■ José Antonio Abreu, forjador de ese “sistema”, recibió el Premio Príncipe de Asturias
■ Compartimos una humanidad que muestra su mejor rostro mediante la generosidad: Atwood
■ Todorov invocó la metáfora de los bárbaros para alertar sobre uno de los principales riesgos
Armando G. Tejeda (Corresponsal)
Madrid - “El bien y la belleza son inseparables”, esta cita del Nobel mexicano Octavio Paz sirvió de preludio para explicar la presencia en Oviedo –para recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes– de José Antonio Abreu y de sus jóvenes discípulos, todos ellos surgidos del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.
Porque “el bien y la belleza son inseparables” se reconoció con este prestigioso galardón un proyecto quijotesco que nació de un sueño en 1975 y que ha permitido arrancar de las garras de la pobreza, la marginación, la delincuencia, las muertes prematuras por sobredosis de drogas o peleas callejeras, a centenares de miles de niños.
En lugar de las calles y su estruendo acechante encontraron, gracias a este sistema bolivariano, la calidez de un instrumento, la enseñanza de un arte tan sublime como la música.
En Oviedo, capital de Asturias, se reunieron, como cada año, un grupo selectísimo de personajes e instituciones para celebrar a lo más virtuoso, generoso y creativo del orbe. Entre los premiados de esta versión de 2008 figuran la escritora canadiense Margaret Atwood, el semiólogo e historiador búlgaro, asentado en Francia, Tzvetan Todorov, los creadores del buscador de Internet Google, la colombiana Ingrid Betancourt, quien fue secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia; el tenista Rafael Nadal y los representantes de las cuatro organizaciones que luchan contra la malaria en África, entre otros.
Música de Mahler
Oviedo vive días de intensa actividad cultural, intelectual y social donde los premiados intercambian puntos de vista sobre el estado actual del planeta, la especie humana y las bellas artes.
Cada año la fundación de los premios pretende destacar los proyectos y obras que han aportado concordia, valores de convivencia y paz a la humanidad.
De ahí que este 2008 el galardón en el apartado de artes sea especial: por primera vez no se premiaba la obra de un artista específico sino una gesta colectiva que ha permitido cambiar la vida de miles de personas, entre ellas la de Gustavo Dudamel, el joven director de orquesta surgido de este sistema bolivariano que triunfa en los grandes teatros del mundo tanto por su virtuosismo en la dirección musical como por su calidez y pasión.
Dudamel viajó a Oviedo para reunirse con su “maestro y padre”, José Antonio Abreu, y dirigir con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar la sinfonía número 2 de Gustav Mahler.
En el concierto del jueves por la noche ocurrió lo que ya es habitual con esta orquesta: deslumbró a quienes no la conocían y volvió a sorprender por su frescura y energía.
Abreu fue el responsable de soñar en 1975 que la música podría ser el instrumento para cambiar la vida de niños sumergidos en la pobreza, viviendo bajo la hostilidad de la calle y cuyo destino no se antojaba esperanzador. Desde que el visionario Abreu se empeñó en llevar la música a los pobres de Caracas, centenares de miles de personas se han beneficiado de este sistema musical, que hoy tiene cobertura para 400 mil niños y jóvenes, de dos a 25 años.
Venezuela con una población de 27 millones de habitantes, tiene alrededor de 250 orquestas, gracias en parte a que a partir de 1996, el sistema musical adquirió carácter prioritario para el Estado venezolano y, desde hace unos años, del gobierno del presidente Hugo Chávez, lo que permitió diversificar actividades y propuestas.
Con este bagaje detrás, el maestro Abreu subió al escenario del teatro Campoamor para recibir de manos de los príncipes de Asturias, Letizia y Felipe, el reconocimiento. Y lo hizo acompañado de cuatro personas: dos jóvenes a punto de consagrarse en el mundo de la música clásica y de dos niños que apenas se inician en el Sistema de Orquestas de Venezuela.
Gustavo Dudamel, un símbolo
Después de entregar los premios, el príncipe Felipe explicó algunas de las razones que les llevó a elegir al “sistema” venezolano: “Porque es muy cierto, como se ha dicho de mil maneras, que la misión del arte trasciende el horizonte de lo estético para proyectarse con fuerza a otros campos, como la formación humanística, la promoción social y el compromiso ético. El bien y la belleza, como nos dejó escrito Octavio Paz, son inseparables.
“El sistema, que ha dado formación musical a centenares de miles de niños, muchos de ellos víctimas de la pobreza, el desarraigo y la marginación social –explicó el heredero a la corona española– ha hecho realidad los retos más difíciles que en su día se planteó el maestro Abreu. Por recordar ahora un solo ejemplo, subrayamos el de Gustavo Dudamel, uno de sus alumnos más señalados y aventajados que, hoy con sólo 27 años, ha sido ya director de importantes orquestas del mundo. Todo un símbolo de lo que la música y el trabajo hecho con fe, sacrificio y entrega pueden llegar a alcanzar.”
En nombre de los premiados hablaron la escritora Atwood, el intelectual Todorov y la política colombiana Betancourt. La novelista hizo referencia a la crisis internacional: “Muchos temen al futuro, un futuro que casi con total seguridad traerá escasez de alimentos, suministros cada vez más menguados de energías fósiles y más pobreza e inestabilidad social.
“En estas condiciones, conviene recordar la humanidad que compartimos, una humanidad que muestra su mejor rostro mediante la inventiva y el valor, de la flexibilidad de pensamiento y la generosidad, y a través de la capacidad de sentir alegría allí donde amenaza el peligro. Una sociedad rica en artes también es rica en estas cualidades.”
Todorov recurrió a su metáfora de los bárbaros para advertir de uno de los principales riesgos de la humanidad: “por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia”.
Por último, Ingrid Betancourt hizo un llamado a “los pueblos de América Latina” para que “la droga que se produce en Colombia y en otras regiones no pueda transitar por los territorios de nuestras geografías, porque con la riqueza que genera se alimenta el terrorismo y se incrementa el secuestro.
“Pedimos que todos nuestros pueblos detengan el tráfico de armas, porque esas mismas armas se utilizan en contra de nuestra población.”
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La Jornada - México/25/10/2008
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