Vergüenza de “Haaretz”
Presumimos con frecuencia de que al margen de sus limitaciones, los medios israelíes son inmunes a la intervención gubernamental y podrían servir de modelo de prensa libre en cualquier democracia.
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por Isi Leibler
por Isi Leibler
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Presumimos con frecuencia de que al margen de sus limitaciones, los medios israelíes son inmunes a la intervención gubernamental y podrían servir de modelo de prensa libre en cualquier democracia.
Como en la mayor parte de los países occidentales, los periodistas israelíes están escorados hacia la izquierda y [éstos] superan sustancialmente a los de mentalidad más conservadora. En la práctica, uno escucha constantemente quejas de que sostener opiniones de derechas es un escollo importante a la hora de obtener ascensos en el mundo de los medios. Pero eso no es exclusivo de Israel.
La mayoría de los israelíes que lee un periódico a diario lee un diario sensacionalista. En ese sentido, el diario Haaretz es alumno aventajado. Se presenta como periódico progresista serio y aspira a ponerse el disfraz de homólogo del New York Times en lengua hebrea. A pesar de su limitada tirada, es extraordinariamente influyente y es leído por la mayor parte de los líderes de opinión.
Su cobertura informativa y acceso a información delicada supera a la de los tabloides. Sin embargo, mientras que contiene artículos de sociedad y cultura con columnas de magníficas sobre temas religiosos, su frecuente aprobación de políticas radicales sí está tendiendo a vincular cada vez más al Haaretz con el sector marginal de la opinión en lugar de con el de referencia.
En la práctica, muchos argumentarán incluso que una proporción considerable de los editoriales y columnas de opinión del Haaretz son políticamente demenciales. Sus artículos de publicación y columnas de opinión demonizando a Israel y decantándose por el post-sionismo son cada vez más citados por los árabes y los propagandistas antiisraelíes. En realidad, un marciano que observara el nivel de las frecuentes y virulentas condenas del periódico a los gobiernos israelíes sería comprensiblemente engañado creyendo que algunos redactores del Haaretz actúan como propagandistas de la causa palestina con conocimiento de causa.
El presente editor David Landau es un judío practicante que lleva una kippa negra. Hizo aliya desde Londres y es un redactor de mucho talento. Su libro publicado en 1993 a cerca de los haredim sigue siendo hasta la fecha el mejor trabajo de referencia en la materia en lengua inglesa. Y la edición en inglés del Haaretz fue indiscutiblemente su creación.
Le conocí en marzo de 1987, cuando era gerente de plantilla en el Jerusalem Post, entonces editado por Ari Rath y Erwin Frenkel. Landau había sido despachado a cubrir el segundo Coloquio Judío Asiático de académicos en Hong-Kong, que yo había organizado en representación del Congreso Judío Mundial y la Asociación Judía Asia Pacífico.
Desde que ocupara el cargo de editor del Haaretz, la tradicional parcialidad del periódico en relación con el conflicto palestino israelí se ha intensificado.
Landau centra gran parte de su ira en los sionistas religiosos, calificando a aquellos que se asientan más allá de la línea verde de lunáticos mesiánicos y de la mayor amenaza para Israel. Esto obviamente le convierte en el niño mimado de la ultra-izquierda radical.
Landau hoy rehúsa hasta corregir artículos que contienen información abiertamente falsa si ello entra en conflicto con su agenda política. Según la página web del colectivo mediático judío americano altamente respetado CAMERA, Landau no solamente rechazó considerar sus denuncias con respecto a presuntas falsedades publicadas por el Haaretz, sino que llegó a informar por escrito a la JTA de que "como tema de principios" había dado instrucciones a su personal de no responder a las críticas de CAMERA porque era "una organización “McCarthyista”.
No hace falta decir que esto arroja una desagradable sombra sobre un diario que pretende representar los más altos niveles de integridad periodística. Hoy se acepta ampliamente que muchas de las políticas que promueve el Haaretz son abiertamente partidarias de los adversarios de Israel.
De hecho, Nahum Barnea, el distinguido columnista del Yediot Aharonot, llegó a describir a los veteranos periodistas del Haaretz Gideon Levy, Amira Haas y Akiva Eldar como incapaces de superar "la prueba del linchamiento" -- es decir, no condenar a los palestinos ni siquiera cuando asesinaron a dos israelíes en un tumulto de linchamiento al inicio de la segunda intifada.
Más recientemente, en consistencia con las frecuentes representaciones de Israel por parte del Haaretz como una entidad racista, el principal experto en asuntos árabes del diario, Danny Rubinstein, informaba a una entidad de la ONU de que Israel es realmente un estado apartheid.
Por supuesto, detrás de esta tórrida situación se encuentra el editor del Haaretz, Amos Schocken, que está personalmente convencido de que Israel sí practica realmente el apartheid.
Pero sólo fue recientemente que Landau abandonaba todo atisbo de integridad periodística y confesaba en público cruzar la frontera definitiva que distingue el periodismo reputado de la propaganda.
Según el Jerusalem Post, en la reciente Russian Limmud Conference de Moscú, Landau, uno de los pocos participantes no ruso-parlantes, soltaba un bombazo. Dejaba atónitos a los presentes presumiendo de que su diario había "ocultado discretamente con conocimiento de causa" las alegaciones de corrupción de líderes políticos israelíes, incluyendo a los primeros ministros Ariel Sharon y Ehud Olmert, siempre que, en opinión del Haaretz, las políticas de esos líderes estuvieran impulsando el proceso de paz.
Cuando los participantes le cuestionaron en lo concerniente a la moralidad de tal enfoque, Landau respondía con la extraordinaria afirmación de que "más inmoralidad tiene lugar en un solo control de carreteras [en Judea y Samaria] que en todos los escándalos juntos".
A continuación aseguraba a los presentes sin ninguna vergüenza que el Haaretz estaba dispuesto a repetir el proceso con el fin "de garantizar que Olmert va a Annapolis”.
Hasta los antiguos bolcheviques presentes en la audiencia tienen que haber jadeado ante tales opiniones, declaradas abiertamente, que incorporan todas las señas de la era estalinista.
Es ciertamente escandaloso en el caso de un editor jefe de lo que pretende ser un diario reputado y prestigioso que proclame públicamente -- y se enorgullezca -- de haber "ocultado información discretamente" deliberadamente y probablemente hasta encubierto actos de corrupción por parte de líderes políticos de altura con el fin de promover su propia agenda política y, además, presumir de que su diario va a seguir haciéndolo en el futuro.
¿Podría alguien, por ejemplo, visualizar al New York Times suprimiendo información acerca de un presidente norteamericano implicado en un caso de corrupción por deseo de promover los objetivos de la política exterior de la administración? Ningún periódico de integridad en el mundo tolera que un editor haga unos comentarios tan indignantes.
El código ético del Consejo Israelí de Prensa contiene cláusulas que condenan explícitamente tales prácticas. Artículo 40 (y 16a): “Un periódico o un periodista no se abstendrán de publicar información siempre que haya un interés público en su publicación, incluso por razones de presiones políticas, económicas o similares".
Artículo 7: "Los errores, las omisiones o las imprecisiones que se encuentran en la publicación de datos tienen que ser corregidas con rapidez….”
Si frente a tales violaciones de su código por parte del director de uno de los periódicos más prestigiosos el Consejo de Prensa no condena públicamente tal comportamiento, debería ser disuelto y el público tiene que exigir una auditoría.
Explotar a un diario como vehículo propagandístico en favor de un colectivo de ideólogos izquierdistas dispuestos a hacer cualquier cosa, hasta censurar o "ocultar discretamente" información sobre acciones potencialmente criminales, con el fin de perseguir una agenda privada no puede ser tolerado en un país que pretende suscribir normas de conducta democráticas y éticas.
Presumimos con frecuencia de que al margen de sus limitaciones, los medios israelíes son inmunes a la intervención gubernamental y podrían servir de modelo de prensa libre en cualquier democracia.
Como en la mayor parte de los países occidentales, los periodistas israelíes están escorados hacia la izquierda y [éstos] superan sustancialmente a los de mentalidad más conservadora. En la práctica, uno escucha constantemente quejas de que sostener opiniones de derechas es un escollo importante a la hora de obtener ascensos en el mundo de los medios. Pero eso no es exclusivo de Israel.
La mayoría de los israelíes que lee un periódico a diario lee un diario sensacionalista. En ese sentido, el diario Haaretz es alumno aventajado. Se presenta como periódico progresista serio y aspira a ponerse el disfraz de homólogo del New York Times en lengua hebrea. A pesar de su limitada tirada, es extraordinariamente influyente y es leído por la mayor parte de los líderes de opinión.
Su cobertura informativa y acceso a información delicada supera a la de los tabloides. Sin embargo, mientras que contiene artículos de sociedad y cultura con columnas de magníficas sobre temas religiosos, su frecuente aprobación de políticas radicales sí está tendiendo a vincular cada vez más al Haaretz con el sector marginal de la opinión en lugar de con el de referencia.
En la práctica, muchos argumentarán incluso que una proporción considerable de los editoriales y columnas de opinión del Haaretz son políticamente demenciales. Sus artículos de publicación y columnas de opinión demonizando a Israel y decantándose por el post-sionismo son cada vez más citados por los árabes y los propagandistas antiisraelíes. En realidad, un marciano que observara el nivel de las frecuentes y virulentas condenas del periódico a los gobiernos israelíes sería comprensiblemente engañado creyendo que algunos redactores del Haaretz actúan como propagandistas de la causa palestina con conocimiento de causa.
El presente editor David Landau es un judío practicante que lleva una kippa negra. Hizo aliya desde Londres y es un redactor de mucho talento. Su libro publicado en 1993 a cerca de los haredim sigue siendo hasta la fecha el mejor trabajo de referencia en la materia en lengua inglesa. Y la edición en inglés del Haaretz fue indiscutiblemente su creación.
Le conocí en marzo de 1987, cuando era gerente de plantilla en el Jerusalem Post, entonces editado por Ari Rath y Erwin Frenkel. Landau había sido despachado a cubrir el segundo Coloquio Judío Asiático de académicos en Hong-Kong, que yo había organizado en representación del Congreso Judío Mundial y la Asociación Judía Asia Pacífico.
Desde que ocupara el cargo de editor del Haaretz, la tradicional parcialidad del periódico en relación con el conflicto palestino israelí se ha intensificado.
Landau centra gran parte de su ira en los sionistas religiosos, calificando a aquellos que se asientan más allá de la línea verde de lunáticos mesiánicos y de la mayor amenaza para Israel. Esto obviamente le convierte en el niño mimado de la ultra-izquierda radical.
Landau hoy rehúsa hasta corregir artículos que contienen información abiertamente falsa si ello entra en conflicto con su agenda política. Según la página web del colectivo mediático judío americano altamente respetado CAMERA, Landau no solamente rechazó considerar sus denuncias con respecto a presuntas falsedades publicadas por el Haaretz, sino que llegó a informar por escrito a la JTA de que "como tema de principios" había dado instrucciones a su personal de no responder a las críticas de CAMERA porque era "una organización “McCarthyista”.
No hace falta decir que esto arroja una desagradable sombra sobre un diario que pretende representar los más altos niveles de integridad periodística. Hoy se acepta ampliamente que muchas de las políticas que promueve el Haaretz son abiertamente partidarias de los adversarios de Israel.
De hecho, Nahum Barnea, el distinguido columnista del Yediot Aharonot, llegó a describir a los veteranos periodistas del Haaretz Gideon Levy, Amira Haas y Akiva Eldar como incapaces de superar "la prueba del linchamiento" -- es decir, no condenar a los palestinos ni siquiera cuando asesinaron a dos israelíes en un tumulto de linchamiento al inicio de la segunda intifada.
Más recientemente, en consistencia con las frecuentes representaciones de Israel por parte del Haaretz como una entidad racista, el principal experto en asuntos árabes del diario, Danny Rubinstein, informaba a una entidad de la ONU de que Israel es realmente un estado apartheid.
Por supuesto, detrás de esta tórrida situación se encuentra el editor del Haaretz, Amos Schocken, que está personalmente convencido de que Israel sí practica realmente el apartheid.
Pero sólo fue recientemente que Landau abandonaba todo atisbo de integridad periodística y confesaba en público cruzar la frontera definitiva que distingue el periodismo reputado de la propaganda.
Según el Jerusalem Post, en la reciente Russian Limmud Conference de Moscú, Landau, uno de los pocos participantes no ruso-parlantes, soltaba un bombazo. Dejaba atónitos a los presentes presumiendo de que su diario había "ocultado discretamente con conocimiento de causa" las alegaciones de corrupción de líderes políticos israelíes, incluyendo a los primeros ministros Ariel Sharon y Ehud Olmert, siempre que, en opinión del Haaretz, las políticas de esos líderes estuvieran impulsando el proceso de paz.
Cuando los participantes le cuestionaron en lo concerniente a la moralidad de tal enfoque, Landau respondía con la extraordinaria afirmación de que "más inmoralidad tiene lugar en un solo control de carreteras [en Judea y Samaria] que en todos los escándalos juntos".
A continuación aseguraba a los presentes sin ninguna vergüenza que el Haaretz estaba dispuesto a repetir el proceso con el fin "de garantizar que Olmert va a Annapolis”.
Hasta los antiguos bolcheviques presentes en la audiencia tienen que haber jadeado ante tales opiniones, declaradas abiertamente, que incorporan todas las señas de la era estalinista.
Es ciertamente escandaloso en el caso de un editor jefe de lo que pretende ser un diario reputado y prestigioso que proclame públicamente -- y se enorgullezca -- de haber "ocultado información discretamente" deliberadamente y probablemente hasta encubierto actos de corrupción por parte de líderes políticos de altura con el fin de promover su propia agenda política y, además, presumir de que su diario va a seguir haciéndolo en el futuro.
¿Podría alguien, por ejemplo, visualizar al New York Times suprimiendo información acerca de un presidente norteamericano implicado en un caso de corrupción por deseo de promover los objetivos de la política exterior de la administración? Ningún periódico de integridad en el mundo tolera que un editor haga unos comentarios tan indignantes.
El código ético del Consejo Israelí de Prensa contiene cláusulas que condenan explícitamente tales prácticas. Artículo 40 (y 16a): “Un periódico o un periodista no se abstendrán de publicar información siempre que haya un interés público en su publicación, incluso por razones de presiones políticas, económicas o similares".
Artículo 7: "Los errores, las omisiones o las imprecisiones que se encuentran en la publicación de datos tienen que ser corregidas con rapidez….”
Si frente a tales violaciones de su código por parte del director de uno de los periódicos más prestigiosos el Consejo de Prensa no condena públicamente tal comportamiento, debería ser disuelto y el público tiene que exigir una auditoría.
Explotar a un diario como vehículo propagandístico en favor de un colectivo de ideólogos izquierdistas dispuestos a hacer cualquier cosa, hasta censurar o "ocultar discretamente" información sobre acciones potencialmente criminales, con el fin de perseguir una agenda privada no puede ser tolerado en un país que pretende suscribir normas de conducta democráticas y éticas.
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El Reloj - Israel/12/11/2007
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