30/8/09

Tragicómix


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Rebelión/30/08/2009

¡Santo terror, Batman!

Por José Pablo Feinmann

Aunque Obama ordene que no se llame más “Guerra contra el terror” a la “Guerra contra el terror”, hay hechos más importantes que ocurren en su país y que decidirán algo distinto a sus aspiraciones de hombre bueno del Imperio. Frank Miller, el gran creador de comics, hombre de trascendencia en las masas, leído por millones de norteamericanos que son fieles a sus ideas y a su modo de expresarlas, ha decidido que esa guerra (la que enfrenta al terror) habrá de continuar y con ese nombre. Ha puesto a su frente a alguien más importante que Bush y Obama, pues es difícil que alguno de estos dos políticos logre la creabilidad de un superhéroe como Batman. Miller argumenta que los superhéroes de hoy carecen del patriotismo de los de ayer, los de la Segunda Guerra Mundial, tal como vimos en la nota anterior (Las historietas van a la guerra). Si Superman, Capitán Marvel y Capitán América lucharon contra nazis y japoneses –a los que llamaban japonazis–, ¿por qué no habría hoy Batman de enfrentar al terrorismo, de formar parte de la guerra contra el terror que libra toda “America”? En los viejos tiempos hasta personajes positivos como el detective oriental Mr. Moto, que interpretaba Peter Lorre en films de breve duración pero con títulos tan ingeniosos como “¡Piense rápido, Mr. Moto!”, eran dados vuelta por los soldados norteamericanos en batalla que veían en cada “japo” a un Mr. Moto. Así, cuando clavaban su bayoneta victoriosa en medio de algún pecho nipo-jap-nazi exclamaban: “¡Muere, Mr. Moto, muere!”. ¿Qué pasó? ¿Qué hace Superman? ¿Qué hace El Hombre Araña? ¿Le tienen miedo a Al Qaida? Pues si es así serán llamados como lo merecen: Miserables cobardes traidores a la causa americana en su cruzada contra el terror. No pasará semejante cosa con el Caballero de la Noche. Batman se prepara a ser lo que Frank Miller quiere que sea: la encarnación lapidaria de un guerrero espartano en el siglo XXI. Se refiere –con esto– a su película 300, brillante relato de la gesta de los hombres de Leónidas contra el ejército persa, abominablemente superior en número, pero no en coraje. No en vano Leónidas le dice a Jerjes: “Tú gobiernas sobre esclavos, yo sobre héroes”. Miller no tiene vueltas para calificar su obra: “No se confundan. Es lo que debe ser: una obra de propaganda”. Si la gente y los superhéroes han olvidado “contra quién estamos peleando”, él se los recordará. Es absurdo –dice– ponerlo a Batman a pelear contra el Joker cuando lo tenemos ahí a Bin Laden. Hay una jerarquía en los villanos. Esta vez la realidad ha entregado los peores. El Joker, el Acertijo, el Pingüino han quedado reducido a meros colegiales al lado del perverso hombre del Islam. El choque de civilizaciones está aquí para quedarse, y en ese choque Batman sabe mejor que nadie qué civilización es la suya y cómo defenderla. El Caballero de la Noche da paso al Caballero de Occidente. Habrá que ver cuáles son sus recursos: si pertenecen a la noche o al día. No es arduo suponer que pertenecerán a lo que sea necesario, que los recursos serán todos los que se requieran. Si en Dark Knight Batman cierra una puerta atrancando su manija con una puerta para quedarse a solas con el Joker y poder golpearlo con toda la brutalidad que se requiera, es sencillo imaginar qué hará con Bin Laden en una situación similar. Esa situación, además, es necesaria. No se puede demorar, pues la Guerra contra el Terror no ha sido bien manejada. En ¡Santo terror, Batman! el encapuchado, según palabras de Miller, se propone patearle el culo a Al Qaida (kick Al Qaida’s ass). Es el único modo de tratar a esos malditos que se han quedado atrancados en el siglo VI, siempre según Miller. Que, el 24 de enero de 2007, se presentó en un importante programa para hacer declaraciones explosivas: Después del nine eleven Bush debió llamar a una guerra total. A una guerra nacional. Debió poner a toda la nación en estado de guerra. Permitió además que una parte de la opinión pública arrojara sobre la escena nacional su temperamento derrotista. “Como si fueran un puñado de romanos.” Y en esta frase reside una clave de la cultura yanqui. Para tipos como Miller “romanos” no se usa para referirse a las invencibles legiones de César en las Galias, sino para señalar la decadencia, la putrición interna del Imperio. “No seamos romanos” significa “Que Estados Unidos no decaiga como lo hicieron los hombres de ese lejano gran Imperio que terminó conquistado por los bárbaros”. Hoy, ellos, los bárbaros, están a nuestras puertas, han golpeado incluso nuestro corazón al destruir las Torres, no les demos paz ni sosiego, vayamos detrás de ellos hasta hacerlos papilla. Frank Miller es un hombre belicoso de un Imperio que necesariamente tiene que serlo si quiere sobrevivir. Si hablo de él (en una contratapa de domingo en un diario que apoya una causa brutalmente atacada desde todas partes) es porque hablo de ese peligro. La mayor usina de líneas políticas de la derecha argentina reside en la Embajada Norteamericana. Tienen ahí su elaboración o su aceptación o su amparo o su financiación. Todo se consulta con Colombia, donde la banda de Frank Miller ha apoyado poderosamente su bota guerrera. Donde ya funciona una Escuela de las Américas. Donde el narcotráfico es un desmadre jubiloso. ¡Sesenta millones de drogadictos hay en USA y USA se presenta como la gran batalladora en la guerra contra ese complejo problema mundial! Como pocas veces el Imperio no quiere enemigos. Sencillamente porque tiene uno muy poderoso contra el que centralmente luchar. ¡Demonios, que les controlen a los de su periferia! ¡Pongan de una buena vez a un presidente colombiano en ese país del lejano sur! Denle la ciudadanía. Invéntenle un ADN argentino. Tíñanle ese maldito pelo de zanahoria de negro y encájenle unos mostachos del mismo color. Háganlo o Frank Miller enviará a Batman contra ustedes. (Aunque, ¿merecen tanto esos sudacas irredentos?) Sigo con Miller. Furioso contra sus compatriotas, les pregunta si saben o no lo que están enfrentando: “Estos tipos no han salido del siglo VI, esclavizan salvajemente a sus mujeres, les mutilan los genitales, nada nos une a ellos”. Son –concluye– peor que los nazis de Hitler, a quienes al menos podíamos comprender, ya que eran occidentales.

En Dark Knight ya se deja ver la estética guerrera de Miller. Batman es más sombrío que nunca, su voz es sólo un ronquido inhumano, su odio no cesa nunca. Todo es macabro o lo macabro incurre con talento en lo sombrío-grotesco. Si el Joker sonríe para siempre, si esa sonrisa satánica no se borra de su cara, es porque, con una navaja, se ha cortado las comisuras de la boca. Ese rojo sangre que vemos alrededor de sus labios es precisamente rojo sangre. La idea es brillante. Tanto, que se le había ocurrido antes al Conde de Lautréamont y la recuerdo porque –cuando éramos jóvenes– me leyó el poema Aquiles Ferrario, poeta que amaba a los surrealistas. Todos leíamos la Antología de Aldo Pellegrini en esos años. Lautréamont, que muere en 1870, es un antecedente poderoso del surrealismo y su obra más célebre es Los cantos de Maldoror. En uno de sus poemas alguien que desea reír se corta la boca desde las comisuras de los labios para lograrlo. Así lo hace el Joker, al que genialmente interpreta ese muchacho que se aniquiló a sí mismo con sobredosis y otras intoxicaciones. Hollywood es así: algunos aguantan, otros no. “Tengo que encontrar a ese hombre”, dice Batman. Morgan Freeman le pregunta: “¿A qué costo?”. He aquí la pregunta de la Guerra contra el Terror y de toda guerra de contrainsurgencia: ¿A qué costo? ¿Qué dejan de sí los guerreros, aun los triunfadores, en las batallas que culminan en matanzas? ¿Hasta dónde, cuál es el costo? ¿La locura? El Joker tiene una definición escalofriante de la locura: “La locura –como tú sabes– es como la gravedad. Sólo necesitas un pequeño empujón”. Y, por fin, Batman, en su momento más hondo y sombrío, se confiesa: “O mueres siendo el héroe o vives lo suficiente para convertirte en el villano”. ¿No es lo que ha sucedido con él? ¿No ha vivido demasiado? Si ahora Frank Miller lo enfrenta a Bin Laden, lo opone al terror de Al Qaida, ¿en qué tendrá que convertirse Batman para derrotarlo? ¿No empezará a parecérsele demasiado? ¿No se verá tentado a usar sus propios métodos u otros aún peores? ¿No deberá torturar cada vez más? ¿Será entonces Batman o será –por haber vivido demasiado– el villano? ¿O no adivina cualquiera –sin haber leído aún el comic de Frank Miller– que sólo un Batman cuya impiedad, cuya crueldad supere a la de Bin Laden podría vencerlo? ¿Qué habrá quedado del héroe de Bob Kane? Un encapuchado solitario, un héroe cansado que, en medio de la noche, en algún charco al que la luna torna un espejo, mira su cara y no la reconoce, es la del Otro, la del enemigo, ese ser al que tuvo que identificarse para derrotarlo. America, ahora, no pedirá más su ayuda. No con esa cara que asustará a todos los buenos americanos. Nunca más el inspector Gordón proyectará en el cielo la señal que lo reclamaba para las causas justas y limpias, que no sólo murieron, sino que también lo mataron

Página/12 - Argentina/30/08/2009

ESCARBANDO en LQ Somos

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Unos culpan a Gorbachov, por demasiado aperturista y transparente. Otros a Stalin, por excesivamente severo y represor. Los maoístas, por su parte, insisten en que la Unión Soviética se había convertido en una potencia “socialimperialista”, llegando al extremo de afirmar que en Rusia y las democracias populares del este europeo, desde los tiempos del XX Congreso del PCUS, se había restaurado el capitalismo.

Sin embargo, los economistas burgueses y los teóricos del imperialismo declararon que la “economía de mercado” había demostrado su superioridad sobre la “economía planificada” y, por consiguiente, proclamaron el triunfo definitivo del capitalismo globalizador, el fin del comunismo y aun el fin de la Historia.

Así vemos que cada cual, según su propia posición política, tiene una explicación para la descomposición y la destrucción de los Estados socialistas en la URSS y Europa del Este.

Pues bien, nosotros, para no ser menos, haremos nuestro análisis y expondremos nuestra teoría sobre los orígenes y las causas de los asombrosos e inesperados acontecimientos que llevaron a la restauración del sistema capitalista en esos países. (1)

Pero, en primer lugar, aprovecharemos la oportunidad para extraer la primera gran lección de la desaparición de la Unión Soviética, a saber: que la revolución socialista, es decir el derrocamiento del Poder estatal de la burguesía capitalista y el acceso al Poder de la clase obrera no es, en absoluto, irreversible. Y que ningún Estado socialista está libre de la posibilidad de la regresión política y social, de la pérdida de las conquistas revolucionarias y de la vuelta al capitalismo.

Porque si el triunfo de la revolución exige de una dirección firme, experimentada y organizada, pertrechada de una elaboración teórica basada en la ciencia marxista-leninista y en las condiciones concretas de cada país y cada momento histórico, el desarrollo de la sociedad socialista, como época histórica de transición entre el capitalismo y el comunismo, precisa también de una teoría revolucionaria bien fundamentada, capaz de guiar a la clase obrera y a todos los trabajadores por el complejo y contradictorio camino de la construcción de la nueva sociedad comunista, con la promoción de nuevos valores morales y políticos, buscando las mejores fórmulas para desarrollar lo más rápidamente posible las fuerzas productivas, extendiendo, ampliando y mejorando los servicios públicos y las prestaciones sociales, y perfeccionando la democracia asamblearia participativa y el control efectivo de las masas populares sobre las decisiones estatales y la elección de sus dirigentes.
Esta imprescindible teoría sobre el Estado socialista, sus características esenciales, su configuración, sus principios, su diversidad y su desarrollo es lo que, en nuestra opinión, a partir de la muerte de Lenin, falló lamentablemente en la Unión Soviética y, en definitiva, condenó al fracaso la experiencia revolucionaria iniciada con la Revolución de Octubre.

La mediocridad, el mecanicismo vulgar y el carácter burocrático y voluntarista de los documentos y elaboraciones teóricas del PCUS, aparecen claramente reflejados en su famoso “Manual de Economía Política” editado por la Academia de Ciencias de la URSS.

En esta obra de más de setecientas páginas (2), se concentran y expresan las concepciones antimarxistas y superficiales del burocratismo soviético y podría decirse que se trata fundamentalmente de la justificación de las prácticas y el estatus privilegiado de la pequeña burguesía intelectual y burocrática, que se hizo con el Poder del Estado y a la que el propio Lenin retrató cuando afirmaba que:

“Los burócratas zaristas han comenzado a pasar a las oficinas de los órganos soviéticos, en los que introducen sus hábitos burocráticos, se encubren con el disfraz de comunistas y, para asegurar un mayor éxito en su carrera, se procuran carnets del PC de Rusia. ¡De modo que después de ser echados por la puerta, se meten por la ventana!”. (3)

Resulta muy interesante y sumamente instructivo releer ahora las afirmaciones confusas y contradictorias de los académicos soviéticos sobre la “vigencia de la ley del valor” o sobre que “el trabajo ha perdido su carácter de trabajo asalariado”. (4)

Estas aberraciones teóricas, unidas a la supuesta eliminación del mercado, al que se pretendía sustituir por “las leyes de la planificación económica”, determinaron la aparición y la consolidación del mercado negro y las mafias criminales y burocráticas que llevaron al Estado a la descomposición moral y la ruina económica, abriendo el camino a la restauración capitalista.

Es significativo también que en este Manual, mientras se afana en establecer un modelo económico único “de transición del capitalismo al socialismo” basado en la arbitraria, voluntarista y burocrática “planificación” de la producción y el consumo, no encontramos ni una palabra sobre la forma política del Estado socialista ni sobre las características de la democracia popular y el control efectivo de la clase obrera sobre su propio Estado de dictadura del proletariado.

Siendo así que tanto Marx como Lenin, al mismo tiempo que admitían y consideraban inevitable la diversidad y el carácter transitorio y cambiante de los sistemas económicos a a lo largo de la prolongada época histórica del paso del capitalismo al comunismo, establecieron claramente, Marx en “La guerra civil en Francia” y Lenin en “El Estado y la Revolución”, la forma política propia y específica del Estado socialista, poniendo como ejemplo a la Comuna de París.

La elegibilidad y la revocabilidad de todos los dirigentes a todos los niveles de la administración política, judicial y militar, sometidos al mandato imperativo de las asambleas electoras y remunerados al nivel del salario de un obrero especializado, junto con la sustitución del ejército profesional por las milicias, es decir por la organización militar del pueblo armado, y la represión violenta de cualquier intento contrarrevolucionario de la burguesía derrocada son, desde el punto de vista de la teoría marxista-leninista, las claves de la forma específica de organización política del Estado socialista.

Lamentablemente, sin embargo, sobre esto no encontramos ninguna sesuda teorización de la Academia de Ciencias de la URSS. Y mientras los militantes del PCUS, y de otros partidos comunistas en el poder, cometían el pecado capital de descuidar el estudio de la teoría marxista-leninista (recordemos que Mao reconocía abiertamente que nunca había leído “El Capital”, lo que probablemente explica muchas cosas), los burócratas infiltrados en el partido y en los órganos del Estado, justificándose con “teorizaciones” destinadas a perpetuar sus privilegios sociales y económicos, introducían y extendían progresivamente su ideología individualista, corrupta y antidemocrática en capas sociales cada vez más amplias, preparando el terreno para que todo tipo de arribistas, mafiosos y colaboracionistas entregaran las conquistas revolucionarias de la clase obrera, logradas con tanto sacrificio y tanta sangre, al imperialismo euronorteamericano.

Notas:

(1) Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias,
Documento Fundacional, Apartado III b.
(2) Manual de Economía Política, Academia de Ciencias de la URSS, 3ª Edición corregida y aumentada, Editorial Grijalbo, Barcelona 1975.
(3) V.I. Lenin, Obras Completas en 55 tomos, Editorial Progreso, Moscú.
(4) Manual de Economía Política, Pág. 343.
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LQSomos. Pedro Brenes *. Agosto de 2009
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LQSomos/30/08/2009

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