Artículo acerca del debate que se abrió en el seno de la izquierda revolucionaria venezolana de entrar a disputar o no al reformismo y a la burocracia la influencia sobre un sector de masas en el seno del nuevo partido: el PSUV.-
Jorge Sanmartino en Corrientepraxis / Espacio Alternativo
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Colgamos un valioso artículo de Jorge Sanmartino, de La corriente Praxis del MST argentino, acerca del debate que se abrió en el seno de la izquierda revolucionaria venezolana de entrar a disputar o no al reformismo y a la burocracia la influencia sobre un sector de masas en el seno del nuevo partido: el PSUV. Un debate que ha resquebrajado al PRS ya ,que mientras cuadros tan valisosos como Gonzalo Gómez y Stalin Pérez han organziado una corriente -Marea Clasista y Socialista- para ir a disputar ese espacio al reformismo, otros como el dirigente sindical Orlando Chirino han decidido no ir. Sanmartino contesta también a las posiciones de dirigentes del M-13 como Roland Denis que han decicido no particpar. Sanmartino aporta reflexiones interesantes sobre el debate y acompaña la apuesta hecha por Marea. Seguimos el debate con la ilusión y la lealtad que el proceso bolivariano y los compañeros como Stalin y Gonzalo se merecen. Desde aquí seguiremos los pasos de ese debate.
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Jesús Rodríguez (militante de ERA-Espacio Alternativo)
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Jorge Sanmartino / Corrientepraxis
¿Gracias, por hoy paso? Venezuela: La izquierda socialista y el PSUV
El llamado por parte de Hugo Chávez a la conformación de un partido único de la revolución ha precipitado amplios y ásperos debates en el seno de las fuerzas de izquierda dentro y fuera de Venezuela. En los últimos tres meses la cantidad de afiliados supera los 5 millones, constituyendo un verdadero partido de masas, algo que, luego de la "crisis de la política" del período neoliberal, parecía remoto. Desde nuestra perspectiva, los peligros de institucionalización y las posibilidades revolucionarias se encuentran ambas latentes en el proyecto de formación del nuevo partido. En un conflicto abierto, la participación de millones y de los mejores luchadores populares, viene a contraponerse a la manipulación y control por parte de la burocracia gubernativa. La participación crítica, tanto metodológica como programática, es un paso inevitable en el desarrollo de una izquierda socialista en Venezuela y responde a las hipótesis estratégicas del proceso venezolano.
El argumento autónomo
En un documento de abril Roland Denis y Jessie Blanco afirman que la formación de un partido ha sido "en una inmensa cantidad de testimonios históricos, sino todos" el "comienzo del fin de la aurora libertaria y revolucionaria". Por lo tanto no se trata tanto de las condiciones específicas del proceso venezolano sino de una doctrina general, que abarca a todo proceso y toda la historia. Pero es posible también invertir el apotegma: Allí donde no existieron herramientas políticas adecuadas el espíritu revolucionario y libertario que todo movimiento popular trae consigo ha sido disipado como humo en el viento, cuando no dejó como conclusión el saldo de una sangrienta venganza de los poderosos. Los autores retrotraen el debate a la clásica melodía anarquista sobre el carácter opresivo del estado y el rechazo a la "dictadura del proletariado", es decir a la lucha de poder. Aún si los partidos y todo el poder instituido haya sido instrumento de la cosificación de un poder dominante, no está del todo claro que ha sucedido allí donde los pueblos han resignado su lucha por el poder o se han resignado sólo a resistirlo. ¿No vivimos hoy, cuando el poder lo detentan ellos sin objeción, las peor de las pesadillas, hundidos bajo el dominio absoluto del mercado y el militarismo imperialista? Los autores consideran que todo movimiento o bloque de organizaciones que puedan articular y dirigir un proceso revolucionario dejen bien en claro que todos ellos "han de estar lo más lejos posible de la actividad burocrática y de gobierno. Que se ponga una barrera bien clara entre función de gobierno y praxis revolucionaria". La lucha insurgente, rebelde, constituyente debe continuar como proyecto bolivariano, con "diversidad subversiva y reflexiva, como contrapoder, multiplicando horizontalmente la creatividad política de todos" mas nunca como "sujeto o candidato de estado, menos aún como partido" . Aspirar a la dirección o la articulación de las masas y al mismo tiempo tomar la mayor distancia posible del estado presupone una profunda irresponsabilidad pues se entrega por anticipado los resortes fundamentales económicos, militares y políticos al enemigo. Que se pueda considerar la dinámica del proceso venezolano más como proceso que como "asalto", como un encadenamiento de circunstancias y correlaciones de fuerza que un acto único insurreccional, no autoriza a considerar que la acción social y cultural sean suficientes para construir el socialismo. Tarde o temprano hay que enfrentarse al problema del poder o la derrota estará asegurada por anticipado, como lo anticipó el mismo paro del 11 de abril de 2002.
La crisis de los partidosEl antipartidismo considera que la partidización del movimiento revolucionario será un retroceso, pero no comprende que ese partidismo ya existe hoy, y en él predomina una cúpula de estado absolutamente restringida que toma todas y cada una de las decisiones. Chávez supo capitalizar la crisis de los partidos gracias a su denuncia firme de una institucionalidad vaciada y corrupta. La crisis no tocó sólo a al bipartidismo AC-COPEI, sino a todas las formaciones políticas, visualizadas como parte de un régimen político caduco. Ese repudio fue parte de un fenómeno continental y tocó también a los partidos denominados del cambio. Todos ellos forman parte hoy del pelotón del desprestigio. Atrincherados en los puestos parlamentarios y los cargos de la función pública, su gestión reviste más un carácter parasitario que productivo. Así se lo percibió con motivo de los comicios regionales del 2004, donde el Comando Ayacucho, con sus disputas de cargos, los reunió a todos y los colocó en la vidriera del repudio general. El movimiento popular ya percibía que para dar batallas eficaces, sean electorales o no, se requerían nuevos instrumentos. Ello estuvo claro con motivo de la formación de los batallones electorales para el referéndum y la formación del Comando Maisanta en reemplazo de aquel fallido comando partidista. Durante todo el período de la lucha aguda contra el golpismo, se iba gestando la necesidad de superar a las viejas formaciones. De esa carencia abismal nació la fuerza incontenible de un liderazgo que se ha colocado por sobre todos los partidos, pero que al hacerlo construyó su propio partido personal. Ese partido choca con los intereses de las camarillas partidistas aliadas, obligando a la negociación y a ceder un poder que las urnas ofertan sólo al presidente. De ahí que la convocatoria al PSUV tome la forma de una lucha contra la fragmentación y el interés egoísta del partidismo del cambio. Y de ahí el enorme entusiasmo popular que concibe la posibilidad de pasar por encima a las viejas toldas y conformar una nueva organización eficaz basada en el protagonismo popular. Si el sistema de gobierno se apoyó en la decisión personal, el pueblo siente que ahora está llamado a decidir en política. Ese choque se ha revelado en el caos administrativo, político y de orientaciones que no siempre responden ni a Chávez ni a los intereses populares. No es casualidad que la dirigencia de PODEMOS, del PPT e incluso del PC han rechazado de una manera más o menos abierta su propia disolución e incluso su ingreso al nuevo partido y que todos ellos han sufrido fracturas en torno a esta cuestión. Se ha dicho que el lugar del movimiento popular es el del poder popular, en las comunidades de base, en las empresas en las comunas, el campo. Pero esta visión considera que el movimiento es homogéneo en sus intereses económicos, políticos y sociales, y que las divergencias de opinión son sólo asunto de las camarillas políticas. Pero es justamente en el seno de la sociedad civil donde nacen las fracturas sociales, no sólo entre ricos y pobres, capitalistas y asalariados, sino incluso entre los explotados, entre el consumidor y el productor, el obrero productivo y el improductivo, entre las minorías oprimidas y las mayorías. Esa sociedad, lejos de constituir un idílico "cuerpo político unificado", un "pueblo 'bolivariano' militante" está atravesada por múltiples contradicciones. Y sólo en el terreno del arte político esas contradicciones son unificadas como proyecto y voluntad. El problema toca también el problema de la democracia. ¿Hemos llegado finalmente a la época de la muerte del partidismo? El movimiento popular en su rechazo de los partidos existentes ¿se encamina a la creación de una democracia directa, sin partidos ni representación, como la que imaginaba Rousseau? La otra pregunta que no deja de resonar es si el diapasón imaginado entre un liderazgo personal y el movimiento popular no representa, en su antipartidismo radical y su unitarismo, una ideología funcional al espíritu carismático, místico y espiritualista que el caudillismo latinoamericano alimentó desde el período de la independencia. No abría que olvidar que el caudillismo personalista, que todo lo hace uno, no parece la mejor defensa de las relaciones autónomas que un proyecto emancipador aspira a conquistar.
Las contradicciones del partido de estado
No obstante las críticas que podamos formular a las teorías antipartidistas, ellas no niegas los peligros que acechan a la autonomía del movimiento popular y al proceso revolucionario de conjunto con la formación del PSUV. Esos peligros son lo que están presentes en la administración de un aparato de estado capitalista, en la reproducción de las formas políticas denominadas "cuartorepublicanas", en la reproducción de un modelo de desarrollo dependiente, en el mantenimiento de los privilegios de clase y la explotación capitalista. Estos límites del proceso podrían bien ser afirmados mediante el control más férreo del movimiento popular. Sin embargo la exigencia de un partido organizado es también la conclusión de las luchas populares libradas en el pasado y de sus puntos más débiles. El gobierno carece de un aparato de cuadros y militantes disciplinados que puedan movilizar y controlar la situación en los momentos más críticos. Carece de una orientación coherente en la administración gubernamental. Es por eso que se ha inclinado por un modelo de tipo cubano, de carácter único y centralizado, en principio sin tendencias internas, organizado desde cada urbanización y municipio y disciplinado desde el aparato del estado. Siendo el PSUV un partido de gobierno será inevitable la tendencia preponderante del aparato a sentirse dueño del mismo. Un partido de gobierno reproducirá también todas las tendencias de burocratismo, corrupción y clientelismo que se reproducen cotidianamente en las esferas del poder. El debate sobre el derecho a la autonomía sindical es un síntoma de los peligros que amenazan al movimiento popular. Un proceso de institucionalización característico lo hemos visto en la revolución mexicana de principios del siglo XX. Ella había transformado a los caudillos revolucionarios en nuevos burgueses, funcionarios con una "nueva mentalidad" modernizadora. Allí la revolución había perfeccionado la maquinaria del estado, transformando el viejo autoritarismo caudillesco en uno nuevo, mediante el partido de la revolución. Un presidencialismo sostenido en el PRI, un sindicalismo oficial y un encuadramiento y control del movimiento popular asegurado. Así, en la transición de la revolución a la institucionalización, se sentaron las bases de lo que se transformó en una maquinaria perfecta de dominación y control popular, que alcanzó el unicazo durante más de 70 años, en nombre de la revolución. ¿Estamos en presencia de un proceso de este tipo hoy en Venezuela? Es imposible descartarlo, pero tampoco asegurarlo. Como lo hemos dicho en diferentes oportunidades, se está dando hoy un conflicto entre tendencias contradictorias en las que entran en juego no sólo la política que adopte la nueva administración norteamericana, sino también las ubicación de las clases dominantes nativas, la dinámica de la polarización social, las condiciones económicas y la capacidad de movilización y organización de las clases explotadas. Son justamente estas dos tendencias las que chocan cotidianamente y conviven en un inestable equilibrio, y será esa contradicción la que se reproducirá inevitablemente al interior del PSUV, por lo que la idea de un partido de masas sin tendencias a su interior responde más a una utopía de orden militar que a la realidad de la riqueza democrática del movimiento popular venezolano. Pero la diferencia fundamental con el ejemplo mexicano es que el PRI reprimió alevosamente todo movimiento que no controlaba. No es el caso del chavismo hasta hoy, que aunque intenta controlar los movimientos autónomos, por lo general los ha alentado y promovido. También por su política internacional, que exige niveles de apoyo y movilización populares que impiden en su dinámica una cristalización del poder a la mexicana.
Comunismo y nacionalismo
En el campo trotskista algunas corrientes suelen rechazar la participación en el PSUV tomando como referencia el caso del Kuomintang chino. La lección de la revolución China entre el 25 y el 27 sirvió como corolario a la teoría de la revolución permanente para todos los países atrasados. El giro contrarrevolucionario del nacionalismo chino venía a demostrar que los partidos de la burguesía nacional no eran capaces de llevar a cabo las tareas antiimperialistas y agrarias. En el año 1922 el PC ingresa al Kuomintang, manteniendo su propia organización. Desde aquel momento creció de manera exponencial. Fue a partir del segundo congreso del Kuomintang realizado en Cantón en enero de 1926 que la dirección de Chiang Kai Shek giró en su política hacia los comunistas y comenzó a perseguirlos. Pero fue el producto de un éxito y no de un fracaso. Es que los comunistas dominaron los debates de aquel congreso y lograron 7 representantes en su ejecutiva y 24 suplentes, algo difícil de digerir para la dirección del KMT. Chiang impuso la eliminación de los comunistas de cualquier puesto dirigente en el partido. La denuncia de Trotsky contra la política oficial soviética en China, encabezada por Stalin, fue la de permanecer en el Kuomintang a pesar del giro anticomunista de su dirección y de la represión desatada contra ellos desde la masacre de Shangai, auspiciando una colaboración con su ala izquierda. En un artículo de 1937, Objeciones al libro de Isaac, Trotsky sostuvo que "…en 1922 la entrada no era un crimen en sí misma, y quizá no era incluso un error, sobre todo en el sur, si admitimos que el Kuomintang incluía en ese momento a un número grande de obreros, y que el joven Partido Comunista era débil y estaba formado casi completamente por intelectuales. En ese caso, la entrada habría sido un paso episódico en la dirección de la independencia…". En septiembre del 26, meses después de la represión a los comunistas Trotsky afirma que "la participación del PC chino en el Kuomintang era absolutamente correcta en el período cuando el PC chino era un grupo de propaganda que estaba sólo preparándose para una futura actividad política independiente, pero que, al mismo tiempo, buscaba tomar parte en la lucha de liberación nacional en curso". Luego del golpe anticomunista comenzó a predicar la necesidad de un partido independiente, aunque dentro del bloque con el Kuomintang, y recién en marzo del 27 plantea claramente la exigencia de la retirada absoluta, rechazando alianzas con su ala izquierda. Mientras que el contenido permanentista de la revolución está demostrado por todos los sucesos conocidos de la historia de la revolución China, sigue en pie el hecho de que en sus comienzos, en la década del 20, el ingreso a la única organización de masas del país le permitió a los comunistas participar como líderes de la lucha nacional antiimperialista e influir con la propaganda comunista a millones de obreros y campesinos.
La izquierda venezolana
En Venezuela la izquierda comunista influenció los sindicatos y cobró fuerza en la lucha clandestina contra la dictadura de Pérez Jiménez, pero retrocedió cuando, dejada por fuera del pacto de Punto Fijo, fue perseguida y aislada. Los partidos de gobierno, AD y COPEI fueron eficaces en impedir la influencia de la revolución cubana en el país y reducir el "peligro comunista", ayudados por una expansión económica y progreso social gracias a los precios del petróleo y el auge de la "Venezuela saudita". De allí las experiencias frustradas del intento guerrillero y la rápida asimilación de nuevas corrientes de izquierda que se amoldaron al sistema político establecido en el 58. A diferencia del clima político de radicalización que vivieron países como Bolivia, Argentina, Uruguay o Chile, los años 70 fueron vividos por la "democracia más estable del continente" bajo el férreo control de las fuerzas políticas predominantes. Ese fue el motivo de que no se hayan desarrollado como en otras latitudes, experiencias populistas de izquierda o gobiernos de tipo socialistas, como fueron los de Torres en Bolivia o Allende en Chile. Acción Democrática logró controlar la CTV y las organizaciones populares y desplegar un tipo de clientelismo populista eficaz. No dejaron de desenvolverse movimientos políticos de izquierda, incluso desprendiemientos de AD como el MIR, o del PC como el PRV de Douglas Bravo, pero su derrota estuvo sellada poco después de 1962 y aislada del movimiento de masas. El regreso del PC a la legalidad a partir de 1968 no implicó un crecimiento sustantivo de sus fuerzas, y el núcleo central del sindicalismo siguió concentrado en manos del aparato adeco. Tampoco las siguientes rupturas que sufriría el PC en los años 70 al calor de la revisión autocrítica del eurocomunismo como el MAS de Teodoro Petkoff o La Causa R con ideas sobre la democracia radical de Maneiro, lograron importantes avances durante los años 70 y los 80. En los años 90 restos de aquellos partidos se integraron a las coaliciones políticas vigentes, mientras la izquierda revolucionaria no reunía más de pocas centenas de militantes. No existió ninguna opción cuando la emergencia del chavismo cambió profundamente el mapa de la izquierda venezolana. El nuevo movimiento nacional y popular se volvió en una referencia inevitable y un quiebre en las condiciones de desarrollo de la izquierda. Las rupturas de las organizaciones de izquierda se generalizaron en relación a la política a adoptar hacia el chavismo. Muchas se pasaron a la oposición.
Populismo y burguesía nacional
El movimiento liderado por Hugo Chávez denunció la democracia representativa liberal como una democracia de elites, sin contenido democrático real y sin participación popular. Rechazó, además, las políticas dictadas por organismos financieros internacionales. Ofreció en consecuencia dos elementos básicos alrededor de los cuales construyó un sistema simbólico y una referencia política que permitió agrupar a amplios sectores populares: una democracia popular, que después llamará participativa y protagónica, y la independencia nacional. Chávez carecía de un programa económico y de una clara política exterior. Durante años rechazó la batalla electoral y sólo su permanente ascenso en las encuestas lo empujaron al triunfo electoral del 98. Aunque sus comienzos fueron erráticos, con un gabinete formado por derechistas, izquierdistas y militares, un proceso continuo de definiciones políticas fue perfilando una orientación de política independiente, nacionalista de izquierda y fue encontrando la oposición cada vez más virulenta de la administración norteamericana y de la clase dominante local. La asamblea constituyente, las leyes habilitantes, la reactiviación de la OPEP, los cambios en PDVSA, el golpe del 2002, el paro petrolero, el referéndum revocatorio, el llamado al socialismo del siglo XXI, la batalla por la reelección, son todos capítulos que van otorgando una nueva fisonomía al gobierno bolivariano que se fue radicalizando. Lo que se debe registrar son las vías por las que se reconstruye el movimiento popular y revolucionario en Venezuela. No fue un proceso esencialmente obrero ni se destacó un partido de izquierda a su frente. Las vías han sido distintas a las imaginadas y ese dato es básico para la reconfiguración y el rearme de la izquierda socialista. En este caso el diálogo y la intervención en el movimiento populista bolivariano, de profundas tradiciones nacionalistas pero también de poderosas influencias de izquierda, parecen más adecuadas a la morfología político social del proceso venezolano.
Una definición dinámica del gobierno
¿Cómo definir al gobierno de Chávez? La opinión de que es el representante político de la burguesía nacional parece al alcance de la mano, pues ha apelado a la formación de una burguesía nacional y anunció que el socialismo venezolano respetaría la propiedad privada. Sin embargo el populismo chavista nunca representó a esa burguesía. Encabezados por el grupo Cisneros, Polar, y otros, toda la burguesía local, muy débil y asociada con los bancos y empresas extranjeras de las cuales depende, fueron los promotores del golpe y la desestabilización contra el gobierno. Fedecamaras junto con los medios de comunicación se transformaron de hecho en el partido de la oposición, a falta de alguna formación política sólida. La nueva burguesía en formación es hoy en la economía totalmente secundaria. La relación del gobierno con la clase dominante venezolana, sea de capital extranjero o nativo lo demuestra el deterioro histórico de los índices de inversión privada desde 1999 a la actualidad. A su vez, la composición social del aparato de estado provino de oficiales y suboficiales del ejército venezolano, muy diferente en su tradición y extracción social a ejércitos como el argentino o el boliviano. También de los cuadros provenientes de la izquierda y de la tecnocracia progresista. Chávez mismo proviene de una capa de oficiales plebeyos que han progresado socialmente al amparo del estado social de los 60 y los 70. Definirlo como bonapartista no es hacerlo de manera despectiva, tal como el término fue utilizado en el pasado. Ese concepto puede servir para remarcar el carácter independiente respecto de alguna clase social en particular. En Marx se trataba de una independencia respecto a las clases dominantes, entre las que arbitraba. Aquí se trata de un cuerpo de funcionarios sostenido por un líder en el poder, que gobierna un país capitalista y dependiente, pero cuya dinámica política está aún abierta. A diferencia de lo que entendía Trotsky que representaba la presidencia cardenista en México, aquí el bonapartismo no expresa la intención de la burguesía nacional de conseguir cierta independencia respecto al capital financiero. Ya hemos visto que la clase capitalista nativa ha estado y permanece aún en el mismo campo político que el capital extranjero. Si Bonaparte representaba a la clase más numerosa de la nación francesa, el campesinado, hoy Chávez representa a las capas populares más explotadas, de donde extrae toda la devoción y el fervoroso apoyo. ¿Es entonces un gobierno pequeño burgués? Esta categoría ha servido siempre para definir lo que no era ni obrero ni burgués, y podría servir de referencia, aunque más del 80 por ciento de la pequeño burguesía son fervientes opositores del gobierno. El aparato de gobierno no está formado por pequeños propietarios, aunque se los podría asociar a una clase media por sus ingresos y nivel educativo y cultural. Intentar dar definiciones sociológicas precisas no parece lo más productivo y suelen deslizar una metafísica social más que una dinámica política. La definición del gobierno de Chávez como populista tiene ciertas ventajas, en primer lugar mostrar su ambigüedad, sentido abierto y elementos contradictorios a su interior. Es un populismo de izquierda, que gobierna bajo un estado capitalista, pero de excepción, puesto que lo hace frente a la oposición política de todas las fracciones capitalistas relevantes. Su composición y retórica, su política exterior y su radicalización en respuesta a los golpes que enfrentó desde el 2001 fueron creando un espacio de irrupción popular y dinámica política que impide, por ahora, una caracterización definitiva. El gobierno de Allende, por ejemplo, se desenvolvió bajo un estado capitalista, aunque no era 'nacionalista burgués'. Existe amplio consenso en que fue un movimiento socialista, que se propuso avanzar al socialismo por vía reformista, parlamentaria y pacífica, aunque nunca fue considerado como un movimiento representante de la burguesía chilena. El populismo no necesariamente representa a priori los intereses directos de la burguesía nacional. Puede transformarse en tal, como el peronismo en Argentina y el MNR del gobierno de Paz Estensoro y Jaime Paz Zamora. Pero también sus elementos plebeyos, populares y antiimperialistas lo pueden transformar por la dinámica de la lucha en un movimiento nacional antiimperialista de izquierda. Chávez está hoy más cerca del segundo que del primero. Es la dinámica política la que pudo explicar mejor las revoluciones de posguerra como la cubana o la nicaraguense, que las definiciones sociológicas. El caso de Cuba es paradigmático. Será la confluencia del socialismo y la tradición nacionalista de José Martí la que definirá los contornos de las luchas populares desde los años 20. Esa mixtura ideológica es la que permeó la conciencia del movimiento estudiantil y de sus líderes que cumplieron un papel preponderante, sobre todo con la formación del Directorio Estudiantil Universitario liderado por Antonio Guiteras en la lucha contra Machado. La historia de la formación del 26 de Julio primero y del PCC luego de la toma del poder, es la historia de las sucesivas rupturas por izquierda del movimiento nacionalista y democrático cubano. Chibás fue el ala izquierda del PRC y en 1947 rompe para formar el Partido Ortodoxo, cuya actividad central fue la denuncia de la corrupción gubernativa. Su base era el movimiento estudiantil y se consideraba una prolongación del guiterismo. Carecía de programa y apelaba a la "moral pública". Fue de ese mismo partido que después del suicidio de Chibás en 1951 el joven Fidel se haría dirigente. La lucha democrática contra la dictadura que se instauró para impedir el triunfo del candidato ortodoxo daría el marco para la emergencia del 26 de Julio y la radicalización política. Pero el programa socialista fue sólo el subproducto de la dinámica posterior al triunfo del 59, entre la presión imperialista y la exigencia de radicalizar la revolución para salvarla. El contenido social del 26 de Julio, su programa y sus objetivos fueron radicalmente modificados al calor del proceso revolucionario, que llevó a los líderes de un movimiento nacional y democrático y prominentemente populista a adoptar un contenido crecientemente antiimperialista y anticapitalista, confirmando su dinámica permanentista. Si en China habíamos encontrado una evolución de izquierda a derecha, desde el socialismo nacional de Sun Yan Sen a un Chiang Kai Shek que se vuelve rápidamente anticomunista y defensor de la burguesía terrateniente y comercial, en Cuba un movimiento que carecía de una consecuente definición antiimperialista, en ocasiones hasta pronorteamericano, que defendía la propiedad privada nativa y extranjera y cuyo objetivo era la lucha contra la corrupción, azotado por el látigo de la intervención extranjera, fogoneado por un movimiento estudiantil inconformista y un proletariado rural combativo, viró hacia la izquierda, conformando un sentido democrático, radical, con métodos de lucha guerrillera, que dio origen a un movimiento crecientemente de izquierda, antiimperialista y finalmente anti-capitalista. En los países de la periferia otros movimientos similares se desenvolvieron de manera particular. En Nicaragua un proceso similar de radicalización no llegó como en Cuba a expropiar al capital y retrocedió en un contexto internacional diferente al de la revolución cubana. La comparación entre China y algunos procesos de América latina o de Asia, también podría sugerir diferencias importantes con los pronósticos definitivos de la teoría de la revolución permanente tal como había sido formulada por Trotsky, particularmente en torno al sujeto social y político. Es justamente debido a esa evidencia que en la posguerra las corrientes trotskistas más sensibles se vieron obligadas a una obvia reconsideración de sus textos.
¿Cómo definir a un partido?
Los partidos son mediadores entre la función gubernativa y la "sociedad civil". Cuando se sustraer del aliento del movimiento popular, desarrollan una burocracia política profesional que escape al control de sus afiliados y promueva sus intereses de capilla. Con el advenimiento de los grandes partidos de masas desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX se creía que estos iban a eliminar la democracia elitista del parlamento liberal del pasado y colocarían al "hombre común" en el ejercicio de la política, expresando las contradicciones de clase a través de los programas y el personal dirigente. Sin embargo Michels demostró que, aunque los diputados y funcionarios pudieran tener su origen social en la clase obrera y en los hechos la distancia entre gobernantes y gobernados se había acortado, en verdad llevaban una vida pequeño burguesa y de funcionario más que proletaria. En períodos normales el partido era dominado por una élite desproletariazada y burocrática, aunque su base seguía siendo proletaria. En períodos de agitación revolucionaria las cosas parecían cambiar irremediablemente. Así lo notó el mismo Trotsky que, aunque empeñado en construir partidos trotskistas puros, comprendió las transformaciones que la irrupción de la savia revolucionaria podía generar en los aparatos conservadores de las maquinarias partidarias en un período de amenaza fascista y polarización social. En su consejo a los revolucionarios franceses para que ingresen al PS en el año 34 aseguraba respecto de la SFIO: "Naturalmente, sería un gran error afirmar que después de la ruptura en el partido (de los neosocialistas de derecha, N. de R.) no quedó "nada" de reformismo y patriotismo. Pero no es menor el error de referirse a él como socialdemocracia en el viejo sentido de la palabra. La imposibilidad de dar de aquí en más una definición simple, habitual, establecida, es precisamente la expresión más evidente de que estamos frente a un partido centrista que, en virtud de una evolución del país largamente postergada, todavía alberga contradicciones extremadamente polarizadas (…) Solo una definición dialéctica del Partido Socialista, fundamentalmente la evaluación concreta de su dinámica interna, permitirá a los bolcheviques leninistas plantearse la perspectiva correcta y adoptar una posición activa, no de simples observadores". Su concepto de "entrismo" pudo ser básicamente incorrecto y dar origen a una concepción estrecha. La idea de que sólo se puede permanecer por poco tiempo, algunos meses o un año, anteponía el calendario a la política y condenó a pequeños grupos a vegetar de manera aislada una vez agotada su experiencia "entrista". Aún así se apoyó en una definición dinámica, es decir política y no sociológica del partido socialista francés. El término centrista hacía referencia al contenido indefinido que adquiere un viejo partido reformista cuando el influjo revolucionario de las masas alimenta tendencias contradictorias en su interior. Cuando algo así sucede se establece una lucha entre diversas corrientes de sentido opuesto cuya dinámica es impredecible por anticipado y cuyo resultado será una combinación de las condiciones políticas generales de la lucha y de la correlación de fuerzas que a su interior vaya conformándose. De ahí que en circunstancias tales una definición estrechamente sociológica oculta este metabolismo político que se desenvuelve en su interior. Por eso Trotsky hace hincapié en su dinámica política antes que en su contenido social. La irrupción del movimiento popular fortalece a su ala izquierda y transforma toda su estructura. La política sólo puede ser jerarquizada como creadora de relaciones de fuerza en cuanto su contenido es irreductible y constitutivo de lo social. De ahí que en situaciones de lucha política revolucionaria esta actúa más como 'variable independiente', dotando de nuevo contenido lo que antes parecía definitivo.
Tres hipótesis estratégicas divergentesEn el curso del debate tenemos tres hipótesis estratégicas divergentes. En el caso de la corriente autónoma la perspectiva es la del desarrollo de un movimiento social revolucionario creciente que, superando el partidismo, irá imponiendo en la agenda de Chávez una progresiva radicalización. Su hipótesis es la progresiva extensión de una democracia directa sin partidos. Ya vimos que no sólo parece irreal sino peligrosamente carismática. La segunda hipótesis combina dos perspectivas estratégicas. Una la progresiva liberación del proletariado de la influencia del nacionalismo burgués y la formación de un partido independiente de la clase obrera. Esta hipótesis es más doctrinaria que realista. Ninguna trayectoria histórica permite pensar que el proceso irá desarrollándose de manera que un movimiento de masas revolucionario rompa con el movimiento bolivariano (equivocadamente considerado sólo como "burgués") para constituir, casi de la nada, un partido obrero. Tampoco podría sustentarse por qué motivo las masas que nacieron a la vida política con el movimiento creado por Chávez deberían romper con él, por lo menos en este período histórico donde el bolivarianismo ha alentado la independencia nacional, posee un discurso antiimperialista que en el contexto internacional actual es un factor revulsivo, y que además alentó el desarrollo de movimientos populares y logró conquistas sociales importantes. La formación de un partido de la clase obrera, como en el caso de Chile y quizá de Uruguay, fue el producto de todo un desarrollo histórico que no se registra en Venezuela. La clase trabajadora, aunque ha crecido como fuerza gravitante en el proceso revolucionario, sobre todo a partir del paro petrolero, no ha jugado un papel ni centralizador ni de vanguardia. Esto puede estar asociado tanto al tipo de formación social basada en una economía de explotación petrolera, con una clase obrera precarizada y cuentapropista, como en la tradición política del país o en las características particulares del proceso. Sea como fuere, la formación de un partido obrero hoy no iría más allá de la reunión de un reducido sector sindical clasista desconectado de las comunidades y movimientos populares más dinámicos. ¿La izquierda revolucionaria debería trabajar apuntando como hipótesis central a la formación de un movimiento obrero con partido independiente como el chileno? Trotsky se equivocó cuando insistió en el papel del proletariado en China en los años 30, aunque se basó en la experiencia de la revolución del 25-27. El proceso se desarrolló enteramente en el campo. En Venezuela no hay indicios de que el proletariado sea el centralizador de las aspiraciones antiimperialistas, agrarias y democráticas de las masas, ni que se encamine ala formación de su propio partido. Eventualmente, un movimiento proletario poderoso podría nacer del laboratorio revolucionario que es hoy el movimiento bolivariano. En otros contextos como en Perú de los años 30, el PC nació de las entrañas mismas del APRA, bajo la influencia poderosa de la revolución rusa y el auge de los sindicatos industriales. En Bolivia, la clase proletaria procesó la revolución del 52 por dentro del MNR y fue allí donde se desplegaron las corrientes obreristas y nacionalistas más importantes que con Lechín como líder condujeron la COB, mientras que los comunistas y trotskistas cumplieron papeles importantes pero marginales. Sólo después de diez años de institucionalización y retroceso de la revolución, la izquierda clasista logró progresar, pero ello coincidió con la ruptura del lechinismo y otros sectores de izquierda del MNR, hacia fines de los años 60 y principios de los 70. En ningún caso un círculo de propaganda logró capturar a las mayorías populares mediante una agitación denunciativa del carácter burgués de grandes movimientos nacionales.
El problema del doble poder es también una cuestión crucial. Imaginar el modelo soviético en Venezuela, parece no coincidir con el contenido contradictorio y la arena de disputa que es hoy el gobierno venezolano. Supone un movimiento popular formado enteramente contra el estado, como en el caso zarista. Es más apropiado aquí el ejemplo chileno, donde embriones de poder popular fueron al comienzo promovidos por Allende y la Unidad Popular, aunque su limitación como apéndice estatal de una estrategia institucionalista los paralizó como factores de poder real frente al golpe pinochetista. Pero es indiscutible que organizaciones de poder popular están surgiendo y lo seguirán haciendo promovidos por el mismo Chávez, con todos los peligros de institucionalización que implica la organización por arriba.
Una tercera hipótesis estratégica es la del desarrollo del proceso por la vía de la radicalización política en el seno del movimiento bolivariano. Allí el proletariado jugará un papel fundamental como productor y constructor del socialismo en la medida en que sea parte del movimiento popular y de la lucha antiimperialista. Será en el seno de ese amplio y heterogéneo movimiento de masas donde se irá procesando la lucha contra los mismos burócratas de estado y la nueva burguesía compradora. En esta hipótesis, la izquierda revolucionaria debería formar parte activa, hasta donde las circunstancias lo permitan, del amplio movimiento bolivariano, inclusive del PSUV, donde se ventilarán todas las disputas fundamentales. De esta manera ayudará al desarrollo de una izquierda social y política robusta y confluirá con todas las tendencias revolucionarias que emerjan de la propia experiencia de las masas. Una contribución esperada por amplios sectores que anhelan el progreso del movimiento y del PSUV, será de la batallar en su interior por un programa anti-capitalista y el funcionamiento democrático del mismo . A su vez, el desarrollo de la organización popular y la construcción de nuevas relaciones sociales pasan a tener un papel importante en la construcción del socialismo, pues su edificación, como lo demostró la experiencia del siglo XX, sólo puede ser un factor emancipador y libertario cuando es el producto conciente y creación del propio movimiento popular. Al final, la lucha por el poder y la construcción de nuevas relaciones sociales, no parecerían estar tan divorciadas ni en el espacio ni en el tiempo.
BibliografíaAlmeyra, Guillermo, Sobre el partido único y el cuento chino, La Jornada, México, 3-6-2007.
Bonilla-Molina, Luis; El Troudi, Haiman, Historia de la Revolución Bolivariana, Caracas, 2005.
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