epílogo, con un análisis de las manifestaciones antiamericanas de los últimos años, no sin que antes Seregni escriba que el poco tiempo transcurrido impide que sean contempladas "de manera bastante objetiva y exenta de los condicionamientos emotivos o de las pasiones que inevitablemente acompañan las reflexiones sobre la actualidad". Tras esta importante precisión, hace un repaso a la política exterior del presidente Bush y a su posible papel como generador de antiamericanismo, una hipótesis parcialmente apoyada por las encuestas de opinión pública, aunque habrá que esperar un tiempo para dilucidar la cuestión de si el "antibushismo" es causa o consecuencia, o un elemento paralelo, del antiamericanismo.
Seregni destaca que la imagen de EEUU en España ha empeorado a partir del año 2000, y confía en que la hostilidad y la antipatía hacia aquel país vayan disminuyendo, si bien la "frialdad" de las relaciones entre el Gobierno de Zapatero y la Administración Bush no facilitarán la reconciliación. Es éste un análisis que, pese al abundante aparato estadístico que lo acompaña, adolece de la superficialidad de estudios como el del periodista británico Chislett, cuya falta de rigor y de conocimiento de la historia y la política españolas, así como su descarado partidismo, debería haber puesto en guardia a Seregni.
Asimismo, debería haber sopesado la importancia de la izquierda, por un lado, y de la extrema derecha, marginal y extraparlamentaria, por el otro, en el antiamericanismo español. El antiamericanismo de la actual mayoría parlamentaria y la difusión de sus mensajes a través de los principales medios de comunicación de masas no es en absoluto comparable al radio de acción de los grupos ultraderechistas, cuya existencia, para muchos, se limita al reconocimiento de sus símbolos en algunas papeletas de voto.
Las últimas páginas contienen una breve y sugerente reflexión acerca de la relación entre antiamericanismo y antiglobalización. La concordancia de ambos en algunos puntos, y su coincidencia en señalar a EEUU como "la causa principal de las torceduras del mundo", constituyen para el autor una reelaboración más de los temas típicos del imaginario antiamericano. Sin embargo, afirmar esto equivale a negar el papel de Norteamérica como promotora de la globalización, un hecho insoslayable que no se les escapa a los enemigos de la libertad de mercado y de movimientos pero sí a Seregni. Con todo, se trata de un defecto que no empaña un trabajo en líneas generales riguroso, necesario y de obligada referencia, que esperamos abra un camino fructífero en las ciencias sociales en España.
Que una investigación de este tipo haya sido llevada a cabo fuera de nuestras fronteras y por parte de un extranjero es, a este respecto, un hecho altamente preocupante. Si bien la mirada desde el exterior aporta una objetividad y un distanciamiento de los que a menudo carece el observador nativo, la práctica ausencia de trabajos de este tipo que partan de una opinión en general favorable a los Estados Unidos dice mucho, y mal, del estado actual de la academia española, víctima de la ideologización de unos pocos y tal vez la autocensura de muchos.
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Propensa a la innovación y la movilidad más que ninguna nación europea, la influencia modernizadora y democratizadora de los Estados Unidos, una sociedad individualista y confiada en sus propias fuerzas, ha sido a menudo recibida con un profundo desdén en nuestro país. Una hostilidad general y paradójica hacia todo lo norteamericano caracterizada por la inseguridad, el conservadurismo, la frustración y el menosprecio de la realidad.
El discurso antiamericano, de alguna manera, actúa como idea paranoide. Por eso, existe una enorme diversidad entre el Estados Unidos imaginado por los antiamericanos, es decir, una nación estereotipada, inmutable y sin matices, y el Estados Unidos real, es decir, vivo, expuesto a los cambios y sumido en el tiempo y la historia.
Éste es el punto de partida de Alessandro Seregni, doctorando en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, en El antiamericanismo español, un estudio con el que pretende conseguir lo que otros no pudieron o quisieron hacer: indagar en las propias carencias y atrasos de la sociedad y la cultura política españolas como causas del antiamericanismo.
Tras el amplio capítulo introductor, un alarde de claridad y precisión, Seregni se centra en la Guerra de Cuba, origen de buena parte del antiamericanismo español. La derrota frente a la nación americana emergente –similar, por lo demás, a las sufridas por otros países europeos en esos años– tuvo un efecto devastador sobre la moral de gran parte de las clases medias españolas, que vieron hundirse "muchas de sus certidumbres". La reacción de la prensa ante la derrota consistió en acusar a los Estados Unidos de ser un país codicioso, bárbaro y grosero, y en achacar los norteamericanos venalidad y vacuidad moral.
En mayo de 1898 Lord Salisbury, por entonces jefe del Gobierno británico, calificó a España de "nación moribunda". La Piel de Toro hirvió de indignación. Sin embargo, tras la derrota muchos comenzaron a preguntarse si no tendría razón el inglés. A este sentimiento pesimista se sumó la idea de una raza latina decadente frente a la expansión del poder anglosajón. El resultado fue el temor y la consiguiente creación de mitos defensivos sobre el pérfido anglosajón y el frente común hispano-latinoamericano contra el bárbaro enemigo común.
El segundo momento clave en la formación del ideario antiamericano español se corresponde con las complicadas relaciones que España mantuvo con EEUU desde el final de la Guerra Civil hasta 1953. Si bien el antiamericanismo inicial del régimen franquista fue la "lógica consecuencia de lo que sus ideólogos y jefes profesaban" (nacionalcatolicismo, obsesión antimasónica, aversión hacia el sistema capitalista), a partir de 1943 esta hostilidad se convirtió en una "amistad entre comillas, es decir, de pura apariencia o, si se prefiere, de circunstancia", escribe Seregni. Así, el anticapitalismo y el antiprotestantismo de ideólogos como José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma y Ernesto Giménez Caballero derivó en una imagen muy negativa de los Estados Unidos, una nación caracterizada por la plutocracia y la decadencia moral propias, según los primeros franquistas, del materialismo yanqui. Un país "de masas y no de individuos", "una civilización de insectos", como diría el periodista, humorista y escritor Julio Camba, autor de numerosos artículos antiamericanos en el diario ABC.
Para Seregni, la antipatía del primer franquismo hacia EEUU fue más que una forma más de antiamericanismo: (...) estamos frente a una diferente concepción de la sociedad. Por un lado, está la sociedad americana, que abre las puertas a la participación activa de las masas tanto en la política (democracia) como en los consumos (la producción en serie, más barata y, por eso, más accesible). Por otro lado, está la sociedad española que, al contrario, excluye a las masas tanto de la política (un régimen antidemocrático), como el acceso a los consumos (nostalgia del trabajo artesanal, cuyos productos deben lógica y necesariamente ser elitistas).
De aquí la hostilidad de muchos intelectuales franquistas hacia Hollywood, el reforzamiento de nociones como Hispanidad e Imperio y el paralelo menosprecio hacia los americanos como integrantes de un pueblo adocenado y cobarde, frío, vulgar y decadente, corrompido y corruptor; antitético, en definitiva, del español, heroico y noble.
La visita del presidente Eisenhower, en 1959, da inicio al "largo silencio", un tiempo en que los antiamericanos perdieron su libertad para expresar sus sentimientos y opiniones. Surge entonces un poderoso antiamericanismo que tiene su origen en la frustración que las nuevas relaciones entre Madrid y Washington produjo entre quienes deseaban la caída del caudillo. Sumada a la influencia del marxismo doctrinario entre la mayoría de los opositores internos al franquismo, esta impotencia llevó en los años de la Transición a la consolidación de un antiamericanismo que retrataba a los Estados Unidos como una nación imperialista que sólo buscaba la sumisión por medio de la OTAN.
En este punto, Seregni cita con profusión a Vázquez Montalbán y a Haro Tecglen, así como a publicaciones como Triunfo, Destino, El Socialista y El País, como paradigmáticas en la consolidación del mito de la conversión de España en una provincia más del imperio americano. La preeminencia de este discurso –que recuperaba además la falacia de unos Estados Unidos reaccionarios y filisteos gobernados por políticos mediocres–, junto con la dura retórica del PSOE y del PCE, hizo imposible la normalización de la percepción de los españoles sobre la nación norteamericana.
El libro concluye, a modo de largo epílogo, con un análisis de las manifestaciones antiamericanas de los últimos años, no sin que antes Seregni escriba que el poco tiempo transcurrido impide que sean contempladas "de manera bastante objetiva y exenta de los condicionamientos emotivos o de las pasiones que inevitablemente acompañan las reflexiones sobre la actualidad". Tras esta importante precisión, hace un repaso a la política exterior del presidente Bush y a su posible papel como generador de antiamericanismo, una hipótesis parcialmente apoyada por las encuestas de opinión pública, aunque habrá que esperar un tiempo para dilucidar la cuestión de si el "antibushismo" es causa o consecuencia, o un elemento paralelo, del antiamericanismo.
Seregni destaca que la imagen de EEUU en España ha empeorado a partir del año 2000, y confía en que la hostilidad y la antipatía hacia aquel país vayan disminuyendo, si bien la "frialdad" de las relaciones entre el Gobierno de Zapatero y la Administración Bush no facilitarán la reconciliación. Es éste un análisis que, pese al abundante aparato estadístico que lo acompaña, adolece de la superficialidad de estudios como el del periodista británico Chislett, cuya falta de rigor y de conocimiento de la historia y la política españolas, así como su descarado partidismo, debería haber puesto en guardia a Seregni.
Asimismo, debería haber sopesado la importancia de la izquierda, por un lado, y de la extrema derecha, marginal y extraparlamentaria, por el otro, en el antiamericanismo español. El antiamericanismo de la actual mayoría parlamentaria y la difusión de sus mensajes a través de los principales medios de comunicación de masas no es en absoluto comparable al radio de acción de los grupos ultraderechistas, cuya existencia, para muchos, se limita al reconocimiento de sus símbolos en algunas papeletas de voto.
Las últimas páginas contienen una breve y sugerente reflexión acerca de la relación entre antiamericanismo y antiglobalización. La concordancia de ambos en algunos puntos, y su coincidencia en señalar a EEUU como "la causa principal de las torceduras del mundo", constituyen para el autor una reelaboración más de los temas típicos del imaginario antiamericano. Sin embargo, afirmar esto equivale a negar el papel de Norteamérica como promotora de la globalización, un hecho insoslayable que no se les escapa a los enemigos de la libertad de mercado y de movimientos pero sí a Seregni. Con todo, se trata de un defecto que no empaña un trabajo en líneas generales riguroso, necesario y de obligada referencia, que esperamos abra un camino fructífero en las ciencias sociales en España.
Que una investigación de este tipo haya sido llevada a cabo fuera de nuestras fronteras y por parte de un extranjero es, a este respecto, un hecho altamente preocupante. Si bien la mirada desde el exterior aporta una objetividad y un distanciamiento de los que a menudo carece el observador nativo, la práctica ausencia de trabajos de este tipo que partan de una opinión en general favorable a los Estados Unidos dice mucho, y mal, del estado actual de la academia española, víctima de la ideologización de unos pocos y tal vez la autocensura de muchos.
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Diario de América - USA/08/10/2007
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