USA: Quien paga, manda
La carrera hacia las elecciones presidenciales de 2008 en los Estados Unidos cobra velocidad y al final, en todo ese mejunje, hay un elemento determinante: el dinero
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Por MARTA G. SOJO
inter@bohemia.co.cu
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La carrera hacia las elecciones presidenciales de 2008 en los Estados Unidos cobra velocidad. Hace meses que la mayor parte de los candidatos por ambos partidos salieron al ruedo. Y es que las crecientes deformaciones del proceso electoral norteamericano requieren que los calendarios se abran y se vayan haciendo públicas las aspiraciones de cada quien. Al final, en todo este mejunje hay un elemento determinante: el dinero.
Y es que hace mucho que en el ambiente político y electoral estadounidense lo primordial es quién recoge más dólares, en lugar de quién brinda el mejor proyecto para beneficiar a sus conciudadanos.
De temporada en temporada, y cada vez menos, las cuestiones de trascendencia se debaten durante el proceso electoral. Los asuntos clave son solo piezas encaminadas a denostar del oponente, mientras asumen un peso esencial las cantidades de dinero para costear las campañas y lograr una buena suma de sufragios. Por tanto, el éxito y el mayor número de votos lo tendrá aquel que recaude más fondos para su campaña.
Estas realidades comprometen a los aspirantes a buscar más y más financiamiento y, a la vez, inducen el adelanto de sus intenciones de postulación para contar con tiempo y lograr recaudar lo requerido.
En consecuencia, cuando los candidatos anuncian que organizaron su "comité exploratorio", para más tarde definir si acuden o no a las primarias de su bando, no se trata de una comisión para modelar plataforma electoral alguna, sino para conquistar compromisos financieros entre los sectores que aportan grandes cantidades de plata. Al mismo tiempo, empiezan a forjarse los compromisos del postulante con los "benefactores".
A decir verdad, aspirar a la presidencia de Estados Unidos es todo un negocio, y quien desee acceder a la Casa Blanca requiere, para ser tomado en serio, de al menos 100 millones de dólares como cuota mínima de entrada en la carrera electoral. Aquellos que no tengan en sus arcas, hasta diciembre próximo, esta friolera de billetes verdes, deben decir adiós a sus ambiciones de ocupar la mansión de Pennsylvania Ave.
Los estimados del costo de las elecciones norteamericanas de noviembre de 2008 rondan los mil millones de dólares, un 20 por ciento más que en 2004, por lo que pasarán a ser, por el momento, las más caras de la historia del país.
No es misterio, además, que el origen fundamental de estas fortunas recolectadas son las principales corporaciones económicas (grandes capitales, grupos de presión, patronales, lobbies, etc.) que respaldan a determinados aspirantes para que más adelante les sirvan desde las plazas que desempeñen. Ya lo dijo el viejo refrán: Quien paga, manda.
De todas formas, en esta historia hubo quienes, al menos en su retórica, no comulgaban demasiado con esta manera de conseguir los votos. Dos siglos atrás, el sexto presidente norteamericano, John Quincy Adams, aseveró que "la presidencia de Estados Unidos no es un cargo que se busque ni se rechace. Pagar dinero para asegurárselo directa o indirectamente, en mi opinión, es incorrecto como cuestión de principio". Sin embargo, a pesar de tan elocuente pronunciamiento, la inmensa mayoría de los altos funcionarios norteamericanos utilizan el dinero como vía principal de llegar al poder.
Estos genes viciados han provocado una ruptura paulatina entre los electores, los gobernantes y los temas fundamentales que afectan a la mayoría, de manera que la política ha degenerado en un simple negocio manejado por mañosos. Y ni pensar en cambios, porque hasta ahora toda la maquinaria del poder en los Estados Unidos está en manos de los sectores privilegiados, llámense demócratas o republicanos.
La democracia estadounidense es, por tanto, sinónimo de dólar, y cuando las cuestiones monetarias se enlazan de tal manera con el proceso de elegir a los funcionarios del Gobierno, las consecuencias son temibles y, como siempre, el perdedor real no es otro que el pueblo.
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Por MARTA G. SOJO
inter@bohemia.co.cu
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La carrera hacia las elecciones presidenciales de 2008 en los Estados Unidos cobra velocidad. Hace meses que la mayor parte de los candidatos por ambos partidos salieron al ruedo. Y es que las crecientes deformaciones del proceso electoral norteamericano requieren que los calendarios se abran y se vayan haciendo públicas las aspiraciones de cada quien. Al final, en todo este mejunje hay un elemento determinante: el dinero.
Y es que hace mucho que en el ambiente político y electoral estadounidense lo primordial es quién recoge más dólares, en lugar de quién brinda el mejor proyecto para beneficiar a sus conciudadanos.
De temporada en temporada, y cada vez menos, las cuestiones de trascendencia se debaten durante el proceso electoral. Los asuntos clave son solo piezas encaminadas a denostar del oponente, mientras asumen un peso esencial las cantidades de dinero para costear las campañas y lograr una buena suma de sufragios. Por tanto, el éxito y el mayor número de votos lo tendrá aquel que recaude más fondos para su campaña.
Estas realidades comprometen a los aspirantes a buscar más y más financiamiento y, a la vez, inducen el adelanto de sus intenciones de postulación para contar con tiempo y lograr recaudar lo requerido.
En consecuencia, cuando los candidatos anuncian que organizaron su "comité exploratorio", para más tarde definir si acuden o no a las primarias de su bando, no se trata de una comisión para modelar plataforma electoral alguna, sino para conquistar compromisos financieros entre los sectores que aportan grandes cantidades de plata. Al mismo tiempo, empiezan a forjarse los compromisos del postulante con los "benefactores".
A decir verdad, aspirar a la presidencia de Estados Unidos es todo un negocio, y quien desee acceder a la Casa Blanca requiere, para ser tomado en serio, de al menos 100 millones de dólares como cuota mínima de entrada en la carrera electoral. Aquellos que no tengan en sus arcas, hasta diciembre próximo, esta friolera de billetes verdes, deben decir adiós a sus ambiciones de ocupar la mansión de Pennsylvania Ave.
Los estimados del costo de las elecciones norteamericanas de noviembre de 2008 rondan los mil millones de dólares, un 20 por ciento más que en 2004, por lo que pasarán a ser, por el momento, las más caras de la historia del país.
No es misterio, además, que el origen fundamental de estas fortunas recolectadas son las principales corporaciones económicas (grandes capitales, grupos de presión, patronales, lobbies, etc.) que respaldan a determinados aspirantes para que más adelante les sirvan desde las plazas que desempeñen. Ya lo dijo el viejo refrán: Quien paga, manda.
De todas formas, en esta historia hubo quienes, al menos en su retórica, no comulgaban demasiado con esta manera de conseguir los votos. Dos siglos atrás, el sexto presidente norteamericano, John Quincy Adams, aseveró que "la presidencia de Estados Unidos no es un cargo que se busque ni se rechace. Pagar dinero para asegurárselo directa o indirectamente, en mi opinión, es incorrecto como cuestión de principio". Sin embargo, a pesar de tan elocuente pronunciamiento, la inmensa mayoría de los altos funcionarios norteamericanos utilizan el dinero como vía principal de llegar al poder.
Estos genes viciados han provocado una ruptura paulatina entre los electores, los gobernantes y los temas fundamentales que afectan a la mayoría, de manera que la política ha degenerado en un simple negocio manejado por mañosos. Y ni pensar en cambios, porque hasta ahora toda la maquinaria del poder en los Estados Unidos está en manos de los sectores privilegiados, llámense demócratas o republicanos.
La democracia estadounidense es, por tanto, sinónimo de dólar, y cuando las cuestiones monetarias se enlazan de tal manera con el proceso de elegir a los funcionarios del Gobierno, las consecuencias son temibles y, como siempre, el perdedor real no es otro que el pueblo.
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Bohemia - Cuba/23/09/2007
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