MALVINAS, FICCIÓN Y REALIDAD
A pesar de ser ampliamente mencionadas y reclamadas en textos de muy diversa índole, las Malvinas se instalaron a sangre y fuego definitivamente en la cultura argentina en 1982. Metáfora del destino nacional, punto clave de la política externa y territorio de la memoria de un tiempo aciago, ninguna de sus muchas imágenes clausura la discusión. De esto se habla en el informe que se desarrolla a continuación, que incluye un relevamiento en el ensayo, la novela, el cine y el rock, además de la crónica sobre la vida actual en las islas.
INFORME Clarin.com
Mucho antes de la guerra de 1982, las Malvinas ya eran merecedoras de un lugar destacado en la bibliografía geográfica e histórica. En su Viaje alrededor del mundo, Louis Antoine de Bougainville refiere que, cronológicamente, las islas habían sido reconocidas y parcialmente descriptas por Americo Vespucio, Sebald de Weert, Richard Hawkins, John Strong —quien las bautizó en honor de su protector Lord Falkland—, Beauchesne Gouin, Du Coudray, Porée, Frezier, Woodes Rogers y Roggenwein, entre otros. Bougainville —quien las nombró "Malouines", en homenaje al puerto de Saint Malo, desde donde había zarpado— las reivindicó para la corona francesa y estableció allá una colonia. Otro tanto hizo en 1765 el entonces comodoro John Byron —tío del poeta—, quien las reclamó para la corona británica. Sin embargo, en 1766, una Real Cédula del 4 de octubre las incluyó en la jurisdicción de la gobernación de Buenos Aires. En todos los elementos hasta aquí citados habrá que rastrear la prehistoria del conflicto que se desataría más adelante, cuando, luego de entregadas por Francia a España en razón de un tratado de paz, con posterioridad a la independencia de las Provincias Unidas, las islas pasaron a ser administradas por autoridades designadas desde Buenos Aires, a las que ni los Estados Unidos ni Gran Bretaña reconocieron derecho alguno. Para 1820, el corsario estadounidense David Jewett señalaba la presencia de más de cincuenta naves de distintas banderas, dedicadas a la pesca de aguas profundas o a la caza de pinnípedos. Una década después, tanto el capitán Robert FitzRoy como Charles Darwin las visitaron y describieron. En 1832, Manuel Moreno, representante de la Confederación en Londres, advirtió a Buenos Aires sobre una posible invasión, pero Rosas no lo escuchó. En 1833, cuando las islas cayeron en manos británicas, Rosas las propuso como parte de pago para la gigantesca deuda externa argentina, contraída por Rivadavia con el banco Baring Brothers, en circunstancias de la guerra contra el Brasil. Los ingleses dijeron que las Malvinas ya eran suyas y Rosas reclamó enérgicamente que se las quedaran y se perdonara la deuda argentina hasta que, en 1848, según señala un documento de la Cámara de los Comunes del 25 de julio de ese año, el diputado Malesworth propuso la devolución de las islas a la Confederación, por improductivas y por lo oneroso de su mantenimiento, pero el proyecto no prosperó. Esta historia fabulosa tiene muchos otros bemoles y protagonistas, como, por ejemplo el reverendo George Packenham Despard, de la Patagonian Missionary Society, quien estableció en Malvinas años más tarde una misión desde la cual se propuso colonizar el litoral fueguino, ayudado por el canoero Jemmy Button —uno de los nativos que FitzRoy llevó a Gran Bretaña en su primer viaje a Tierra del Fuego—, quien, algo después, fue juzgado y absuelto en Puerto Stanley, luego de haber sido culpado por una masacre de misioneros en una de las islas del canal Beagle. También, corresponde mencionar al hipotético espía George Musters, venido desde Malvinas al continente y protagonista de un fabuloso viaje por la Patagonia austral en compañía de aborígenes aonikenk (mal llamados tehuelches).
Todo eso fue literatura, al igual que otros muchos textos de ambos lados del Atlántico. Pero, aunque la enumeración podría seguir con la mención de hechos y personajes, lo que dio a esas islas su reputación definitiva fue la guerra y lo que ésta suscitó en los años posteriores en la historia y la cultura de la Argentina y, en menor grado, también de Gran Bretaña. De eso trata justamente este número especial de Ñ, que incluye la descripción de dos viajes recientes y de naturaleza muy distinta, debidos a la periodista Sonia Jalfin (p. 10) y a la investigadora Julieta Vitullo (p.28); una pormenorizada síntesis de la literatura política, histórica y sociológica que en los últimos años se escribió sobre Malvinas, llevada a cabo por Héctor Pavón; una entrevista de María Luján Picabea con Rodolfo Fogwill, autor de Los Pichiciegos, primera novela sobre la guerra, recientemente reeditada. Por su parte, el novelista Carlos Gamerro, desde Londres, realiza la crónica de un encuentro de escritores, traductores y académicos argentinos y británicos titulado "Recordando las Malvinas en la literatura y el cine argentinos" organizado por las Dras. Claire Lindsay (Universidad de Londres), Joanna Page (Universidad de Cambridge) y Fernanda Peñaloza (Universidad de Manchester). Asimismo, se publica la ponencia leída por Gamerro sobre su novela Las Islas y una entrevista con Bernard McGuirk, autor de Falklands-Malvinas: An Unfinished Business. En otro orden, Damián Damore recorre la filmografía de uno y otro país sobre el conflicto y sus consecuencias. Otro tanto hace Diego Erlan con el rock. El editor José Luis Mangieri, en cambio, se ocupa de reconstruir el comportamiento argentino durante los 74 días de la guerra. El artista plástico Daniel Ontiveros, a la sazón artillero en Malvinas, habla de su experiencia y de cómo influyó sobre su manera de concebir el arte. Cierra Vicente Palermo, autor del reciente Sal en las heridas. Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea, quien plantea un punto de vista sobre la malvinización de la política que, sin duda, llama a la reflexión.
La guerra en cifras
74
días duró la guerra, sin declararse nunca de manera formal. Empezó el 2 de abril 1982, con el desembarco
de las tropas argentinas en Port Stanley, rebautizado como Puerto Argentino. El comandante Menéndez le puso fin
el 14 de junio, cuando aprobó un cese del fuego "no negociado" con los británicos.
903
personas murieron en el conflicto, 650 del lado argentino y 253 del lado británico, incluyendo a tres mujeres isleñas. Los heridos fueron 1.188 argentinos y 777 británicos.
1.800
isleños vivían en Malvinas cuando se desató el conflicto. En la actualidad son cerca de 3.000 habitantes, según
el censo del 2001.
14.189
tropas argentinas fueron enviadas a Malvinas, a bordo de 63 buques y 216 aviones. La Corona británica mandó 29.700 hombres, junto con 118 navíos y 117 aviones.
2.000.000.000
de dólares costó el conflicto al Reino Unido. Se calcula que el costo de la guerra para el Estado argentino fue de entre los 7 y los 15 mil millones de dólares.
Apoyos internacionales
10
miembros del Consejo de Seguridad de la ONU aprobaron el 3 de abril de 1982 la resolución 502. Redactada por Gran Bretaña, llamaba al retiro de las tropas argentinas de Malvinas y a la búsqueda de una solución diplomática. Panamá votó en contra,mientras Rusia, China, España y Polonia se abstuvieron.
21
días duró el intento de corredor diplomático del enviado americano Alexander Haig. Al fracasar las discusiones el 29 de abril, el presidente Reagan respaldó oficialmente a Gran Bretaña. El único apoyo oficial recibido por la Argentina fue el de la Organización de los Estados Americanos, que reconoció el 26 de abril su soberanía sobre Malvinas.
22
aviones Mirage-III de segunda mano vendió Francia a la Argentina, por intermedio de Israel y Perú, en el intento de burlar el embargo económico. Por un lado, la Comunidad Europea impuso sanciones a la Argentina; por el otro, algunos de sus miembros condenaron la postura británica.