12/11/07

Los dilemas y los mitos

12/11/2007
Opinión
Rolando Cordera Campos
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En los últimos 20 años hemos vivido bajo la ilusión de que los dilemas tradicionales o clásicos de la política económica quedaron atrás, superados por el cambio estructural globalizador y el pensamiento único. Inflación o crecimiento, protección o apertura comercial, estabilidad o desarrollo, opciones que poblaron el debate político y la economía política del desarrollo, se desvanecieron del horizonte nacional ante el presente continuo del globalismo. Como toda ilusión, que choca con una realidad rejega a sus sueños, la cultivada por los neoliberales vernáculos pronto devino mitomanía, hasta el grado de que sus principales oficiantes, al descubrirse sin héroes, decidieron inventarse uno en la memoria y figura del licenciado Antonio Ortiz Mena, a quien recordaron recientemente en los salones de la antigua Secretaría de Hacienda.
Como recordará todavía algún historiador no contaminado por la “pureza de sangre” del extraño revisionismo que se ha apoderado de la profesión, Ortiz Mena fue secretario de Hacienda durante casi dos sexenios, bajo las órdenes de los presidentes López Mateos y Díaz Ordaz. Ambos gobiernos supieron sacar ventaja de la sobredevaluación de 1954, se montaron en el ciclo virtuoso del capitalismo internacional que dio lugar a su “edad dorada” que se acercaba a su fin, mantuvieron bajo estricto control el movimiento obrero al que habían reprimido brutalmente en 1959, y dieron paso a un “capitalismo asociado” cuya alta expansión combinada con una baja inflación y la estabilidad cambiaria permitió a su directo responsable bautizarlo casi al fin de periodo como un desarrollo estabilizador que entonces provocaba la envidia de muchos y el reconocimiento de los organismos financieros internacionales.
Ortiz Mena fue un hombre del poder y del Estado, y un destacado político de su tiempo. Junto con el secretario de Industria y Comercio, Raúl Salinas Lozano, supo poner en orden a los empresarios levantiscos que le reclamaban a López Mateos sus veleidades izquierdistas y de apoyo a la Revolución Cubana y abrazó y defendió con espléndida retórica las virtudes de la economía mixta y la intervención directa e indirecta del Estado en la economía. Fue un desarrollista conservador, proteccionista y estatista, que supo aprovechar las condiciones domésticas y foráneas para promover la modernización económica de México y en menor medida el mejoramiento de las condiciones de vida de una población que crecía y se urbanizaba con rapidez pasmosa.
Pronto, para usar la paradoja acuñada por el economista Clark Reynolds, hubo de registrarse que el desarrollo estabilizador había creado las condiciones de la inestabilidad que marcó al país a partir de los años 70, mientras la “alianza para las ganancias”, como la llamara Robert Hansen, otro reconocido mexicanista estadunidense, empezaba a hacer agua, bajo la no tan ingeniosa batuta de su ideólogo, el licenciado Sánchez Navarro. Y a partir de entonces todo cambió y retumbó, hasta que las aguas del cambio del mundo nos trajeron a estas playas brumosas del estancamiento estabilizador. Poco que ver lo que se dice hoy de la economía, la política o el desarrollo, con lo que decía o pensaba el secretario Ortiz Mena. Nada bueno que recordar o imitar por parte de sus autodesignados herederos, si hubiese entre ellos un poco de pudor histórico y una pizca de rigor analítico.
Hoy, en medio de tanta confusión y decepción ante unos cambios opacos y engañosos, acuciados por la evidencia de nuestra fragilidad como comunidad política que de modo trágico ha puesto a nuestra vista el desastre natural del sureste, tendríamos que empezar a practicar el verbo optar y (re) aprender de prisa que los dilemas de ayer se vuelven tsunamis de hoy o de mañana, y no piezas del museo de economía del Banco de México.
Como cuando el licenciado Eduardo Suárez concluyó su polémica con Montes de Oca, habría que decir ahora que el principal reto de México es su crecimiento y la superación progresiva de la desigualdad. A qué velocidad y con qué profundidad se acomete esta doble tarea, es otro de los dilemas que la política democrática tendría que administrar, una vez que se entienda que es eso, administrar dilemas, lo que tiene que hacer un Estado moderno y democrático, en vez de engañarse con el manejo siempre inoportuno e ineficiente de unos recursos que no alcanzan para nada.

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