20/3/09
ESCARBANDO en LQ somos,
Hablemos de la fe
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He podido comprobar una y otra vez que el cumplimiento y la realización de nuestros más importantes deseos, aquellos a los que conferimos mayor relevancia y significación, no empiezan si no es en la fe. No dan su primer paso adelante, si no es en la fe; y no llegan a la cumbre de su realización, si no es en la fe.
Aunque soy agnóstica, me gusta leer los llamados libros de la revelación, como la Biblia en sus diferentes versiones, el Corán -este sólo lo puedo leer en versiones traducidas, ya que no leo árabe- y también, aunque no se consideren libros de esa índole, los vedas. Son libros muy interesantes que recogen mucha sabiduría humana, créanlo. De la Fe, decía, Cristo –según los evangelios canónicos- a quienes le miraban, perplejos y anonadados, por las obras que, al parecer, realizaba: “… Mayores cosas que yo haríais si tuvierais fe. Os aseguro que si tuvierais la fe de un granito de mostaza le diríais a esa montaña “quítate de ahí y ponte allí” y la montaña se apartaría y trasladaría de lugar. …” Seguro que, cuando decía “si tuvierais fe”, no estaba refiriéndose a ese tener como quien tiene un lápiz, o un coche, o una casa... No estaba aludiendo a un tener material y comprable, cómo quien tiene un coche o una bicicleta, y tampoco a un tener “inevitable” del tipo pasivo, como quien tiene veinte años o siete o los que tenga. No, nada de eso. Tampoco pienso que un hombre tan humano y de carne y hueso –si es que existió- cómo era él. Tampoco se refería a un tener ciego y divino, sobrenatural… No, nada de eso, pienso yo que aludía a un tipo de tener que no es tener, sino vivir y sentir. A una fe que se va construyendo de dentro hacia fuera en la medida que avanzamos en la búsqueda. A una fe que no es ciega ni se deposita en lo externo, ni en la adoración de imágenes e ídolos, ni, mucho menos, en la creencia de un ser omnipotente –un poco caprichoso, pendenciero y arbitrario-, al que se le pueden pedir todo tipo de cosas, pero que únicamente concederá las que le venga en gana, y a quien le venga en gana, que para eso es Dios…
Me da la impresión de que la fe, la mía, se trataba más bien de una fe distinta. De una fe forjada en lo interno y con el esfuerzo del quehacer continuado día a día, que se tiene porque se vive en ella y no se agota si nosotros no nos vendamos los ojos para no verla; no a una fe que se recibe como algo de fuera hacia dentro y cuya cantidad poseemos y se va gastando con nuestras vidas, sino una fe cuyo filón mora en nosotros y lo vamos construyendo y modelando activamente golpe a golpe, tal vez con las manos del alma más que con las otras, desde lo más interno y rico de nuestro ser. Una fe que se sustenta en el esforzado y lento obrar humano, cuando éste se dedica al crecimiento del ser humano y de la humanidad.
Sí, ese tipo de fe que no consiste en pedir las cosas, sino en construirlas y concederlas para que con cada dádiva se acrisole el poder de la entrega humana. Esa fe que no cierra los ojos ante el esfuerzo del trabajo y del compromiso propio, sino que se sumerge en ellos con una entrega verdadera y cuestiona instante a instante cada una de nuestras acciones. Esa fe que no cierra las preguntas con respuestas en las que hay que creer, sino que crea día a día nuevas preguntas a cada una de las respuestas que encuentra en un acto interno y creativo del ser, y que da fuerza para seguir luchando por el hallazgo continuado de nuevas respuestas.
Pasteur decía que su fuerza residía en su tenacidad. La mía, mi fuerza, reside en la tenaz construcción de la fe en mi vida y en la tenaz persecución y vivencia de la fe en todos mis actos, palabras, pensamientos y deseos.
Sí, fe en mí, en lo esencial de mí aunque a veces lo sienta lejano. Fe en mis semejantes, en todos ellos, aunque a veces los viva como muy desiguales y diferentes a mí. Esa percepción de diferencias forma parte de los autoengaños en los que navegamos a la deriva; pero si incluso en la deriva permanecemos en la fe de la construcción de la igualdad, los autoengaños se desvanecen y la igualdad de todos nosotros, esa igualdad que no es uniformidad y que nos convierte en semejantes triunfa e ilumina nuestra marcha en la fe hacia el encuentro con la libertad, la igualdad y la fraternidad.
La fe en nosotros, en nuestros semejantes y en nuestro conjunto obrar, nos permite acceder al conocimiento de que nuestra fuerza reside, justamente, en nuestra debilidad, en nuestra vulnerabilidad; mientras que nuestra verdadera debilidad reside en todas esas creencias nuestras acerca de lo fuertes, indestructibles e invulnerables que somos.
La fe de la que yo hablo, y en la que yo vivo, no tiene absolutamente nada que ver en creer o no creer en Dios o en sus subrogados; es el soporte al que me agarro cuando de pronto no puedo ver la diferencia que hay entre buscar y perderse. Esa diferencia es más o menos la misma que hay entre el labrar la tierra, sembrar el trigo, recoger la cosecha, moler el grano, amasar la harina, hornear el pan y comerlo; y acudir a una panadería, comprar un pan y comérselo. Porque la búsqueda, más allá de lo que cada uno busque, ya sea a Dios -los que en él creen-, o la realización de la humanidad, sólo da su fruto real si uno mismo es la tierra, el agua, el aire, el fuego del horno, el trigo, el molino, la harina y el pan. De eso, la fe viva que en mi vive, me da testimonio, me ayuda en el descubrimiento y en la asunción de mis engaños para desarmarlos y enderezar mi búsqueda.
Y a lo largo de esa búsqueda mi ser cree. Sí, mi ser cree en la suavidad de toda mano que le roce el alma; en la luz que tras cada noche nace; en la voluntad del reanudado y perenne esfuerzo humano; en los pasos que crean camino, y en todo aquello que resuena en mi alma y en todas las almas.
Sí, mi ser cree en todo aquello que nos impulsa a construir, día a día, la fraternidad humana y que crea en mi pecho el diseño de esa fe instante a instante. Sí, mi ser cree en ese horizonte que, en la muerte y en la vida, vislumbra sorprendido a lo largo de su existir, y que atrae las manos de mi alma y de mi carne desde más allá del confín del sufrimiento, desde más allá de todas las lágrimas y de todas las sombras, a este más acá de lo cotidiano, a éste vivir en la razón y en la fe con el corazón y con la mente.
(De mi libro "¿Dónde están las manos de mi alma?" que no está publicado ni creo que se llegue a publicar nunca.)
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LQSomos. Hannah. Marzo de 2008
Más artículos de la autora
He podido comprobar una y otra vez que el cumplimiento y la realización de nuestros más importantes deseos, aquellos a los que conferimos mayor relevancia y significación, no empiezan si no es en la fe. No dan su primer paso adelante, si no es en la fe; y no llegan a la cumbre de su realización, si no es en la fe.
Aunque soy agnóstica, me gusta leer los llamados libros de la revelación, como la Biblia en sus diferentes versiones, el Corán -este sólo lo puedo leer en versiones traducidas, ya que no leo árabe- y también, aunque no se consideren libros de esa índole, los vedas. Son libros muy interesantes que recogen mucha sabiduría humana, créanlo. De la Fe, decía, Cristo –según los evangelios canónicos- a quienes le miraban, perplejos y anonadados, por las obras que, al parecer, realizaba: “… Mayores cosas que yo haríais si tuvierais fe. Os aseguro que si tuvierais la fe de un granito de mostaza le diríais a esa montaña “quítate de ahí y ponte allí” y la montaña se apartaría y trasladaría de lugar. …” Seguro que, cuando decía “si tuvierais fe”, no estaba refiriéndose a ese tener como quien tiene un lápiz, o un coche, o una casa... No estaba aludiendo a un tener material y comprable, cómo quien tiene un coche o una bicicleta, y tampoco a un tener “inevitable” del tipo pasivo, como quien tiene veinte años o siete o los que tenga. No, nada de eso. Tampoco pienso que un hombre tan humano y de carne y hueso –si es que existió- cómo era él. Tampoco se refería a un tener ciego y divino, sobrenatural… No, nada de eso, pienso yo que aludía a un tipo de tener que no es tener, sino vivir y sentir. A una fe que se va construyendo de dentro hacia fuera en la medida que avanzamos en la búsqueda. A una fe que no es ciega ni se deposita en lo externo, ni en la adoración de imágenes e ídolos, ni, mucho menos, en la creencia de un ser omnipotente –un poco caprichoso, pendenciero y arbitrario-, al que se le pueden pedir todo tipo de cosas, pero que únicamente concederá las que le venga en gana, y a quien le venga en gana, que para eso es Dios…
Me da la impresión de que la fe, la mía, se trataba más bien de una fe distinta. De una fe forjada en lo interno y con el esfuerzo del quehacer continuado día a día, que se tiene porque se vive en ella y no se agota si nosotros no nos vendamos los ojos para no verla; no a una fe que se recibe como algo de fuera hacia dentro y cuya cantidad poseemos y se va gastando con nuestras vidas, sino una fe cuyo filón mora en nosotros y lo vamos construyendo y modelando activamente golpe a golpe, tal vez con las manos del alma más que con las otras, desde lo más interno y rico de nuestro ser. Una fe que se sustenta en el esforzado y lento obrar humano, cuando éste se dedica al crecimiento del ser humano y de la humanidad.
Sí, ese tipo de fe que no consiste en pedir las cosas, sino en construirlas y concederlas para que con cada dádiva se acrisole el poder de la entrega humana. Esa fe que no cierra los ojos ante el esfuerzo del trabajo y del compromiso propio, sino que se sumerge en ellos con una entrega verdadera y cuestiona instante a instante cada una de nuestras acciones. Esa fe que no cierra las preguntas con respuestas en las que hay que creer, sino que crea día a día nuevas preguntas a cada una de las respuestas que encuentra en un acto interno y creativo del ser, y que da fuerza para seguir luchando por el hallazgo continuado de nuevas respuestas.
Pasteur decía que su fuerza residía en su tenacidad. La mía, mi fuerza, reside en la tenaz construcción de la fe en mi vida y en la tenaz persecución y vivencia de la fe en todos mis actos, palabras, pensamientos y deseos.
Sí, fe en mí, en lo esencial de mí aunque a veces lo sienta lejano. Fe en mis semejantes, en todos ellos, aunque a veces los viva como muy desiguales y diferentes a mí. Esa percepción de diferencias forma parte de los autoengaños en los que navegamos a la deriva; pero si incluso en la deriva permanecemos en la fe de la construcción de la igualdad, los autoengaños se desvanecen y la igualdad de todos nosotros, esa igualdad que no es uniformidad y que nos convierte en semejantes triunfa e ilumina nuestra marcha en la fe hacia el encuentro con la libertad, la igualdad y la fraternidad.
La fe en nosotros, en nuestros semejantes y en nuestro conjunto obrar, nos permite acceder al conocimiento de que nuestra fuerza reside, justamente, en nuestra debilidad, en nuestra vulnerabilidad; mientras que nuestra verdadera debilidad reside en todas esas creencias nuestras acerca de lo fuertes, indestructibles e invulnerables que somos.
La fe de la que yo hablo, y en la que yo vivo, no tiene absolutamente nada que ver en creer o no creer en Dios o en sus subrogados; es el soporte al que me agarro cuando de pronto no puedo ver la diferencia que hay entre buscar y perderse. Esa diferencia es más o menos la misma que hay entre el labrar la tierra, sembrar el trigo, recoger la cosecha, moler el grano, amasar la harina, hornear el pan y comerlo; y acudir a una panadería, comprar un pan y comérselo. Porque la búsqueda, más allá de lo que cada uno busque, ya sea a Dios -los que en él creen-, o la realización de la humanidad, sólo da su fruto real si uno mismo es la tierra, el agua, el aire, el fuego del horno, el trigo, el molino, la harina y el pan. De eso, la fe viva que en mi vive, me da testimonio, me ayuda en el descubrimiento y en la asunción de mis engaños para desarmarlos y enderezar mi búsqueda.
Y a lo largo de esa búsqueda mi ser cree. Sí, mi ser cree en la suavidad de toda mano que le roce el alma; en la luz que tras cada noche nace; en la voluntad del reanudado y perenne esfuerzo humano; en los pasos que crean camino, y en todo aquello que resuena en mi alma y en todas las almas.
Sí, mi ser cree en todo aquello que nos impulsa a construir, día a día, la fraternidad humana y que crea en mi pecho el diseño de esa fe instante a instante. Sí, mi ser cree en ese horizonte que, en la muerte y en la vida, vislumbra sorprendido a lo largo de su existir, y que atrae las manos de mi alma y de mi carne desde más allá del confín del sufrimiento, desde más allá de todas las lágrimas y de todas las sombras, a este más acá de lo cotidiano, a éste vivir en la razón y en la fe con el corazón y con la mente.
(De mi libro "¿Dónde están las manos de mi alma?" que no está publicado ni creo que se llegue a publicar nunca.)
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LQSomos. Hannah. Marzo de 2008
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LQSmos/20/03/2009
El BID debe invertir mejor: América Latina necesita menos energía y más política
Gerardo Honty*
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Si América Latina sigue la senda del aumento de la oferta energética, tendrá más problemas ambientales, sociales y económicos. Pero si invierte en eficiencia, reducirá los impactos negativos; y con los ahorros, podrá llevar energía a todos los que no la tienen (ni tendrán). El BID puede hacer mucho más para contribuir a cambiar esta senda energética continental, y este debe ser uno de los temas que merece ser analizado con detenimiento en su próxima asamblea en Colombia.
Precisemos que según la Agencia Internacional de la Energía, la tasa de crecimiento de la oferta de energía promedia el 2,3% anual en el caso latinoamericano, con lo que se duplicará su abastecimiento, pasando de los 484 Mteps (millones de toneladas equivalentes de petróleo) en 2004, a un estimado de 845 Mteps en 2030. Dos tercios de esta energía provendrían de fuentes no renovables y emisoras de gases de efecto invernadero: petróleo, carbón y gas natural.
Según el mismo informe, para lograr un suministro de esta envergadura la región deberá invertir una cifra enorme en infraestructura energética: US$ 1.374 miles de millones a lo largo de más de veinte años. La inversión en proyectos convencionales, como represas, usinas termoeléctricas o centrales nucleares, desencadenará los más diversos impactos ambientales y sociales, acarreando costos adicionales en una escala seguramente mayor.
Por lo tanto es urgente pensar en otro tipo de inversiones volcadas a potenciar programas de eficiencia y conservación energética. Si bien casi todos los países tienen algún programa de este tipo, su número y cobertura todavía es modesta. Pero dejan en claro sus grandes potencialidades en reducir el consumo energético y en muchos casos aminorar sus efectos ambientales, así como en lograr beneficios económicos. En Brasil, por ejemplo, el programa PROCEL nacido en el año 1986, ha invertido hasta el año 2005 aproximadamente US$ 461 millones, logrando un ahorro de electricidad de 21,753 GWh anuales, lo cual significó beneficios por US$ 8,027 millones. Estos y otros ejemplos indican que, en el futuro, las inversiones en eficiencia serían muy redituables. Incluso la propia Organización Latino Americana de Energía estima que el continente podría ahorrar 156 mil millones de dólares en los próximos 15 años si invirtiera en eficiencia energética.
El reporte sobre inversiones y flujos financieros para combatir el cambio climático publicado por la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, indica que el abastecimiento de energía de América Latina, al año 2030, requerirá de US$ 120 mil millones en inversiones. Pero si esa inversión fuese en eficiencia energética, los fondos requeridos caen a US$ 89 mil millones, es decir 31 mil millones menos, sin sacrificar la satisfacción de las necesidades de energía.
El propio BID ha encomendado estudios que dejan en claro los beneficios de invertir en eficiencia energética. Un reciente análisis reconoce que América Latina y el Caribe necesitarán generar 143 mil GWh/año hacia el 2018, donde el costo para alcanzar ese potencial será de US$ 53 mil millones (excluyendo los gastos de combustibles y mantenimiento). Pero si se actuara desde el lado de la demanda a través de medidas de eficiencia energética, los costos serían solamente de US$ 17 mil millones. Los ahorros generados por medidas como esas también podrían ser dirigidos a solucionar el caso de unos 45 millones de latinoamericanos que no tienen acceso a la electricidad.
El BID ha ido incorporando los temas de Energía Renovable y Eficiencia energética en los últimos diez años. No obstante, el porcentaje de fondos de su portafolio dedicado a estos temas sigue siendo pequeñísimo. En un documento especialmente preparado para el BID por la Corporación Internacional Econergy, se afirma que en el portafolio total de préstamos del banco el sector de energía limpia apenas representa el 2,5%.
Si bien el banco ha impulsado nuevas áreas de inversión, no desanda los viejos caminos. La nueva Iniciativa de Energía Sostenible y Cambio Climático desde donde se promueven actualmente las iniciativas en eficiencia energética y energías renovables, está localizada dentro del banco en el Sector de Infraestructura y Medio Ambiente. En esa misma oficina, actualmente se preparan proyectos que van en un sentido diametralmente opuesto, como son las usinas termoeléctricas en base a carbón de Pecem y Termo Maranhao en Brasil.
El BID también está involucrado en varias propuestas energéticas y de infraestructura que claramente contradicen las estrategias de eficiencia energética y energías renovables. El IIRSA, la iniciativa en infraestructura a escala continental, es uno de los casos más claros. El informe de Ecoenergy advierte que parecería que ninguno de los 340 proyectos identificados en el IIRSA se orienta específicamente a temas de energías renovables y eficiencia energética. Otra vez más se marcha en sentido contrario: el portafolio prioritario de proyectos de IIRSA en un 60% corresponde a proyectos carreteros y de transporte, lo que derivará en un mayor consumo de petróleo sin establecerse claramente donde están los beneficios para la sociedad. Otros, que no están en la lista de prioridades pero forman parte de la cartera IIRSA, están siendo cuestionados por las organizaciones sociales debido a sus importantes derivaciones ambientales, sociales y políticas negativas como es el caso de las represas Santo Antonio en el río Madeira o la de Garabí sobre el río Uruguay.
Siguiendo las conclusiones del informe preparado por Econergy para el BID “si las economías emergentes fueran a replicar la orientación fósil de los sectores energéticos típicos de las economías industrializadas, las implicancias en términos de daño ambiental y el potencial para acelerar salvajemente la demanda llevando los precios de la energía a precios record, puede ser significativa. No obstante, a pesar del marcado crecimiento en esta área en la última década, el Banco no ha participado en suficientes actividades de préstamos en los sectores de Energías Renovables y Eficiencia Energética, y ha fallado en implementar programas sistémicos de gran escala que vayan a ayudar a los mercados financieros locales para el desarrollo de energía limpia”.
Las conclusiones son claras. El BID debe aprovechar su asamblea en Medellín para repensar su estrategia energética, abandonando los emprendimientos y apoyos a la “energía sucia”, para comprometerse realmente con emprendimientos que solucionen específicamente el acceso a los servicios energéticos de quienes hoy carecen de él, apuesten a la conservación y uso eficiente de la energía, promuevan una conversión hacia las energías renovables, y reduzcan nuestra contribución a la emisión de gases contaminantes globales.
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Si América Latina sigue la senda del aumento de la oferta energética, tendrá más problemas ambientales, sociales y económicos. Pero si invierte en eficiencia, reducirá los impactos negativos; y con los ahorros, podrá llevar energía a todos los que no la tienen (ni tendrán). El BID puede hacer mucho más para contribuir a cambiar esta senda energética continental, y este debe ser uno de los temas que merece ser analizado con detenimiento en su próxima asamblea en Colombia.
Precisemos que según la Agencia Internacional de la Energía, la tasa de crecimiento de la oferta de energía promedia el 2,3% anual en el caso latinoamericano, con lo que se duplicará su abastecimiento, pasando de los 484 Mteps (millones de toneladas equivalentes de petróleo) en 2004, a un estimado de 845 Mteps en 2030. Dos tercios de esta energía provendrían de fuentes no renovables y emisoras de gases de efecto invernadero: petróleo, carbón y gas natural.
Según el mismo informe, para lograr un suministro de esta envergadura la región deberá invertir una cifra enorme en infraestructura energética: US$ 1.374 miles de millones a lo largo de más de veinte años. La inversión en proyectos convencionales, como represas, usinas termoeléctricas o centrales nucleares, desencadenará los más diversos impactos ambientales y sociales, acarreando costos adicionales en una escala seguramente mayor.
Por lo tanto es urgente pensar en otro tipo de inversiones volcadas a potenciar programas de eficiencia y conservación energética. Si bien casi todos los países tienen algún programa de este tipo, su número y cobertura todavía es modesta. Pero dejan en claro sus grandes potencialidades en reducir el consumo energético y en muchos casos aminorar sus efectos ambientales, así como en lograr beneficios económicos. En Brasil, por ejemplo, el programa PROCEL nacido en el año 1986, ha invertido hasta el año 2005 aproximadamente US$ 461 millones, logrando un ahorro de electricidad de 21,753 GWh anuales, lo cual significó beneficios por US$ 8,027 millones. Estos y otros ejemplos indican que, en el futuro, las inversiones en eficiencia serían muy redituables. Incluso la propia Organización Latino Americana de Energía estima que el continente podría ahorrar 156 mil millones de dólares en los próximos 15 años si invirtiera en eficiencia energética.
El reporte sobre inversiones y flujos financieros para combatir el cambio climático publicado por la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, indica que el abastecimiento de energía de América Latina, al año 2030, requerirá de US$ 120 mil millones en inversiones. Pero si esa inversión fuese en eficiencia energética, los fondos requeridos caen a US$ 89 mil millones, es decir 31 mil millones menos, sin sacrificar la satisfacción de las necesidades de energía.
El propio BID ha encomendado estudios que dejan en claro los beneficios de invertir en eficiencia energética. Un reciente análisis reconoce que América Latina y el Caribe necesitarán generar 143 mil GWh/año hacia el 2018, donde el costo para alcanzar ese potencial será de US$ 53 mil millones (excluyendo los gastos de combustibles y mantenimiento). Pero si se actuara desde el lado de la demanda a través de medidas de eficiencia energética, los costos serían solamente de US$ 17 mil millones. Los ahorros generados por medidas como esas también podrían ser dirigidos a solucionar el caso de unos 45 millones de latinoamericanos que no tienen acceso a la electricidad.
El BID ha ido incorporando los temas de Energía Renovable y Eficiencia energética en los últimos diez años. No obstante, el porcentaje de fondos de su portafolio dedicado a estos temas sigue siendo pequeñísimo. En un documento especialmente preparado para el BID por la Corporación Internacional Econergy, se afirma que en el portafolio total de préstamos del banco el sector de energía limpia apenas representa el 2,5%.
Si bien el banco ha impulsado nuevas áreas de inversión, no desanda los viejos caminos. La nueva Iniciativa de Energía Sostenible y Cambio Climático desde donde se promueven actualmente las iniciativas en eficiencia energética y energías renovables, está localizada dentro del banco en el Sector de Infraestructura y Medio Ambiente. En esa misma oficina, actualmente se preparan proyectos que van en un sentido diametralmente opuesto, como son las usinas termoeléctricas en base a carbón de Pecem y Termo Maranhao en Brasil.
El BID también está involucrado en varias propuestas energéticas y de infraestructura que claramente contradicen las estrategias de eficiencia energética y energías renovables. El IIRSA, la iniciativa en infraestructura a escala continental, es uno de los casos más claros. El informe de Ecoenergy advierte que parecería que ninguno de los 340 proyectos identificados en el IIRSA se orienta específicamente a temas de energías renovables y eficiencia energética. Otra vez más se marcha en sentido contrario: el portafolio prioritario de proyectos de IIRSA en un 60% corresponde a proyectos carreteros y de transporte, lo que derivará en un mayor consumo de petróleo sin establecerse claramente donde están los beneficios para la sociedad. Otros, que no están en la lista de prioridades pero forman parte de la cartera IIRSA, están siendo cuestionados por las organizaciones sociales debido a sus importantes derivaciones ambientales, sociales y políticas negativas como es el caso de las represas Santo Antonio en el río Madeira o la de Garabí sobre el río Uruguay.
Siguiendo las conclusiones del informe preparado por Econergy para el BID “si las economías emergentes fueran a replicar la orientación fósil de los sectores energéticos típicos de las economías industrializadas, las implicancias en términos de daño ambiental y el potencial para acelerar salvajemente la demanda llevando los precios de la energía a precios record, puede ser significativa. No obstante, a pesar del marcado crecimiento en esta área en la última década, el Banco no ha participado en suficientes actividades de préstamos en los sectores de Energías Renovables y Eficiencia Energética, y ha fallado en implementar programas sistémicos de gran escala que vayan a ayudar a los mercados financieros locales para el desarrollo de energía limpia”.
Las conclusiones son claras. El BID debe aprovechar su asamblea en Medellín para repensar su estrategia energética, abandonando los emprendimientos y apoyos a la “energía sucia”, para comprometerse realmente con emprendimientos que solucionen específicamente el acceso a los servicios energéticos de quienes hoy carecen de él, apuesten a la conservación y uso eficiente de la energía, promuevan una conversión hacia las energías renovables, y reduzcan nuestra contribución a la emisión de gases contaminantes globales.
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*Gerardo Honty es analista de temas energéticos en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).
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ALAI/20/03/2009
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Rebelión/20/03/2009
Discurso de Paul Krugman: Europa, un continente a la deriva
Uno de los grandes gurús del pensamiento económico del capitalismo mundial vaticina una profunda y duradera depresión económica en Europa, acentuada por la división política del capital europeo.
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La Gaceta
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El premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, plantea la cuestión de qué sucederá con las economías que vivieron un 'boom' en el entorno de dinero fácil, España especialmente.
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Me preocupa Europa. Realmente, me preocupa el mundo entero, no hay paraísos seguros a salvo de esta tormenta económica. Pero la situación en Europa me preocupa aún más que la situación en EEUU.
Para ser claros, no me voy a dedicar a repetir la típica queja americana de que en Europa los impuestos son demasiado altos y las prestaciones sociales excesivamente generosas. Los generosos estados de bienestar no son la causa de la actual crisis europea. En realidad, como explicaré brevemente, están sirviendo como factor amortiguador.
El peligro claro y presente para Europa ahora mismo viene de una dirección diferente y es que el continente no ha respondido eficazmente a la crisis financiera. Europa se ha quedado corta en términos de política fiscal y monetaria: se está enfrentando a una recesión por lo menos tan severa como la de EEUU, pero está haciendo mucho menos para combatir la crisis.
En el aspecto fiscal, la comparación con Estados Unidos es chocante. Muchos economistas, entre ellos yo, han alegado que el plan de estímulo de la Administración Obama es demasiado pequeño, dada la profundidad de la crisis. Pero las medidas de EEUU superan con mucho a todas las que ha tomado Europa. La diferencia en política monetaria es igualmente llamativa. El Banco Central Europeo se ha mostrado mucho menos activo que la Reserva Federal; ha sido lento en recortar los tipos de interés —los elevó el pasado mes de julio—, y no se ha atrevido a tomar ninguna medida fuerte para descongelar los mercados de crédito. Estados de bienestar
La única cosa que funciona a favor de Europa es precisamente aquella por la que recibe la mayor parte de las críticas: el tamaño y la generosidad de sus estados de bienestar, que están amortiguando el impacto de la crisis económica.
Esto no es una cuestión baladí.La asistencia sanitaria garantizada y las generosas prestaciones de desempleo aseguran que, por lo menos hasta ahora, no haya tanto sufrimiento humano en Europa como en Estados Unidos. Y estos programas también ayudarán a sostener el gasto en esta recesión.
Pero un estabilizador automático como este no sustituye a las medidas positivas. ¿Por qué se está quedando corta Europa?Parte de la causa es la mediocridad del liderazgo. Los funcionarios bancarios europeos, que no advirtieron en absoluto la profundidad de la crisis, todavía parecen extrañamente complacientes.
Y en Estados Unidos, para oír algo comparable a las diatribas del ministro de Economía alemán, hay que escuchar a los republicanos.
Pero hay problemas más profundos: la integración económica y monetaria de Europa ha ido muy por delante de la de sus instituciones.Las economías de muchos países de Europa están casi tan estrechamente unidas como las economías de muchos estados de EEUU, y la mayor parte de Europa comparte una moneda común. Pero Europa no tiene instituciones que abarquen todo el continente, que son necesarias para luchar contra una crisis que afecta a todo el continente.
Esta es una razón importante para la falta de medidas fiscales: no hay un gobierno en posición de asumir la responsabilidad de la economía europea en su conjunto. Lo que Europa tiene, en su lugar, son gobiernos nacionales, cada uno de ellos reacio a asumir grandes deudas para financiar un estímulo cuyos beneficios disfrutarán los votantes de otros países.
Se podría esperar que la política monetaria fuera más contundente. Después de todo, aunque no hay un gobierno europeo, sí hay un Banco Central Europeo. Pero no es como la Reserva Federal, que puede permitirse ser aventurera porque está respaldada por un gobierno único, un gobierno que ya se ha movido para compartir los riesgos del atrevimiento de la Fed, y seguramente cubrirá sus pérdidas si sus esfuerzos por descongelar los mercados financieros salen mal. El BCE, que debe responder ante 16 gobiernos a menudo enfrentados entre sí, no puede contar con este mismo nivel de apoyo.
Estructuralmente débil
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La Gaceta
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Me preocupa Europa. Realmente, me preocupa el mundo entero, no hay paraísos seguros a salvo de esta tormenta económica. Pero la situación en Europa me preocupa aún más que la situación en EEUU.
Para ser claros, no me voy a dedicar a repetir la típica queja americana de que en Europa los impuestos son demasiado altos y las prestaciones sociales excesivamente generosas. Los generosos estados de bienestar no son la causa de la actual crisis europea. En realidad, como explicaré brevemente, están sirviendo como factor amortiguador.
El peligro claro y presente para Europa ahora mismo viene de una dirección diferente y es que el continente no ha respondido eficazmente a la crisis financiera. Europa se ha quedado corta en términos de política fiscal y monetaria: se está enfrentando a una recesión por lo menos tan severa como la de EEUU, pero está haciendo mucho menos para combatir la crisis.
En el aspecto fiscal, la comparación con Estados Unidos es chocante. Muchos economistas, entre ellos yo, han alegado que el plan de estímulo de la Administración Obama es demasiado pequeño, dada la profundidad de la crisis. Pero las medidas de EEUU superan con mucho a todas las que ha tomado Europa. La diferencia en política monetaria es igualmente llamativa. El Banco Central Europeo se ha mostrado mucho menos activo que la Reserva Federal; ha sido lento en recortar los tipos de interés —los elevó el pasado mes de julio—, y no se ha atrevido a tomar ninguna medida fuerte para descongelar los mercados de crédito. Estados de bienestar
La única cosa que funciona a favor de Europa es precisamente aquella por la que recibe la mayor parte de las críticas: el tamaño y la generosidad de sus estados de bienestar, que están amortiguando el impacto de la crisis económica.
Esto no es una cuestión baladí.La asistencia sanitaria garantizada y las generosas prestaciones de desempleo aseguran que, por lo menos hasta ahora, no haya tanto sufrimiento humano en Europa como en Estados Unidos. Y estos programas también ayudarán a sostener el gasto en esta recesión.
Pero un estabilizador automático como este no sustituye a las medidas positivas. ¿Por qué se está quedando corta Europa?Parte de la causa es la mediocridad del liderazgo. Los funcionarios bancarios europeos, que no advirtieron en absoluto la profundidad de la crisis, todavía parecen extrañamente complacientes.
Y en Estados Unidos, para oír algo comparable a las diatribas del ministro de Economía alemán, hay que escuchar a los republicanos.
Pero hay problemas más profundos: la integración económica y monetaria de Europa ha ido muy por delante de la de sus instituciones.Las economías de muchos países de Europa están casi tan estrechamente unidas como las economías de muchos estados de EEUU, y la mayor parte de Europa comparte una moneda común. Pero Europa no tiene instituciones que abarquen todo el continente, que son necesarias para luchar contra una crisis que afecta a todo el continente.
Esta es una razón importante para la falta de medidas fiscales: no hay un gobierno en posición de asumir la responsabilidad de la economía europea en su conjunto. Lo que Europa tiene, en su lugar, son gobiernos nacionales, cada uno de ellos reacio a asumir grandes deudas para financiar un estímulo cuyos beneficios disfrutarán los votantes de otros países.
Se podría esperar que la política monetaria fuera más contundente. Después de todo, aunque no hay un gobierno europeo, sí hay un Banco Central Europeo. Pero no es como la Reserva Federal, que puede permitirse ser aventurera porque está respaldada por un gobierno único, un gobierno que ya se ha movido para compartir los riesgos del atrevimiento de la Fed, y seguramente cubrirá sus pérdidas si sus esfuerzos por descongelar los mercados financieros salen mal. El BCE, que debe responder ante 16 gobiernos a menudo enfrentados entre sí, no puede contar con este mismo nivel de apoyo.
Estructuralmente débil
.
Europa, en otras palabras, está resultando ser estructuralmente débil en un momento de crisis. La cuestión más importante es qué sucederá con las economías europeas que experimentaron un boom en el entorno de dinero fácil de hace unos años, España en especial.
Durante gran parte de la década pasada, España fue la Florida de Europa, ya que su economía estaba impulsada por un enorme boom de especulación inmobiliaria. Como en Florida, esta burbuja ha pinchado. Ahora, España necesita encontrar nuevas fuentes de ingresos y empleo para sustituir a los empleos perdidos en la construcción.
En el pasado, España habría intentado mejorar su competitividad devaluando su moneda. Pero ahora está en el euro, y la única forma de salir hacia delante parece ser un doloroso proceso de recorte de sueldos. Este proceso habría sido difícil en los mejores tiempos; será inconcebiblemente doloroso si, como parece muy probable, la economía europea en su conjunto está deprimida y tiende a la deflación durante los próximos años.
¿Significa todo esto que Europa hizo mal en integrarse tanto? ¿Significa que la creación del euro en especial fue un error? Puede ser.
Pero Europa todavía puede demostrar que los escépticos están equivocados si sus políticos empiezan a mostrar más liderazgo. ¿Lo harán?
Europa, en otras palabras, está resultando ser estructuralmente débil en un momento de crisis. La cuestión más importante es qué sucederá con las economías europeas que experimentaron un boom en el entorno de dinero fácil de hace unos años, España en especial.
Durante gran parte de la década pasada, España fue la Florida de Europa, ya que su economía estaba impulsada por un enorme boom de especulación inmobiliaria. Como en Florida, esta burbuja ha pinchado. Ahora, España necesita encontrar nuevas fuentes de ingresos y empleo para sustituir a los empleos perdidos en la construcción.
En el pasado, España habría intentado mejorar su competitividad devaluando su moneda. Pero ahora está en el euro, y la única forma de salir hacia delante parece ser un doloroso proceso de recorte de sueldos. Este proceso habría sido difícil en los mejores tiempos; será inconcebiblemente doloroso si, como parece muy probable, la economía europea en su conjunto está deprimida y tiende a la deflación durante los próximos años.
¿Significa todo esto que Europa hizo mal en integrarse tanto? ¿Significa que la creación del euro en especial fue un error? Puede ser.
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